viernes, 31 de agosto de 2007

Lluvia, presentaciones, ramas y taburetes (jueves 23 de agosto)

Estoy sentado en un taburete azul, apoyado en un mostrador rosa, viendo caer la lluvia en North Avenue. Cuatro pasos después de haber bajado del tren de Waukegan estaba ya empapado. Las carreteras que circunvalan Wicker Park están anegadas de agua. Después de hundirme en el primer charco he dejado de evitarlos. Y, una vez más, desorientado en este mi barrio, he entrado en este establecimiento de comida rápida atendido por mejicanos. Estoy comiendo un “English style Fish&chips” y bebiendo una cocacola. Todo está en recipientes de poliuretano. Si los chinos imitan a los norteamericanos levemente al mundo le quedan siete días.

Ciertas imágenes, ciertos pensamientos no logran salir de mi cabeza. Me siento un tanto vacío, sintiendo que he intentado dar algunas cosas que sólo se me han caído de las manos. Ahora me siento pobre, torpe y estúpido. Y sigo echando de menos algunas cosas, olores, formas. Hace un año estaba en Edimburgo trabajando en el festival. Como los seis años anteriores. Pero el año pasado acompañado. Sé que doy más importancia al pasado de la que tiene. Más de la que los otros participantes le han dado nunca. Pero la racionalidad está, desde hace meses, casi años, perdiendo la batalla contra algunos incompresibles y estúpidos sentimientos.
Y el caso es que, en este establecimiento de comida rápida, sentado en este taburete azul, apoyado sobre este mostrador rosa, viendo caer la lluvia, pensando mientras en todas estas cosas, no dejo de ser el protagonista, una vez más, de un imperfecto e hiperrealista “sueño americano”.

Estoy sentado en un taburete negro, apoyado en una mesa blanca, viendo caer la lluvia en el concesionario Mazda y autodealer Rosen&Rosen en Green Bay Road, Waukegan. Mientras espero a que un vendedor me atienda veo caer la lluvia sobre carreteras secundarias. Me atiende Joe Pérez, un vendedor hijo de mejicanos, nieto de españoles, que se empeña en que me lleve por 2200$ un Geo Prizm (un Chevrolet con motor Toyota) del 95 con 159000 millas (255000 Km.). Yo había venido buscando un Pontiac del 2000 con 90000 millas. Como el Pontiac no está y el Geo no me convence, dejo una señal de 200$ para estar el segundo en la lista de espera para el primero. Después, camino, Washington St. abajo hasta una parada de autobús. Son las 16:40. Ya no hay tiempo ni ganas para ir a Human Resources y firmar el contrato. Prefiero volver a Chicago.

Estoy caminando, después de haber cenado “English style fish&chips”, intentando encontrar mi calle. Los charcos me tapan los tobillos. En casi todas las calles hay ramas caídas en las aceras. Pregunto a una chica. Entra en el bar de al lado y pregunta a una amiga. Aunque no me orienta muy bien se empeña en que me lleve su paraguas. “Don’t worry. It’s too late for me”, frase que espero que no sea profética. “I can’t give it to you back”. El paraguas parece bueno y huele a nuevo. He de reconocer que, en estos no mis mejores días, estoy encontrando casi siempre a un norteamericano que los mitiga con un gesto amable.
Cuando llego a mi calle está cortada por las ramas caídas. En mi apartamento, mi casero, una mujer y sus dos hijas están terminando de pintar el salón y algunas tuberías con la pintura roja y azul que compré. Él está hablador y bromista como acostumbra, aunque no le guste cómo ha quedado el salón.

Estoy sentado en el teatro de Waukegan. Hemos venido en autobuses escolares desde las diferentes escuelas. Es la presentación del año escolar. Primero ha tocado una banda infantil. Después tres cadetes, la bandera, los discursos de los representantes educativos, sindicales, del superintendente. Se menciona a todas las escuelas, las que han obtenido mejores resultados, de una manera u otra todos hemos aplaudido o sido aplaudidos, también los profesores españoles… Si tuviera la cabeza más despejada disfrutaría más del acto. Si, pese al sueño, no pensara siempre en lo mismo…
Y para finalizar dos charlas. La más interesante la de un profesor de Harvard, hijo de puertorriqueña y afroamericano que ha nacido en Harlem. Expresa unas cuantas verdades/realidades y pone énfasis en la importancia de que los inmigrantes aprendan inglés.

Estoy caminando al concesionario Mazda y autodealer Rosen&Rosen. Parece que la escuela es definitiva. Ya he estado en mi clase. Junto a la mía estará una profesora española que llegó el año pasado. Me vendrá bien como ayuda. Hemos hablado de Waukegan, de las “peculiaridades” del sistema. Debería adornar la clase. Pero me acaban de abrir la puerta y debería comprar un coche y firmar el contrato. Decido ir al concesionario Mazda para ver el Pontiac del que me hablaron la última vez.

Estoy tumbado en mi colchón, sobre mis sábanas rojas, escribiendo esta entrada en un cuaderno. El piso entero huele a pintura. El colchón, aunque pequeño, se me sigue haciendo grande. La sensación de estafa y pérdida de tiempo del último año y medio no termina de irse. Y, pese a todo, por ello mismo, no termino de entender algunos sentimientos. Mañana tengo un curso de tres horas a las 8 en Greyslake. Podría ir hasta Waukegan y que me llevaran, pero voy a intentar llegar directamente en tren y levantarme una hora más tarde. Después debería ordenar un poco mi clase (no creo que pueda decorarla mucho) y firmar el contrato. Si hay suerte, tal vez el sábado pueda traer los muebles de los amigos de mi “agente”. Tengo que hacer que ciertos pensamientos e ideas salgan por fin de mi cabeza. Que los recuerdos sean sólo recuerdos y no hieran. Intentar vivir, disfrutar y aprovechar este mi pequeño, imperfecto y tan real “sueño americano”.

Estoy caminado por las calles en tinieblas de Chicago. Hoy es la presentación oficial del curso escolar y a las 8 de la mañana debemos estar en el teatro de Waukegan. Primero hay desayuno en las escuelas. En la parada del tren me encuentro con la pareja gay de españoles. Parece que mi portátil aún no se ha dejado ser arreglar.

Estoy volviendo en tren con una compañera a Chicago. Llueve. Un poco antes de Evanston nos anuncian por megafonía que el tren se parará un rato por las ramas caídas en la vía. Frente a nosotros una señora de unos setenta años nos pregunta que en qué lengua hablamos y por nuestra presencia en Estados Unidos. Lleva un pañuelo en la cabeza y el pantalón hasta casi los pechos. Nos dice que es uno de los pocos países de Europa donde no ha estado. Que será el siguiente. Se baja junto a mi compañera en Evanston.

Son las 12:15. Me tengo que levantar a las 6 y ver si hay suerte y no me pierdo. Me levanto para lavarme la boca y echarme a dormir.

Sindicatos y el futuro de los Estados Unidos de América (miércoles 22 de agosto)


Me levanto a las 8. Y un poco tonto. Un poco triste. Después de ducharme me doy cuenta de que tendré que correr para coger el tren a Waukegan. No tengo ganas. Así que dejo de hacer todo a toda prisa. Pese a todo llego, llego a la biblioteca un poco antes de que abran. Aún no son las nueve. Miro mi correo electrónico y algunas cosas más. Ninguna novedad de relevancia en mi vida. En Francia Sarkozy pide la castración química para los pederastas. En Rusia una mujer al pene del exmarido con el que convivía. En España, Gallardón sigue queriendo hacerse ver sin que lo odien el resto de los “líderes” del Partido Popular.

No hay remedio. Soy idiota. Sigo sin poder expulsar ciertas cosas de mi cabeza. Cosas que no fueron como debían. Cosas que nunca deberían haber sido. Y que, sin embargo, sigo echando de menos. Mi inteligencia emocional, siempre escasa, parece haberse perdido en las carreteras de Estados Unidos.

Buscar apartamento, dormir en un colchón sobre el suelo, caminar durante horas por carreteras secundarias, esperar autobuses que no pasan. Ir al consulado. No saber exactamente qué clase tengo. No tener aún contrato. Todo cosas predecibles. Esperables. Nada que ver con la situación de los inmigrantes africanos en España. Nada que ver con los mejicanos que cruzan el río. Y pese a todo cansado. Un poco estresado. Con ampollas en los pies de caminar. Sudoroso por el calor húmedo de Chicago. Y lamentando sentir que esto hubiera sido más fácil después de otro verano, sintiéndome acompañado en la distancia. Qué decir si estuviera acompañado en presencia.

Intento entrar en una tienda de bicicletas que aún no ha abierto. Camino por las calles. Compro una botella de limonada. Como un plátano. Regreso a la tienda. Pregunto precios. Todas pasan de 400$. Me dirijo a la estación a coger el tren de las 10:43. De camino hablo con mi madre.

Al llegar a Waukegan se bajan de mi mismo tren tres compañeras españolas. Cogemos un taxi para ir al restaurante donde es la comida del sindicato. Al llegar nos dan una bolsa. Nos ubican por escuelas y/o en mesas redondas. Apenas tres muy breves “speechs”. No conviene criticar personalmente a nadie en internet. (espero que este ¿discreto? y pseudoanónimo blog no me cueste el trabajo), hay que tener cuidado con los niños ¿?, van a negociar los salarios, podemos hacer una donación anual voluntaria a mayores de cómo mínimo 10$ para el futuro de los posibles profesores… ¿La comida? Ensalada, té, limonada, ensalada, pollo asado, helado, una chocolatina. Acostumbrado a los sindicatos españoles se me hace extraña la brevedad de las intervenciones (siempre mejor que largas) y agradezco la sobriedad de la comida. Lo único peculiarmente curioso es que, aunque uno no se afilie al único sindicato que hay, el distrito te quita la parte correspondiente de tu salario. Todavía no sé adónde va a parar. No hay sobremesa.

Rebeca y Mauricio me llevan en el coche de ella al Licoln Center. Les hablo un poco de cómo no tengo ni clase asignada, ni contrato, y hablamos de la desorganización del distrito. Son una pareja muy agradable. Inmigrante mejicano nacionalizado él; norteamericana de nacimiento, rubia y de piel clara (güerita) ella, parecen, son seguramente un ejemplo, un buen y agradable ejemplo del presente y el futuro de este país.

Como no está la directora de recursos humanos les digo que no me esperen más (pensaban llevarme luego a la escuela, la misma de Rebeca). Mientras Rebeca entrega unos papeles, le comento a Mauricio como en otros distritos, como Sanburg, pagan mucho más y son todos norteamericanos rubitos. Se queja levemente de nuestro sueldo, pero me dice que aquí conoceré la América real. Estoy de acuerdo con él. Preferiría que estuviese más cerca de Chicago, pero aquí podré entrever mejor el futuro de los Estados Unidos de América.

En Human Resources tengo la mala suerte de encontrarme a todo el grupo de españolas firmando/reclamando sus contratos. Espero. La directora, una mujer negra, es amable conmigo. Parece que si le llevo un curso de 15 horas más, seré Master+45 (lo que no sé que sueldo supone).

Regreso a Chicago. Voy al Target a comprarme por fin una bicicleta. Por 80$ más impuestos compro una bicicleta, estilo chopper, muy aceptable visualmente.



Compro zumo y pescado rebozado en su bandeja de poliuretano. Cuando llego a mi apartamento me espera mi casero. Ve las pinturas que he comprado y me indica las chicas solteras de los diferentes apartamentos y cómo las que tienen parejas, según él, no valen nada, y los mantienen. Que ponga cara de seriote. Esto último no lo veo tan difícil, pero no sé si tengo ahora la cabeza para pensar en posibles parejas en el edificio.

Ceno. Me voy a la cama.

Más paseos, pinturas y cuentas de banco (martes 21 de agosto)


A la hora del curso de orientación ya quiero irme. Tengo la cabeza saturada y poco receptiva para más dinámicas de grupo y mensajes positivos. Prefiero aprovechar la mañana en algo más útil. Me despido de Román y Evelyn. Camino durante 45 minutos hasta el concesionario de Mazda, donde la persona que me atendió la última vez me comenta que el jueves tendrá un Pontiac del 2000 con 9000 millas por más o menos el precio que busco (menos de 3000$). Quedo en volver. Intento encontrar un autobús que me lleve al Licoln Center para firmar el contrato. Camino calle Washington abajo. No aparece ninguno. A los 45 minutos, en el Down Town, ya en la parada de autobuses de Sheridan pregunto, para el siguiente faltan otros 40 minutos. Sigo caminando Sheridan arriba hasta el Lincoln Center. La directora de Recursos Humanos nos está. Y no saben si volverá más tarde. Regreso hasta el Down Town. Llevo andando unas 2 horas. Antes de coger el tren para Chicago, entro en un Ace y compro pintura acrílica roja para el salón, azul celeste para molduras y tuberías y verde para los muebles de la cocina.

Caminando tanto, y más en mi caso, es demasiado fácil pensar demasiado.

En Chicago, después de haber caminado más de dos horas en Waukegan y estar cargado con cuatro galones de pintura, diez perchas, cuatro tenedores cuatro cuchillos y cuatro cucharillas, decido esperar a que pase un taxi para ir a mi apartamento. En mi apartamento, por el motivo que sea, necesito descansar un rato.

A las cinco, me levanto para ir al banco. En la sucursal de Milwaukee de Citibank me recibe Robert, un simpático, rubio y joven norteamericano. A todo dice “terrorific” como expresión positiva. A veces intenta recordar el español que aprendió en la escuela. Me pregunta por España, por su economía. Hace unos días vio en televisión “El laberinto del Fauno” (y parece que le gustó mucho). Le explico qué diferente es España ahora, para esto el camino más corto siempre es comentar el matrimonio homosexual. Me abre la cuenta. Me pide cheques para mi cuenta. La tarjeta. La cuenta en internet. Sale más tarde del trabajo por mi culpa. La verdad es que es un tipo muy amable. Casi una manzana más allá me llama porque me he dejado mi bolsa en la sucursal.

Voy a un Target que está en un polígono comercial cercano a mi apartamento (con el entrenamiento que estoy siguiendo todo empieza a parecerme cercano). Compro un edredón nórdico más o menos granate por 14 dólares que sospecho que cambiaré porque no queda bien con mis sábanas rojas (tal vez azul). Entro en un Strack&Van Til, un supermercado que parece que está bien para comprar comida. Compro zumo de naranja, plátanos, actimeles de fresa y me fríen pescado rebozado, aros de cebolla y patatas fritas para metérmelo luego en sus correspondientes recipientes de poliuretano.

La Jefferson y una pareja de judíos hispanos en Chicago (lunes 20 de agosto)

Al llegar a la Juárez me advierten de que no me he perdido nada. Tenemos algunas charlas más con la entusiástica profesora de animadora. Román, el chico judío me comenta que su novia y él van a ir luego a Chicago, que si quiero me llevan en su coche. Me parece bien. Primero vamos a nuestras escuelas. Román y su novia Evelyn me llevan a la Jefferson y quedan en venir a recogerme a las 2.

Cuando llego todavía no han llegado mis futuros nuev@s compañer@s (los profesores nuevos de este año, entre los que se encuentra Rebeca, la novia de Mauricio, y que yo ni siquiera sabía que iban a venir). La principal, de la Jefferson es una mujer morena, tal vez hispana, por su acento y apellido tal vez mulata, curvona, y parece que enérgica. Su assistant, una mujer negra de apariencia profesional. Al llegar nos ponen unos platos de plástico con patatas fritas. Regalices. Cereales. Chocolatinas. Primero tenemos que decir nuestro nombre y por qué hemos cogido lo que hayamos cogido de los platos. Después hacen dos equipos y jugamos a adivinar el programa de televisión preferido, el grupo de música, etc. de los miembros de nuestro equipo. Algunos instantes pienso que tengo ya 30 años.

A las 2 de la tarde, y como todavía no saben cuál será mi clase, me monto en el coche con Román y vamos a buscar a su novia. Román en un chico agradable, mitad ruso, mitad argentino y otra mitad extra norteamericano. Además de judío. Hablamos un poco de todo. En muchas cuestiones parece y/o es conservador (capitalismo, pena de muerte…), aunque creo que vota demócrata y es una persona culta y abierta que, en cualquier caso, escucha las opiniones contrarias y con el que se puede hablar de cualquier cosa sin que se enfade. Su novia, norteamericana hija de puertorriqueños, parece más progresista. En Chicago les ofrezco invitarles a algo y entramos en una tetería. Hablamos de espiritualidad, de amor, de sexo, de nuestras vidas. En muchas cosas no estamos de acuerdo (tal vez en casi todas, sobre todo con él), pero eso no parece ser una barrera y se produce cierta empatía. Después de traerme a Chicago no me dejan invitarles. Tengo un mensaje en el buzón de voz del móvil del concesionario de Mazda para comunicarme que se me ha olvidado allí el pasaporte.
Cuando me dejan en mi casa son más de las siete. Intento encontrar un sitio para comer/cenar algo (apenas he comido unos regalices, unas galletas de chocolate y un batido). Después de caminar otro buen rato entro en un mejicano donde como costillas de res, lo que aquí se llamaría churrasco. Todo aderezado con una especie de salsa/puré que no oso probar, ensalada, arroz y nachos. Cuando pongo el móvil sobre la mesa, descubro que hace una hora la pareja de chicos españoles me habían mandado un mensaje para tomar algo con ellos y un amigo. Parece que ya están en la cama. De camino a mi apartamento vuelvo a perderme. Hoy creo que he andado unas cuatro horas.

Carreteras Secundarias (lunes 20 de agosto)

Aún es de noche cuando camino hacia la parada del tren. Hace calor. Duermo durante el viaje. Al llegar a Waukegan subo hacia la parada del autobús. Hay unas veinte personas, negras e hispanas, esperando. Pregunto a la primera autobusera, negra, si su autobús va hacia la Miguel Juárez Middle School. No me entiende. No lo sabe. Que pregunte al siguiente. El siguiente no me entiende. No sabe. Que pregunte al siguiente. El tercero no me entiende. No sabe… Por fin, un hombre blanco, el único que está esperando junto a mí, me dice que él va para allá, que trabaja allí, que suba en el que él suba… Lo hago… El autobús recorre Waukegan… Por momentos me parece que el trayecto está siendo demasiado largo, que nos estamos alejando demasiado… Veo un letrero en el que pone Garnee. Ya no estamos en Waukegan. El hombre se baja y me anima a bajarme. M bajo, se dirige hacia la Grand High School. Le digo que yo quería ir a la Miguel Juárez Middle School, me contesta que había entendido la Grand High Scholl. Estoy en ninguna parte. Estoy en Garnee.

Comienzo a andar por las aceras de Garnee. Junto a sus, en general, amplias casas de madera. Las aceras se acaban. Camino por los andenes de las carreteras de Garnee. Apenas son las 8 de la mañana. Todo está cerrado. Me cruzo con una, dos tres, cuatro personas caminando. Establecimientos de comida rápida cerrados. Gasolineras. Casas que se alquilan. Casas que se venden. Aspersores. Si llamara a un taxi no sabría decirle dónde estoy. No pasa ningún taxi. Ningún autobús. Intento dirigirme hacia donde mi escaso sentido de la orientación me indica que está Waukegan.

Empiezo a estar un poco harto de este lugar. Me es imposible no pensar en lo de siempre desde hace más de año y medio. Aunque ahora es aún más estúpido. Aún más absurdo. No sé si me duele un poco más Tengo ampollas en los pies. Nunca me había pasado. Tengo ampollas en demasiados sitios. Nunca me había pasado.

Camino casi tres cuartos de horas. Ya estoy en Waukegan. Veo algunos concesionarios de coches. Estoy muy cansado. El curso de orientación está dejando me importarme. Decido preguntar por posibles coches. En el concesionario de Toyota me ofrecen un Toyota del 95 y unos 250000 Km., un gran Buick del mismo año y con los mismos kilómetros y un Chevrolet algo más moderno y con unos 150000 Km., todos por unos 25000$. En el concesionario me dan un número para llamar a un taxi. Primero no me entienden. Después una persona me indica cómo ir andando. Sigo caminando. Un concesionario de Chevrolet. Uno de Mazda. Prometen llamarme si tienen algún coche que se ajuste a, siendo benévolos, mis características. La compañía de taxis que me coge el teléfono en Chicago me dice que el concesionario donde estoy no está donde estoy. Sigo caminando. Por fin, veo un taxista, pero tiene que recoger un cliente. En cualquier caso, me dice que la empresa de taxis está ala vuelta de la esquina. Entro. Espero diez minutos. Un taxi me recoge. Estaba ya a "sólo" media hora andando. Llegué a Waukegan a las siete de la mañana. Son las diez.

jueves, 30 de agosto de 2007

Caseros y parejas (19 de agosto)

No duermo bien. A las 11 de la mañana llaman a la puerta. Es mi casero mejicano. Me trae, como había prometido, una tapa nueva para la taza del váter y una cortina para la bañera. Es muy hablador. Me habla de cuando vino, de cuando era joven en Méjico. Cuenta chistes sobre los que cruzan la frontera y lo que se esperan encontrar. Cuando le comento la posibilidad de pintar el apartamento me contesta que él me lo pinta. Como sólo tiene el mismo color crema que tiene ahora el apartamento me ofrezco a comprar yo algunos colores. Está de acuerdo.

Más tarde, pese a que no me gustan nada este tipo de superficies, descubro que un Aldi es el supermercado más cercano. Un amigo mío estaría encantado viendo cómo compro un paquete de casi un kilo de regalices rojos (decir de fresa me resulta exagerado) por sólo 1,25$. También compro chocolatinas y bollos de chocolate.

Como pollo asado con su bandeja, cubiertos y vaso de plástico y poliuretano en un pequeño asador atendido y regentado por mejicanos. Llamo a la pareja de chicos españoles para que me den algunas indicaciones sobre la zona. Me invitan a su apartamento. Un apartamento agradable decorado con muebles de Ikea.

Me hablan de Waukegan. De su peculiar organización educativa. De cómo aprovechan el programa bilíngüe para obtener fondos, pero cómo luego no se atiende tanto a sus supuestos beneficiarios. Ellos llevan aquí dos años. Antes vivieron en Irlanda. Me dan envidia. Si en el “Foro de la Familia” fueran más inteligentes serían un inmejorable ejemplo. Viajando y trabajando juntos por el mundo. Aunque las primeras apariencias y la imagen exterior pueden ser engañosas, y muchas veces no se corresponden con la realidad, no puedo evitar envidiar su relación teniendo en cuenta que hay personas que desperdician, rompen y pierden supuestas relaciones por un viaje a la India.

Uno de ellos se ofrece a intentar reparar mi portátil. Les invito a cenar en el Clyos, el restaurante/bar de copas de enfrente. Se ofrecen a llevarme el día siguiente a Waukegan. Se lo agradezco, pero tengo que estar más temprano. Nos despedimos. Voy a mi apartamento. Al día siguiente me tengo que levantar a las cinco de la mañana.

Reunión en el consulado (18 de agosto)

Me levanto a las nueve de la cama. A las 11 tenemos reunión con el funcionario del consulado. Sé que llegaré tarde. No me importa.

Me ducho, me afeito y me arreglo tranquilamente. Desayuno un vaso de zumo. Saldo de casa. Mientras camino encuentro la biblioteca pública de Wicker Park. Entro. Consulto un poco internet. Pregunto a una de las bibliotecarias cómo llegar al Thompson Center. Me compro un muffin de chocolate. Después de preguntar a varias personas, encuentro fácilmente la para de metro que me había indicado la bibliotecaria. Bajo unas escalera para comprar el billete. Subo unas escaleras para coger el metro elevado. En mi vagón viaja un padre con una adolescente preciosa.

El Loop parece de un gris marmóreo bajo un cielo nublado. Supero la gincana que han preparado en el consulado para encontrar el edificio (cruza al edificio de enfrente, vete al edificio de la esquina…) Cuando entro por fin en el edificio debido me recibe un agradable guardia de seguridad. El edificio parece sacado de un cómic norteamericano. Llego una hora tarde.

Como suponía no me he perdido nada. El papeleo de siempre. Las preguntas de siempre. Las respuestas de siempre. Compruebo también como ya suponía que Waukegan, nuestro distrito, es el más deprimido, el más desorganizado, el que menos paga. Un compañero catalán algo mayor que yo al que conocí en Madrid se queja porque en su distrito son todos pijos rubitos y “sólo” le pagarán 49000$ brutos al año. Creo que en Waukegan pagan como 35000$

Después, comemos juntos en la planta baja de unos grandes almacenes de un rascacielos. Visitamos el parque junto al Loop donde hay una escultura gigante con forma de gota de mercurio. Un gran bloque de granito en el que proyectan rostros de personas mientras mana agua de su superficie. Como a los niños que corrían bajo la fuente, la lluvia de este sábado también nos dispersa. Cada pequeño grupo vuelve a su distrito.

Cojo el metro para volver a mi apartamento. Me detengo a medio camino. Camino bajo la lluvia. Compro un adaptador para poder cargar la batería del móvil español, la batería de la cámara de fotos. En un supermercado compro ocho actimeles de fresa, plátanos, detergente (el viernes por error había comprado suavizante). Ya en Wicker Park veo cenando y bebiendo casi a las mismas personas. Vuelvo a pensar en el verano que es. El que pudo ser. El que no fue. En lo que seguramente nunca estuvo.

Más tarde caminaré de nuevo de noche por los polígonos circundantes. Comprobaré que como mínimo me cobrarán 200$ por repararme el portátil tardando un mes. Me volveré a perder. Volveré a pasar por la zona de copas. Volveré a ver casi a las mismas personas. Volveré a pensar en el verano que es. En el que pudo ser. En el que no fue. En lo que nunca estuvo. Después de sentir que se me hará grande nuevo, me iré de nuevo a la cama.

The capital of America. Instalación en Wicker Park (17 de agosto)

Llego a la estación de Clybourn con mi maleta, la bolsa del trabajo, una con ropa, el portátil… bajo con esfuerzo las escaleras. Pregunto. Camino con estos, más o menos, 50 kilos bajo el sol.

Acabo metiéndome en el Holywood Grill a comer. Es un lugar con baldosas y azulejos blancos y rosas. Grandes ventiladores en el techo. La camarera, que parece hispana, me pregunta que de dónde soy. Si en España se habla español. Si no es portugués. Que qué se habla en Brasil. Se cerciora con un chico de unos 35 años que come tras de mí. Es de Denver. Me dice que se mudo como hace año y medio a Chicago y que le encanta. Que en los Estados Unidos hay una frase que dice “New York is the capital of the world and Chicago the capital of America”. Que es como es o debería ser una ciudad en América. Me previene del frío en invierno. Me pregunta por España, por su gobierno, por su economía. Se declara progresista. Terminamos de comer. Nos despedimos. Pago. A los 50 minutos de caminar con mis 50 kilos y seguir indicaciones confusas y contradictorias en lo que debería ser un paseo de 20 minutos para llegar a mi apartamento, cojo un taxi.

Llego a mi apartamento. Miro a mi alrededor. Sí, no está mal, aunque necesita algunos arreglos. El casero me ha traído un sofá, dos sillas y un colchón. Salgo para conocer un poco la zona y comprar algo.

Camino más allá de las carreteras que circunvalan Wicker Park. En la zona de polígonos comerciales (en este país hay una tras cada barrio, cruce de carreteras, barrio, pueblo) entro en un Khol’s. Compro una almohada y unas sábanas rojas. Sigo caminando. Llego hasta Milkwaukee, North Avenue, la zona más activa y comercial del barrio: hay bares y restaurantes de moda, tiendas de G-Star Raw, American Appareal, Levi’s, Akira. Son ya las nueve y hay gente cenando y tomando copas en sus terrazas. Por un momento pienso en Edimburgo. En el último verano. En un verano que pudo ser y no fue. Que ni siquiera pudo. Y me invade un poco ese sentimiento occidental y de clase media llamado melancolía. Me invade un poco la tristeza.

Entro en un Wallgreen’s. En los estantes hay grandes secciones con lubricantes y cajas de preservativos de 36 unidades. Teniendo en cuenta mi situación actual y mi vida en general, la alegría no me invade. Compro zumo, desengrasante, detergente, papel higiénico, amoniaco, dos vasos, dos esponjas, toallitas desinfectantes, dos estropajos, un candado. El dependiente no sabe exactamente cómo llegar a mi calle. A la salida un ¿joven? algo mayor que yo se ofrece a llevarme un trecho en su coche. Va con un chico y una chica más jóvenes. Me dejan en mi calle. Camino otros 25 minutos. Llego a mi apartamento. He comprado una almohada, sábanas rojas, zumo, desengrasante, detergente, papel higiénico, amoniaco, dos vasos, dos esponjas, toallitas desinfectantes, dos estropajos, un candado.

Limpio el baño. Me voy a la cama.

"Cuando pierdes el móvil pierdes parte de tu cerebro" (17 de agosto)

Me levanto a las 06:30, me ducho, hago la maleta como puedo, bajo a recepción, tomo un poco de zumo, pregunto si pueden llevarme a un taxi. Me recoge un taxista negro, que me lleva a Juárez Middle School. El curso ya ha empezado, aunque no parece que me haya perdido nada. Dejo mis cosas en administración, incluso me hacen el favor de llamarme al taxi para que me traiga la carpeta que se me ha olvidado.

Al poco de sentarme de nuevo en el gimnasio, nos llevan a la sala de ordenadores para explicarnos los recursos que tenemos/tendremos en internet. También nos proyectan una presentación muy interesante de cómo utilizar las nuevas tecnologías para llamar la atención de los alumnos y como recursos educativo. Hay una frase de un alumno japonés que me encanta: "Cuando pierdes el móvil pierdes parte de tu cerebro". Entre estas frases y otras y una música que me parece identificar como de Michael Nyman no puede evitar ponerme triste. Y pensar de nuevo en lo que pudo ser y no fue, en lo que fue, en lo que no fue, imágenes, pieles, persona/s. Cómo podría vivir de otra manera. Vivir esto de otra manera. Contarlo.

Cuando nos cambian de clase y nos dan una charla de cómo organizar y desarrollar las clases, no puedo evitar estar distraído pensando en otras cosas, haciendo que tal vez no viva, disfrute y experimente lo que debería vivir, disfrutar y experimentar como lo que es: venir a ser profesor para la minoría inmigrante (cada vez más mayoría) hispana de Estados Unidos en una localidad a una hora de Chicago. Conocer otro país, otra sociedad, otra cultura, decenas de personas nuevas, Chicago... Pero la vida y yo somos así, y a ratos no puedo evitar estar triste.

Nos dan una última charla explicándonos qué nos vamos e encontrar en nuestra middle school: inmigrantes de clase baja, de familias sin recursos y muchas veces desestructuradas, con las hormonas un poco embravecidas. Y la profesora entusiástica nos intenta convencer de lo que puede suponer la influencia de un buen profesor en est@s chic@s. Incluso nos pone su ejemplo: cómo ella está casada con el hijo de unos inmigrantes mejicanos al que conoció en la high school y que, gracias a una profesora, acabó siendo un graduado que ha comprado una casa a sus padres. El sueño americano, supongo. Pero cada vez me apetece más ir a una middle school (high school también estaría bien) y más a la que estoy destinado, la Daniel Webster, con su 90% de hispanos y su 93% de bajos ingresos (y a cuyos compañeros estoy empezando a conocer y apreciar).

Por desgracia, en el brunch una compañera española me comenta que cree que me han cambiado de escuela. Se lo digo a la entusiástica profesora, que me pone en contacto con "Alejandra", del "bilingual despartment" y descubro que es verdad, que seguramente me manden a una escuela de primaria, la "Lyon". Al colgar le indico a la profesora norteamericana que yo estaré encantado en cualquier lugar, pero que preferiría una middle o una high school. Me dice que si alguien quiere ir a una "middle school" es porque ha nacido para ello, que mirará qué puede hacer.

Pese a los muy posibles cambios, como se va a visitar las escuelas me voy con Mauricio y Óscar, primera generación en los Estados Unidos de inmigrantes puertorriqueños (de hecho, al principio, por cómo lo pronunciaba, no entendí que se llamaba Óscar) a ver la Webster. Nos recibe la "principal" (directora), una mujer que al verla el primer día en la recepción me produjo un deja vú, una sensación de ya haberla visto antes en mi vida que me pareció una señal y parece que sólo indicaba que me iban a cambiar de escuela. Compruebo de su boca y de manera fehaciente que me han cambiado de escuela. Pese a todo la visito con ellos. Es una escuela muy grande, tal vez demasiado. Tengo también una pequeña sensación de melancolía y tristeza cuando vemos en la penumbra el supuesto escenario para las posibles obras de teatro en el gimnasio, cuando nos señala el marcador apagado para los partidos, para el que están esperando la generosidad de un benefactor. Hay un cartel que te sugiere que esperes a tener sexo cuando ya estés casado con un chico de apariencia latina vestido de graduado. Descubro que, el año pasado, una siete niñas de doce años se quedaron embarazadas en esta escuela. No sé si el cartel es un buen sistema o ha servido de mucho.

Oscar se ofrece a llevarme al Licoln Center, donde se ubica la administración educativa para ver en qué situación estoy. Al llegar veo a la entusiástica profesora que me recibe gritando mi nombre: "We have a middle school for you!". Allí conozco también a Alejandra. Me destinan a la Jefferson, una escuela de la que echaron a varios profesores españoles el año pasado, con una fama como escuela muy relativa, pero en la que parece que han cambiado al principal. Para estas cosas soy medianamente optimista. Casi veo más problema en que voy a ser profesor de ciencias y ciencias sociales, y para las sociales bien, pero ya veremos qué pasa con las ciencia. Y que me niego a esa absurda tradición de abrir ranas.

Óscar me lleva la "Juárez Middle School" y de ahí a la estación. La verdad es que las personas de este país me están resultando, por lo general, amables. Las que suelen serlo menos, personas de color o latinas, es porque suelen encontrarse en los peores trabajos. Y, a veces, hasta allí lo son. Y desde luego me están resultando mucho más amables y generosas que muchas de las compañeras españolas que han venido conmigo o de algunas personas que dejé en España.

martes, 28 de agosto de 2007

Preguntas (16 de agosto)

¿Por qué a algunas personas les cuesta tan poco encontrar el amor y el sexo tantas veces, en casi cualquiera?
¿Por qué a algunas personas nos cuesta tanto?
¿Por qué, cuando después de, tal vez, seguro, demasiado tiempo, parece que los hemos encontrado, además nos equivocamos?

Curso de Orientación (16 de agosto)




El jueves comienza el curso de orientación. A las 8 de la mañana entramos en el gimnasio de la “Juárez Middle School”. Hay una entusiástica mujer que hace de presentadora/animadora. Comienza a hablar el superintendente educativo de Waukegan, un hombre negro. Después al alcalde, creo que republicano, un hombre blanco. Varias personas más. Aplausos. Comentarios graciosos. La bandera siempre presente. La presentadora/animadora nos intenta animar a hacer algunas dinámicas de grupo, me mantengo en un discreto segundo plano sin que se note que apenas las hago. Descanso. Conozco a Mauricio, chico de origen mejicano que vino con tres años, graduado (gracias a una beca) en Ideanápolis por una de las tres universidades de EEUU que sigue siendo exclusivamente para hombres y que sale desde hace cinco años con una "güerita", una chica rubia. También a Román, un chico judío cuyos padres, comunistas, hicieron el periplo Odessa, Argentina, Estados Unidos. Nos separan por niveles. En “middle” comenzamos con otra dinámica y premio de material escolar para los dos ganadores. Mismo segundo plano. Después, instrucciones generales. Nos llevan de “tour” por Waukegan, atravesamos su zona de clase alta, con población mayoritariamente blanca y casas unifamiliares de piedra con jardín. Vamos, junto al lago, a un curioso museo de historia en una casa del S. XVII. Nos dan de "lunch" un perrito caliente una bolsa de aperitivos, un refresco y unas galletas.

De vuelta, lo que es tal vez más interesante del día. Un profesor universitario de historia, blanco, con dos discretos pendientes en la oreja, una fisonomía que se podría definir como levemente "oso" y yo diría que de izquierdas (lo que aquí se definiría como "liberal" o incluso "radical") nos habla de la inmigración y de cómo se formó Waukegan. De las sucesivas migraciones que llegaron: ingleses e irlandeses en un primer lugar, y más tarde, y muchas veces traídos por las propias fábricas que los utilizaban en empleos que sabían, que, no sólo ponían en peligro, sino que abreviaban sus vidas: eslovenos, alemanes, finlandeses, negros del sur ( a los que las factorías les construyeron casas porque los blancos no querían vendérselas)... Y cómo cada uno hacía su propio barrio, construía su propia iglesia... hasta que empezaron a llegar los mejicanos, desde el 4% a principios de los 80 hasta ser ahora casi el 85% ... Y todos gracias al NAFTA, y cómo éstos, que iban y venían, que van y vienen, no aprenden tan rápidamente inglés, cómo empiezan algunos problemas... Y cómo éstos van a ser nuestros alumnos, niños mejicanos, de padres inmigrantes de bajos ingresos, mucha veces casi trashumantes... Así, por ejemplo, en la Webster, la que me corresponde a mí, el 90% son hispanos y el 93% de bajos ingresos.

Después de esta charla, unas palabras más para todos en el salón de actos, y un sorteo con papeletas de material escolar.

Barbara, una amable compañera norteamericana que acaba de llegar a Waukegan pues su marido a venido a trabajar a un “college” me lleva a la estación de trenes. Decido ir hasta la estación central en el “Loop” para conocer el centro de Chicago. Ya en el “Loop” descubro que Chicago, aparte de Wicker Park, es una ciudad hermosa. Me monto en un autobús después de preguntar la dirección de la agencia de alquiler a su conductora negra. Me bajo algunas manzanas más allá. Hasta el MacDonald's de Clark St. donde entro a comprar unas patatas fritas y un refresco parece elegante. Cojo otro autobús después de asegurarme preguntándole a su conductor negro. No siendo todo igual, teniendo lugares mejores y peores, la hora más o menos que duran mis viajes en el autobús me hacen pensar que sí, que Chicago parece una ciudad hermosa y agradable. Un lugar donde puede ser agradable vivir.

Después de algunas firmas más en la agencia me dirijo a mi apartamento. Prefiero ir andando. Pregunto varias veces. A la hora decido coger un taxi para llegar y poder recoger las llaves de mi casero. El conductor del taxi es negro. Ya en mi apartamento conozco a mi casero. Tiene pelo blanco y bigote. Es mejicano. También parece agradable. Me ofrece un colchón y un sofá. Me indica, después de vacilar unos minutos hablando con un chico también mejicano cómo ir a la estación de tren. Hago varios fotos a mi apartamento. Con algunos arreglos podría quedar bien. Sería necesario pintar las paredes y hacer una buena limpieza. Comprar un candado para la puerta exterior de metal. Ya veremos.

Regreso de camino a la estación. En la estación conozco a una mujer polaca. Trabaja cuidando niños. Es habladora. Al poco me pregunta por la Unión Europea y el Gobierno Español. Si es verdad que quiere que España no sea católica. Habla sobre cómo cada vez son más grandes las diferencias entre ricos y pobres. Que hacen falta reglas en la sociedad. Le pregunto por su actual Gobierno. Critica al anterior. A los medios de comunicación. A "los que tienen el poder". Cuando le pregunto por los hermanos presidentes y los tetubbies, contesta que son inventos de los "media". No es tan progresista como parecía al principio. Le digo que no sé, que creo que son un poco demasiado conservadores para mí. Me responde que ella es conservadora. Parece que, si alguna vez la hubo, la empatía desaparece. Prefiere ir a otro vagón. Se despide de mí: "Bye, media guy".

A las 11 de la noche la estación de Waukegan está desierta a excepción de varios taxis y un grupito que llegamos. Dudo, los taxis se van, subo a la parada del autobús. Hay un chico, dos hombres y una mujer, todos negros, esperando. Pregunto al chico si aún hay autobuses. Me responde que sí, que el 565, creo recordar que es el mío, espero. A la media hora sólo quedamos el chico y yo, le pregunto si sabe a qué hora pasa. Me responde que a las 10. Le comento que son las 11:30. "¿Sí, es tan tarde, no sabía que era tan tarde?". Blasfemo en bajo y con cierta delicadeza. Camino por el "down town" desierto de Waukegan buscando un taxi. En la ventana de un "drive trhu" de un MacDonald's veo un taxi. Le pregunto si me puede llevar. La mujer latina que lo conduce me contesta que tiene que recoger a un cliente, pero que vale. Espera mientras tres chicos latinos le sirven dos cafés y unas galletas. Salimos, recogemos a un hombre negro y lo dejamos en una iglesia baptista. Llegamos a mi hotel. Me da su tarjeta. Le pago seis dólares. Cruzo al Dunkin’ Donuts y me compro un donut y un "hot chocolate". Subo al hotel. Mi maldito ordenador sigue sin funcionar ni conectarse a internet. Son las 2 de la mañana. Me tengo que levantar sobre las 6 para hacer la maleta e ir al curso de orientación. Me acuesto. La cama sigue siendo un poco grande.

Chicago y Wicker Park 2 (15 de agosto)


El miércoles me levanto a las 9 para ir de nuevo a Chicago. Haber vuelto a instalar el Windows no parece haber servido de nada. Se sigue reiniciando cuando ejecuto un antivirus. Y ahora ni siquiera consigo que se conecte a la red del hotel.

Me ducho y me visto. Mis compañeras esperan los coches alquilados para comenzar su pequeña mudanza. Cruzo la carretera y me compro un zumo de naranja y un donut en el Dunkin' Donuts donde todos sus dependientes son jóvenes de origen mejicano que hablan en español. Cojo el autobús de las once menos veinte. Como se me había olvidado mirar el horario de trenes, veo que no hay uno hasta las doce y diez. Falta algo más de una hora. Espero bajo la marquesina en un día lluvioso. A mi lado un chico latino y un hombre de origen anglosajón. Una mujer latina, embarazada, poco cuidada y sin atisbo de felicidad en su cara y el que parece su pareja, un hombre negro, junto a tres niños y una niña que no me atrevería a decir si sólo de él de los dos. Cuando cruzan al otro andén, veo a lo lejos como la mujer latina pega a la niña.

Ha llegado más gente a la estación. Cojo finalmente el tren. Me duermo. Va con restraso. Los revisores, una vez más, son negros. Al llegar a la estación de Clybourn y preguntar a un joven rubio que ha venido conmigo en el tren, me indica la dirección de la misma agencia en la que estuve en Evanston y me comenta que él va un trecho para allá. Me hace las preguntar de cortesía: de que dónde soy, que a qué he venido. Al parecer tiene un amigo que viene en unos días que también es español. Al comentarle que seré profesor en Waukegan vuelven a salir los comentarios sobre su seguridad, su riqueza y la hiperestesia que produce su belleza. Acabamos hablando de inmigración. Reconoce que es difícil pararla, pero es partidario de regularla para que perviva esta "cultura". Yo, para arreglarlo, le comento la teoría del "Imperio" y como de verdad me recuerda lo que estoy viendo la los últimos momentos del Imperio Romano. Pese a todo, parece simpático. Nos despedimos.

Sigo caminando. Compro pollo rebozado, unas patatas y un refresco en un McDonald's. Antes de llegar a la agencia veo otra: "Chicago Apartments Finders". Entro. Una chica joven de origen asiático me acompaña para cumplimentar la "aplication form" en un ordenador. Me pide que espere hasta que un agente me pueda atender. Espero comiendo una galleta de chocolate y ojeando el último número de "Details". Reconozco a varios en su publicidad y veo cómo, pese a mí, los modelos españoles triunfan en el mundo. También leo un artículo sobre los nuevos "mandingos", jóvenes (generalmente siempre menores de cuarenta años) negros, generalmente universitarios, que trabajan como chaperos para las mujeres entradas en años de varones blancos. Generalmente ellos observan o participan mientras follan.

Un chico gay de origen asiático con un piercing en una oreja viene a buscarme. La verdad es que no parece excesivamente informado. Nunca ha estado en Wicker Park. No encuentra nada. Descubro al ver que se apellida "González" que el origen asiático es muy primario. Salgo, sigo caminando, me conecto unos minutos a internet en una tienda. Compruebo que allí este blog funciona, aunque no puedo ni quiero (allí) actualizarlo.

Llego por fin a la sede de "Apartment People" en Chicago. Relleno de nuevo una "Aplication Form". Espero en un sofá junto a una televisión en la que se ve la película Dreamgirls con Beyoncé y Edddie Murphy. Ojeo los dos últimos números de la revista "Enquire". Me llaman. Subo al piso de arriba, donde puedo ver unos treinta agentes atendiendo a unos treinta clientes. Busca en el ordenador algo que se ajuste a mis deseos. No aparecen muchas cosas. Aparece un apartamento en Wicker Park por 650$. Parece demasiado barato. Llama a otro agente (el que me ha atendido parece tener algún cargo). Éste habla algo de español, me dice que acaba de tener una novia colombiana. Me dice que están locas. Opino parecido, ampliando el listado a todas las latinoamercianas, las españolas y las italianas. Mientras busca en el ordenador canta algunas estrofas de "Dos gardenias para ti". Es simpático y parece conocer la ciudad. Vamos a por su coche para ver el apartamento en Wicker Park y dos más en otras zonas que él dice que también están cerca de la estación de trenes y que a él le gustan. En el viaje me cuenta cómo ha estado en 14 países el último año. Me habla de Chicago. De mujeres. De cómo le gusta la agresividad de las mujeres del este (que te ahorra esfuerzos, según él)... Finalmente llegamos al apartamento de Wicker Park. Le cuesta encontrar la puerta correcta, cree que es un sótano. Pero no, es la planta baja de una casa de madera. Es y está viejo, pero es aceptablemente espacioso. Tiene una cocina decente (aunque sin ventanas a su lado, sino que va a dar a un salón abierto), un baño con la antigua bañera sobre el suelo y una alacachofa fija en lo alto. Una habitación. Armarios. Sobre el salón cruzan las grandes tuberías del agua y la calefacción. No está muy limpio. Pero me gusta. 650$ en el centro de Wicker Park y a diez minutos andando de la estación de trenes para Waukegan. Con una buena limpieza y algunos retoques puede tener un muy simpático aire bohemio. Perfecto para mí en estos momentos. Tal vez lo que todo progre desea, ayudar a las clases desfavorecidas mientras se vive entre la clase media bohemia. Intentaremos hacerlo todo decentemente.

Como hoy es mi última noche de hotel pagada decido quedármelo. Volvemos a la oficina para formalizar los papeles y pagar el depósito. El dueño del apartamento tiene que dar su visto bueno, pero, aunque aún no tengo número de la seguridad social ni historial alguno de crédito, con la carta de las "Waukegan Public Schools" que le enviaré por fax no cree que haya problemas. Me ofrece, si espero un segundo a que atienda a otro cliente con el que irá en la misma dirección, a llevarme a la estación de vuelta. Acepto. En la vuelta hablamos ya los tres, él nos comenta cómo corrió en el los "San Fermines". También me ofrece una cama de su piso para mi apartamento e informarme de dónde comprar muebles y como alquilar por 30$ una camión para hacer la mudanza. Después de no saber dónde viviría parece que mejora el día.

En el tren veo al primer revisor blanco. Es de Waukegan, se sienta frente a los viajeros y habla con ellos. Lleva una bandera americana (no consigo ver si tiene algún símbolo relativo al partido republicano). No le entiendo mucho. Creo que comenta que es del 42 y que lleva 40 años trabajando y que tiene familia de y en Japón. No parece hacerle especial ilusión que vaya a enseñar español (me parece entenderle una gracia sobre que hay ya demasiada gente hablando en español, aunque no podría jurarlo).

En Waukegan cojo el autobús para ir al hotel. Salvo el conductor y yo (si es que no soy latino), todos son latinos y negros. Entro en el restaurante de 24 horas. El dueño, un griego llamado Costa de misma edad y que ya me saluda y se me acerca cuando llego se sienta un poco conmigo a hablar en lo que me sirven. Ceno. Hablo por teléfono con una de mis compañeras. Mañana empezamos el curso de orientación y debo llevar algunos papeles. Vuelvo al hotel. Nada más llegar, mientras estoy en el baño orinando llaman a la puerta. Es Costa, el dueño del restaurante. Ha venido a traerme el móvil que se me había olvidado.

Escribo estas dos entradas que añadiré vete a saber cuándo. Mientras, continúo borrando archivos del ordenador. Es ya la una y cuarto. Me tengo que levantar a las seis para empezar el curso de orientación a las siete y cuarto. Debería irme a la cama. Espero hacerlo, dormirme pronto y profundamente y no soñar nada que mi inteligencia no aprobara.

Evanston 2 (agentes y camareritas ucranianas, 15 de agosto)



El martes vamos por segunda vez a Evanston a buscar alojamiento. Me voy por mi cuenta a ver si hay suerte y encuentro algo de una vez. Antes de mi cita deambulo un poco por la ciudad. Compro unas patatas y un refresco en un Burguer King (hasta para mí en este país y recién llegado es inevitable usar este tipo de lugares). A la 1, la hora de la cita, un simpático hombre llamado Rob Domann, de la agencia "Apartment People Realty" me lleva a ver varios apartamentos en su coche. El primero es un estudio al que ya me había llevado una agencia anterior, ridículamente pequeño y caro. El segundo me lo enseña junto a lo que parece la dueña, una mujer mayor que lleva también, creo, el mantenimiento del edificio, y a la que parece que le gusto por ser sólo una persona y profesor. Me lo enseñan mientras come el actual inquilino, una persona de más o menos mi edad de origen indio. El lugar parece aceptable y le van arreglar cosas, pero no puedo ocuparlo hasta el 1 de septiembre y cuesta 900$. El tercer apartamento cuesta algo menos pero está ya un poco lejos de la estación del centro. El cuarto resulta un pelín más divertido. El actual inquilino lo tiene que dejar porque pensó que aceptaban perros y no es así. Y él tiene uno. Mi agente lo llama para ver si es posible verlo, y le responde que sí, que lo único que ocurre es que él no está, pero el perro sí. Mi agente, que dice no tener miedo a los perros, parece estar interesado en saber si hay posibilidades de que nos muerda. El dueño parece indicar que no. Vamos al apartamento, situado en una zona y edificio residenciales, con apariencia de clase media... Al abrir la puerta, un perro de esa raza alemana que tiene la apariencia de un dobermann pero con el tamaño de un caniche en miniatura nos recibe dando saltitos. Al poco lo tengo sobre el sofá, con sus patas delanteras sobre mí, pidiéndome que lo acaricie. No parece peligroso del todo. Es el mejor apartamento que he visto, pero no lo dejan libre hasta el 1 de septiembre también y está en la estación del tren más lejana del centro. Mi agente me comenta cómo Waukegan no es la zona más segura de Illinois. Decido que al día siguiente iré a Chicago a ver si encuentro algo que pueda pagar y que me guste (hay otra oficina de esta misma agencia).

Me compro una limonada (es algo que me gusta de este país, la verdadera limonada hecha a base de zumo de limón agua y azúcar) y unas cerezas en el supermercado "delicatessen" y orgánico. Hablo con mi madre. Me reúno de nuevo con mis compañeras, la mayoría de las cuales ya han reservado su apartamento en el edificio del "El Resplandor". La única compañera que no ha alquilado en el resplandor y que lo ha hecho a través de la misma agencia con la que he estado, me comenta que el agente de recepción, según ella gay, estaba muy interesado en saber si era yo español o italiano y qué tal me había ido. Les repito que no se me dan mal los hombres. Volvemos a Waukegan. En el tren hablamos con un hombre agradable y yo diría que de ideología demócrata que ha nacido en Waukegan, pero es profesor en San Francisco. Nos describe con discreción lo que ya parece evidente sobre nuestro distrito En el hotel conocemos a una nueva compañera que viene de Galicia que está con el profesor español que nos ha ayudado estos días y dos compañeras que han tenido que ir también al aeropuerto a intentar recuperar dos maletas que no vinieron con ellas. El español nos lleva a buscar colchones y menaje para las compañeritas. Entramos también en un Wall Mart, un supermercado que desde España, y también aquí, no me despierta especial simpatía. Volvemos. Decido que yo, personalmente, tengo que cenar algo de cierta consistencia en el restaurante 24 horas, el único que está abierto a las 22:30.

En el restaurante, la camarerita ucraniana, una chica que algo más joven que yo, está especialmente simpática conmigo. Me habla del español (como lengua) y no es especialmente amable con los mejicanos, que según ella son tontos y no quieren aprender inglés. Le intento explicar que es algo un pelín más complicado (qué manía tengo siempre con intentar explicar las cosas, espero que ahora que voy a dar clases de manera oficial me salga más rentable), que son gente de clase baja sin muchos estudios que sólo buscan un trabajo y una vida mejor, y que su español no es ni mejor ni peor que el de España, sólo diferente. No sé si me acaba de entender. En cualquier caso, me pregunta si podría darle algunas clases y ser su profesor. Le digo que vale, que espere hasta el 1 de octubre, cuando ya tenga alojamiento, horarios y esté un poco ubicado. Me pregunta si tengo número de teléfono. Se lo doy. Se tiene que ir, porque al día siguiente entra a las 7 de la mañana.

Al regresar al hotel veo a mis compañeras en la habitación de una de ellas. A la chica andaluza apolítica que en su vida solo ha votado al PP no parece hacerle gracia que vaya a dar clases particulares (clases que, por otra parte, he ofrecido dar gratis) y con su buen humor por no tener aún una de sus dos maletas y el que le hubiera hecho el gran esfuerzo de llevarme la carta de referencia del distrito en su mochila, no está especialmente simpática conmigo. La verdad es que, viniendo de donde vengo y como vengo, decido no perder mucho tiempo más en preocuparme de ciertas cosas y personas. Este año tengo que intentar aprender cosas (si es posible enseñar cosas a mis alumn@s) y conocer lugares y personas interesantes, por lo que me voy a mi habitación. Este bendito ordenador sigue funcionando igual, o sea, mal, lento y bloqueándose. Qué cansancio mental. A las 2 de la mañana más o menos me quedo dormido sobre la cama, y sobre las 6 me meto en ella.

Por desgracia, a ratos, se me sigue haciendo grande la cama y sigo añorando piel y formas. Sigo añorando pasados absurdos o que no fueron tales, momentos que deberían haber sido distintos, micromomentos de felicidad, futuros imposibles, haber tenido ojos en la cara. Y ni lo lúdico de la simpática anécdota con la directa ucraniana parece compensarlo. Debería ser más supuestamente varonil para estas cosas. Supongo.

Evanston (14 de agosto)

Finalmente, el domingo, después de comenzar este blog, fui a Evanston.

En una tarde de verano, en la que las personas en la estación de tren (después de correr con mi bolsa de patatas fritas desde la tienda de comida rápida al ver llegar uno de los autobuses fantasmas que pasan cada incierto tiempo) nos intentamos resguardar del sol en el andén de enfrente.

Me bajo en “Central Station” y al poco descubro que tiene un nombre engañoso. Camino y al menos compruebo que este lugar tiene aceras. Al poco llego a una especie de “Moraleja” junto a Chicago. Lo que en Castilla y León es una plaga de topillos aquí son ardillas que te miran brevemente antes de encaramarse a un árbol. En media hora he visto más de diez. Un conejo se cruza frente a mí. Los coches aparcados en los porches o las aceras son japoneses o europeos. Paso junto a un gran edificio que parece que resulta ser la Iglesia Católica Romana de San Atanasio. Después de preguntar varias veces dónde está el “city center” parece que me indican correctamente donde está el “down town”. Cruzo varias manzanas más, jardines, un campo de golf, la “Northwestern University”… finalmente llego al centro. Es un lugar limpio y de nueva construcción. Parece un barrio nuevo de cualquier ciudad europea, aunque con más jóvenes con pinta de universitarios. Al poco, frente a una supermercado de “delicatessen” y comida orgánica me encuentro a mis compañeras. Decido ser sociable y volverme con ellas a Waukegan. Ceno con dos ellas. Al volver a mi habitación y encender el ordenador, el windows me sorprende con la noticia de que sigue infectado/estropeado. Después de varias horas intentando arreglarlo y de ver cómo sale un nuevo pantallazo azul cada vez que intento usar un antivirus, me doy por vencido. Son las 2 de la mañana. Hemos quedado en coger el autobús a la estación a las 08:30. Duermo mal. Sueño, me despierto y, aunque no suelo hacerlo, recuerdo lo que sueño. No me gusta. La cama “king size” se me hace un poco grande.

Por la mañana vamos a Evanston. Perdemos el primer tren. Un profesor español que lleva a aquí un año y que ha sido el que nos ha ayudado y orientado amablemente los primeros días nos trae las cartas en la que se indica que nos han contratado (para los alquileres) y el programa del curso de orientación que comenzamos el 16.

En el tren me doy por vencido intentando explicarle a una de mis compañeras (andaluza, “apolítica” y que nunca ha votado a la izquierda) que todos, de una manera u otra, somos políticos, animales políticos, pero no parece que me explique bien. En Evanston nos dividimos en dos grupos. Voy con tres de mis compañeras y en una “Estate Agency” un circunspecto hombre de unos sesenta años nos lleva en su Land Rover a ver apartamentos. Unos de los más curiosos, en el “down town”, están en un edificio que me recuerda al de “El Resplandor” con plantas con largos pasillos y señales de “exit” en un edificio que antes fue un hotel. No cuesta imaginarse a niños cruzando sus pasillos en triciclo. Por desgracia no hay nada lo suficientemente grande o no excesivamente caro para mí.

Dejo a mis compañeras y decido buscar un poco por mi cuenta (porque además quiero algo para mí solo). Después de varias llamadas y conseguir una cita para las 15:10 conozco los “Evanston Place Apartaments”. Me dan un folleto en papel verjurado y Aaron Dembroski, una atractivo chico rubio y yo diría que gay me enseña el edificio: su gimnasio, el club social que puedes reservar para celebrar fiestas, la piscina en la azotea en la que saluda a una pareja de atractivos y bronceados jóvenes (chico y chica) que toman el sol en una tumbona, la habitación con vistas a los dos rascacielos de la ciudad, su barra americana, su baño de mármol… Es una pena cuando me comenta los 1500$ que vale al mes sin ningún gasto incluído, aquí podía haber vivido yo como un príncipe.

Más tarde, una chica negra muy simpática me lleva en otro Land Rover a ver otros apartamentos. Son un poco diferentes a los de “Evanston Place”, la verdad. Pero la chica es muy simpática, ve mi folleto de “Evanston Place” y me comenta que son estupendos y que allí vive la hija de “Jerry Springer”, el presentador del “talk show”, estilo “El diario de Patricia” pero con un poco (o mucho) más de sangre.

Llamo a mis compañeras. Volvemos a Waukegan. Un amigo me ha mandado un mensaje al móvil español. Intento reparar el ordenador. Veo mi correo. Pantallazos azules. Reinicios. Me rindo una vez más y bajo a cenar con mis compañeras. Regreso a mi habitación. Lo vuelvo a intentar con el ordenador. Mejora un poco pese a la infección. Pero la página de mi blog no recuerda mi nombre de usuario y/o contraseña. El programa de la cámara tampoco funciona. Escribo las dos última entradas en el word con el deseo de, antes o después, poder subirlas. No estoy seguro. A veces pienso en lo que debería olvidar. Tengo sueño. Mañana hemos quedado de nuevo a las 08:30 en la parada del autobús. A la 01:00 tengo una nueva cita para ver apartamentos. A ratos pienso que, aunque está a más de una hora, a lo mejor debería vivir en Chicago.

Cosas II (13 de agosto)

“Cosas Modernas” que se te pueden olvidar o levemente complicar, antes, en y durante un viaje, en este mundo complejo:

Puede que tu sistema Windows XP que parecía arreglado siga infectado y te pases varias horas de la madrugada del domingo, cuando ya parecía todo solucionado, intentando arreglarlo, intentando descargarte antivirus o usándolos “online” hasta que el sueño te invade y te vas un poco agotado física y mentalmente a la cama.

Puede que la cama “king size” de tu “hotel de carretera” se te haga un poco grande (y duermas mal y tu cama “king size” se te haga un poco grande).

Puede que la página en la que acabas de abrir un blog no reconozca tu nombre de usuario ni de contraseña al día siguiente.

Puede que todo sea un problema de identidad y que el ordenador, la página de mi blog, mi cama “king size” y los mismos Estados Unidos sean conscientes de que aún no la he recuperado, formado, adquirido.

Chicago (12 de agosto)


Ayer estuve por primera vez en Chicago. Fui con el gineceo de compañeras que han venido a trabajar también como profesoras a Waukegan. Nos habían invitado una pareja de profesores españoles que llegó el año pasado. Se suponía que había una especie de fiesta en su calle en la que se sacan mesas con comida y bebida. Fuimos en el Metra (el tren de cercanías de aquí). Se tarda una hora y cuarto más o menos. Por supuesto, a la estación de tren de Waukegan, salvo si tienes suerte y consigues coger uno de los escasos autobuses, hay que ir en coche o en taxi. Fuimos nueve personas en el taxi con una persona de color (¿se dice así?, ¿debería mencionarlo?) al que apenas entendíamos y que nos llevó dos estaciones más allá y nos cobró 45$ por el viaje.

La pareja de profesores vive en Wicker Park, una especie de barrio a las afueras de Chicago que se ha convertido en una especie de parte bohemia con gente joven y supuestamente intelectual (en apenas unas horas allí no me atrevo a opinar mucho) y familias de clase media. Es un sitio agradable. Con sus diferencias, y por mi experiencia biográfica y vital (qué le voy a hacer, no me sé transmutar ni recuerdo reencarnaciones), algunas partes me recuerdan a Marchmont o Morningside en Edimburgo. Otras son, evidentemente, más particularmente estadounidenses.

No hubo suerte y un apartamento que se alquilaba de una habitación en la última planta de un edificio por 700$ se había alquilado el jueves. Intentaré buscar algún otro. A las pocas horas mis compañeras se dividieron en grupos para ver la zona y ver posibles lugares para alquilar o para ir a Evanston (una ciudad universitaria junto a Chicago, moderna, “elitista”, “cultural”, con aceras, que tal vez no sea mal lugar, si hay suerte y un apartamento para vivir) Yo, ya, preferí estar un poco solo por primera vez desde que llegué (como el apartamento alquilado, también el jueves) sin que fuera para dormir y me fui a conocer un poco la zona.

El mundo es muy complejo. La vida es muy absurda y es curioso ver los rascacielos de Chicago tras un Wendy’s. Anochecer en este barrio tranquilo. Las tiendas cool de la zona. Llamar a citibank para conseguir sacar dinero. Comprar un adaptador para el portátil. Gente guapa y bien cenando en las terrazas. Recordar otros tiempos no sé si mejores o sólo aparentemente en otros lugares con otras personas. Ver pasar grandes autobuses frente a fachadas de edificios con rostros de ilustres personas. Comprobar cómo mi sentido de la orientación sigue siendo el mismo (poco o ninguno). Cómo las personas nos saben dónde están los lugares. Conseguir llegar a la estación de tren. Volver en un tren repleto aunque con poca gente blanca (¿se dice así?, ¿debería mencionarlo?), con un revisor de color haciendo bromas a un grupito de niños de color (¿se dice así?...).

Al llegar a Waukegan mis compañeras habían venido en otro vagón del mismo tren. Me hablan de Evanston (donde debería ir hoy). Se van agotadas a la cama. Como apenas he comido me voy al restaurante de 24 horas de enfrente del hotel. La mayoría son blancos de clase baja e hispanos. Como tilapia (creo que perca) a la plancha y unas patatas fritas que apenas han sido peladas. Un donut del Donki’n Donuts de enfrente tras cruzar la carretera. Vuelvo a mi habitación. Consigo reparar el Windows. Me encuentro a una amiga reciente en el messenger que no puede dormir (aquí es la una de la mañana, allí las nueve). Charlamos un rato de, en algunas cuestiones semejantes en lo absurdo, nuestras vidas. Había pensado en comenzar este blog. Pero son las cuatro. Como en tantas otras cosas de mi vida, como tantas otras veces, lo dejo para mañana. Mañana es hoy. Ya llevo un rato frente al ordenador. Es la una y media de la tarde. Voy a ver si me ducho y voy a comer algo. Ver si está abierto el Auto Dealer de al lado. Ir a conocer Evanston. Más tarde intentaré añadir fotos y rematar las entradas de hoy. No siempre serán tantas. No siempre serán tan largas. No sé. Supongo.

Comenzando 2 (12 de agosto)


Ya he hablado y mostrado un poco de Waukegan. Eso puede hacer comprender mejor por qué estoy buscando otro sitio para vivir.

Y he dicho que he venido a trabajar. Pero no he dicho a qué. Se supone (es más bien la verdad con exactitud, pero me gusta esta expresión) que voy a ser profesor para las “Waukegan Public Schools”, para su programa bilingüe, a través de un convenio entre el MEC (¿es todavía el MEC?) y la autoridades educativas de EEUU. Trabajaré en una Middle School (la “Daniel Webster Middle School”), en los grados 6, 7 y 8, con niñ@s (o preadolescentes más bien) mayoritariamente de origen latino (un 70%) y de bajos ingresos (otro 70%) siendo, creo, su profesor de “Language Arts/Spanish”.

En lo que empiezo estoy en esta especie este hotel de carretera, viendo dónde viviré, que coche compraré en qué autodealer, añorando estúpidamente alguna piel, escribiendo la tercera entrada de este blog.

Cosas (12 de agosto)

“Cosas Modernas” que se te pueden olvidar o levemente complicar, antes en y durante un viaje, en este mundo complejo:

Puedes olvidar el adaptador del portátil.

Puedes desconfigurar tu sistema Windows XP (y que no funcione y que no cargue y que muestre unas molestas pantallas negras y azules) la tarde antes de salir.

Pueden y puedes hacerse/hacerte un lío con el Pin Code de la tarjeta de tu cuenta Citibank y no poder sacar dinero.

Pueden y puedes hacerse/hacerte un lío con el Pin Code de tu nueva compañía de móviles alemana norteamericana (T-Mobile).

Y que pese a todo no te parezca lo más importante, y que pese a todo no lo sea y que pese a todo sea parte de tu vida.

“Cosas Modernas” que son iguales o muy parecidas (al menos en la llamada parte occidental o, para qué engañarnos, en todo el mundo, o en casi todo el mundo) en este mundo complejo:

Los aeropuertos

Los coches

Los supermercados

Los centros comerciales

Las compañías de telefonía móvil

Los MacDonalds (esto se hace adrede de manera más evidente)

Las bebidas aromatizadas a base de extractos

Las máquinas expendedoras

La gente

“Cosas Modernas” que son un poco diferentes en este mundo complejo:

Las medidas (ahora que me había acostumbrado a las medidas británicas mis refrescos son de 20 onzas, 591 mililitros)

Las propinas

Los coches

Los paisajes

La gente

Y que pese a todo no te parezca lo más importante, y que pese a todo no lo sea y que pese a todo sea parte de tu vida.

Comenzando (12 de agosto)


COMENZANDO:

Después de enamorarme (si se dice así) por primera vez y equivocarme (después de hacerlo como un quinceañero con casi treinta años), después de enriquecerme y empobrecerme, después de enfermar y no sé si vacunarme, después de año y medio de idas y venidas sin moverme, y de estar quieto moviéndome, después de que hayan pasado treinta años sin enterarme de nada o casi nada, sin enterarme, después de haber sido torpe en mis habilidades y hábil en mis torpezas, tal vez haya sido una buena idea haberme venido a trabajar a este lugar de este imperio derrumbándose, a este lugar perdido en la nada, Waukegan, Illinois, Estados Unidos de América.

Puede que haya sido una buena idea haber venido a ser profesor a este lugar a una hora en tren desde Chicago, parecido al escenario de una segunda parte pelín más cutre de “Carretera Perdida” (espero que no un pelín más compleja), con sus Wendy’s y sus McDonald’s, sus Dunkin' Donuts, sus autodealers (con sus coches japoneses, coreanos, europeos, americanos cuyos interiores parecen sin acabar), sus restaurantes de 24 horas, sus Wall Marts, sus carreteras, sus coches japoneses, coreanos, europeos, americanos cuyos interiores parecen sin acabar y que son imprescindibles para ir a sus Wendy’s, sus McDonalds, sus Dunkin' Donuts, sus autodealers, sus restaurantes de 24 horas, sus Wall Marts, para llegar a cualquier sitio donde uno necesite o no necesite llegar (y uno entiende más cosas sobre el petróleo, la gasolina, visitas a países de oriente medio y ese querer regalar ese supuesto medioinvento de un señor antiguo llamado Pericles sin envolver ni preguntar).

Y en esta especie de vida nueva (porque nada es nuevo nunca, y no tires esa prenda que ahora te parece horrible, porque la moda vuelve siempre y volverá), estoy aquí, en esta mañana de domingo, en esta especie de hotel de carretera, en este, repitamos sin mucho convencimiento su nombre, “Quality Inn”, perdiendo tal vez ciertos complejos, y siendo tal vez demasiado indiscreto (aunque nunca lo haya sido en exceso) sobre mi propia vida, empezando este blog para que todo el mundo sepa lo que quizás todo el mundo sepa, o no le importa, pero añadiéndole detalles, fotos borrosas de mi cámara digital (tan exclusiva como todas las cámaras digitales), personalidad a lo que es inevitablemente personal, coloquialidad para lo que es inevitablemente coloquial (aunque yo me suela mover de un extremo a otro), supongo que para ser querido (para lo que hacemos todo nos guste reconocerlo o no) y hacer engañosamente mía una pequeña parte de esta red de redes que ha sido siempre este mundo, no sé si ahora un poquito más, este mundo que este ectomórfico Capitán Logos siempre ha dicho que es muy complejo (o muy absurdo o muy sencillo, pero siempre muy complejo).