viernes, 16 de mayo de 2008

31 VIII. Mayo de 2008 (madrugada del viernes 16 de mayo)

Veo en Días de Cine un reportaje sobre Mayo del 68 (y a la maravillosa Eva Green de Soñadores de Bertolucci). Han pasado ya veinte años. Y no sabemos bien lo que queda de él. Ni siquiera, aunque lo desee, Sarkozy lo sabe.

Qué queda de la revolución (por desgracia eso es demasiado visible), de la libertad… Qué queda de tantas cosas…

Queda, tal vez, cierta incipiente igualdad de género en el mundo occidental… Queda el dudar de todo, el relativismo para lo bueno y para lo malo. Queda un mundo prácticamente igual, pero con ideas nuevas. Queda también el revisionismo de tanto conservador, aunque no se diera cuenta en su juventud de que lo eran…

Y, a mí, qué me queda del 68 en esta vida y en este blog egocéntrico y tantas veces relamido… El desear lo que ell@s desearon, el creer que podré alcanzar lo que ellos intentaron alcanzar y no alcanzaron, vivir lo que ellos (aunque, algun@s, tal vez sí) no vivieron… La belleza, la libertad, la igualdad, la felicidad, los cuerpos…

En fin… Veremos en qué se traducen mis 31 años, el año que terminó, este nuevo año en mi vida que comienza. Este mayo de 2008.

(Hoy es el cumpleaños también de la Chica tal vez aún Dulce… Le enviaré un mensaje por si este apunte no basta)

31 VII. Retazos de mi primer mes con 31 (jueves 15 de mayo, madrugada del 16)

Estoy en un bar de Gracia con la Profesora Anarquista y sus amigos. Le estoy mandando un mensaje al móvil para decirle que no voy al Museo de la Ciencia.

Estoy volviendo en el metro de ver Iron Man en versión original subtitulada (así de cachondo soy). Y pese a sus inconsistencias, su burda visión de Afganistán y sus enemigos de final de fase, tiene cierta gracia. Y Robert Downey Junior siempre está bien. Y quién sabe qué dirán de ciertas películas, de ciertas obras, de ciertas expresiones en el futuro.

Estoy acostándome tarde, levantándome tarde, viendo Sé lo que hicisteis mientras tomo leche con colacao y mis infantiles galletas con cereales de Cuétara.

Estoy triste. Estoy leyendo los tres periódicos del domingo. Estoy fregando los platos. Estoy dormido.

Estoy comprando una dorada junto a una joven extranjera, pelirroja y muy guapa en la pescadería de El Corte Inglés. Estoy indicando a un joven extranjero, también muy guapo, dónde se encuentran las patatas.

Estoy viendo una pelea entre dos brasileñas, bolso y paraguas en mano, mientras espero que me abran la puerta en un edifico a las afueras de Barcelona. Estoy viendo la segunda mitad de Juno junto los amig@s de la Profesora Anarquista. Estoy escuchándolos en su improvisado y entrañable coloquio sobre la película.

La dependienta me esta diciendo que van a dejar de hacer mi colonia.

Estoy comiendo pan caliente mientras camino por el Raval.

Estoy comprobando en qué consiste el regalo que me han hecho El Capitán Honestidad y la Capitana Golfa, mi chocolateterapia y mi oxigenación de cutis en un centro de estética de los más pijos de Barcelona.

Estoy jugando al God of War II.

Estoy disfrutando mientras leo las noticias sobre la pequeña lucha intestina en el Partido Popular entre conservadores, muy conservadores y de extrema derecha.

Estoy intentando encontrar los Lauren Gracia para ver Todos estamos Invitados, de Gutiérrez Aragón, justo un día después que esas personas aún en el neolítico hayan cometido su último atentado. Estoy volviendo en el metro sin haberlo encontrado rodeado de erasmus.

31 VI. La vida que se repite o las chicas dulces sin azúcar (viernes 9 de mayo)

El mundo es muy complejo. O muy absurdo. O yo soy muy tonto. O la vida se repite. Puede ser que todo.

La Chica Dulce me vuelve a invitar a ir a Valencia y a Moraira. Nada más colgar se lo piensa. Vuelve a llamarme. Ya no está segura. Tal vez todo es demasiado rápido. Ya no iré “en secreto”. Le hablo lenta, dulcemente también, que se lo piense, no pasa nada.

Al día siguiente ya se lo ha pensado. Sí, quiere que vaya. Lo ha “consultado”. Es una tontería. Tiene “demasiado tiempo para pensar” y complicar las cosas. Pasan los días. El día antes un mínimo comentario sobre estrategias múltiples femeninas y sinceridades varias hace que cuelgue rápido.

Le mando un mensaje simpático por la mañana. Me llama contenta. Al poco una leve “plorera”. Intento tomármelo con calma, ser comprensivo, dulce de nuevo. Hago gracias (algunas sexuales). Todo parece arreglado.

Y de nuevo es la Chica Dulce de siempre. Y yo un poco tonto como siempre conociendo familiares. Pero bueno, no importa. Es mucho mejor que algunos pasados y nos han llenado el frigorífico (lo que en mi caso no es tan fácil). Moraira sigue como siempre. La Perrita Cancerígena sigue teniendo ojitos de ewook y sigue sin entender la intimidad humana. La noche es agradable. Y la mañana. La siesta es inesperada y agradablemente placentera.

Después vienen sus amigos conservadores. Pero son agradables, y aunque nada es extraordinario, todo es al menos relajante. Y el domingo por la noche, después de cenar, buscamos con su coche una red wifi a la que poder conectarme para responder a una oferta de empleo de una empresa norteamericana de encuentros por internet. Ella se va a la cama. Acabo a las siete de la mañana. Me acuesto. En la habitación somos tres.

Por la mañana la llaman para una entrevista de trabajo. Tiene que estar al día siguiente en Valencia. Me quedo en Moraira. Paseo con la Perrita Cancerígena, la limpio con toallitas de bebé. Me mira. La miro. Nos miramos. Duerme junto al sofá en el que leo el periódico. La dejo dormir sobre la cama.

La Chica Dulce vuelve al mediodía. Todo parece volver a los días tranquilos y de pieles tibias pasados. Pero algo parece haber cambiado. Algo es distinto. No es la Chica Dulce conocida, no es la Escolapia del Infierno. Es otra cosa. Tal vez la realidad. La seriedad. El evitar. Las caricias se desperdician. Tal vez por la ovulación, por las dudas laborales. Pero todas las vidas son complejas. Y es demasiado pronto para que ocurra esto. Para sentirme así. El regalo que era todo queda desaprovechado.

Y yo, que con tanta precaución lo he explicado todo demasiadas veces. Que con tanta precaución avisaba de la premura y lo incierto de la palabra “compromiso”, que intentaba ser siempre honesto, me siento idiota otra vez. Siento que otra vez, no sé por qué, he sido, he de ser la medicina. Yo, que en estos momentos, tan necesitado estoy de ella. Yo que me conformaba con la tranquilidad de unos días, de una piel tibia, que intentaba obviar tantas cosas como en mi vida son erróneas y desordenadas. Vuelvo a sentirme equivocado.

Pero esta vez no quiero repetir. No quiero volver a equivocarme una y otra vez. Es demasiado pronto para que sucedan ciertas cosas. Es demasiado pronto para que no se valoren, para que no se deseen ciertas cosas. Y no quiero volver a equivocarme de la misma manera. Quiero que mis equivocaciones no se repitan. Que se repitan lo mínimo. Y no es sólo sexo, aunque también. Es que hay una persona frente a otra.

Llueve el día del regreso a Valencia. La entrada del apartamento se ha anegado de agua. Llueve levemente mientras los tres esperamos a que llegue el tren que me llevará a Barcelona. La Perrita Cancerígena es la única que no se siente incómoda. Dentro del tren tengo que esperar una hora por problemas técnicos.

Y hay mensajes de perdón. Hay dulces mensajes de disculpa. Aunque también ambiguos y desconcertantes. Pero es demasiado pronto. Y estamos, sí, aún “un poco idiotas”. Pero yo estoy también un poco roto como para arreglar a nadie o a nada. Como para no poder disfrutar nunca de lo que debería ser un poco más sencillo. Como para no poder simplemente dejarme llevar y ser mecido y acariciado.

31 V. La profesora Universitaria Anarquista (domingo 20 de abril)

Estoy en ninguna parte a las afueras de Barcelona. Estoy a la salida del metro. Es la 1 de la mañana.

He quedado con una antigua conocida de tiempos de Alternativa. Una chica anarquista y pizpireta. Ya profesora de universidad en Tarragona. Nos conocimos hace años, en uno de esos encuentros de asociaciones universitarias tan divertidos y tan destartalados. Vino a uno organizado por nosotros en Valladolid. Tuvo una relación que no me atrevo a describir con uno de mis compañeros. Luego nos volvimos a ver en un Foro en Málaga. Nos reímos de los tópicos (ideológicos y humanos) progresistas. Aunque su opinión sobre la prostitución y la pornografía quizás lo sean, en parte, un poco. O sobre el aborto. Tal vez lo sean mis opiniones. En cualquier caso siempre agradable. Siempre sonriente ante mis ocurrencias (lo que supongo que siempre nos acaricia la autoestima a los hombres). Nos mantuvimos en contacto con leves destellos de messenger. Estuve en su penúltimo piso hace dos veranos. Acompañado. Antes de ir a Edimburgo. Nos invitó a comer. Ha pasado tanto tiempo y tan poco.

Desde que he llegado a Barcelona no hemos conseguido vernos. Finalmente vengo a Hospitalet. Salen de un concierto al que he sido invitado, pero Rosendo no es para mí.

Sigue igual de simpática, igual de acogedora, igual de hospitalaria. Hablamos un poco de nuestras vidas en una especie de discoteca. De mi vida. De la suya (aunque calla tanto). De psicología. De Reich y Lowen, yo, de Fromm y El Arte de Amar, ella. De problemas semejantes. Todavía tiene juicios con un antiguo novio. Pero se muestra tenaz. Siempre hiperactiva. Ahora se la ve feliz con un novio callado y amable. Me informará de todos los planes que tenga su gran grupo. Los invito a comer un domingo que puedan.

Vuelvo en el metro. Me conecto a internet. Tomo leche con colacao y mis infantiles galletas con cereales de Cuétara.