sábado, 18 de octubre de 2008

Hong Kong en Tranvía I (miércoles 15 de octubre)


Bajo de nuevo a Central pensando que debo volver al Soho... De día para conocerlo mejor. De noche, si hay suerte y surge la ocasión, para empezar a disfrutar un poco de Hong Kong y mi misma vida.

Hago cola detrás de un grupo de jóvenes y, sin saber exactamente adónde me llevará, me monto en un tranvía. Trabajadores que vuelven a sus casas, chinos con traje y chinas con vestidos, inmigrante filipinas, dos chicas occidentales. En el primer piso apenas hay espacio. Subo al segundo. La noche de Hong Kong se cruza ante mis ojos, frente a mi frente agachada y mi cuerpo, que parece por momentos grande en este tranvía.

Sí. Por momentos, por unos instantes, durante unos minutos, mientras el aire me da en la cara y autobuses y tranvías se cruzan ante mis ojos en la noche de Hong Kong, siento un poco recuperar un poco la libertad, con menos peso en el pesado, absurdo y estúpido saco que arrastro en mi interior desde hace más de dos años. Por momentos, por unos instantes, durante unos minutos, siento que Hong Kong puede ser un lugar agradable en el que vivir durante un tiempo. En el que conocer gente nueva y olvidar. O recordar sólo la enfermedad estando ya curado. Sin recordar el dolor.

Es hermoso atravesar la noche de Hong Kong en tranvía. Momentos, instantes, minutos de placer que permiten la soledad y 20 céntimos.

Soho I (miércoles 15 de octubre)


Me paso toda la mañana esperando tener internet. Llamo a la oficina. Me llama el filipino. En una hora estará en mi habitación. Cuando vuelvo a las 4 de ir a comer algo, está dentro. A la hora y media ya empiezo a estar un poco harto del filipino y levemente cínica amabilidad y de llevar una semana sin poder conectarme a internet con cdignidad. Bajo a hablar por teléfono.

Cuando vuelvo a mi habitación, él y su compañero me esperan con una sonrisa. No sé qué han hecho, pero parece que ya tengo Internet. No puedo evitar ofrecerles una Pepsi.

Subo algunas entradas y miro en qué lugar y a qué hora exactamente es el encuentro de la Sociedad Hispánica. Aparte de enviarles mi curriculum para ver si puedo ganar algún dinero dando clases y sobrevivir sin préstamos, parece una buena ocasión para saber de qué trata y conocer gente. Pero estoy cansado y acabo de recuperar Internet, por lo que, aunque veo que es a partir de las siete en un lugar del Soho, sigo conectado y después me echo un rato.

A las diez y media de la noche, por supuesto, no queda nadie en el lugar. Es más, el lugar, el Culture Club, que parece algo así como un bar/restaurante “cultural”, está cerrado. Pese a todo, no me arrepiento de haber venido. Ya sospechaba que sería demasiado tarde, pero quería salir del apartamento y moverme un poco por el Soho.

A las diez y media de la noche el Soho está ocupado por occidentales. Algunos bares y restaurantes están ya cerrados, pero en los que quedan abiertos se ven personas con pelo rubio y ojos claros.

El Soho parece un lugar interesante. Supone un pequeño esfuerzo físico llegar hasta esta zona desde central si no se usan sus escaleras mecánicas, al parecer las más largas del mundo. Todo son escaleras de piedra que suben y bajan. Taxis que han llegado hasta aquí no se sabe cómo. Sevenelevens. Bares. Restaurantes. Lugares aparentemente cool para occidentales con traje. Restos de tenderetes abiertos durante el día.

Oigo hablar a un grupito de españoles, pero su acento, que podría presuponer cierta clase social/ideológica, no me invita a participar de su conversación.

Veo iluminado el rascacielos que aparecía en “El Caballero Oscuro”

Mao me mira serio y extrañado desde un puesto callejero cerrado.