lunes, 3 de noviembre de 2008

Lluvia en Hong Kong (lunes 3 de noviembre)


A las 10 de la mañana la lluvia golpea la caja del aire acondicionado.

Desayuno un vaso de agua con hipérico, pharmaton, paracetamol, extracto de semilla de uva, leche con cadbury y cereales.

Subo alguna entrada.

No puedo evitar volver a la cama.

Tal vez, no llueve sólo en Hong Kong.

Andrea in Soho (domingo 2 de noviembre)

Pese a que está al lado, no consigo llegar en media hora al bar en el que he quedado con la chica hispana. El Soho sigue siendo un laberinto para mi sentido nada arácnido de la orientación, si es que las arañas tienen buen sentido de la orientación….

Andrea está ya esperándome en el Staunton Wine Bar. Aunque, al menos, está vez he conseguido llegar.

Andrea chilena muy simpática que se dedica al sector “bienes raíces”, como consultora de grandes corporaciones y bancos que quieren comprar o vender polígonos, rascacielos, centros comerciales… La familia de Andrea emigró a los Estados Unidos ya antes del golpe, porque su padre pensaba que con Allende no se podía hacer nada. Tienen todos la nacionalidad estadounidense.

Andrea parece una chica inteligente, aunque centrista. Cree que muchas veces la economía no tiene nada que ver con la política. Es católica porque es su cultura, aunque apoya en el aborto. No le disgustaron dos discursos que oyó de Aznar en América (esto es aún más sorprendente). Pese a todo, apoya a Bachelet y, a diferencia de sus padres, siempre ha votado demócrata. En estas elecciones, curiosamente, por fortuna, todos votarán a Obama.

Aun con nuestras diferencias, es agradable hablar con la Capitana Financiera. Y, como yo, es también una seguidora de la serie Roma.

Después de hablar de todas estas cosas, de Estados Unidos y Hong Kong, de los británicos aquí y los chinos, del mandarín y el cantonés, después de dos cocacolas por mi parte y dos proseccos por la suya, nos despedimos en la calle. Me dice que la avise la próxima vez que vaya al cine.

Vuelvo a parar en el sótano que MacDonald’s tiene en Queen’s Road.

Compro zumo de naranja y plátanos en el wellcome 24 horas.

Subo alguna entrada.

Me quedo dormido sobre la cama con la luz encendida.

Queenie in Discovery Bay (domingo 2 de noviembre)


A las 12 de la mañana, apenas he dormido cuatro horas. Desayuno. Me ducho. Cojo el metro. En la estación de Central un australiano gay me indica cómo llegar hasta el “pier” número 3 del muelle.

Son las dos y diez de la tarde. Queenie me ha enviado un mensaje indicándome que lleva puesta una blusa gris. Es cierto. Lleva una blusa gris sobre una camiseta de tirantes, unos vaqueros ajustados, unos zapatos marrones, unos pendientes y un colgante. Queenie es una chica alta, delgada y bastante atractiva de 26 años, que habla inglés con un fuerte acento chino. Posiblemente tan fuerte como mi acento español.

Queenie es diseñadora de moda. Ha estudiado en la Escuela de Diseño de Moda de Londres y trabajado algunos meses en Milán. Pero Queenie también ha conocido lo que es una gran empresa de la moda europea, que en su estancia en Milán fue incapaz de hacerle un contrato legal y dejar de pagarle en negro. Queenie trabaja ahora en Kowloon. Trabaja en una empresa que diseña ropa y la vende más tarde a empresas occidentales. La dirige un alemán, y su jefa directa es una inglesa con menos formación que ella y que no habla chino, pero que la reprende por intentar aprender aún italiano cuando su inglés no es perfecto y que cobra el doble.

Queenie me cuenta estas cosas mientras vamos a Discovery Bay en Ferry, mientras vemos un pequeño y absurdo mercadillo montado sobre todo por expatriados occidentales, mientras estamos senados frente a la playa, mientras comemos en una restaurante occidental, en el que también se sirve paella, llamado Heminways’s.

Discovery Bay es una especie de barrio residencial en una isla de Hong Kong, construido por una familia de negocios y que estuvo a punto de caer en manos de banqueros rusos antes de que el Gobierno de Hong Kong consiguiera otra familia de negocios. En el mercadillo conozco a una pareja española de Barcelona que vende jamón ibérico (como me corrigen cuando digo serrano). Son una pareja joven que vive allí con sus dos hijos. Ella tiene una empresa de comercio, él trabaja en el sector textil. Ella me da su tarjeta y el nombre de una mujer en el Consulado Español que tal vez me pueda ayudar a encontrar algún trabajo como profesor de español. Él me recomienda vivir en la isla si soy soltero y no tengo novia.

En Discovery Bay, la Capitana Dieñadora y yo, hablamos de lo que es China y lo que es Europa, del mundo. Hablamos de la familia en China y España. De igualdad de géneros. Del capitalismo. Del colonialismo occidental que aún pervive en Hong Kong. De la posibilidad de seguir viajando. Conocer Beijing, Shangai, la India, Nueva York. De lo que es tener 26 y 30 años. Ser hombre y ser mujer.

Es un día agradable.

Regresamos a Central a las 8 de la tarde. Nos despedimos en el metro. Nos damos dos besos. Me dice que la avise si necesito ayuda con cualquier cosa.

Shirley y Kareen in Sevva (sábado 1 de noviembre)


Como ya he dicho, como cualquier cosa en la vida, todo depende de la manera en que se vive. O se cuenta.

Cualquier persona contaría lo que estoy viviendo de otra manera. O no lo viviría. No se habría dado la oportunidad de vivirlo, habría escogido otras opciones, cometido otros errores.

Cualquier otra persona narraría, tal vez, de manera más positiva y optimista lo que estoy haciendo en Hong Kong; conocer otra cultura y otra ciudad. Conocer otras personas.

Cuando me despierto a las 5 de la tarde, tengo tres mensajes en el móvil. Shirley, la Capitana Música, me invita a cenar en el Soho con una amiga. Alicia, la chica de Nueva Jersey me ofrece también cenar con ella. Una chica a la que aún no conozco me concreta la hora a la quedaremos en Central para ir a una especie de mercado en Discovery Bay.

Opto por la Capitana música y su amiga. En otros momentos, en otras circunstancias, habría intentado compatibilizarlo todo e invitar a la chica de Nueva Jersey, pero son otros tiempos y otras circunstancias, y apenas las conozco aún a cualquiera de ellas. Sugiero aplazar la cena al lunes a la Capitana de Nueva Jersey.

Me arreglo un poco con mis nuevas zapatillas Nike grises, mi nuevos vaqueros ajustados del H&M, una camisa de Zara y mi americana de Adolfo Domínguez. Aunque no sé si es necesario, teniendo en cuenta que, en Central, después de salir del metro entre las tiendas de Louis Vuitton y Prada, vuelvo a llegar tarde y sudoroso a la escalera mecánica del Soho.

La Capitana Música me saluda desde la ventana de su estudio. Baja con un chico y se despide con la mano, incluso fríamente, de él. Al poco llega su amiga.

Cenamos en un restaurante tailandés de mesas y lámparas blancas sin barnizar y un estrecho pasillo en el que se mueven con dificultad sus camarer@s. Kareen, la amiga de la Capitana Música, es una chica taiwanesa muy simpática que trabaja en una empresa de chips y memorias para ordenadores. Habla en un inglés perfecto después de cinco años en Londres.

Hablamos sobre España, Hong Kong, Europa. Como siempre, como toda la gente que conozco en Hong Kong, me pregunta el porqué de mi viaje a Hong Kong. Como siempre, como a toda la gente que conozco en Hong Kong les intento responder con aire naturalidad y cierto aire de despreocupación lo que no estoy seguro que sea tan natural ni suponga tanta despreocupación. Pese a todo, me siento cómodo durante la cena.

Después de cenar, pasamos por Lan Kwai Fong, donde decenas de británicos intentar demostrar que Dionisos era en verdad un dios menor.

Acabamos en Sevva, un Club/Restaurante en la plata 25 de Prince’s Building. La clase alta occidental y oriental y tres invitados charlamos amigablemente en su terraza, pagando 12€ por cóctel, con los perfiles luminosos del Bank of China y el resto de los rascacielos de Hong Kong de fondo. Kareen y la Capitana Música hacen divertidos comentarios sobre el físico y el maquillaje de las coreanas. Yo comento divertido el éxito de las cremas hidratantes blanqueadoras entre las orientales. Hablamos de las diferencias fisonómicas entre las latitudes en la planta 25 de un rascacielos de Hong Kong.

Nos despedimos de la Capitana Música en el metro. Me despido de la Capitana Informática al llegar a mi parada.

Me dedico a redactar y subir entradas durante casi toda la noche.