domingo, 25 de enero de 2009

Jugando a “Change Air Blade” mientras escucho a Schubert ( sábado 24 de enero, madrugada del domingo)

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   Sammy es una empresa creada en 1975 y centrada, fundamentalmente, en la fabricación de una especie de maquinas tragaperras al estilo nipón. También ha fabricado algún videojuego. De hecho, hace poco se unió a la mítica Sega, que después de los últimos intentos con la Saturn o la Dream Cast, no pudo hacer nada contra Sony y sus Playstations o Nintendo.

   Y cuál es el sentido de  este somero resumen del mundo del videojuego japonés.

   Ninguno. O casi ninguno.   Sólo que, lo queramos o no, el mundo es muy complejo. Y en esta solitaria noche de sábado, en la que una vez más no he salido (y son ya tantas) pese a la invitación de una amiga, me he pasado algunas horas jugando a un juego de 1999 de Sammy, el “ Change Air Blade”,  intentando destruir desde mi portátil los aviones rivales mientras escuchaba a Schubert.

    Mientras notaba que 5 mg de Lorezapan y 100mg de Atarax me hacían poco efecto. Más bien ninguno.

   Mientras pensaba en que debería hacer  decenas de cosas más importantes. Cosas que me hicieran realmente feliz. Pero el problema consiste en saber cuáles. En el esfuerzo que puede costar alcanzarlas. En saber sí podré alcanzarlas. Si dependerán exclusivamente de mí.

   Mientras pensaba en lo que estarían haciendo en esos mismos momentos decenas de personas. Conocerse, hablarse, acariciarse.

   Y así, después de que  un grupo de japoneses diseñara un nuevo y olvidable videojuego de aviones y disparos, y cientos de personas colaborasen años después para que ése y el resto de los videojuegos del pasado puedan ser jugados gracias a programas emuladores como el “MAME”, un absurdo y absorto y ya no tan joven español pasa parte de la tarde  intentando eliminar  el avión rival, intentando olvidar el pasado reciente, intentando que el juego en sí, el juego de luces y sonidos, las piezas que se unen en la pantalla, coloquen y sitúen algunas partes de su cerebro, que se coloquen para el futuro.

   Sin conseguirlo del todo, no. Perdiendo el tiempo, sí. Escuchando mientras, tal vez sólo oyendo, el disco de Schubert que le han regalado con el periódico.

   Inevitablemente, el mundo es muy complejo.