domingo, 30 de noviembre de 2008

El fin de noviembre en Hong Kong (domingo 30 de noviembre)

Acaba noviembre en Hong Kong.

Los hongkoneses comienzan a abrigarse aunque la temperatura no baja de 15 grados. En los escaparates de las tiendas europeas de ropa los maniquíes llevan pesados abrigos y bufandas.

Algunos días desayuno leche con cereales y zumo. Otros sólo una pepsicola.

Hay ordenadas filas de personas esperando pacientemente para entrar por turnos a tiendas de bolsos a partir de 500€.

Paso gran parte de los días en mi habitación de 11 m2 de Hong Kong. Leo algo. Me masturbo sin ganas. Me ducho. Me afeito. Me corto las uñas.

Hay ordenadas filas de personas esperando pacientemente para entrar por turnos a ascensores que les llevarán a restaurantes situados en una planta con dos dígitos de cualquier edificio.

Veo películas desnudo en la cama con el portátil sobre mi regazo. Películas británicas con bellas actrices inglesas. Películas absurdas basadas en videojuegos con bellas actrices con apellido serbio.

Hay personas subiendo silenciosas en ascensores con pantallas de televisión y rodeados de espejos.

Leo los periódicos en internet. Juego a antiguos videojuegos en mi portátil intentando que sus cacofónicos sonidos mantegan ocupada y absorta mi mente o hagan, como si fueran una espátula, un click en mi cerebro.

Decenas de personas caminan por las calles con bolsas de la mano, con manos en sus manos, silenciosas, sonrientes, solitarias, en parejas, entre los autobuses, tranvías, pasos a nivel, edificios y centros comerciales de Hong Kong.

Camino solitario por las calles de Hong Kong. Érase un hombre a ipod pegado. Como en establecimientos de comida rápida chinos y americanos. Saco dinero prestado de bancos americanos. Compro galletas en tiendas malasias e indias, en multinacionales de muebles suecas. A momentos mi cerebro consigue escuchar a Radiohead, Los Piratas, Iván Ferreiro, Muse, The Editors, Elbow.

Hay decenas de personas comprando en centros comerciales japoneses. Escogiendo cosméticos de multinacionales francesas. Hablando por móviles de multinacionales de Finlandia.

Los días pasan lentos y parecidos. Parece que hace dos años era ayer y que han pasado un millón de años. No aparece el día, la persona, la espátula que haga click en mi mente.

El futuro se presenta como el presente, lento y parecido. Borroso. Pesado. Las imágenes y los pensamientos siguen repitiéndose como los días, como las multinacionales, como los establecimientos de comida rápida, como las filas de personas, como los centros comerciales, como los rascacielos en Hong Kong.

En este caluroso invierno que parece no acabar ni comenzar nunca. Estas navidades plomizas que parecen llegar de nuevo cuando hace tiempo que no llegaron.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Deseos de ser Ikea (jueves 27 de noviembre)


Hace más de un año que no visitaba un Ikea. Más de dos desde mi primera visita a un Ikea. Las cosas ahora son diferentes. Aunque no me atrevo a decir cómo o cuánto han cambiado.


Después de ducharme y afeitarme, salgo de mi habitación saludando a la chica que ha venido para la limpieza semanal.


Entro en algunos supermercados malasios e indios. Compro galletas de nata y de vainilla.


Visito DNM, un centro comercial situado justo enfrente de mi edificio y que, hasta ahora, me había pasado inadvertido (en Hong Kong es imposible ser consciente de todos los centros comerciales). DNM resulta ser un centro comercial un tanto alternativo, con exposiciones de artistas y bonitas camisetas con tirada limitada de diseño. Si no fuera porque vivo de prestado, no me importaría comprar algunas cosas.Pienso, inevitablemente, como un auténtico estúpido, con quién podría haberlo visitado, y habernos probado, y haber comprado algunas cosas.


Entro en el Ikea de Causeway Bay, también a cuatro minutos de mi edificio, intentando encontrar un pequeño espejo.


A veces desearía ser un Ikea. Que me resultara tan fácil tener complementos para todo, adaptarme a cualquier país, hogar, persona. Conseguir la felicidad y la belleza de forma tan barata.


Pero me temo que, en mi caso, soy más bien como ese mueble con unas instrucciones supuestamente sencillas al que le faltan algunas piezas. Al que le sobran algunas otras.


El Ikea de Causeway Bay se ha adaptado perfectamente a Hong Kong. Ocupa dos plantas bajo el suelo de un centro comercial. Todo es pequeño y reducido. Lo que España y Estados Unidos son aparcamientos y enormes hangares, aquí son estrechos pasillos en los sótanos de un centro comercial. Ejemplos de cómo ajustar sus muebles y complementos en pequeñas habitaciones. Un pequeño restaurante en una esquina.


La angustia no se apodera de mí como en mis últimas visitas a un Ikea. Aunque vea la mesa roja que intenté comprar varias veces para mi apartamento en Chicago. Aunque veo a una atractiva china escogiendo mobiliario junto a su novio europeo. Ahora la angustia es una cosa más sorda y líquida.


Compro unas galletas y unas gominolas.


Regreso escuchando “An end has a Start” de The Editors.

Chicas con cuenta en Warcraft y con la melena del color de los cuervos (jueves 27 de noviembre)

Recibo mensajes de algunas chicas para conocerme.

Una dice tener 21 años, ser algo excéntrica, vestir camisetas, ser aficionada al anime y a los videojuegos y tener una cuenta en Wow. Dice que acaba de salir de una relación y que sólo quiere quedar de manera informal. Intentando solventar mi ignorancia, descubro que Wow es el acrónimo de World of Warcraft, un juego de rol en Internet al que están sucritos más de 10 millones de personas en el mundo.

La otra es una mujer de 32 años que ha venido a Hong Kong por motivos de trabajo. Por las formas entusiásticas de su mensaje, sospecho que es estadounidense. Dice ser una profesional poco convencional. Gracias a su mensaje descubro que en inglés de puede utilizar al cuervo para describir un color negro.

Y tal vez sería divertido quedar con una chica de 21 añitos que viste camisetas (no me parece, en principio, la prenda más extraña) y juega al rol en Internet.

E incluso interesante conocer a una mujer que poco convencional profesionalmente (qué voy a decir yo, que aún no sé qué quiero hacer ni dónde). Y, contrariamente a otras personas, siempre pensé que los vikingos demostraban ser inteligentes respetando la inteligencia de los cuervos.

Pero el problema es que, en estos momentos, tengo poco que ofrecer.

No he vuelto a contactar con las chicas que hasta ahora he conocido aquí. No he respondido a algunos mensajes. Ni siquiera he tenido fuerzas para pasarme por el consulado.

Porque, ahora, en estos momentos, no sé si tengo algo que ofrecer. Ya apenas recuerdo mi cáustico e irónico sentido de humor. No sé si tengo fuerzas para hablar sin pausa disimulando la realidad. No creo que quieran, que nadie quiera conocer a alguien que, como yo ahora, no entiende ni conoce nada.

martes, 25 de noviembre de 2008

Expiación (martes 25 de noviembre, madrugada del miércoles)

Atonement

Hace tiempo que perdí la serenidad y la confianza. La autoconfianza. La seguridad en mí mismo y en algunas cosas que tuve algún día. La supuesta virilidad que nunca tuve.

Compré la novela de Ian McEwan en una edición barata, creo recordar, el día de la noche de reyes de este mismo año. En una fría mañana de enero de un invierno y una navidad que parecían no terminar nunca y que aún no han terminado, que parecen no comenzar nunca.

Compré la novela de McEwan en una edición barata que no llegué a leer, que regalé, que no sé si leeré ya algún día. Que tal vez no lea ya jamás.

Así que, después de pasar todo el día de lunes sin salir de mi habitación, vuelvo a salir cuando ya es de noche, vuelvo a comer o cenar en un Macdonald’s, camino por Wan Chai viendo a americanos hablar y reírse a voces en las puertas de bares de alterne donde chicas muy jóvenes están excesivamente maquilladas, compro un cortapelo en Sogo, pago la cena que mi tarjeta de débito no dejó que pagara el domingo, me afeito la cabeza y la barba, me froto la cabeza con sal, me ducho y veo Expiación, Atonement, en la cama de nuevo, de nuevo con el portátil sobre mi regazo, en una versión con unos subtítulos latinoamericanos plagados de errores de una página web que se atreven a publicitar, en esta mi habitación y residencia en Hong Kong de 11 m2.

Oí diferentes opiniones sobre la película hace meses. Tal vez debí haberla visto hace meses en Barcelona. Tal vez.

Pero yo, hoy, aquí, ahora, no puedo decir nada negativo de la película de Joe Wright, más allá de los subtítulos plagados de errores, más allá de verla en un portátil sobre mi regazo, solo en esta habitación de 11 m2 en Hong Kong.

Y me enamoro una vez más de Keira Knightley, pero también me dejo convencer por James McAvoy, el actor protagonista o por los grandes ojos azules de la hermana narcisista en sus diferentes actrices y edades, o seducir tristemente por las palabras últimas de Vanessa Redgrave. Y las imágenes y el montaje son ajustados y hermosos. La banda sonora de  Darío Marianelli es hermosa .

Sólo, que me hace pensar en cuáles fueron los actos que me llevaron a esta raquítica y risible expiación personal que estoy viviendo.

Sólo, que hace tiempo que perdí la serenidad y la confianza. La autoconfianza. La seguridad en mí mismo y en algunas cosas que tuve algún día. Y que cuando veo las últimas escenas de la falsa e inventada felicidad de los protagonistas en la playa, en este invierno que parece no terminar ni comenzar nunca, muestro, una vez más, la ausencia de una supuesta virilidad que nunca tuve.

lunes, 24 de noviembre de 2008

El significado de la pieles. El significado de las palabras (lunes 24 de noviembre, madrugada del martes)

Qué hay más allá de algunas pieles, de algunas palabras.

Por qué se clavan como una estaca, se estancan como agua estancada en el cerebro.

Qué hay más allá de algunas pieles, de algunas caderas, de algunas palabras.

Palabras inciertas y contradictorias, caderas que eran y son sólo caderas, pieles que eran sólo  promesas.

Sí. Por qué están aún clavadas, aún estancadas en mi cerebro.

Qué hay más allá de la química de la  oxitocina y la dopamina, las endorfinas y la serotonina, la vasopresina y las feromonas. Quién las posee en mayor o menor cantidad, quién la produce sin descanso, quién las produce cuidadosamente, con cuidado,  quién sabe conjugarlas con el compromiso, la razón, la verdad. Dónde se compran estas drogas. Dónde encontrarlas. Dónde encontrala.

Sí, cuándo llegará el momento, cuándo me llagará el momento en que la química se una a la razón, las palabras a la verdad, una piel a mi piel. Sin caducidad, sin dolor, sin miedo.

Cuándo comprenderé el significado de las pieles y las palabras.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Vacío (domingo 23 de noviembre)

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Dar tu nombre cuando tu tarjeta de débito no puede ser leída en el restaurante donde comes o cenas y no te quedan dólares hongkoneses.

Caminar por centros comerciales atestados como si comprando sonrientes evitaran el fin del mundo.

Caminar por grandes almacenes japoneses buscando un cortapelo.

Ver los rascacielos de Hong Kong erguirse más allá de las luces en la noche.

Comprar leche, plátanos y una chocolatina con tu tarjeta de débito en un supermercado.

Ver el pasado como quien se equivoca adivinando el futuro.

Palpar un vacío impalpable.

sábado, 22 de noviembre de 2008

The Duchess. La superficial repetición de la historia (sábado 22 de noviembre)

TheDuchess

   Si no la felicidad, Hong Kong o una actividad en la que me sienta realizado, al menos conoceré la filmografía de Keira Knightley.

Hay cosas peores.

Cuando la semana pasada intenté ver The Duchess en el cine ya no estaba en la cartelera. Finalmente, la veo de nuevo sobre mi regazo, en una copia yo creo que india que llega hasta mí a través de internet saltándose algún derecho de autor.

Y sigue siendo especialmente agradable ver y ver actuar a Keira Knightley en esta película sobre Georgiana Cavendish, esposa de William Cavendish, 5º duque de Devonshire, su vida, su amante, las amantes de su marido (y es también agradable ver actuar a Ralph Finennes).

Y la película es también digna aunque, como es costumbre, como le pasó también a Sofía Coppola con María Antonieta, se deja seducir por el lujo y lo superficial, los grandes palacios y los trajes y pelucas de época…

Es lógico. A todos nos pasa.

Se les olvida tan siquiera mencionar, se nos olvida por lo general pensar cuando lo vemos, de dónde venía, de dónde viene la riqueza para tantos palacios, carruajes, lacayos, trajes, pelucas… Como era, cómo es la vida fuera y sin ellos.

Y aunque aparece apuntado, tampoco menciona cómo  Georgiana gastó ingentes fortunas jugando. Cómo gastó la fortuna de cientos y cientos de personas. Cómo, rodeada y apoyando a políticos (liberales en el buen y casi ya perdido sentido, salvo por el absurdo anglicanismo) e intelectuales, se dedicó no a no hacer nada como yo, sino a no hacerlo mientras malgastaba la fortuna de otros e influía, como María Antonieta, de la que fue lógicamente amiga, en la calidad de vida de tantos otros.

La película prefiere centrarse en lo afectivo,en triángulos amorosos.

Es lógico. A todos nos pasa.

Prefiere centrase en el machismo imperante en la sociedad. En las normas arbitrarias de la sociedad. En cómo lo que para unos, generalmente los hombres, estaba permitido, era un delito para otros. Es fácil sentir lástima por ella.

A lo que muchos renuncian por techo y comida, otros lo hacen por palacios, carruajes, lacayos trajes y pelucas. Por poder social, sexual o político. Incluso por cosas mucho más ridículas e insignificantes. La historia ha sido siempre así.

Una descendiente de Georgiana Cavendish se llamó Diana.

Improductividad improductiva V. Western Market (jueves 20 de noviembre)

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Me monto en un tranvía con publicidad de Bulgari.

Recorro las calles de Hong Kong hacia el  oeste: Wan Chai, Admiralty, Central…

El tranvía llega al final de su recorrido junto al Western Market, uno de los edificios más antiguos de Hong Kong, su centro comercial más antiguo.

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Vuelvo caminando hasta Central.

Los adornos navideños de esta navidad que parece no acabar ni comenzar nunca ocupan poco a poco edificios, calles y cerebros.

 

Como un fish&chips un poco horrible en Lan Kwai Fong viendo una gran furgoneta aparcada frente a mí.

Centros comerciales, marcas de lujo, personas con bolsas.

Regreso en el metro.

La noche cae sobre mi edificio.

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La noche, una noche que no es como otras noches, una noche que no quiero en mis noches, cae seguramente sobre algunas cosas más.

Hablo con mi madre en España.

Me pongo triste.

Me acuesto.

Burn after Reading (miércoles 19 de noviembre)

Burn After Reading

Me levanto tarde. Pierdo el tiempo. Salgo de mi habitación tarde. Ceno en Maxim´s.

De vuelta, intentando despejar la mente, entro en los UA Cinemas a ver Burn after Reading.

Nunca he sido un fanático de los hermanos Cohen, pero sus películas siempre me parecen interesantes.

Ésta no es de las mejores, es mucho peor que No Country for Old Men, pero sigue siendo interesante.

Aunque no sé si me mejora el ánimo ver esta supuesta comedia sobre las consecuencias del egoísmo, la vulgaridad y estupidez de los seres humanos.

Sobre la estupidez de los supuestos servicios de inteligencia.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

The Edge of Love. El significado de las palabras (miércoles 19 de noviembre)

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   Después de otro día en estos mis 11m2, después de dormir de nuevo sobre la cama y con la luz encendida y despertarme muy temprano pensando en todas las cosas que debería haber hecho, que no he hecho, que no hago, que debería hacer, me quedo en estos mis 11m2 en la cama con el portátil sobre mi regazo.

   Nunca había soportado la idea de ver una película en un portátil, pero aquí ahora, no me quedan muchas más opciones.

   Habiendo visto en Hong Kong la copia en ese estrambótico formato que es el VCD de una película titulada “The Edge of Love” con Keira Knightley no pude dejar de sentir, quizás por ella, cierta curiosidad. Y la suerte me ha proporcionado una versión en emule con subtítulos en español (la suerte no ha conseguido que los subtítulos fueran excesivamente correctos) .

   Y siempre es una experiencia sumamente agradable ver a Keira Knightley, aunque sea en un portátil sobre mi regazo, y la película es más que digna, y  escucho poemas de Dylan Thomas.

   Y no conozco apenas su obra, pero los versos que escucho despiertan mi interés. Y los cielos nublado de Gales. Incluso saber que la película se estrenó este mismo verano en el Festival de cine de Edimburgo.

   Y tampoco creo ni comparto en exceso la imagen del poeta maldito, que malgasta su vida y la de los demás con la excusa de las palabras, del arte, de su poesía. Y viendo esta película, el simpre erróneo triángulo amoroso entre Thomas, su mujer y una amiga de la infancia, me reafirmo en la idea de que hay palabra que no son más que palabras, personas que no dicen y escriben más que palabras. Y la belleza, la belleza de las palabras, es importante, pero no lo es todo, a veces es muy poco. Y hay personas que minusvaloran siempre las consecuencias de sus actos y sus palabras. También,seguramente, viendo The Edge of Love, debería aprender un poco del amor. Del perdón cuando es justo, merecido y necesario. Tal vez.

   Deberé, pese a todo, por ello mismo, leer a Thomas.

   Keira Knighley sigue demostrando ser una buena actriz. Sigue siendo bellísima.

martes, 18 de noviembre de 2008

Navidades y el Bosco (martes 18 de noviembre)

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Pacific Place es otro complejo de rascacielos con su centro comercial de tiendas de lujo.

El lunes consigo salir de mi habitación al mediodía.

Como en un MacDonald’s (Nunca había comido antes en esta clase de sitios)

Camino hasta Wan Chai.  Admiralty.

En las tiendas de Pacific Place ya se escuchan melodías navideñas. De esta navidad que parece no comenzar ni terminar nunca. En este verano que parece no terminar nunca.

Una china joven y muy bella, vestida con un elegante vestido crema y unos zapatos con una correa con hebilla en el tobillo, camina de la mano de un joven occidental que habla por su móvil en francés.

Llego hasta Central.

Un autobús me lleva a través de la costa de regreso a Causeway Bay.

La Plaza de Times Square está ya adornada con una decoración navideña que parece imaginada por un Bosco postmoderno y cargado de psicotrópicos.

Compro zumo de naranja, chocolate, doritos, cacahuetes, agua mineral y manzanas.

Me quedo dormido sobre la cama con la luz encendida.

Subo estas entradas a las 9:45 de la mañana.

El perro negro de Churchill (martes 18 de noviembre)

En los últimos días el perro negro de Churchill no ha dejado nunca de caminar a mi lado, de dormir en mi regazo.

No he salido mucho los últimos días. No me he puesto en contacto con ninguna de las mujeres que he conocido aquí. Realmente, no me he puesto en contacto con nadie.

Hacer una copia de la llave del apartamento el viernes, después de romperla intentando abrir una caja metálica de horribles galletas Danone hechas en  Malasia (hace ya unos años que no paran de ocurrirme estas cosas).

Leer algo de Vallejo y Sobre los Ángeles de Alberti.

Leer algo que escribí hace años y que parecía predecir mi pasado reciente y mi presente.

Ducharme por primera vez en dos días y salir de mi habitación para cenar algo por primera vez en dos días el domingo por la noche. Ver en un restaurante Maxim’s, mientras ceno, como una bella joven china con un sombrero negro mete vegetales en una de esas cazuelitas donde, supongo, las cuecen todos juntos.

No, no he salido mucho los último días. No he hecho muchas cosas.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Anochecer en el puerto (jueves 13 de noviembre, amanecer del viernes)

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Hong Kong se ve hermosa en el anochecer a lo lejos.

Por 2,2 HK$, o 22 céntimos de euro cojo el ferry que me llevará a la orilla de Central.

Algunos rascacielos tienen toda la fachada iluminada con imágenes navideñas. Metros y metros cuadrados de bombillas y electricidad.

Hago decenas de fotos desde el ferry. La luna queda a mis espaldas.

En las pantallas del autobús de vuelta a Causeway Bay una joven parece hacer gimnasia acompañada de niños y niñas excesivamente sonrientes sobre fondos verdes

Atardecer en Tsim Sha Tsui (jueves 13 de noviembre, madrugada del viernes)

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Junto a los rascacielos y los mastodónticos centros comerciales de corte occidental, calles abarrotadas, carteles descuidados y grises y mercados callejeros.

Algunas de las calles de Hong Kong parecen de una civilización que fue importante, ya acabada. Pero no parecen las calles de una antigua ciudad china o asiática. Todo parece algo más insalubre y extraño. Más parecido a una ciudad de Blade Runner.

En el parque de Kowloon se percibe también una extraña tristeza entre los escasos árboles, el sonido de los pájaros interrumpido por el de los aviones y un anciano haciendo Tai Chi al atardecer.

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Tarde en Ocean Centre. El significado del Capitalismo (jueves 13 de noviembre, madrugada del viernes)

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Hong Kong es un centro comercial interminable. Estés donde estés. Vayas a donde vayas.

Tiendas de lujo siempre habitadas. Personas que caminan con bolsas.

Hong Kong posee una extraña y gélida belleza en esta proclamación de lo artificial y lo falso. De los sueños inalcanzables o sólo alcanzables a través de una tarjeta de crédito.

No sé de dónde sale todo el dinero gastado en todas estas tiendas de lujo. A dónde va. Que sentido tiene.

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Camino entre las tiendas y las personas que caminan con bolsas y aparentemente felices en Ocean Centre.

Como en Triple-O’s, una especie de hamburguesería canadiense de calidad. Escribo unas líneas en mi libreta.

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Mediodía en el puerto (jueves 13 de noviembre, madrugada del viernes)

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Es un mediodía caluroso de noviembre en este verano infinito que parece, realmente, no acabar nunca.

He decidido forzarme un poco y, pase lo que pase, al menos aprovechar este mes, estos meses, para conocer Hong Kong.

Vodafone no sólo no anula mi número de móvil, sino que se empeña en mandarme regularmente mensajes para que me inscriba en el a2, un servicio en el que me inscribí dos veces, me di de baja dos veces y en el que no debí haberme inscrito nunca.

Es mediodía caluroso de noviembre junto al Hong Kong Museum of Art, en el puerto de Tsim Sha Tsui. Pese a la soledad y el calor de este verano infinito que parece no acaba nunca, Hong Kong se ve hermosa a lo lejos entre la bruma.

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Amanecer en Facebook. Amanecer dormido (amanecer del jueves 13 de noviembre)

Hago bien en dudar. Hice bien en dudar. Quizás debí dudar más mucho antes.

Efectivamente no fueron el ginkgo ni el hipérico. Efectivamente no fueron suficientes.

Después de ducharme siempre hay una fuerza que me paraliza. O no encuentro las fuerzas.

Acordándome de Sasha Grey hace días, acordándome de Sasha Grey el martes, después de ducharme vuelvo a echarme en la cama. Me tapo, apoyo el portátil en mi regazo y me quedo viendo Boogie Nights de Paul Thomas Anderson. No la había visto desde que estaba en la universidad, pero me sigue pareciendo tristemente bella.

Duermo. No salgo de mi habitación. Intento animarme viendo algunos episodios de Padre de Familia. Duermo.

Tengo sueños extraños. Otros recurrentes y absurdos.

El miércoles parece de nuevo que me he levantado con fuerzas. Tras la ducha mi última realidad reaparece.

Salgo. Como en un KFC. Descubro que The Lee Gardens, a unos metros de mi habitación, además de ser un edificio de oficinas con las centrales en Hong Kong de Sony, Maersk, Shiseido… Es también una galería comercial con tiendas de Hermès, Louis Vuitton, Chanel… y un supermercado gourmet donde compro una caja de latas de Pepsi, el Men’s Health de diciembre y unos aperitivos de maíz orgánico de Australia.

Regreso a mi habitación. Navego por Internet. Leo un poco. Duermo.

Tengo sueños extraños. Otros recurrentes y absurdos.

Navego por Internet. Un español me ha invitado a participar en un grupo de Españoles en Hong Kong en Facebook. Me apunto a varios grupos similares. El mundo es muy complejo y en Facebook todas las personas son amigas. Algunas personas incluyen en sus listas de amigos a personas que desprecian u odian.

Subo esta entrada cuando llega el amanecer.

martes, 11 de noviembre de 2008

Amanecer despierto (amanecer del martes 11 de noviembre)

Dudo que haya sido el Gingko, o haberme aumentado la dosis de hipérico, sería demasiado fácil pero, en cualquier caso, he conseguido dormir algunas horas en algunas horas un poco tradicionalmente razonables.

E incluso me levanto a las seis y media con la mente despejada y envío un correo electrónico ofreciendo un proyecto de colaboración a una empresa española.

Veo que el interés por las películas de fornidos e irreales agentes especiales sigue alrededor del mundo. Aunque también preguntan al ciberespacio por la nieve en Chicago en diciembre, cómo intentar no volverse nunca calvos (y aunque por supuesto, “no sólo” ni lo único, para las escasas y perseverantes personas que siguen este absurdo diario con la postmoderna y engañosa apariencia de blog. Posiblemente mi capacidad de comunicación y explicación anden en mínimos).

Intentaré aprovechar este breve momento en que la niebla se ha apartado, aunque sea sólo un poco, aunque sea temporalmente, de mi vidriosa mirada y salir de esta habitación, ir al consulado, dejarme impregnar, aunque sea lentamente, de nuevo, por la vida y esta ciudad.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Aquí de nuevo (lunes 10 de noviembre, madrugada del 11)


En las puertas de cada piso de mi edificio hay pequeños objetos que parecen ofrendas religiosas a no sé qué dios. También en la mía. Parece no hacer mucho efecto.

No conseguí ir al consulado. A las 5 mi ya conocido filipino llama a la puerta. Desnudo, me levanto de la cama somnoliento y me visto. Cuando abro me pasa su móvil. Parece que a mis arrendadores no se les ha olvidado que comienza el nuevo mes.

Me acuesto unos minutos más y me vuelvo a levantar. Pago el mes entrante en la oficina, donde me preguntan si estaré más tiempo. Aún no sé qué decirles. No sé tampoco qué decirme.

Como o ceno en un MacDonald’s. Compro Ginkgo Biloba y una tableta de chocolate en un watsons. Zumo de naranja, cacahuetes y plátanos en el wellcome.

Ya en mi habitación habló con España. Parece que algunas personas siguen prefiriendo no ser sinceras consigo mismas aunque el destino se lo muestre de manera paradójica. Parece que siguen queriendo acusar a los demás de cuestiones superficiales para ocultar las esencias, que prefieren debates y argumentaciones sin oponentes antes que la discusión abierta y sincera. Y ya sé y no dudo de mi intransigencia en ciertas cuestiones que considero fundamentales en cualquier relación humana, sea del tipo que sea. Pero también que la honestidad y la valentía son indisolubles. Y que no sé cuánto ni cuánto tiempo estaré dispuesto a pagar por ello.

Apago las luces y me acuesto con mi últimamente única compañera.

Pero intento que la tristeza no me venza aún del todo.

Envío mi curriculum a una empresa electrónica francesa que fabrica productos para niños y que busca europeos en Hong Kong.

Compruebo que muchas de las personas que llegan hasta aquí (también sus escasas y perseverantes lectoras) sólo desean saber qué significa el título de la última película de Bond (¿Grado/cantidad de consuelo?), y se encuentran con este blog lastimero y absurdo.

Sí, el mundo es muy complejo.

Aquí y ahora (amanecer del lunes 10 de noviembre)

Y sí, aquí estoy, tan sólo como nunca he estado, en una habitación de 11m2, mientras amanece en Hong Kong, con un reloj con la correa rota, un portátil y una cámara de fotos.

Sintiendo el eclipse crecer en mi pecho.

Haciendo cada poco la lista de motivos para seguir o dejar de intentarlo.

Intentando vivir otra vez en el presente, proyectarme aún al futuro.

Intentando pensar en no acostarme de nuevo, desayunar, ducharme e ir al consulado.

El significado del tiempo. El significado de las personas. El significado de las pieles (amanecer del lunes 10 de noviembre)


En las últimas 32 horas me he alimentado con dos pepsis, agua, vitaminas, zumo de naranja y media taza de leche con cereales.

En las últimas 32 horas no he salido de mi habitación.

En las últimas 32 horas he estado casi todo el tiempo dormido. En duermevela. Sin llegar a estar verdaderamente dormido.


En mi vida nunca pensé excesivamente en el pasado. Sabía de ciertos errores cometidos. Sentía también cierta melancolía por algunos momentos: ver el Mar del Norte desde el Acuario de Bergen, nevar sobre sus calles desde ventanas iluminadas por las velas… Recordaba en algunos momentos a la matriarca cántabra de mi familia, a mi desperdiciado y absurdamente falangista abuelo del que había sido su nieto favorito…

Pero tenía la impresión de que, pese a ciertos errores, pese a cierta inmovilidad, mi vida se proyectaba hacia el futuro. Un futuro al que, si no mi trabajo y energía, destinaba mis esperanzas.

Y sí, por supuesto, también añoraba otras cosas. También deseaba desear, deseaba que aparecieran la persona, la piel, la piel de la persona. Y sí, por supuesto, eso produce, eso producía una leve sensación de ausencia, un leve dolor. Pero un dolor mitigado, un leve dolor que auguraba su final en el futuro.

Era un pequeño hueco que mantenía cerrado, que curaba a diario para que no se abriera, que evitaba racionalmente que se llenara o fuera curado por quien no sentía profundamente que estuviera allí para llenarlo o curarlo, que disimulaba sin dificultades a diario.

Hasta que algo, como un sacacorchos, se introdujo lentamente en él, sin darme cuenta, sin poder evitarlo. Y cuando estuvo dentro, cuando había llegado hasta lo más profundo de mí sin saber exactamente la razón, cuando lo necesitaba dentro para que la herida no se abriera, la mano que lo sostenía empezó a moverlo con fuerza, empezó a ensanchar el hueco, agrandar la herida, ensangrentarlo todo.

Hasta que la mano que había entrado en mi pecho saco la herramienta con fuerza y de un tajo dejó un hueco enorme, una herida que, desde entonces no puedo cerrar ni curar con mis manos.

Y, desde entonces, este cuerpo y esta mente proyectados al futuro viven sin vivir del pasado, de las imágenes, de una piel, de recordar el momento en que el hueco era casi insignificante, la herida no sangraba.

Desde entonces, como si se tratara de un eclipse, soy incapaz de ver realmente nada.

De no dejar de sentir lo mismo

El significado del tiempo (amanecer del lunes 10 de noviembre)


Hace varias semanas se rompió finalmente la correa de mi reloj. No fue por donde llevaba meses rompiéndose. Desde entonces, dormía oculto en el interior de mi bolsa.

Este reloj que fue un regalo, como todos, tardío, que no fue verdaderamente un regalo y que de la misma manera se me entregó.

Un bello reloj por el que he tenido siempre unos sentimientos ambivalentes. Que me ha producido siempre algo de aprensión y tristeza.

Ahora, con su correa rota, hay veces, como tantas otras, que pienso que es momento de olvidarlo, de pasar a otra etapa de mi vida, de contar y contar el tiempo de otros momentos.

Hay veces en que hasta pienso que debería golpearle con un martillo, purificar aquello que nunca he podido purificar ninguna noche de San Juan.

Otras veces, pienso que es sólo un objeto, un bello objeto del que debo recuperar su absurdo valor sentimental, o darle el valor de una etapa finalizada, de errores pasados, de un tiempo pasado.

El recuerdo material de un error que superé. Aunque aún no es cierto…

Un reloj que es también una imagen.

Un viejo reloj promocional que acompañaba a una colonia que aguantó el mar y la lluvia, los errores y ambigüedades hasta que un día, quebrado, dejó de funcionar. Y que fue sustituido por un reloj que fue un regalo, como todo, tardío, que no fue verdaderamente un regalo y que de la misma manera se me entregó.

Un reloj fotografiado al amanecer sobre la almohada de una habitación de Hong Kong, por una cámara fotográfica que fue un regalo, como todos, tardío, que no fue verdaderamente un regalo y que de la misma manera se me entregó.

Eso es todo. Aquí estoy yo.

Tan sólo como nunca he estado, en una habitación de 11m2, mientras amanece en Hong Kong, con un reloj con la correa rota, un portátil y una cámara de fotos.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Miss Lau and Carla Bruni in Club 71 (sábado 8 de noviembre, madrugada del domingo)

Extrañamente, llego unos minutos antes que Miss Lau al lugar que ha indicado, el Club 71, un pequeño bar con terraza en la parte trasera de un edificio de Hollywood Road, en el Soho.

Miss Lau, que también se llama Shirley, es una chica delgada y con cierto encanto. Con unos gestos suaves bajo los que se adivinan otros que seguramente no lo serán tanto. Llega con una falda y una rebeca en tonos morados.

Miss Lau es una chica agradable. Me pregunta lo que todo el mundo me pregunta. El porqué estoy aquí, qué hago… Como siempre, contesto mencionando una parte de las causas y motivos. Intento mostrar sólo una parte de mis sentimientos.

Hablamos de Europa, incluso me pregunta por Zapatero. Miss Lau trabaja unas horas en un piano bar y como periodista freelance y ha estudiado en Inglaterra y Francia. Quizás por ello hablamos también de Carla Bruni. Como otras mujeres siente una pequeña irracional y culpable admiración por ella. ¿Por ser el prototipo de hombre machista en mujer? ¿Por haber renunciado, si es que los tuviera, a sus ideales e ideología? ¿Por su narcisismo sin escrúpulos? ¿Por intentar representar el feminismo bajo la novedosa forma medieval de mujer bella con hombre poderoso? Miss Lau no deja de estar algo de acuerdo conmigo (el pasado y mi experiencia también influyen en mis opiniones), y sin embargo…

Pasamos dos horas charlando amigablemente de estas y otras cosas en la terraza del Club 71, junto a un conejo que come y corretea entre las mesas. Todavía no consigo hablar menos.

Se despide de mí mientras sube a un taxi.

Mientras vuelvo en metro a mi habitación en Causeway Bay, el pasado, otros días y otra persona vuelven a mi mente.

Ir escuchando a Vanexxa tampoco ayuda.

Takako in Causeway Bay (sábado 8 de noviembre)

Después de otra noche que no es noche o no como me gustaría que fueran mis noches, después de buscar y encontrar alguna referencia, alguna foto que no debería haber buscado, que no me hace bien haber encontrado, después de dormirme o algo parecido después de las 8 de la mañana, me levanto sin ganas cuando son las 2 de la tarde.

Veo que han metido una nota bajo mi puerta recordándome que tengo que paga este mes.

Mi típico desayuno de hipérico, vitaminas, paracetamol, leche con cadbury y cereales. Volver a acostarme un poco. Finalmente, aunque no tengo muchas fuerzas ni ganas, decido ducharme para ir a mi cita con la chica japonesa.

A las 6 y 13 he recibido un mensaje de ella diciéndome que ya está. Takako es una chica pequeña y delgada. Habla poco. Lleva bajo el brazo folletos de másters de negocios. Me lleva sin apenas decir palabra a un café en el segundo piso de un edificio cercano a Times Square.

He decidido que debo hablar menos. Porque no tengo muchas ganas. Porque siempre, me temo, he hablado demasiado. Porque siempre pedí muchas explicaciones y di demasiadas. Quiero observar más. Basarme más en los hechos y menos en las palabras. Para desperdiciar palabras ya tengo este blog.

Pese a todo no consigo hablar menos que ella. Me pregunta por lo que hago. Lo que he hecho. Si me gusta Hong Kong. No debo de ser el latin lover que esperaba (nunca lo he sido) ni tener la categoría profesional que deseaba (de hecho, ahora no tengo ninguna).

Takako ha vivido en Canadá, en Malasia. Ha estado en Suecia y Alemania. Lleva ya cuatro años en China. Trabaja en comercio, no entiendo bien exactamente referido a qué, pero su pasión al contármelo no me incita a preguntar.

A las 7 me dice que tiene que irse porque tenía otra cita (antes había mirado el móvil varias veces). Al menos se niega a que pague. Ella pagará lo suyo. Takako saca su cartera Tod’s ocre de su bolso ocre Tod’s.

Se levanta y se va. No lo lamento. No creo que se haya enamorado de mí. Hace tiempo que creo que no puedo enamorarme.

Me quedo acabando mi cocacola. Tengo una llamada de un número que no reconozco en mi móvil.

Ceno en Maxim´s.

En Hong Kong, algunas personas caminan con mascarillas en la cara.

Subo esta entrada.

Me preparo para ir de nuevo al Soho.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El significado de las imágenes III (viernes 7 de noviembre, madrugada del sábado)

Sí. Los anuncios en los edificios de Hong Kong poseen cierta fascinante belleza. En la noche, dentro de su artificialidad, resultan unas bellas, enormes y tristes metáforas de lo inalcanzable. De lo que no alcanzo.

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Quantum of Solace. El significado de las imágenes II (viernes 7 de noviembre, madrugada del 8)


Me paso el día en la cama. Salgo de mi habitación a las 9 y 30.

Como dos pinchos de pollo a la brasa de un puesto callejero.

Una Washabi doble sin queso, ni lechuga, ni salsa, con una cocacola y una de patatas grande en un Macdonald’s.

Entro en el President Theatre a ver Quantum of Solace.

Hace más o menos dos años vi la anterior en un momento no sé si distinto, aunque los sentimientos y las sensaciones eran distintos, y eso es lo que es, en definitiva, nuestra vida: sentimientos y sensaciones.

Y pese a que Daniel Craig cumple bien en el papel y la maravillosa Eva Green, era una mala película. Un personaje ya de por sí un tanto absurdo, retrotraído a su pasado, pero con gadgets modernos, que al fin y al cabo hablamos de un anuncio.

Era en otro país, otra ciudad, otro continente. También en una noche absurda y en un momento absurdo, también sintiendo el dolor, pero con otros sentimientos y sensaciones: aún, posiblemente con unas malogradas, pero aún existentes esperanzas.

Me doy cuenta pronto de que este tipo de películas hay que verlas un poco más alejado. Desde la quinta fila parece un Supermario vertiginoso, violento y cubista.

Pero es curioso el poder de las imágenes. Con imágenes bellas hasta la violencia parece bella. Y la historia no importa.

Lugares lujosos o exóticos.

Un héroe atractivo físicamente, elegante y educado que no deja de ser golpeado y pese a todo no sufre. Que en las peores situaciones conserva la calma y una fría mirada. Incluso en estas dos últimas películas, a las que se les intenta dar un matiz de cierta hondura sentimental. Y pese a su supuesto dolor interior sigue actuando igual, con la misma calma y la misma fría mirada.

Un héroe muy distinto a mí, claro. Mi historia fue infinitamente más vanal y patética y mi ya escasa actividad se ha visto dramáticamente reducida. Y mi creo que nunca fría mirada es ahora aún más vidriosa.

Una preciosa Olga Kurylenko haciendo de heroína, moderna y con un oscuro e infantil (en todos los sentidos) pasado, aunque aún necesitada de los brazos del héroe. Pero es increíblemente bella, y como dice Carlos Boyero, hay veces que no se sabe si una actriz es buena (ésta me temo que está aprendiendo), pero que consiguen que no dejes de mirarlas. Todo lo demás no importa.

Así que durante casi dos horas me distraigo viendo este Supermario vertiginoso, violento y cubista. Los anuncios de una decena de productos. Un héroe siempre inmaculado. Una bella heroína buscando su mácula. Una historia absurda.

Regreso por las gigantescas y cegadoras calles de Hong Kong.

Como una manzana.

Subo dos entradas.

Me dispongo a correr.

El significado de la vida. El significado de las imágenes (jueves 6 de noviembre, amanecer del viernes)


No ha habido suerte. Me ha vuelto a pasar. El sueño hoy no me ha acompañado. Durante la noche veo en internet el último programa de El Intermedio. Creo que me mejora el ánimo más que el hipérico o la venlafaxina.

Sobre las 8 me levanto de no dormir y respondo a una oferta de empleo que me habían enviado por correo electrónico hace una semana. Sería para trabajar como traductor técnico para una multinacional electrónica en Pune, la India. Sería una ironía del destino un poco excesiva que acabara trabajando en la India. En cualquier caso, como comentan la posibilidad de invitarte a la entrevista, me digo que por qué no, que estaría bien conocer, pese a todo, la India y que, dado mi estado, al menos que fuera gratis.

Actualizo también un poco mi curriculum para copiarlo en la memoria flash que compré la noche anterior en mi paseo por King’s Road. Tengo intención de pasarme por fin por el consulado para hablar con la mujer de la que me hablaron el domingo la pareja española, e incluso entregar mi curriculum personalmente en alguna escuela de idiomas.

Me ducho, me afeito, desayuno.

Cuando, ya a la 1 me dispongo a salir, compruebo con cierta tranquilidad que la chica de la limpieza me trae mi ropa de la lavandería. Como sólo habla chino no consigo entender el extraño sistema por el que tardan una semana en devolvértela. Poco antes de salir, recibo un correo de la empresa de la India con un texto para traducir para el día siguiente.

Doy el típico rodeo que doy siempre para encontrar algunos de los pequeños y escasos contenedores de plástico, metal y papel y cartón que me permiten tener la ilusión de que reciclo parte de mis deshechos. Imprimo algunas copias de mi curriculum en la biblioteca. Empiezo a sentirme cansado para ir hasta el Consulado en Admiralty. Doy un par de vueltas. Compro patas de calamar rebozadas en el puesto de Times Square. Unas patatas fritas pequeñas en el Macdonald’s. Tres manzanas en la tienda de mi edificio. Me acuesto.

A las 9 y 30 estoy cenando en el Maxim’s. Me he comprado un bote de perlas de ajo, aunque en estos momentos tal vez sólo mi cerebro necesita una buena circulación de entre todas las partes de mi cuerpo.

Los anuncios en los edificios de Hong Kong poseen cierta fascinante belleza. En la noche, dentro de su artificialidad, resultan unas bellas, enormes y tristes metáforas de lo inalcanzable. De lo que no alcanzo.

Una hermosa joven china de marcadas curvas espera tras de mí mientras espero con una caja de botes de Pepsi en la cola del wellcome 24 horas.

Veo El Intermedio. Una empresaria japonesa concierta una cita conmigo el sábado por la tarde. Por la noche tengo otra con una china periodista. Creo que nunca en mi vida he tenido tanto aparente éxito.

Duermo. No duermo. Me despierto. Subo algunas entradas. Hago la traducción para la empresa de la India, pero…

¿Cuál es el significado de todo? ¿Cuál es el significado de todo esto? ¿Qué tienen que ver el amor y el sexo con lo que he vivido? ¿Qué tiene que ver la vida con lo que estoy viviendo? ¿Podría ser feliz en la India traduciendo este tipo de textos? ¿Qué tiene que ver todo esto con mis deseos, con mis planes?

Compruebo que he mando la traducción con un error (si hay más no los veo). Me echo minoxidil. Tomo zumo de naranja, glutamina y epilobio. Lavo a mano mis camisetas negras y mis boxers. Subo esta entrada a las 8 de la mañana.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Document Translation (jueves 6 de noviembre, amanecer del 7)

Compara ofertas y puntuaciones de los campos de las ofertas en una RFQ (Solicitud de presupuesto)

Después de recibir ofertas en una RFQ (Solicitud de presupuesto), puede ser útil comparar las ofertas antes de proyectar mejoras en ellas. Emptoris 5 le permite hacer una profunda comparación de ofertas. Esta utilidad le permite evaluar rápidamente las ofertas sobre la base del precio por unidad, coste fijo y otros valores de cualquier campo de la oferta que haya definido en cada una de ellas. Puede utilizar esta utilidad para eliminar ofertas que no casan con sus requerimientos iniciales mínimos.

Para comparar ofertas y puntuaciones de los campos de la oferta:

1. Entre como el usuario responsable de la RFQ
2. En el menú RFx(s) (solicitud de información de oferta), haga click en Gestión de RFx(s). Emptoris muestra la ventana Vista y Gestión de RFx(s)3. Seleccione la RFQ donde quiera comparar ofertas. Haga click en el nombre de la RFQ bajo la columna Nombre RFx. Haga click en la casillas Monitor si es necesario.
4. Haga click en la carpeta a la izquierda del objeto cuyas ofertas desea comparar. Emptoris 5 muestra las ofertas válidas hechas para el objeto bajo el título Ofertas Válidas
5. Haga click en las ofertas que desee comparar
6. Haga click en el botón Comparar Ofertas. Emptoris 5 muestra el diálogo Comparación de Ofertas
7. Usted puede examinar las diferentes ofertas y los diferentes valores asignados a los diferentes campos de la oferta. Puede también asignar valores a cada campo de la oferta para comparar las puntuaciones de los campos de la ofertas evaluados. Por defecto, al Precio Por unidad (PPU) se le asigna un valor de 100. Si hay más campos de la oferta definidos, usted puede asignar un valor diferente a cada uno de ellos. Note en cualquier caso, que la suma de todos los valores será siempre 100.

Por ejemplo, suponga que los campos de la oferta Color y Tamaño están definidos en adición al Precio Por Unidad. Si asigna un valor a Color de 30, y un valor a la Talla de 20, el sistema automáticamente ajusta el valor de Precio Por Unidad a 50. Si lo desea, usted puede ignorar el precio en su totalidad asignando a Talla y Color los valores de 40 y 60 o cualquier otra combinación que sume más de 100.
Cada valor es, por supuesto, aplicado en relación a la puntuación otorgada al valor del campo de la oferta.

Continuando con el ejemplo anterior, si la puntuación otorgada a Talla es de 40 y la puntuación otorgada a Color de 80, entonces el total de la Puntuación Evaluada sería (.4X40)+(.6X80) ó 16+48 ó 64.

¿El destino en Hong Kong Magazine? (jueves 6 de noviembre)


En el número del pasado viernes de la Hong Kong Magazine que recogí el lunes en el restaurante australiano, la predicción de mi horóscopo decía:

ARIES (Mar 21-Apr 19): What perplexing defeat was inflicted on you once upon a time—a defeat that you still can’t figure out how to rise above? What painful memory continues to lurk at the edges of your awareness, taunting you with its implication that you’ll never be whole? This is the time and this is the place, Aries, to solve a riddle like that so that you can move on to the next chapter of your life. You will get unexpected help and inspiration if you make it your intention to heal what has been hard to heal. Halloween costume suggestion: a doctor or nurse wearing a sign that says, “Physician, heal thyself.”

Es siempre el recurso más fácil recurrir al pensamiento mágico cuando el resto de pensamientos no parecen ayudarte, a un pensamiento mágico inexistente de un horóscopo incompleto al que le falta un signo, descubierto y obviado para no transformar una tradición de siglos (como todas las tradiciones, como todas las religiones), pero estaría bien que, además de haber acertado por casualidad con mi pasado, acierte también con respecto al futuro.

Caminando por King’s Road (miércoles 5 de noviembre, madrugada del 6)

 

   Todo es de nuevo igual un día más en Hong Kong. No he podido dormirme hasta que ya era de día. Todo un poco lo de siempre una noche más en Hong Kong.

Cuando me despierto sobre las 4 de la tarde, desayuno y vuelvo a acostarme. Ni si quiera la noticia de la victoria de Obama consigue modificar en exceso mi ánimo. Otra vez el pasado, en imágenes borrosas y repetidas que repiten en mí sentimientos borrosos.

Vuelvo a levantarme a las 8. La Capitana de Nueva Jersey me ha mandado un correo electrónico avisándome de una reunión de la Sociedad Hispánica en el Soho, pero no tengo fuerzas ni ganas.

 

Cuando salgo de casa son casi las 10. Ya no quedan muchos sitios para cenar. Camino por King’s Road y voy superando sus estaciones de metro: Tin Hau, Fortress Hill, North point, Qarry Bay, Tai Koo, Sai Wan Ho, Shau Kei Wan...

Rascacielos, centros comerciales, edificios inverosímiles.

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Ceno una vez más en un MacDonalds 24 horas.

Según camino hacia el este, cada vez se ven menos caras occidentales.

Parejas cenando en restaurantes.

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Un anciano apunta los datos bursátiles que aparecen en una pantalla en su libreta.

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Un joven con maletín parece haberse quedado dormido en una especie de parque.

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Una mujer cocina algo en un puesto en la calle.

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Rascacielos, edificios inverosímiles.

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La noche avanza y cada vez se ven menos caras.

 

Después de atravesar una pasarela, veo una pequeña tienda  cerrada con un televisor encendido. En él, MacCain parece estar reconociendo su derrota ante sus compungidos seguidores.

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Casi dos horas después, cuando parece que King’s Road ha acabado, me monto en un tranvía en una calle sin salida. Hago la vuelta haciendo fotos desde su piso superior.

 

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Afortunadamente, el mundo sigue sin mí. MacCain in Hong Kong (miércoles 5 de noviembre, madrugada del jueves)


Sí, afortunadamente el mundo sigue sin mí. En otros momentos, hoy habría sido un día divertido. Incluso levemente feliz. En otros momentos, hoy habría hablado de las elecciones estadounidenses con unas cuantas personas. Y habría estado bien.

No es el momento, ni la ocasión, ni el lugar. Pero pese a todo, afortunadamente, el mundo sigue sin mí. Pese a mí. Y no deja de ser positivo que Obama haya ganado las elecciones. Pese a mi estado de ánimo, pese a mi mirada vidriosa, pese a mi egocentrismo, no deja de ser un hecho relevante, sí, positivo seguramente para el mundo entero, que haya ganado el mejor de los candidatos.

Sólo espero que nade piense que es un nuevo Cristo. Que viene a solucionar los problemas del mundo. Incluso los de una raza. Porque luego la cosas son mucho más complejas. El mundo es muy complejo.

Simplemente, alegrémonos de que haya ganado el candidato más inteligente, el que tiene la mirada más global y abierta hacia el mundo, el más progresista. Y no nos desilusionemos en exceso, lo dice un experto, si las cosas no son exactamente como esperábamos. Si las cosas son, inevitablemente, imperfectas.

Caminando de madrugada por el extremo oriental de King’s Road veo una tienda con las luces y un televisor encendidos. En su pantalla, MacCain parece reconocer su derrota. Es una buena metáfora. Esperemos que sea la derrota de tantas cosas.

martes, 4 de noviembre de 2008

Alicia in Tsim Sha Tsui (martes 4 de noviembre, amanecer del miércoles)


Llego a mi habitación y, después de conectarme algunos minutos, no puedo evitar quedarme dormido sobre la cama con la luz encendida.

El martes, una vez más, vuelvo a despertarme idiota, todo lo ya contado decenas de veces de nuevo. Desayuno y vuelvo a acostarme.

A las 5 decido o tengo fuerzas ya para levantarme. Recibo un mensaje en el móvil de Alicia, la Capitana de Nueva Jersey, para la cena que el sábado postergué. También recibo un mensaje de la chica coreana preguntándome cómo me va.

Hemos quedado a las 8 en la parada de metro de Tsim Sha Tsui, en la provincia de Kowloon. Después de retrasar, como es costumbre en un superhéroe como yo, la cita media hora, me doy cuenta de que faltan 15 minutos y acabo de llegar al metro. Por fortuna, Tsim Sha Tsui está mucho más cerca de lo que esperaba. En diez minutos, y tras hacer escala en Admiralty, estoy allí.

Mientras espero a que llegue Alicia, camino por las calles próximas a la parada. Compruebo que hay más tiendas indias, que está junto a las famosas Chungking Mansions, que los precios son más bajos que en Causeway bay.
Alicia ha pensado que la Knutsford Terrace puede ser un buen lugar. Tras pasar frente a una hermosa mezquita, llegamos. Como tantas otras partes en Hong Kong, la Knutsterrace es un área al aire libre repleta de restaurantes internacionales en la segunda planta de un edificio. Como ninguno de los dos ha estado allí nunca, le propongo a la Capitana de Nueva Jersey que escoja el restaurante. Finalmente, opta por un australiano.

La Capitana de Nueva Jersey es una chica de apariencia dulce que cena con un whisky con soda y se dice escritora. Trabaja en una especie de escuela de formación profesional como asistente para que sus alumnos practiquen el inglés. Me dice que tengo buen gusto tras ver la música que llevo en mi ipod. Hablamos de Hong Kong, Estados Unidos, Europa, España. Un poco de nuestras vidas. De alcohol y drogas. También de religión. De cómo ella es espiritual y su abuela le impuso las manos. De mujeres negras gritando en el suelo de iglesias baptistas. Creo que se toma a bien mis comentarios humorísticos sobre la neurosis y la histeria. Después de cenar, nos despedimos en la estación de metro.

En mi habitación, por más que lo intento, no consigo dormir. El hipérico, la valeriana, incluso el Dorken de 5mg que tengo (que tengo desde hace tiempo, por motivos absurdos, para ocasiones mejores) e intentaba no tomar, no parecen dar resultado. Todo lo contado ya docenas de veces, vuelve de nuevo.

El martes, después de dormirme al amanecer, me levanto a las 4. Apenas tomo el hipérico con agua, un zumo, pharmaton, extracto de semilla de uva, paracetamol, y vuelvo a acostarme.

Me levanto de nuevo a las 8. Leo parte del libro “Si no lo creo, no lo veo” de Xavier Guix. Me ducho. Camino por la calles de Hong Kong. Ceno otra vez en un MacDonald’s rodeado de adolescentes chinos. Compro leche fresca, almendras, dos plátanos y aperitivos de maíz en el wellcome 24 horas. Regreso a mi habitación. Un hombre con el tatuaje de un guerrero en la espalda cena en un banco en el pasaje que lleva a mi portal.

Navego por Internet. Leo los periódicos. Algo más del libro de Xavier Guix.

Subo esta entrada a las 6 y 45 de la mañana.

Falsas apariencias (martes 4 de noviembre)

Cualquier persona que me vea andando con los auriculares de mi ipod por las calles de Hong Kong puede pensar que soy un occidental de turismo o descansando del trabajo en un banco o una multinacional.

Cualquiera de las personas que me ve pagando una cena acompañado de una joven negra de Estados Unidos, o de paseo por un mercado en Discovery Bay con una joven y atractiva china, puede pensar que soy un joven occidental sin problemas de recursos disfrutando de mi juventud.

Cualquiera de las mujeres que estoy conociendo, una joven música, una joven coreana de clase media, una joven norteamericana, una inglesa que tal vez aún no se ha dado cuenta de que esto ya no es una colonia, una joven y atractiva china diseñadora de ropa, una hispano norteamericana que se dedica recomendar qué polígono o rascacielos es el más adecuado para su corporación cliente, cualquiera de ellas, cuando me ven hablar con desparpajo, sonreír sin aparente esfuerzo, pensará que soy un joven, aunque ya no tanto, aventurero, un español que vive y disfruta de la vida, que viaja en una placentera experiencia vital.

Ninguna de estas personas, ninguna de estas mujeres pensará, seguramente, que soy un no tan joven desempleado español en una ciudad asiática con menos de 300€ prestados en su cuenta; que hay noches que el insomnio sólo me deja dormir a la llegada del amanecer; que hay veces que hago listas mentales de los motivos para seguir o desistir de instarlo, para permanecer, llanamente, en esta misma existencia; que me siento aún desamparado y desengañado en mis, posiblemente infantiles, ideas y creencias; que vivo atrapado por las imágenes y esperanzas de un pasado ridículo y absurdo que aún no dejan ni a mi cuerpo ni a mi mente disfrutar de la vida. Vivir.

Aunque, tal vez, seguramente, cuando camino soliario por las calles de Hong Kong con mi ipod, como con una joven en un restaurante, hablo con desparpajo o sonrío sin aparente esfuerzo, entonces, tal vez, seguramente, algo vidrioso se atisba en mi mirada.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Lluvia en Hong Kong (lunes 3 de noviembre)


A las 10 de la mañana la lluvia golpea la caja del aire acondicionado.

Desayuno un vaso de agua con hipérico, pharmaton, paracetamol, extracto de semilla de uva, leche con cadbury y cereales.

Subo alguna entrada.

No puedo evitar volver a la cama.

Tal vez, no llueve sólo en Hong Kong.

Andrea in Soho (domingo 2 de noviembre)

Pese a que está al lado, no consigo llegar en media hora al bar en el que he quedado con la chica hispana. El Soho sigue siendo un laberinto para mi sentido nada arácnido de la orientación, si es que las arañas tienen buen sentido de la orientación….

Andrea está ya esperándome en el Staunton Wine Bar. Aunque, al menos, está vez he conseguido llegar.

Andrea chilena muy simpática que se dedica al sector “bienes raíces”, como consultora de grandes corporaciones y bancos que quieren comprar o vender polígonos, rascacielos, centros comerciales… La familia de Andrea emigró a los Estados Unidos ya antes del golpe, porque su padre pensaba que con Allende no se podía hacer nada. Tienen todos la nacionalidad estadounidense.

Andrea parece una chica inteligente, aunque centrista. Cree que muchas veces la economía no tiene nada que ver con la política. Es católica porque es su cultura, aunque apoya en el aborto. No le disgustaron dos discursos que oyó de Aznar en América (esto es aún más sorprendente). Pese a todo, apoya a Bachelet y, a diferencia de sus padres, siempre ha votado demócrata. En estas elecciones, curiosamente, por fortuna, todos votarán a Obama.

Aun con nuestras diferencias, es agradable hablar con la Capitana Financiera. Y, como yo, es también una seguidora de la serie Roma.

Después de hablar de todas estas cosas, de Estados Unidos y Hong Kong, de los británicos aquí y los chinos, del mandarín y el cantonés, después de dos cocacolas por mi parte y dos proseccos por la suya, nos despedimos en la calle. Me dice que la avise la próxima vez que vaya al cine.

Vuelvo a parar en el sótano que MacDonald’s tiene en Queen’s Road.

Compro zumo de naranja y plátanos en el wellcome 24 horas.

Subo alguna entrada.

Me quedo dormido sobre la cama con la luz encendida.

Queenie in Discovery Bay (domingo 2 de noviembre)


A las 12 de la mañana, apenas he dormido cuatro horas. Desayuno. Me ducho. Cojo el metro. En la estación de Central un australiano gay me indica cómo llegar hasta el “pier” número 3 del muelle.

Son las dos y diez de la tarde. Queenie me ha enviado un mensaje indicándome que lleva puesta una blusa gris. Es cierto. Lleva una blusa gris sobre una camiseta de tirantes, unos vaqueros ajustados, unos zapatos marrones, unos pendientes y un colgante. Queenie es una chica alta, delgada y bastante atractiva de 26 años, que habla inglés con un fuerte acento chino. Posiblemente tan fuerte como mi acento español.

Queenie es diseñadora de moda. Ha estudiado en la Escuela de Diseño de Moda de Londres y trabajado algunos meses en Milán. Pero Queenie también ha conocido lo que es una gran empresa de la moda europea, que en su estancia en Milán fue incapaz de hacerle un contrato legal y dejar de pagarle en negro. Queenie trabaja ahora en Kowloon. Trabaja en una empresa que diseña ropa y la vende más tarde a empresas occidentales. La dirige un alemán, y su jefa directa es una inglesa con menos formación que ella y que no habla chino, pero que la reprende por intentar aprender aún italiano cuando su inglés no es perfecto y que cobra el doble.

Queenie me cuenta estas cosas mientras vamos a Discovery Bay en Ferry, mientras vemos un pequeño y absurdo mercadillo montado sobre todo por expatriados occidentales, mientras estamos senados frente a la playa, mientras comemos en una restaurante occidental, en el que también se sirve paella, llamado Heminways’s.

Discovery Bay es una especie de barrio residencial en una isla de Hong Kong, construido por una familia de negocios y que estuvo a punto de caer en manos de banqueros rusos antes de que el Gobierno de Hong Kong consiguiera otra familia de negocios. En el mercadillo conozco a una pareja española de Barcelona que vende jamón ibérico (como me corrigen cuando digo serrano). Son una pareja joven que vive allí con sus dos hijos. Ella tiene una empresa de comercio, él trabaja en el sector textil. Ella me da su tarjeta y el nombre de una mujer en el Consulado Español que tal vez me pueda ayudar a encontrar algún trabajo como profesor de español. Él me recomienda vivir en la isla si soy soltero y no tengo novia.

En Discovery Bay, la Capitana Dieñadora y yo, hablamos de lo que es China y lo que es Europa, del mundo. Hablamos de la familia en China y España. De igualdad de géneros. Del capitalismo. Del colonialismo occidental que aún pervive en Hong Kong. De la posibilidad de seguir viajando. Conocer Beijing, Shangai, la India, Nueva York. De lo que es tener 26 y 30 años. Ser hombre y ser mujer.

Es un día agradable.

Regresamos a Central a las 8 de la tarde. Nos despedimos en el metro. Nos damos dos besos. Me dice que la avise si necesito ayuda con cualquier cosa.

Shirley y Kareen in Sevva (sábado 1 de noviembre)


Como ya he dicho, como cualquier cosa en la vida, todo depende de la manera en que se vive. O se cuenta.

Cualquier persona contaría lo que estoy viviendo de otra manera. O no lo viviría. No se habría dado la oportunidad de vivirlo, habría escogido otras opciones, cometido otros errores.

Cualquier otra persona narraría, tal vez, de manera más positiva y optimista lo que estoy haciendo en Hong Kong; conocer otra cultura y otra ciudad. Conocer otras personas.

Cuando me despierto a las 5 de la tarde, tengo tres mensajes en el móvil. Shirley, la Capitana Música, me invita a cenar en el Soho con una amiga. Alicia, la chica de Nueva Jersey me ofrece también cenar con ella. Una chica a la que aún no conozco me concreta la hora a la quedaremos en Central para ir a una especie de mercado en Discovery Bay.

Opto por la Capitana música y su amiga. En otros momentos, en otras circunstancias, habría intentado compatibilizarlo todo e invitar a la chica de Nueva Jersey, pero son otros tiempos y otras circunstancias, y apenas las conozco aún a cualquiera de ellas. Sugiero aplazar la cena al lunes a la Capitana de Nueva Jersey.

Me arreglo un poco con mis nuevas zapatillas Nike grises, mi nuevos vaqueros ajustados del H&M, una camisa de Zara y mi americana de Adolfo Domínguez. Aunque no sé si es necesario, teniendo en cuenta que, en Central, después de salir del metro entre las tiendas de Louis Vuitton y Prada, vuelvo a llegar tarde y sudoroso a la escalera mecánica del Soho.

La Capitana Música me saluda desde la ventana de su estudio. Baja con un chico y se despide con la mano, incluso fríamente, de él. Al poco llega su amiga.

Cenamos en un restaurante tailandés de mesas y lámparas blancas sin barnizar y un estrecho pasillo en el que se mueven con dificultad sus camarer@s. Kareen, la amiga de la Capitana Música, es una chica taiwanesa muy simpática que trabaja en una empresa de chips y memorias para ordenadores. Habla en un inglés perfecto después de cinco años en Londres.

Hablamos sobre España, Hong Kong, Europa. Como siempre, como toda la gente que conozco en Hong Kong, me pregunta el porqué de mi viaje a Hong Kong. Como siempre, como a toda la gente que conozco en Hong Kong les intento responder con aire naturalidad y cierto aire de despreocupación lo que no estoy seguro que sea tan natural ni suponga tanta despreocupación. Pese a todo, me siento cómodo durante la cena.

Después de cenar, pasamos por Lan Kwai Fong, donde decenas de británicos intentar demostrar que Dionisos era en verdad un dios menor.

Acabamos en Sevva, un Club/Restaurante en la plata 25 de Prince’s Building. La clase alta occidental y oriental y tres invitados charlamos amigablemente en su terraza, pagando 12€ por cóctel, con los perfiles luminosos del Bank of China y el resto de los rascacielos de Hong Kong de fondo. Kareen y la Capitana Música hacen divertidos comentarios sobre el físico y el maquillaje de las coreanas. Yo comento divertido el éxito de las cremas hidratantes blanqueadoras entre las orientales. Hablamos de las diferencias fisonómicas entre las latitudes en la planta 25 de un rascacielos de Hong Kong.

Nos despedimos de la Capitana Música en el metro. Me despido de la Capitana Informática al llegar a mi parada.

Me dedico a redactar y subir entradas durante casi toda la noche.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Sasha Grey y la tristeza(sábado 1 de noviembre)



Hace unos días leí que Steven Soderbergh iba a contar con una actriz porno de 20 años como protagonista principal de su próxima película, que tratará sobre una prostituta de lujo.

Buscando en Internet un poco descubrí que hay más de 1600000 entradas con su nombre en Google. Más de 10000 imágenes.

Una postadolescente de 20 tiernos años que rodó su primera película (un dato en la industria del porno siempre tan dudoso) a los 18 años y que en estos dos años ha rodado más de 130 películas. Que gana un millón de dólares al año.

Una postadolescente de 20 ya no sé si tan tiernos años que se dice existencialista, admiradora de Sartre (del que sólo critica el que ocultara alguna de sus pasiones), Godard, Bertolucci… Que dice disfrutar con lo que hace en público y en su intimidad.

Y veo imágenes de ella participando en torrenciales bukkakes, bebiendo leche proveniente de lugares inimaginables, participando en películas como Anal Acrobats 3 de nombres sinceramente literales.

Y, sí, parece buena actriz. Frente a pobres películas porno en las que se aprecia que era en el último lugar en el que querrían haber estado sus protagonistas, que es algo que están intentando borrar de su mente sin poder hacerlo en el mismo momento enl que lo están haciendo, ella parece disfrutar en cada escena, gime, dice lo que todo hombre espera y/o desearía que le dijeran, lanza turbias miradas de placer a la cámara.

Pero no sé que pensará Soderbergh de todo ello. Ni siquiera sé lo que siente Sasha Grey con todo ello.

Es tan fácil, tan engañosamente fácil, pensar que esta preciosa mujer de 20 turbios años, con cierto parecido a Keira Knightley, disfruta haciendo lo que hace, lo hace por propio deseo, se siente bien cuando vuelve caminando sola a casa.

Es tan estúpidamente fácil pensar que es realidad la ficción, cuando muchas veces es ficción lo que creemos o hemos creído realidad. Tan fácil pensar, creernos y hacer siempre lo más fácil.

Una postadolescente de 20 complicados años que se ha hecho famosa y ha ganado premios por hacer lo que la gran mayoría de las mujeres, incluso en la industria del porno, se negaría y se niega a hacer, por ser una mujer preciosa que hace lo que cualquier hombre tal vez desea en sus sueños más perversos y ocultos. Sólo tal vez.

Actos que pueden ser hasta hermosos y placenteros en una pareja pero que, ante una cámara, entre desconocidos, para desconocidos, tal vez sean otra cosa, otra cosa que me producen una sensación ambivalente. Una sensación ambivalente que podría llamarse tristeza.

No soy un experto o gran consumidor de porno. Hace años tendría una opinión mucho más aparentemente liberal y desprejuiciada. Pero, ahora, seguramente por mi experiencia personal, por la experiencia que da saber que las personas y las cosas no son lo que parecen, que muchas veces, cuando más aparentan o intentan aparentar una cosa es para ocultar precisamente lo contrario, ahora no, ya no.

Estando todo, como lo está, relacionado con todo, afectándonos todo tanto como nos afecta, siendo la sexualidad la plasmación de tantas cosas, tal vez donde mostramos nuestro verdadeo ser, es acaso tan absurdo o masoquista preguntarse cómo es la vida de esta apenas mujer de 20 años, en qué piensa cuando está sola, cómo es su vida sentimental, cómo fue su vida hasta dedicarse a esto, cómo es su verdadera vida sexual, qué le hizo pensar que el mejor destino de su belleza era éste.

Con la misma sensación de tristeza que me produce ver la maravillosa película de Paul Thomas Anderson, Boogie Nights, sobre cierta realidad de la industria del porno; o ver cómo explican en entrevistas ingenuas actrices lo difícil que les resulta tener verdaderas y duraderas relaciones sentimentales o cómo contárselo a sus posibles o futuros hijos; con la misma sensación de tristeza, ya digo, veo escenas en las que Sasha Grey parece disfrutar tanto y estar tan segura de sí misma.

Tal vez sea la edad. O que me estoy haciendo un poco conservador. Pero también puede ser que esto no tenga nada que ver con el progresismo y que esté más cerca de la macdonalización capitalista de la intimidad, la felicidad y el sexo.

Puede que por todo ello, por mí mismo, me de un poco de pena pensar en Sasha Grey. Sienta cierta tristeza al ver porno.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Improductividad improductiva IV (sábado 1 de noviembre)


Me despierto a las 10 de la mañana. Desayuno un poco de hipérico, zumo de naranja, paracetamol, un comprimido de extracto de uva y pharmaton complex.

Leo un poco las noticias en Internet: las elecciones norteamericanas, la última película de Díaz Yanes (aún recuerdo la que me resulto conmovedora Alatriste en mis tiempos lejanos, engañosos y extraños), las opiniones reaccionarias de la reina de España (a lo mejor alguien aún pensaba que era troskista)…

Pero, como siempre, pese a todo, los cortocircuitos vuelven: los mismos pensamientos, sentimientos absurdos, sensaciones absurdas, las mismas personas.

Aún estoy paralizado. Sí. Aún no he liberado de esta miasma que se apoderó de mí hace año y medio, hace tres años, tal vez antes.

Aún recuerdo a la misma persona, a las mismas personas, los mismos hechos una y otra vez.

Aún dialogo conmigo mismo y con nadie.

Aún sigo en la misma situación de improductividad improductiva.

Y nunca he sabido tampoco con exactitud lo que era la productividad, ser productivo. Pero esta es otra cosa, sí. Otra cosa no especialmente gloriosa.

No creo que hayan sido mucho más productivos los creadores, vendedores, acumuladores de hipotecas basura. No. Ni los que fabrican un nuevo chip, una nueva carcasa, semejantes en un 99% al anterior para que haya un nuevo cliente que compre un nuevo chip, un nuevo ordenador. Ese perfume casi idéntico, ese bolso del que han cambiado el color.

Ni creo que fuera feliz fabricando vasos para el Macdonald’s, descuartizando pollos, poniendo tuercas, vendiendo seguros, por mucho que sean actos que hacen girar el mundo. Que hacen girar su supuesta rueda.

Y los momentos en los que he sido brevemente, falsamente, tal vez feliz, no han sido tampoco productivos. Tomar unas copas, charlar, escuchar una canción, luchar por alguna idea, ver una película, pasear con el perro, tocar una piel, besar unos labios, probar tal vez una nueva droga.

Tal vez sea sólo eso, no soy productivo. Las cosas que me dan que me han dado mínimamente la felicidad no son productivas. O no lo son en este mundo. O yo no consigo que lo sean.

Pero esta improductividad tampoco está consiguiendo que lo sea.

Leyendo las breves biografías de Tiziano y Rafael descubro que a mi edad ya habían hecho gran parte de su obra. Ya eran “maestros”. Rafael murió con apenas siete años más de los que yo tengo ahora. Y sí crearon algo, fueron productivos. Aunque fuera produciendo belleza por encargo para monarcas y nobles despóticos. Papas, aunque sea redundante decirlo, corruptos y avariciosos. Pero incluso así, publicitando a papas militares como Rafael, o siendo pintores de casi factorías industriales, como Tiziano, consiguieron crear belleza.

La mujer de Tiziano murió cuando él tenía unos cuarenta años y no se volvió a casar. Rafael murió enamorado.

No sé si es necesario, si ha sido necesario conocer y ser engañado por algunas personas, haber albergado ciertos sentimientos y deseos, mostrarme estúpido en mis creencias y mis actos, recorres el mundo como un payaso autómata, permanecer rígido, crédulo y engreído como un niño, haber tenido mala suerte o haberla provocado. No lo sé.

Pero sólo deseo que, haya sido o no necesario vivir el último año y medio, los últimos tres años, mis tristes e inmaduros treinta y un años, haya sido para algo, me sirva pronto para algo. Para aprender algo. Para hacer algo.

Y no necesito ser Rafael o Tiziano. Ni haber conquistado a mi edad casi todo el mundo como Alejandro Magno. Ni ser Jesucristo. Pero sí salir de esta estúpida improductividad improductiva.

Mandy in Wan Chai (viernes 31 de octubre)

Estoy de camino a Wan Chai. He quedado con Wendy, una chica inglesa que se define como divertida. He quedado a las ocho. Son las ocho y cuarto. Cuando llego junto a la cafetería donde hemos quedado, descubro que no es la cafetería. Descubro que estoy en North Fortress.

Estoy de camino a Wan Chai. A la salida del metro me encuentro con mi conocido filipino. Está tomando cervezas con un amigo en el suelo. Me invita a una. Le doy las gracias, pero le comento que he quedado y que llego ya tarde. Me indican cómo llegar a The Mess, el pub donde he quedado.

En The Mess sólo me parece ver occidentales. Mandy está con dos amigos, Symon, un suizo que, según la tarjeta que me da, trabaja para Ubs y otra chica cuyo nombre no recuerdo y que no acabo de saber si es la amante o la mujer de Symon, que está casado. Symon tendrá más o menos mi edad, es muy amistoso y me habla entusiasmado de Hong Kong. Todo le parece muy “convenient”. Se puede encontrar y hacer de todo. Pienso que todo es más “covenient” para un occidental que trabaja para UBS que para el chino o el filipino que te atiende en el supermercado 24 horas. La otra chica es más callada.

Mandy me lleva a una especie de fiesta de Halloween en Lan Kwai Fong. Es en un pub llamado The Linq. Apenas se puede caminar por las calles de Lan Kwai Fong. En The Linq casi todas las personas son occidentales. Suena Depeche Mode.

Mandy trabaja en el sector de las mudanzas. Recolocando a las empresas y expatriados extranjeros que viene a Hong Kong. Mandy lleva 11 años viviendo en Hong Kong, pero sus opiniones sobre los chinos, cuando le pregunto si ha quedado con alguno, son un tanto peculiares. Sobre cómo les huelen las manos a pescado. O cuando comenta que le gustan los hombres que pesen más que ella (y en mi caso no me atrevo a jurarlo). Curiosamente, según ella, los occidentales prefieren quedar con chinas. Pero sus opiniones sobre cómo les gustan los hombres con tarjetas de crédito a las chinas también son muy peculiares. Le comento que, en ese caso, y dada mi situación laboral, no voy a tener mucha suerte. En algunos momentos Mandy parece una persona inglesa de hace cien años viviendo en el Hong Kong de hace cien años.

Mandy quiere aprender español (ése parece el motivo de haber quedado conmigo) y, aunque creo que le parece, o me parece a mí, que nuestros caracteres, nuestros gustos y opiniones son muy relativamente compatibles, comenta la posibilidad de invitarme a cenar para practicar su español.

Superhéroe en paro (viernes 31 de octubre)

¿De verdad que no hace falta un superhéroe como yo?

Un superhéroe que lleva recordando, doliéndose y lamentándose por una relación absurda y su final; por todos los acontecimientos, circunstancias y personas que vinieron después.

Un superhéroe que, estos momentos, sólo sabe y puede escribir este blog absurdo. Escuchar música. Caminar, perderse y quedar con personas desconocidas en Hong Kong. Llegar tarde a todos los lugares y todas las citas.

¿De verdad que no hace falta un superhéroe como yo?

H&M en Queens Road (viernes 31 de octubre)


Mientras me pruebo vaqueros no me veo tan mal en los espejos del probador del H&M de Queens Road. El pelo, lamentablemente, está retrocediendo. Pero me parece apreciar algún abdominal, pese a que los últimos días no me he sentido con ganas de correr y hacer mis ejercicios. Tal vez sean la glutamina, la espirulina o los plátanos. No sé.

En el H&M de Queens Road todo está hecho en China.

Aunque cada vez tengo menos dinero (prestado) y aún no he encontrado trabajo me compro unos vaqueros ajustados por 249 dólares hongkoneses.

Desde que se llevaron mi ropa a la lavandería el jueves no la he vuelto a ver.

MacDonald’s en Queens Road (viernes 31 de octubre)

Estoy en uno de los Macdonald’s de Queens Road, en Central. En el subsuelo de Queens Road, en Central. Lo atienden un chico con obesidad mórbida, adolescentes, mujeres chinas y filipinas de minúscula estatura y más de cuarenta y cincuenta años. De igual manera que en muchas zonas de Illinois y Chicago sus clientes eran negros e hispanos, aquí la mayoría son filipinos.

Una vez más me pregunto cúantos pollos habrán despedazado para que pueda comerlos, de qué manera. Cuánto petróleo para el poliuretano, cuántos árboles para sus envases de cartón cuánto anhídrico carbónico para millones de litros de refresco.

El primer y último lunes de cada mes es el día sin pajitas para colaborar con la conservación del medioambiente.

Frente a mí se sienta una pareja de chicos occidentales. Tal vez sean modelos. Él es moreno, con las cejas seguramente cuidadas, delgado y musculoso. Él lleva una camiseta de tirantes, vaqueros y una gorra con la viera puesta del revés. Ella tiene una larga melena de color castaño, ojos claros, piel clara. Ella lleva una vestido rosa pálido de apariencia barata y que seguramente valga como toda la ropa que tengo en Hong Kong, sandalias romanas rosas. Él come una hamburguesa doble y patatas fritas, seguramente para darle proteínas y calorías a sus músculos. Ella unos nugets que apenas prueba mientras picotea alguna patata con desgana. Tienen pocos más de veinte años. Me parece escucharles hablar en francés mientras comemos rodeados de filipinos.

Entro en el baño más minúsculo de todos los MacDonald’s que he conocido.

A la salida intento hacer alguna foto a la extraña sensación que me produce ver cómo anochece hoy entre la multitud y las tiendas y rascacielos de Queens Road. Se me ha acabado la batería de la cámara. Añadiré la foto más tarde. Por desgracia o fortuna es muy fácil manipular la apariencia de la realidad.