jueves, 23 de octubre de 2008

KFC (jueves 23 de octubre, madrugada del 24)


Nuca pensé que acabaría aquí. Después de siete veranos en Edimburgo y seis meses en Illinois evitándolo, aquí estoy. Estoy comiendo en un KFC en el Windsor House. Estoy comiendo dos pedazos grasientos de pollo frito y unas patatas mal peladas y cortadas con un guante de plástico. Pienso en cuántos pollos deben de ser descuartizados al día para todas las cadenas de comida rápida. Cuanto petróleo debe ser gastado para todo el plástico y el poliuretano. Cuánta agua y anhídrido carbónico para sus refrescos.

En el HMV hay una chica occidental muy guapa con melena larga castaña y gorra con visera. Tengo sueño. Al final me acosté a las 7 de la mañana después de subir la última entrada de este blog. A las 12 me levanto al oír el ruido de la chica de la limpieza filipina. Me tomo un vaso de agua con hipérico, un zumo de naranja y un plátano con algunos comprimidos y vitaminas,me ducho y salgo del apartamento. Me paso por el HMV. Entro al Windsor House.

Un chico con síndrome de Down limpia las mesas del KFC de la planta baja Windsor House. El Windsor House es un pulcro centro comercial de tiendas en tonos claros.

Cuando regreso a mi apartamento la chica de la limpieza filipina está limpiando la habitación de al lado. Me lavo la boca y me voy a hacer tiempo a la biblioteca.

Mientras espero a que devuelva El País un desconocido al que no llego a ver, leo en la edición norteamericana de Men’s Health que los últimos estudios demuestran que la venlafaxina y el prozac hacen poco más efecto que el azúcar. Ayer leí en Público que unos investigadores chinos han conseguido eliminar recuerdos traumáticos del cerebro de ratones.

La habitación ya está limpia. Llamo a mi madre al haber recibido varias llamadas desde ayer. Chateo con una china y una coreana. Intento eliminar de este blog el reproductor de Goear y cambiarlo por un más discreto Dewplayer, pero después de siete u ocho intentos me rindo.

Cuando la tristeza vuelve a apoderarse de mí, salgo. Camino por las calles de Hong Kong. Voy, como casi desde que llegué, con unos vaqueros que me piso y una camiseta de manga larga negra de Zara. Y mis viejas zapatillas Lacoste de piel, que compré hace dos años en Edimburgo, en una tienda de productos de temporadas anteriores, por 24€. Me doy cuenta que mis gafas valen más que toda la ropa que llevo. Ceno otra vez un poco de pollo y unas patatas fritas. Una chica pasea con su Collie miniatura. Otra chica se monta en un Mercedes SLK. Un Akita sale de un taller y me mira.

Redacto y subo esta entrada mientras escucho el último disco de Travis. Su primer single se llama Chinese Blues.

Dos semanas. Dos semanas más (miércoles 22 de octubre, amanecer del jueves)



Ya han pasado dos semanas desde que llegué a Hong Kong. Las cosas no han cambiado en exceso, sólo la geografía.

Difícilmente podría haber venido a un lugar más lejano del mundo, de mi mundo, mi anterior mundo. Pero los lugares los creamos nosotros, y yo aún no me he creado uno nuevo. Me siento como uno de esos mimos que intenta moverse mientras se lo impide a sí mismo con su mismo brazo.

En este cada vez más concurrido y menos privado diario comentan que escribo y vivo demasiado, demasiado deprisa. Y, sin embargo, desde hace años me siento paralizado, siento que vivo poco o no como me gustaría.

Un antiguo conocido de los tiempos de las batallas universitarias duda sobre dónde estás la complejidad. Puede ser, pero esté en el mundo o en mí mismo, el resultado es el mismo. No sé si importa.

Mientras, en estas dos semanas, los gobiernos de todo el mundo occidental comienzan a avalar y renacionalizar bancos. Y lo hacen como disculpándose, avalando a bancos que aún tienen beneficios. Comprando participaciones y deudas pidiendo perdón por intervenir. Quién iba imaginar hace tiempo que el FMI sugiriera que el Estado Español se hiciera dueño de parte de los bancos. Que en Estados Unidos el Gobierno Federal comprara e interviniera en empresas privadas. ¿No habíamos quedado que el capitalismo se regulaba solo? ¿No era anatema intervenir? ¿Lo mejor no era que desapareciera el Estado?

En España, el Gobierno propone que se cobre un mínimo de 47000€ para acceder a una vivienda de protección oficial.

El presidente del Banco Santander, Emilio Botín afirma, sin que en ningún momento se le note reírse, como cuando habla en inglés, que la crisis se debe a la avaricia de los bancos.

Al pobre Rajoy le sale todo mal. Le traicionan los navarros. Aznar hace de su primo y se ríe del cambio climático. Comete el error de dejar ver que no es un facha retrogrado. Y uno lo lamentaría por él si para gobernar no le importara dar la imagen de facha retrogrado, lanzar mensajes de facha retrogrado, proponer ideas de facha retrogrado. Así no deja de tener su gracia…

En mi lejana Castilla y León, su Gobierno Autonómico, el mismo que lleva más de dos décadas centrado fundamentalmente en que los jóvenes emigren y los viejos vayan desapareciendo lentamente en residencias privadas, ha decidido que también sobra entre un 10 y un 30% de los lobos. Con ellos van a ser menos indirectos y delicados. No van a tener residencias privadas.

Nada ha cambiado demasiado. En el mundo, en España, en Hong Kong.

Leo en el South China Morning Post que una empresa de venta de oro quiebra. Pero sus empleados están tranquilos. Les siguen pagando y siguen las ventas. Y así es. Las calles de Hong Kong están siempre llenas. Las personas hacen cola en los cajeros, entran y salen de las tiendas, abarrotan las mesas de sus restaurantes.

Nada ha cambiado demasiado. Vivo en parte con el dinero que obtuve de la venta de algunas acciones. Valían y valen menos de la mitad de lo que valieron. Pero no me importa, no es lo que más me importa en estos momentos. Cuado vivo sin trabajo y de préstamos.

Sólo espero poder despertarme totalmente de una maldita vez. Hacer que mis brazos no me paralicen ni se peleen. Vivir de verdad, aunque no sea demasiado ni demasiado deprisa. Construir un lugar nuevo. Aquí, en Hong Kong. En mi mente.

Mientras, en estas dos semanas, descubro un grupo de música nuevo, Vetusta Morla, al que tengo que oír más.

E intento que el último single del nuevo disco de Keane, un grupo tal vez sólo aceptable, me salve de las caídas de entrehoras. Intento que los coros de Spiralling me saquen de los pequeños pozos con una letra que podían haber escrito para mis cinco últimos años, para mis tres últimos años, para los ya casi últimos dos años.

Para estas dos semanas.