Ceno, como acostumbro, mi entrecot, con pollo a la vietnamita, patatas fritas, verduras a la plancha y cocacola , por 46 dólares, en mi ya habitual establecimiento de la misma cadena de comida rápida china.
Camino por las calles siempre llenas de Hong Kong. Compro el “Sunday Morning Post”.
A las diez de la noche entro en los UA Cinemas de Times Square a ver “Body of lies”. Salvo en dos excepciones, nunca he podido evitar ver las películas de Ridley Scott. Pese que sus últimas películas no hayan sido las obras maestras que dirigió al principio. Ésta, a la espera de su próxima película de ciencia-ficción, resulta interesante. Visualmente magnífica. Aunque el héroe se salve. Eran mucho más sabios y realistas los griegos.
Al menos, como acostumbra, el cine activa y reanima mi mente.
A la salida el cine, las luces de neón iluminan las calles.
El agua de la calle se pierde en una alcantarilla junto a un andamio de bambú.
El escaparate de la tienda de Loewe señala con un falso ocre el otoño.
La última “e” de Mercedes-Benz parpadea en un falso azul.
El seveneleven de mi calle sigue abierto.
Atravieso el pasadizo de mi edificio.
Bebo una Pepsi.
Chateo con una chica china.
Cuelgo esta entrada antes de correr alrededor del Estadio cuando son las dos y media de la madrugada en Hong Kong
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