viernes, 19 de octubre de 2007

Cómo volverse loco buscando psiquiatra en Chicago (jueves 18 de octubre, ya viernes 19)

Son las 4:45 de la mañana. Me levanto, Anoche lloré de nuevo. Desayuno leche con cacao, zumo de naranja con lorazepan. No he preparado lo que le tengo que entregar/decir a mi directora sobre la evaluación del viernes.

Llueve. No encuentro el paraguas. No puedo salir de casa. Soy incapaz. Llamo a mi compañera española para que me proporcione el número al que hay que llamar antes de las 6 cuando se está enfermo. Dejo un mensaje en su contestador. Mando un mensaje a mi mentora. Mando un mensaje a una amiga en España para intentar hablar con ella. Me encuentro a un amigo en el Messenger. Intercambio unas líneas con mi amigo. Me llaman de casa. Duermo unas horas. Hablo con mi amiga. Mi coche está en la estación de Waukegan. Supongo que ya tengo otra multa.

Necesito algo un poco más potente que el lorazepan. Con mi seguro médico, que aún no entiendo bien, se supone que puedo escoger el médico especialista que quiera de la lista que me facilita. Hasta los primeros 500$ no estoy seguro si tengo que pagar el 20% o viceversa.

En internet puedo ver algo así como una lista de 200 psiquiatras y 20 hospitales a los que, hipotéticamente, puedo acudir. Intento obtener alguna información de ellos. No es muy fácil. Apunto más de una docena de nombres y teléfonos.

Son las 2 de la tarde. Llevo más de dos horas llamando. He dejado más de diez mensajes en contestadores. Ha escuchado más de diez melodías. He hablado con más de diez personas de diferentes hospitales.

Más de tres meses de lista de espera. La próxima semana. Una evaluación en menos de media hora y, entonces, la próxima semana, que si pienso en suicidarme... El Hospital de la Universidad de Chicago, de la Universidad de Illinois, el Monte Sinaí…

A las 14:30 me llama una psiquiatra de la que vi su foto en internet y con más de treinta años de experiencia. Han cancelado una cita y tiene un hueco. Me parece bien, y es la única opción. Tengo que estar allí a las 3… le digo que cogeré un taxi.

Voy hasta la Western.. No consigo que mi tarjeta funciones en la Blueline. Busco un taxi. A los diez minutos consigo uno. Llego a la consulta de la psiquiatra, en North Michigan, en todo el centro de Chicago, a las 15:15. Entro en el rascacielos. Subo hasta la décima planta.

La consulta parece agradable. El suelo está enmoquetado. El aire acondicionado, como acostumbra, quizás demasiado fuerte. Se ve Chicago desde las ventanas.

La psiquiatra tiene más de cincuenta años. Me dice que si no encuentro la palabra puedo hablar en español, que lo entiende. Tiene el pelo largo y algo canoso. Parece una mujer soltera posthippie de los setenta. Lleva playeros.

Me pregunta por mi seguro. No está segura de estar incluida. Si no, la primera consulta son 200$. Llama a atención al cliente de mi tarjeta. Un servicio automático, melodías, demasiado lento, demasiado tarde, sólo tenemos media hora. Me dice que si prefiero esperar al martes para asegurarnos/asegurarme. Le digo que no, que empecemos, que ya se verá todo.

Me veo un a vez más contando mi vida a una desconocida (al menos en este caso se supone que de manera profesional), en un rascacielos de Chicago. Hablo más de la otra persona, de la otra vida que de mí, que de mi vida (de esto me doy cuenta más tarde).

El tiempo pasa. Ella mira al reloj. Tiene otra cita. Le pregunto si no podría recetarme algo. Me contesta que es demasiado pronto. Que tiene que hacerme más preguntas. Que si he pensado en suicidarme. Le digo que no, pero que necesitaría algo, algo que no me sedara (tengo que madrugar, trabajar…), aunque no sea muy fuerte. No hay manera. Tengo otra cita el martes a las 5 de la tarde. Mientras comprobaré/comprobaremos lo del seguro…

Salgo de la consulta. No he avanzado mucho, la verdad. Aunque me siento un poco mejor. Camino por entre los rascacielos del centro de Chicago. Entro en una tienda de ropa. No puedo evitar mirar dos vestidos de la talla pequeña… Me compro dos boxers. Me hacen la tarjeta de la tienda.

Busco la blueline. De repente, comienza a granizar con fuerza. Son sólo unos minutos. Una mujer me dice algo a mi lado. Hago un comentario sobre el “Global Warming”. Está de acuerdo. Es polaca, aunque lleva aquí desde los cinco años. Ha viajado por toda Europa, por casi todo el mundo… No es nada atractiva, pero es muy agradable. Ahora no puede viajar. Su padre tiene cáncer. Me acompaña a la parada del metro. Me habla de Chicago (la mejor época es el verano, este maldito verano que parece no acabar nunca). Me pregunta por mi vida en Chicago. Nos despedimos.

Llego a mi apartamento.

Respondo al mensaje que me ha mandado mi amiga al móvil español.

Anulo una cita con un chico gay e hispano, que ha vivido varios años en Madrid, que me iba a enseñar no sé qué zona de Chicago.

Hablo con mi madre.

Escucho el nuevo disco de Radiohead que ayer me descargué de internet (han roto el contrato con su antigua compañía y dejan que te lo descargues por el precio que decidas más 45 peniques de la transacción. Pago 2,5 libras. Más tarde seguramente me compraré por otras 40 el lote físico).

Contacto con una chica a través del Chicago Reader. Con otras personas a través de otros medios.

Mañana (hoy) tendré seguramente la evaluación. Deberé dar alguna explicación de por qué no acudí (hoy) ayer. Es ya, en estos momentos, la 01:10 de la mañana.

Casi una semana (jueves 18 de octubre)

Casi una semana.

Qué decir.

Conocí un bar que parecía de la película “Uno de los Nuestros” con un cartel de la película “Uno de los Nuestros”.

6$ por una copa. Viejos camareros que no piden el ID.

¿Entreponerme? ¿Anteponerme? Entre los “chicagoans” del lugar, con alguna cerveza/copa de más y el grupo de compañeras españolas de Carpentersville con las que estaba (y sobre todo su atractiva compañera puertorriqueña).

Regresar a las 2 de la mañana a casa.

Conseguir por fin el lunes mi número de la seguridad social borrado accidentalmente por la mujer de 50 años, más o menos, “en prácticas”, que me lo hizo la primera vez hace tres meses.

Comprobar que para las autoridades/administraciones de Estados Unidos tengo cuatro nombres diferentes, con mis apellidos ubicados/seleccionados de cuatro formas diferentes.

Hablar con mi compañero de Wicker Park sobre mi vida y la suya (su relación con el director del museo de arte contemporáneo más famoso de Castilla y León). Es psicólogo y me recomienda, como ya sospechaba, un psiquiatra si quiero que me receten algo. Entiendo algunos de sus consejos. Entiendo algo más de mi vida cuando me habla de la suya. Las otras personas, no tanto nosotros, parecen tener perfiles similares.

Estar muy cansado.

Seguir triste.

Llorar a veces.

Saber que el viernes la directora me hará mi primera evaluación.

No poder ir al trabajo el jueves.