martes, 23 de diciembre de 2008

Paso intermedio (martes 23 de diciembre)

    Aquí estoy otra vez. Estoy en Valladolid de nuevo.

   Es agradable sentir el amor genéticamente verdadero de tu familia. Es agradable acariciar a tu perro.

   El cuerpo descansa después de más de 26 horas de viaje. Después un viaje desde Hong Kong haciendo escalas en Bombay y Londres. Después de que el conductor del autobús que te lleva desde el aeropuerto de Heathrow hasta el de Gatwick te diga que no te dará tiempo a coger tu vuelo. Después de hacer una fila interminable frente a mostrador de Air Comet que va con retraso y sortear una vez más el pagar tu exceso de equipaje. Después de casi desnudarte una vez más frente a los controles de seguridad británicos. Y hablar en el vuelo sobre arte con una española de más o menos tu edad que trabaja en Christie’s. y regresar a tu casa desde Madrid.

   Sí, es agradable sentir el amor genéticamente verdadero de tu familia. Es agradable acariciar a tu perro.

   El cuerpo descansa.

   Pero, pese a todo, sigues sintiendo que falta una pieza, que te falta un pieza, que hay una conexión rota, que algo supura y lo invade lentamente todo más allá de tu corazón y tu cerebro.

Shweta in Mumbay Airport (viernes 19 de diciembre, madrugada del sábado)

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Shweta espera pacientemente junto a mí mientras marca un número en su teléfono. Shweta me ha dicho que espere un momento.

El aeropuerto de Bombay está un tanto destartalado. Hay operarios que caminan de un lado a otro sin saber qué hacer o querer hacerlo. Algunos duermen en los escasos asientos llenos de polvo.

Es la 1 de la mañana. Shweta está intentando conseguirme la “boarding pass” para mi viaje a Londres que no consiguieron imprimirme en el aeropuerto de Hon Kong por problemas técnicos. Turistas ingleses le hacen preguntas, le gastan bromas, se enfadan.

Shweta es joven, bajita y morena. Lleva un traje azul marino. Se le he caído la chapa con el nombre. Se lo comento. Me dice que se la ha guardado en el bolsillo. Frente a nosotros largas colas de personas en los controles de seguridad y militares con uniformes verde oliva.

Último día en Hong Kong (viernes 19 de diciembre)

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   Llega definitivamente el final de esta absurda y repetidamente errónea experiencia. Me despido ya de Hong Kong.

   Cojo el autobús al aeropuerto frente a la Biblioteca Pública.

   Causeway Bay se aleja horizontalmente de mis ojos.

   Veo por última vez los rascacielos de Central, las personas caminando, los tranvías, los pasos elevados.

   Me despido mentalmente de las escaleras mecánicas, de los espejos, de los centros comerciales, de los ascensores metálicos.

   Me despido de Hong Kong, de la Asia que no he conocido, de los lugares y personas que no he sentido porque no había hueco en mi cerebro o en mi corazón.

   Me despido de este breve y estúpido intento de renacer. Renacer en mis valores. Renacer en mis valores y mis principios. Renacer en mis deseos.

   Me despido de Hong Kong sin pena. Sin alegría. Sintiendo que nunca he venido, que desde hace dos, tres años, no me muevo, sólo giro desde el eje de mi pecho rozando brevemente lugares, personas, aeropuertos.

   El autobús atraviesa el atardecer de la costa de la isla de Hong Kong.