sábado, 1 de noviembre de 2008

Improductividad improductiva IV (sábado 1 de noviembre)


Me despierto a las 10 de la mañana. Desayuno un poco de hipérico, zumo de naranja, paracetamol, un comprimido de extracto de uva y pharmaton complex.

Leo un poco las noticias en Internet: las elecciones norteamericanas, la última película de Díaz Yanes (aún recuerdo la que me resulto conmovedora Alatriste en mis tiempos lejanos, engañosos y extraños), las opiniones reaccionarias de la reina de España (a lo mejor alguien aún pensaba que era troskista)…

Pero, como siempre, pese a todo, los cortocircuitos vuelven: los mismos pensamientos, sentimientos absurdos, sensaciones absurdas, las mismas personas.

Aún estoy paralizado. Sí. Aún no he liberado de esta miasma que se apoderó de mí hace año y medio, hace tres años, tal vez antes.

Aún recuerdo a la misma persona, a las mismas personas, los mismos hechos una y otra vez.

Aún dialogo conmigo mismo y con nadie.

Aún sigo en la misma situación de improductividad improductiva.

Y nunca he sabido tampoco con exactitud lo que era la productividad, ser productivo. Pero esta es otra cosa, sí. Otra cosa no especialmente gloriosa.

No creo que hayan sido mucho más productivos los creadores, vendedores, acumuladores de hipotecas basura. No. Ni los que fabrican un nuevo chip, una nueva carcasa, semejantes en un 99% al anterior para que haya un nuevo cliente que compre un nuevo chip, un nuevo ordenador. Ese perfume casi idéntico, ese bolso del que han cambiado el color.

Ni creo que fuera feliz fabricando vasos para el Macdonald’s, descuartizando pollos, poniendo tuercas, vendiendo seguros, por mucho que sean actos que hacen girar el mundo. Que hacen girar su supuesta rueda.

Y los momentos en los que he sido brevemente, falsamente, tal vez feliz, no han sido tampoco productivos. Tomar unas copas, charlar, escuchar una canción, luchar por alguna idea, ver una película, pasear con el perro, tocar una piel, besar unos labios, probar tal vez una nueva droga.

Tal vez sea sólo eso, no soy productivo. Las cosas que me dan que me han dado mínimamente la felicidad no son productivas. O no lo son en este mundo. O yo no consigo que lo sean.

Pero esta improductividad tampoco está consiguiendo que lo sea.

Leyendo las breves biografías de Tiziano y Rafael descubro que a mi edad ya habían hecho gran parte de su obra. Ya eran “maestros”. Rafael murió con apenas siete años más de los que yo tengo ahora. Y sí crearon algo, fueron productivos. Aunque fuera produciendo belleza por encargo para monarcas y nobles despóticos. Papas, aunque sea redundante decirlo, corruptos y avariciosos. Pero incluso así, publicitando a papas militares como Rafael, o siendo pintores de casi factorías industriales, como Tiziano, consiguieron crear belleza.

La mujer de Tiziano murió cuando él tenía unos cuarenta años y no se volvió a casar. Rafael murió enamorado.

No sé si es necesario, si ha sido necesario conocer y ser engañado por algunas personas, haber albergado ciertos sentimientos y deseos, mostrarme estúpido en mis creencias y mis actos, recorres el mundo como un payaso autómata, permanecer rígido, crédulo y engreído como un niño, haber tenido mala suerte o haberla provocado. No lo sé.

Pero sólo deseo que, haya sido o no necesario vivir el último año y medio, los últimos tres años, mis tristes e inmaduros treinta y un años, haya sido para algo, me sirva pronto para algo. Para aprender algo. Para hacer algo.

Y no necesito ser Rafael o Tiziano. Ni haber conquistado a mi edad casi todo el mundo como Alejandro Magno. Ni ser Jesucristo. Pero sí salir de esta estúpida improductividad improductiva.

Mandy in Wan Chai (viernes 31 de octubre)

Estoy de camino a Wan Chai. He quedado con Wendy, una chica inglesa que se define como divertida. He quedado a las ocho. Son las ocho y cuarto. Cuando llego junto a la cafetería donde hemos quedado, descubro que no es la cafetería. Descubro que estoy en North Fortress.

Estoy de camino a Wan Chai. A la salida del metro me encuentro con mi conocido filipino. Está tomando cervezas con un amigo en el suelo. Me invita a una. Le doy las gracias, pero le comento que he quedado y que llego ya tarde. Me indican cómo llegar a The Mess, el pub donde he quedado.

En The Mess sólo me parece ver occidentales. Mandy está con dos amigos, Symon, un suizo que, según la tarjeta que me da, trabaja para Ubs y otra chica cuyo nombre no recuerdo y que no acabo de saber si es la amante o la mujer de Symon, que está casado. Symon tendrá más o menos mi edad, es muy amistoso y me habla entusiasmado de Hong Kong. Todo le parece muy “convenient”. Se puede encontrar y hacer de todo. Pienso que todo es más “covenient” para un occidental que trabaja para UBS que para el chino o el filipino que te atiende en el supermercado 24 horas. La otra chica es más callada.

Mandy me lleva a una especie de fiesta de Halloween en Lan Kwai Fong. Es en un pub llamado The Linq. Apenas se puede caminar por las calles de Lan Kwai Fong. En The Linq casi todas las personas son occidentales. Suena Depeche Mode.

Mandy trabaja en el sector de las mudanzas. Recolocando a las empresas y expatriados extranjeros que viene a Hong Kong. Mandy lleva 11 años viviendo en Hong Kong, pero sus opiniones sobre los chinos, cuando le pregunto si ha quedado con alguno, son un tanto peculiares. Sobre cómo les huelen las manos a pescado. O cuando comenta que le gustan los hombres que pesen más que ella (y en mi caso no me atrevo a jurarlo). Curiosamente, según ella, los occidentales prefieren quedar con chinas. Pero sus opiniones sobre cómo les gustan los hombres con tarjetas de crédito a las chinas también son muy peculiares. Le comento que, en ese caso, y dada mi situación laboral, no voy a tener mucha suerte. En algunos momentos Mandy parece una persona inglesa de hace cien años viviendo en el Hong Kong de hace cien años.

Mandy quiere aprender español (ése parece el motivo de haber quedado conmigo) y, aunque creo que le parece, o me parece a mí, que nuestros caracteres, nuestros gustos y opiniones son muy relativamente compatibles, comenta la posibilidad de invitarme a cenar para practicar su español.

Superhéroe en paro (viernes 31 de octubre)

¿De verdad que no hace falta un superhéroe como yo?

Un superhéroe que lleva recordando, doliéndose y lamentándose por una relación absurda y su final; por todos los acontecimientos, circunstancias y personas que vinieron después.

Un superhéroe que, estos momentos, sólo sabe y puede escribir este blog absurdo. Escuchar música. Caminar, perderse y quedar con personas desconocidas en Hong Kong. Llegar tarde a todos los lugares y todas las citas.

¿De verdad que no hace falta un superhéroe como yo?

H&M en Queens Road (viernes 31 de octubre)


Mientras me pruebo vaqueros no me veo tan mal en los espejos del probador del H&M de Queens Road. El pelo, lamentablemente, está retrocediendo. Pero me parece apreciar algún abdominal, pese a que los últimos días no me he sentido con ganas de correr y hacer mis ejercicios. Tal vez sean la glutamina, la espirulina o los plátanos. No sé.

En el H&M de Queens Road todo está hecho en China.

Aunque cada vez tengo menos dinero (prestado) y aún no he encontrado trabajo me compro unos vaqueros ajustados por 249 dólares hongkoneses.

Desde que se llevaron mi ropa a la lavandería el jueves no la he vuelto a ver.

MacDonald’s en Queens Road (viernes 31 de octubre)

Estoy en uno de los Macdonald’s de Queens Road, en Central. En el subsuelo de Queens Road, en Central. Lo atienden un chico con obesidad mórbida, adolescentes, mujeres chinas y filipinas de minúscula estatura y más de cuarenta y cincuenta años. De igual manera que en muchas zonas de Illinois y Chicago sus clientes eran negros e hispanos, aquí la mayoría son filipinos.

Una vez más me pregunto cúantos pollos habrán despedazado para que pueda comerlos, de qué manera. Cuánto petróleo para el poliuretano, cuántos árboles para sus envases de cartón cuánto anhídrico carbónico para millones de litros de refresco.

El primer y último lunes de cada mes es el día sin pajitas para colaborar con la conservación del medioambiente.

Frente a mí se sienta una pareja de chicos occidentales. Tal vez sean modelos. Él es moreno, con las cejas seguramente cuidadas, delgado y musculoso. Él lleva una camiseta de tirantes, vaqueros y una gorra con la viera puesta del revés. Ella tiene una larga melena de color castaño, ojos claros, piel clara. Ella lleva una vestido rosa pálido de apariencia barata y que seguramente valga como toda la ropa que tengo en Hong Kong, sandalias romanas rosas. Él come una hamburguesa doble y patatas fritas, seguramente para darle proteínas y calorías a sus músculos. Ella unos nugets que apenas prueba mientras picotea alguna patata con desgana. Tienen pocos más de veinte años. Me parece escucharles hablar en francés mientras comemos rodeados de filipinos.

Entro en el baño más minúsculo de todos los MacDonald’s que he conocido.

A la salida intento hacer alguna foto a la extraña sensación que me produce ver cómo anochece hoy entre la multitud y las tiendas y rascacielos de Queens Road. Se me ha acabado la batería de la cámara. Añadiré la foto más tarde. Por desgracia o fortuna es muy fácil manipular la apariencia de la realidad.