Aquí estoy otra vez. Estoy en Valladolid de nuevo.
Es agradable sentir el amor genéticamente verdadero de tu familia. Es agradable acariciar a tu perro.
El cuerpo descansa después de más de 26 horas de viaje. Después un viaje desde Hong Kong haciendo escalas en Bombay y Londres. Después de que el conductor del autobús que te lleva desde el aeropuerto de Heathrow hasta el de Gatwick te diga que no te dará tiempo a coger tu vuelo. Después de hacer una fila interminable frente a mostrador de Air Comet que va con retraso y sortear una vez más el pagar tu exceso de equipaje. Después de casi desnudarte una vez más frente a los controles de seguridad británicos. Y hablar en el vuelo sobre arte con una española de más o menos tu edad que trabaja en Christie’s. y regresar a tu casa desde Madrid.
Sí, es agradable sentir el amor genéticamente verdadero de tu familia. Es agradable acariciar a tu perro.
El cuerpo descansa.
Pero, pese a todo, sigues sintiendo que falta una pieza, que te falta un pieza, que hay una conexión rota, que algo supura y lo invade lentamente todo más allá de tu corazón y tu cerebro.