domingo, 30 de septiembre de 2007

Cosas 3. Adelanto (Domingo 30 de septiembre)

Hace poco más de dos meses mandé a una persona un mensaje triste, un tanto absurdo, un tanto duro tal vez, un tanto desesperado, en el que casi al final decía que el destino nos trataría como pudiera o nos mereciéramos y puede ser que, no sé exactamente por qué, me lo merezca o el destino no sepa, no pueda tratarme mejor. No lo sé. Por supuesto que un destino para un chico de 30 años y clase media, no hay que exagerar. No lo sé.

Y la verdad es que yo no busco, no necesito curtirme, ser más fuerte, sólo quiero ser feliz, un poco más feliz, encontrar lo que, de una manera u otra, de una forma u otra, todos los seres humanos buscamos. Pero parece que, de momento, el destino se ha empeñado, en los últimos dos años, en endurecerme, en entrenarme no sé para qué tarea. O simplemente, los átomos quue forman las cosas, los átomos que forman las personas, las casas, los coches, los teléfonos móviles, los aviones, los establecimeintos de comida rápida, las pieles, los ojos, los cuerpos, los elementos químicos que unen y separan a las personas tiemblan y adoptan formas tensas e incómodas cuando me acerco. No lo sé.

En cualquier caso, aunque resulte incompleto, este es un adelanto de otras tantas "Cosas Modernas" que se te pueden olvidar o levemente complicar, antes, en y durante un viaje (o vida en otro, en un nuevo lugar), en este mundo complejo:

- Puedes comprarte un Geo Prizm del 95 con 160.000 millas que se quede sin batería a los cuatro días y que te lo recarge un amable estadounidense en Wicker Park.

- Puedes olvidarte las llaves dentro de tu Geo Prizm del 95 (unas llaves que no sirven para cerrar la puerta) y que te lo abra un amable policía en Waukegan.

- Puedes comprarte un Geo Prizm del 95 con 160.000 millas que se quede sin batería a los cuatro días de haberla recargado.

- Puedes tener que comprar una nueva batería.

- Puedes olvidarte de nuevo las llaves dentro de tu Geo Prizm del 95 en el Ikea de Schamburg a las 8 de la noche. Puede que allí la policía sólo abra los coches si hay un niño y/o un animal dentro.

- Pudes encontrarte solo las 10 de la noche en un polígono, en un suburbio de Chicago, frente a un Ikea. Puedes tener que ir andando a una BP Petrol Station. Puedes encontrarte allí a un policía bajito y de bigote rojo que te vuelva a aclarar que sólo abren los coches si hay un niño y/o un animal dentro y que a él eso sólo le pasaba de niño y que también les pasa a sus hijos.

- Puedes tener que pagar a una compañía para venga a abrírtelo. Puedes verte con una chica joven y grande y su padre intentando abrir tu coche a las 11 de la noche, en un suburbio de Chicago, frente al Ikea.

- Puedes tener que coger la autopista para regresar a Chicago y llegar a las 12:30 de la noche para levantarte a las 4:50.

- Puedes encontrate con que, a la salida del trabajo, en el aparcamiento de la escuela, tu Geo Prizm del 95 con 160.000 millas no arranque de nuevo. Puedes hablar con el concesionario oficial Mazda donde te lo vendieron (o donde te engañaron) y que te comenten que es sin garantía, pero que mirarán si es algo simple.

- Puedes descubrir que, al día y medio de dolvértelo "arreglado", tu Geo Prizm del 95 y con 160.000 millas, en la estación de trenes de Waukegan, no arranque de nuevo. Puedes subir andando hasta el concesionario y discutir con el "General Manager" y volver de nuevo a la estación.

- Puedes encontrarte dos multas cuando regreses a la estación: una por no tener el ticket y otra por mal estacionamiento.

- Puedes intentar que un taxista indio te lo recargue y que te sugiera recargártelo por un módico precio. Que un chico negro intente ayudarte y que te mande a un simpático trío de mejicanos que "soporta" sus tropas con los que empujas tu Geo Prizm del 95 y 160.000 millas aparcamiento arriba, aparcamiento abajo, hasta que, sin empujarlo, con las pinzas, consiguen recargártelo.

- Puedes volver a Chicago parando en una tienda de comida rápida (dejando el motor, por si acaso, encendido) y echando gasolina (dejando, por si acaso, el motor encendido).

- Puedes estar esperando cinco horas a que lo reparen en una gran cadena de talleres mecánicos y pagar 280$.

- Puedes, al día siguiente, a as 12 de la noche, encontrarte una nueva multa de 50$ por mal estacionamiento (había una pequeña señal tras las ramas del árbol), decidir olvidarte de ella y buscar a la gente con la que has quedado y descubrir que, tu Geo Prizm del 95 y con 160.000 millas, no arranca de nuevo.

- Puedes estar actualizando tu blog mientras esperas a que llegue la grúa para llevarse tu Geo Prizm del 95 y con 160.000 millas de nuevo a la gran cadena de talleres mecánicos a la que has acudido en bici a las 9:45 de la mañana.

- Pueden ser las 11:45 y que la grúa no haya llegado ni llamado y que tu coche siga mal aparcado frente a la pequeña señal escondida.

Y que pese a todo no te parezca lo más importante, y que pese a todo no lo sea y que pese a todo sea parte de tu vida.

Servicio de Atención al Cliente (sábado 8 de septiembre)

- Wellcome to T-Mobile. For English, say English. Para español, diga español.
- Está bien, usted ha elegido español.
- Dígame en qué podemos ayudarles, recuerde que usted puede elegir cualquier opción, desde recargar su cuenta hasta hablar con un respresentante.
- Está bien, usted ha decidido recargar su cuenta.
- Si desea recargar su cuenta con un cupón de recarga, presione uno. Si desea recargar su cuenta con una tarjeta de crédito o débito, presione dos. Si desea recargar su tarjeta con un cheque, presione tres.
- Muy bien, usted ha decido recargar su cuenta con una tarjeta de crédito o débito.
- Por favor, diga el nombre del titular, tal y como esta escrito en la tarjeta.
- Perdone, no le he entendio bien.
- Perdone, me equivoqué.
- Por favor, diga la dirección completa del titular de la tarjeta.
- Por favor, marque uno a uno los dígitos de su tarjeta.
- Por favor, marque la fecha de caducidad de su tarjeta.
- Por favor, marque el código postal de la dirección en la que está domiciliada su tarjeta.
- Por favor, marque uno a uno el número de teléfono en el que desea hac er la recarga.
- Por favor, marque o diga claramente su número clave para que podamos pasarle con un representante.
- Usted ha dicho....
- Perdone, me equivoqué.
- Por favor, marque o diga claramente su número clave para que podamos pasarle con un representante.
- Por motivos de seguridad y calidad en el servicio su llamada puede ser grabada o monitoreada.
- Debido al alto número de llamadas su llamada puede tardar un poco más de lo habitual en ser atendida.
- Por favor, mantángase a la espera, su llamada será atendida en cuanto haya un representante disponible. Su llamada es importante.

3:10 to Waukegan (sábado 8 de septiembre)

Por la tarde hablo con una compañera, de mi mismo barrio en Valladolid, que está en el distrito de Carpentersville. Los mismo comentarios que hacemos tod@s: allí están, dejadas de la mano de dios, o del consulado español o de las autoridades educativas de los Estados Unidos. No saben el curriculum que tienen que impartir ni el material, no saben los formularios que tiene que rellenar, no tienen todos los certificados, el sueldo es más bajo que el anunciado, no tiene coche, por lo que se encuentran semincomunicadas del resto de la civilización... en fin.

Después de hablar con ella, decido ir al cine. 3:10 to Yuma, uno de estos nuevos westerns crepusculares con Christian Bale y Russel Crowe. El cine está en el mismo polígono de naves industriales que el Target, Micro Computer, Strack&Van Til, junto a la salida de las autopistas nacionales 90 y 94. Compro una entrada por el módico precio de 10 dólares. Como falta casi una hora decido comprar en el Target una tarjeta de otros 10 dólares para poder mandar mensajes internacionales con mi móvil norteamericano. El servicio automático de T-Mobile no acepta el código. Decido hablar con un "representante". Me toca uno de estos amables representantes hispanos (he decidio hablar en "español") que lamentan todo muchísimo, que te preguntan por tu vida, que hacen comentarios sobre lo que les dices: "qué bueno", "me alegro mucho, espero que le vaya muy bien en Chicago", "lamento mucho esta incidencia en un cliente tan importante para T-Mobile", "cómo lamento esta incoveniencia en su fin de semana" y, que por desgracia, como en todo buen servicio de atención al cliente telefónico (trabajé durante mes y medio en uno) del mundo, casi nunca pueden solucionarte nada.

La entrada del cine huele fuertemente a palomitas con mantequilla. Hay dos dos docenas de personas comprando comida en cantidades industriales y otras dos docenas jugando a videojuegos. Los pasillos enmoquetados te llevan a la sala siguiendo un sendero de palomitas. En los cuartos de baño todo es automático: la cisterna, los grifos, la máquina de aire caliente para secarse las manos. La sala es aceptable, aunque peor que cualquier sala de los UGC de Valladolid. Media docena de anuncios. La película es aceptable. Cojo la bicicleta para regresar a mi apartamento. Espero que este mi tren a Waukegan tenga mejores resultados.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Caseros, pintores, alumnas (viernes 7 de septiembre)

Cuando pregunto a una pareja de alumnas en clase de qué están hablando, me responde: "Nada, - se pone roja- de que se le ve a usted muy guapo". Resulta levemente halagador, pero lo sería más si la chica me gustase y no tuviera unos doce años y no fuera ilegal y no me deportasen del país.

Echo gasolina al coche y cojo la autopista a Chicago sobre las 2 de la tarde. Al salir pronto, en apenas 45 minutos estoy allí. Me encuentro a un mejicano llamado Alfonso pintándome el apartamento. Le pregunto si mi habitación está ya acabada, porque no lo parece. Me contesta que sí. Que Raúl, mi casero, le ha dicho que se limite a tapar todas las posibles manchas. Le aclaro que sé que no depende de él, pero que eso no era lo acordado. Me reponde que Raúl vendrá dentro de poco. Me habla de cómo es mi casero. Que tiene los apartamentos en unas condiciones muy mejorables. Que intenta invertir lo mínimo en arreglarlos. Él, Alfonso, no tiene papeles y no habla inglés, y me temo que,por eso mismo, mi casero abusa de él y su sueldo es mínimo.
Cuando llega mi casero le digo que pintar el apartamento a partes no era lo acordado. Se ríe. Hace bromas. Me pregunta que para qué he llegado hoy tan pronto. Pese a todo, entre bromas y algunas insinuaciones, parece que le dejo claro que tiene que pintarlo entero. Que no gano nada eliminando unas manchas por otras más brillantes. Queda en enviarme a Alfonso a pintarlo el lunes. Le comento a Raúl, mi casero, que hay que tratar bien a los trabajadores. Me cuenta que, cuando vivía en Méjico, le intentaron captar los del sindicato, porque dirigía algunos grupos (y porque no parecía respetar mucho las normas). No queda muy claro en qué quedaron. Todo me suena un poco. Invito a Alfonso a la posible fiesta de inauguración.

Al poco de irse mi casero y el pintor llega mi modem por Ups. Parece que por fin voy a tener internet. Pero no, pese a lo prometido (que el modem me llegara el jueves y tener activado el servicio el viernes), en la carta se me indica que no se me activará el servicio hasta el próximo jueves. Bueno, pese a la pequeña desilusión, no había que esperar mucho más de una compañía de telecomunicaciones.

Voy al citibank a devolver unos papeles que me habían entregado por error cuando abrí la cuenta.

Entro en una tienda "vintage" donde venden ropa de segundamano, supongo que para la gente más cool de "Wicker Park". La atiende una dependienta muy bonita, alta y delgada, de piel clara y pelo moreno, con unas gafas de apariencia intelectual.

Estalla una tormenta.

Como/ceno en el Hollywood Grill. La cajera me dice que le gustan mis vaqueros.

Regreso a casa.

(Durante el día suceden/han sucedido más cosas de semejante irrelevante importancia. Supongo)

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Entrando en mi coche con la policía (miércoles 5 de septiembre)

Parece que hoy por fin puedo ir por primera vez a Waukegan en mi coche. A la salida de mi barrio, junto a la autopista, pregunto, pero ni me oriento ni me indican bien. Me veo yendo al norte a través de los barrios de Chicago. Veo amanecer junto al lago Míchigan en Evanston. En otro momento,en otra situación, con otra mente, resultaría idílico, pero no era hoy el objetivo. Por fin consigo entrar en la autopista.

Nada más llegar a mi escuela, al bajar los pestillos de mi coche (único sistema de cierre), compruebo que me he dejado las llaves dentro. Las llaves del apartamento, del candado de la bici, de mi clase, de mismo coche. Pregunto al personal de seguridad, a un profesor, me dicen que con una percha podrían pero que no tienen, que llamarán a la policía. Al rato viene la policía. Es un policía amable. Saca lo que serían las herramientas de un buen ladrón. Mete una varilla a través del hueco de la venta del coche. Sube el pestillo. Hablamos de la policía, de cómo mi padre también lo es en España, de cómo aquí, en Estados Unidos, con todo el mundo pudiendo llevar armas es todo un poco más complicado.

Según llego a Chicago recibo un mensaje de "mi agente" diciendo que lo de mis muebles le está volviendo loco porque en la empresa de alquiler de camiones han perdido la reserva. Le constesto diciendo que él verá, que yo puedo cualquier día a partir de estas horas, pero que no quiero que se estrese por mis muebles. No sé nada de él desde entonces...
Al menos, compruebo al llegar al apartamento que el haber llamado a mi casero y haberle visto y volvérselo a recordar ha servido de algo y ya han pintado algunas molduras en la casa.

¿Recargando baterías? (martes 4 de septiembre)

Me levanto una vez más de noche, con sueño. No tengo tanta prisa. Hoy voy al trabajo por primera vez en mi nuevo/viejo coche. Entro en él. Meto la llave. No hace absolutamente ningún sonido. Ansolutamente ninguno. Lo intento varias veces. Nada. Decido dejarlo, porque en el siguiente tren ya llego tarde, pero si no salgo también lo perderé.

En el tren compruebo, cuando me pide el billete el revisor, que seguramente en el último viaje, decidí regalar los cinco viajes que me quedaban en el bono. Mi cabeza y el moderno sistema de dejarlo en una pequeño soporte de metal para que los vea el revisor lo han conseguido. Es la segunda vez. Busco dinero. No tengo. Y en la compañía de trenes no aceptan tarjetas. El revisor decide invitarme.

Regreso en el primer tren que puedo para intentar ver qué le ocurre al cohe. Me han comentado que, si no suena absolutamente nada, es la batería. Al llegar veo una pareja de jóvenes negra que se baja de un todoterreno. Les pregunto si tienen pinzas, pero no tienen. Un hombre blanco que estaba sentado en las escaleras de la antrada de su casa se acerca. Parece de clase baja. Me dice que él tiene. Acerca su furgoneta. Me ayuda a encontrar la palanca para abrir el capó del coche. Pone las pinzas. Manda a su hijo pequeño a casa a por una llave. Se acercan dos amigos. Revisa los bornes. Aprieta las tuercas. Me indica cuándo encender el motor, cuando parar. Me dice que, posiblemente, se deba a que es una batería vieja. Que, si me vuelve a ocurrir, me compre una batería nuvea. Que en la K-Mart no costará más de 45$. Que si quiero, si necesito comprarla, él me la pone. Es muy amable. También muy americano. Parece mecánico o cualquier otro trabajador del sector oficios. Le digo que, cuando tenga ya el apartamento pintado y con muebles, pienso hacer una fiesta de inauguración. Que está invitado. Me lo agradece, dice que no faltará.

Cojo el cohe para que se acabe de recargar la batería. Vuelvo a perderme en Chicago. Conduzco por calles que creo lejanas y más tarde descubriré que están junto a mi apartamento o que empiezan junto a mi apartamento y terminan, quién sabe, esto es América, tal vez en Nuevo México.

Luchando contra América o el destino (martes 25 de septiembre)

Hace mucho que no actualizo este blog. Ha sido complicado. El mundo es muy complejo y todo es un poco complicado. El disco duro de mi portátil no pasa por sus mejores épocas. Mi disco duro tampoco. Ayer, volviendo en el tren de Waukegan con una de mis compañeras españolas, una chica catalana con la que, pese a las diferencias, hay cierta empatía, hablábamos de cómo estábamos un poco muy hartos de todo y cómo a veces nos daban ganas de volver a España. Y sí, hay momentos, bastantes, en los que es así. Pero le dije, y me digo cada poco, que no, que no va a ser así, que América o el destino no nos van a ganar y que voy a vencer a este puto país, a mi destino, a mis absurdo pasado, a recuerdos que no me dejan dormir tranquilo, a todas las inclemencias que, una tras otra, parecen perseguirme.

Sí, hay veces que me arrepiento de cosas que hice, que he hecho, de cosas que no supe, que no he sabido gestionar, de cierta inflexibilidad, de cierta falta de sangre fría, de mente despejada, no sé, de tantas cosas... Y hay veces que pienso en rectificar ciertas cosas, dar mi brazo a torcer, ofrecer cosas que, en estos momentos, creo poder ofrecer (cosas que he ofrecido tantas veces), ser generoso, olvidar, de nuevo, tantas cosas del pasado, este último verano, los sentimientos de los últimos meses, volver a intentarlo... Pero sé que, en lo esencial, no debo hacerlo, que debo de olvidar, superar el pasado y rectificar el futuro, evitar caer, cometer los mismos errores, pese a que Waukegan, Chicago, Illinois, Estados Unidos, parezcan no querer dejarme encontrarme, encontrar mi camino.

Hace mucho que no actualizo este blog. Intentaré hacerlo. Intentaré no ser pesado ni excesivamente aburrido. Intentaré resumirlo.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Cosas que no son y me hacen perder el tiempo y la cabeza (lunes 3 de septiembre)

Sería tan fácil disfrutar de este colchón apenas tirado en esta pequeña habitación. Sería tan fácil disfrutar de este colchón y sus sábanas rojas.

Sería tan fácil haber disfrutado de este largo fin de semana en Chicago. Pasear por las tranquilas calles arboladas de Wicker Park. Ver anochecer entre los rascacielos.

Sería tan fácil disfrutar yendo a hacer la compra, en estos grandes centros comerciales más transitados que las mismas calles.

Sería tan fácil disfrutar yendo a comer a establecimientos de comida rápida. A mediocres restaurantes mejicanos. Vulgares restaurantes de 24 horas. Sería tan fácil disfrutar yendo a cenar a bohemios restaurantes con terraza.

Sería tan fácil disfrutar de este apartamento aún sin pintar ni amueblar. Aún miserable.

Sería tan fácil disfrutar de este colchón apenas tirado ene esta habitación. Sería tan fácil disfrutar de este colchón y sus sábanas rojas.

Pero no lo es. No es fácil. Porque nada es como me gustaría. Como debiera. Y debo darme ya cuenta. Debería aceptar ya las cosas como son. Las cosas que no son y me hacen perder el tiempo y la cabeza.

La pena que llena la ausencia (domingo 2 de septiembre)

Me levanto a las 11. Me he despertado antes. Me he despertado varias veces. Y es curioso. Porque yo solía dormir de un tirón. Y sé que no es la edad. Y si me despertaba levemente y era pronto me alegraba y seguía durmiendo. Y si dormía con alguien, si todo iba bien, me aferraba un poco más y seguía durmiendo. O deseaba que se despertase.

Ahora es un poco distinto. Mando un mensaje a unos amiga para ver cómo les ha ido, a ella y un amigo de hace más de diecisiete años, en sus vacaciones. Nos mandamos varios mensajes. Decido ducharme e intentar hablar con ella través del messenger. Me siento frente al banco de la biblioteca. Y pese a la conversación. Pese a sus vacaciones aburridas. Pese a mi verano. Este verano que parece no acabar nunca. Pese a que le hablo de lo mismo, me alivia. Y echo de menos momentos con ellos, momentos pasados e imperfectos pero que ahora resultan mucho mejores que el presente: “Tienes que llenar la ausencia con la pena. Para que luego todo pase. Lo bueno se acaba, pero lo malo también. Dale una oportunidad a la vida”

Como en el Holywood Grill. Hablo con mi familia. Regreso. Hago la colada. Me tumbo. Leo algo el Chicago Reader. La sección de “datting”. Voy al Strack& Van Til. Compro: ocho actimeles de fresa, tres chocolatinas, cinco plátanos, dos manzanas, bollos de chocolate, jabón para las manos, una fregona estilo balleta, agua….

A vuelta veo que el restaurante mejicano donde cené hace más de una semana está muy cerca de mi apartamento. Compro patas fritas en una pequeña tienda de perritos calientes. Dos mujeres de más de cincuenta años, algunos kilos de más y ropa fea y grasienta lo atienden sin ninguna emoción. Las entiendo.

Chicago anocheciendo (sábado 1 de septiembre)



Hoy es 1 de septiembre. El tiempo pasa muy despacio. Este verano que deseo que se acabe.

A las seis de la tarde el Loop de Chicago está casi desierto. Parece una ciudad abandonada. Intento encontrar un sitio para comer, ya que aún no he comido. Encuentro un sitio parece que especializado en “steaks”, cando la bici en una papelera y entro. Pido un “t-bone” con costillas. La maldita salsa de barbacoa hace que no pruebe las costillas.

La chica negra del 7-eleven donde intento comprar algo dulce como postre coloca una silla en la puerta giratoria y me indica que en dos minutos vuelve a abrir. El chico negro que espera en la calle me aclara que v a al servicio. Compro un “muffin” de chocolate. El chico está dentro hablando con ella. Parece su novio.

A las siete de la tarde las calles del Loop de Chicago se van, poco a poco, repoblando. El sol se pone tras sus rascacielos. Pienso en hacer algunas fotos pero no encuentro las fuerzas (luego me arrepentiré) para pararme. Es fácil sentirse solo en un atardecer entre los rascacielos de Chicago. Entiendo a Lorca cuando caminó por Nueva York. Es hermoso ver cómo la naturaleza nos ha permitido realizar construcciones tan bellas. Edificios que dibujan el cielo. Termiteros de personas más altos y elaborados. Pero sólo eso. Y sin embargo, resulta hermoso. Y es tal vez más fácil percatarse estando sólo. O apreciarlo en su total levedad. En su totalidad.

Poco a poco se hace de noche. Las luces y las personas invaden la ciudad. Veo un letrero y decido encontrar el Museo de Arte Contemporáneo. Está en Chicago Avenue. Pregunto varias veces. La última indicación me la da un hombre que junto a otro advierte a los transeúntes del peligro que tienen los “jesuitas” y me dan un panfleto muy divertido titulado “The Jesuits: Vatican Assasains”, en el que los jesuitas tienen la culpa de la inquisición (algo de cierto hay en esto), las guerras feudales japonesas, la guerra civil norteamericana, el comunismo (con Stanlin y Castro educados por jesuitas), Bill Clinton… En el MCA hay una exposición sobre arte mejicano. En la entrada hay un coche con su caravana incrustados contra el pavimento. Esto sí que es arte contemporáneo. El presente de este país. América.

Regreso por Chicago Avenue hasta Milwaukee. Un ciclista al que pregunto me dice que le encanta mi bici. Paro en un Wallgreen’s. Compro dos cartones de limonada, pegamento, cuatro botellas de pepsi. Dos paquetes de cincuenta velas. Casi las mismas personas toman copas en los bares y terrazas de Milwaukee.

La carretera 41 (viernes 31 de agosto)

Es de nuevo de noche cuando salgo de casa. Cojo de nuevo el tren. Estoy cansado. En clase, decido que sentaré a los alumnos de los diferentes cursos por parejas, intentando que haya uno que hablé más o menos bien inglés y con un libro en español y otro en inglés por pareja. A l@s alumn@s de 7º y 8º les explico los significados de “polis”, “político” e “idiota”. Con los de 8º m tengo que poner un poco serio y echar a varios de clase. Pero veo cómo, poco a poco, les voy infundiendo respeto. Más tarde llegará el tiempo de que vean que he venido sólo para ayudarles.

Salgo de la escuela. José, el otro hombre mejicano del concesionario, me indica un lugar donde puedo hacerme un seguro para el coche. Hago el seguro. Paro en un jwell. Compro crema hidratante.

Después de preguntar, cojo la 41 dirección a Chicago. Llevo las dos ventanillas delanteras bajadas. Mi coche no tiene aire acondicionado y hace mucho calor. Tengo sueño. Es fácil conducir en Estados Unidos. Los coches, como los perros, se parecen a los dueños. Coches ostentosos. Coches que necesitan ir al taller pero no hay dinero para ellos. Deportivos. Grandes Buicks y todoterrenos. Coches con golpes. Mi humilde Geo se conduce, de momento, con facilidad. Parece no querer complicarme más, más allá de no tener aire acondicionado, la vida y la estancia. Lo acabaré cogiendo cariño.

Como me dijeron, un viaje que debería ser de 45 minutos se convierte en uno de casi dos horas. Unas 20 millas antes de Chicago el atasco se hace presente. Felicito a mi hermano con un mensaje desde el coche. Los rascacielos se perfilan en el horizonte a cámara lenta.

Hace una bonita tarde de verano en Wicker Park cuando llego. Este verano que parece no acabarse nunca. Es fácil conducir por sus calles arboladas. Aparcar junto a mi apartamento.
A ratos, con pausas, sólo consigo dormir. Leo por encima la guía de Lonely Planet de Estados Unidos que compré antes de venir y que no he leído. Leo cómo mi barrio ya se estaba poniendo de moda hace un año. Hace un año... Cómo los dos bares que recomiendan están junto a mi casa. Cómo el alcalde de Chicago, demócrata, es el hijo del anterior, que gobernó Chicago durante 21 años. El nombre de la escultura con forma de gota de mercurio. La fuente formada por pantallas. Cómo el verano es la mejor época en Chicago. Este verano que no se acaba nunca.

Carretera a Wisconsin (jueves 30 de agosto)

A la salida de clase pregunto a mi compañera española si sabe dónde está un restaurante tipo bufé al que nos llevó el profesor español (al parecer su compañero). Me contesta que por Garnee, aunque no me lo sabe decir muy concretamente. Cree que junto al mall. Como ya tengo coche decido intentarlo.

Llegar hasta Garnee es fácil. Pero allí no estoy tan seguro. Pregunto varias veces. Giro hacia una carretera. Al poco me doy cuenta de que estoy en una nacional (si es que en este país existe este concepto), me doy cuenta que de peaje, camino a Wisconsin. En el peaje (de momento sólo un dólar y medio) pregunto al hombre blanco, con barriga, camiseta sudorosa y algo que no sabría descifrar en la boca cómo puedo volver. Me responde, descifro, que más adelante.

Más adelante consigo darme la vuelta y regreso por una carretera paralela, yo diría que en mejor estado, y sin peaje. Campos verdes. Casas señoriales. Árboles. Señales de que pueden cruzar carros con caballos. Al poco llego a una urbanización donde pregunto a varios de los hispanos que arreglan sus calles y jardines. Cuando les pregunto en inglés me dicen que no entienden. Casi me responden con agradecimiento cuando les hablo en español.

En el mall de Garnee no está, pero es tarde y como lo que en España llamaríamos churrasco en una tienda de comida rápida atendida por asiáticos. Es un “mall” (qué gran nombre) enorme. Tiendas de Gap, H&M, de ordenadores, de compañías de telecomunicaciones… La mayor parte de los jóvenes que andan por sus grandes corredores son blancos y rubios.

A la vuelta un amable hombre norteamericano me señala la palanca bajo el asiento para abrir el depósito de la gasolina de mi Geo Prizm.

Aparco en la estación de trenes de Waukegan. Regreso a Chicago. Cuando llego, por supuesto, nadie ha pintado ninguna habitación de mi apartamento.

Magia y Destino (miércoles 29)


Hoy he dormido mal. Cerré los ojos unos minutos a las 11 y me quedé dormido. A las 2:30 de la mañana me levanto con los ojos semicerrados, bebo un poco de zumo, apago las luces del apartamento y me acuesto. Duermo mal. Miro el reloj del móvil y son las 4:15. Bueno, me quedan 45 minutos. La próxima vez que los miro son las 05:15. Ya no me da tiempo a coger el tren de las 05:48. Y no tengo, en verdad, conciencia de haber apagado la alarma. Al ser un modelo de concha hay que abrir el teléfono y pulsar una tecla. Aunque abandonar mi racionalidad tiene la culpa de mi tristeza y de mi absurdo e inestable último año y medio, tengo un pequeño sentimiento de optimista irracionalidad y quiero pensar que es una sutil decisión del destino y que será para algo positivo (y no para que se den cuenta de que llego una hora tarde y me echen del trabajo).

Efectivamente, la señal del destino ha sido para comprobar que a mis compañeros de “team” les encanta el sistema y la burocracia. Han notado mi ausencia a la hora debida y me recuerdan que somos un “team” y que es necesario que trabajemos bien como “team”. Luego debaten cómo señalar las ausencias (por segunda vez, ya que tenemos que hacerlo otra vez en otro formulario) y cómo poner las notas en nuestra agenda. Sería divertido si yo estuviera en otro momento de mi vida, ver su rivalidad por ser “team leader” y por dar mejores respuestas a los trámites burocráticos.

En clase, una vez más me tengo que poner serio y mando a los tres cursos que para el día siguiente busquen las definiciones de “duties and rights” (derechos y deberes) y “coherente” (coherencia), para ciencias sociales, y los lugares donde se puede reciclar papel, vidrio y plástico, etc. en Waukegan (yo no he visto ninguno de momento). Para finalizar nos piden llevarlos al gimnasio para que algunos profesores hagan una especie de representación en la escuela para recordarles las normas: “dress code” (yo todavía no sé el curriculum que tengo que enseñarles, pero mis alumnos no pueden llevar cinturón marrón), cómo comportarse en la cafetería a la hora de la comida (las pocas veces que me he pasado daba cierta idea de campo de concentración).

Más tarde, llevaré el coche al concesionario para que me cambien la luna delantera, hablaré con mi familia y acabaré en este restaurante mejicano para comer una carne no especialmente buena y unos camarones criados (como casi todos los que se venden en este país), en Tailandia.

Educación para la ciudadanía en Waukegan (martes 28 de agosto)

Estoy en un pequeño restaurante mejicano de baldosas blancas y negras, con grandes ventiladores en el techo, en el que la camarera y el cocinero juegan a los dados mientras yo trato de escoger sin muchas ganas los pequeños trozos de carne revueltos entre verdura de lo que yo creí que sería un simple “steack” normal y corriente. Nachos, cocacola y tortas de maíz con cierto sabor amargo.

Hoy ha sido otro día más. Casi se podría decir que el primer día de clase. Me levanto a las 5 de la mañana y cuando llego en punto a la parada del tren veo cómo se aleja sobre mi cabeza. Espero una hora al siguiente mientras amanece en Chicago. En la estación voy por primera vez a mi escuela en mi nuevo coche esperando que nadie se de cuenta de que llego una hora más tarde (lo que se hace más fácil al tener libre esos periodos). Nadie lo ha notado. La simpática profesora de “ELP” de marido italiano me ofrece unos carteles para mi clase y unas hojas y me señala dónde puedo coger el material escolar que me corresponde (clips, un cuaderno, tijeras rotuladores…)

Casi todos mis alumnos de sexto y séptimo grado sitúan España en África en el mapa. También en Autralia, Groenlandia. En clase de octavo grado, al escuchar algunas gracias sobre un chico relativas a su supuesta homosexualidad, imparto mayormente una clase de “Educación para la ciudadanía” (el Gobierno Español debería darme un suplemento): les explico como en la película Troya, el primo de Aquiles (Brad Pitt) era en realidad su amante, cómo eran homosexuales (o bisexuales) Julio César, Alejandro Magno… Y las diferencias entre xenofobia y racismo, lo que es la homofobia, el machismo… y cómo en mi clase no están permitidas ninguna de ellas. Me preguntan por dios, por la virgen, por la Gioconda, por Da Vinci: les explico las teorías que hay y lo que yo pienso sinceramente. A veces tengo que subir un poco el tono y ponerme serio, pero no parecen malos chicos. Algunos acaban de llegar de Méjico y no hablan nada de inglés. Les explico cómo yo estoy aquí para ayudarles, para intentar que aprendamos inglés entre todos, para que aprendan cosas y, si puede ser, vayan al “college”, a la universidad y, cuando tengan mi edad, ganen como mínimo lo mismo que yo, tengan trabajo como los de los "güeritos": directores, abogados… En esos momentos me prestan más atención… Les pido que para el día siguiente me traigan datos generales sobre lo qué fue la Guerra de Troya: Where, when, Why, Who… Les explico que es una guerra por amor, sexo y dinero.

En la reunión con mi equipo de “bilingual” (la profesora española y el profesor hispano), mientras deciden si damos estrellitas a los alumnos que se esfuercen más, tengo la mente donde hace tiempo que no debería tenerla. Recuerdo imágenes y momentos que debería recordarlos sin sentirlos.

Después de clase voy al “Licoln Center” para firmar mi contrato. Primero no está, luego sí. Tengo que corregir que soy Máster+45 y nivel 7 y no Máster+30 y nivel 6. Voy rápidamente con el coche a la estación. Lo aparco. Me monto en el tren.

Al llegar a mi apartamento veo que hoy tampoco han venido a pintar. Me echo un rato. Luego voy a la biblioteca. Busco un sitio para cenar algo. No entro en los restaurantes y cafeterías de “Wicker Park”, demasiado pilonguis y caros para cenar solo. Subo por “North Avenue”, después “Fullerton”, zonas residenciales arboladas y con casas de piedra, paso junto a la Universidad de De Paul, hasta acabar en este pequeño restaurante.

Después, de noche en Chicago con la mente perdida, no es difícil perderse. Preguntaré a varias personas y me darán las mismas indicaciones confusas y contradictorias. O no sabrán responderme. Recorreré de nuevo, nuevamente perdido, Chicago en bicicleta de noche. Llegaré a mi apartamento cansado. Recogeré la ropa del tendedero. Beberé un zumo, agua. Intentaré recuperar, actualizar este blog. Me iré a la cama.

Primer coche y día de escuela (27 de agosto)


Hoy es el primer día en la escuela. Aunque será un día breve. Cada periodo durará la mitad, sólo 20 minutos. De mis ochos periodos, los dos primeros los tengo libres (se supone que para “planning” o “lunch”, pero a esas horas…). Aunque, por contrato, debo estar allí. Conociéndome, sospecho que me va a venir bien no tener clase los dos primeros periodos. El penúltimo es para el “team meeting”.

En veinte minutos apenas da tiempo a presentarme, pasar lista, saber de dónde son… La mayor parte vienen de Méjico, algunos son puertorriqueños, uno viene de Cuba, varios de Honduras… Muchos, la mayor parte, no hablan inglés. Sólo uno ha nacido en los Estados Unidos. Los pocos que hablan inglés, prefieren que demos las lecciones en inglés. El resto no entendería nada. A las 10, más o menos, se han acabado las clases.

La “principal”nos reúne en la cafetería. Hablan de algunos procedimientos. De una especie de club social que se montará para los profesores, creo que para jugar a los bolos. Preguntas varias. Aplausos. Risas. Tengo la cabeza en otro sitio. En una especie de laguna desecada que no termina de secarse.

He llamado hace antes de la reunión a Joe Pérez, del concesionario, y me dice que ya está el Pontiac. Y que está libre. Por lo que nada más terminar la reunión, camino hasta allá. Antes de entrar al concesionario, veo el Pontiac aparcado. Tiene un golpe en el parachoques, a la derecha, pero si me lo dan por menos de 3000$, es mío. Es un deportivo muy chulo de color verde metalizado.
La realidad una vez más. El vendedor lo daba como parte de una Mazda que compraba. Al final pidió más por el Pontiac. Me lo dejan por 6000$. Imposible. Joe me pide perdón. Yo le comento que si me lo hubiera dicho cuando lo llamé no me hubiera dado el paseo hasta el concesionario. Joe me sugiere de nuevo el Geo Prizm. Pienso que es muy caro, le pido que devuelva la señal del Pontiac, que miraré un poco más, y si me parece, ya volveré a por el Geo. Joe dice que quiere ayudarme. Me lo ofrece por 2000$ con impuestos y matriculación incluídos. Le digo que es muy caro siendo del 96 y con 1600000 millas. Que cuánto es lo máximo que pagaría. Respondo que 1500. Joe dice que me siente que va hablar con su jefe. Me siento, salvo por algunos malditos detalles, como esta semana santa en Tánger. Joe vuelve. 1700. No. 1500. De acuerdo.

Joe dice que quería ayudarme por las molestias. Porque soy un profesor español que ha venido a Waukegan. Me vuelve a recordar que lo pensaba comprar para su hijo de 16 años, pero que su madre, la abuela del chico, pensó que era demasiado joven. Mientras formalizamos los papeles, me habla de cómo creció en Chicago. De que tiene tres hijos. De cómo él también tiene muy poco tiempo porque tiene dos trabajos y ahora está de mudanza. Se va a vivir a la casa de su novia “güerita”, norteamericana, y cómo se ha pasado el domingo llevando cosas, instalando la televisión de plasma, de cómo a su novia no le ha importado retirar parte de sus cosas, de su vajilla (muy feas según él) para usar las de Joe. Se le ve, pese a los dos trabajos, contento. Me da cierta envidia. Me pregunta por mi vida. Le comento algunas cosas. Que el mundo es muy complejo. No puedo dejar de envidiarle. La facilidad en algunas cosas. En lo que debería ser fácil. Quedamos en que vuelvo el miércoles para que me cambien la luna delantera (es parte del acuerdo).

Tengo ya 30 años y este es mi primer coche. Un Geo Prizm de 96 con 160000 millas por 1500 dólares.

Aparco el coche en la estación de trenes de Waukegan. Regreso a Chicago

jueves, 6 de septiembre de 2007

Tercer Domingo (Domingo 26 de agosto)


Me levanto a las 9 de la mañana del domingo para intentar coger el primer tren a Waukegan. Se supone que abren la escuela de 9:00 a 13:00 para que podamos preparar/rematar las clases. Yo llego inevitablemente a las 12. Pego algún pequeño cartel que me han dejado para tapar algunos desconchones. Termino de quitar los libros de matemáticas que había en mis armarios. Meto los míos de ciencias y ciencias sociales. Es curioso cómo les preocupa que las clases parezcan de Ágatha Ruiz de la Prada mientras aún no sé que curriculum tengo que enseñar a mis alumnos, en qué idioma o con qué libros.

Una vez que la clase está como mínimo aseada, me dirijo a coger el autobús para ir a la estación de tren y, de allí, a Chicago. Devlin me ha llamado par decirme que cree que podemos hacer la mudanza el Miércoles. La pareja de chicos españoles me ha mandado un mensaje diciéndome que, aunque el Dvd no graba, el resto del ordenador parece arreglado.

Cuando llego a Wicker Park me cruzo con una “Garage Sale”, los inquilinos de un apartamento se mudan e intentan venderlo todo. Me quedo un televisor por 20$ y dos cojines por 4,5. Pregunto por unos cuadros que pinta uno de ellos. Sus precios van de los 50 a los 250$. Tal vez podrían quedar bien en mi apartamento y no son caros, pero no tengo allí dinero y no puedo cargar con ellos y el televisor. Hablamos de ello. Levemente de nuestras vidas. Me indican que en el barrio hay muchas chicas solteras.

En Wicker Park hace una bonita tarde de domingo. Hay puestos de manualidades, comida y artesanía en las calles. Una banda de música tocando junto a un cantante un tanto “indie” y “moderno”. Niños latinos bañándose la piscina pública.

Antes de ir a buscar mi ordenador a casa de la pareja de chicos españoles paro a comer pollo asado en un establecimiento de comida rápida regentado y atendido por mejicanos. Junto a mí, en los taburetes de colores brillantes fijados sobre el suelo brillante, comen un hombre y una mujer policías. Por mi manía de preguntar no consigo hacerles una foto.

Paso por el apartamento de la pareja de chicos españoles. Charlamos un rato. Recojo el ordenador. Me despido.

Después de pasar por casa voy a la “Charleston Tavern”, a tres minutos andando de casa, para intentar actualizar el blog. Subo alguna entrada. Intento ponerle fotos. Toca una banda de música. Es ya casi la una y mañana tendré que levantarme a las 5 para mi primer día de clase. Mañana intentaré darle mejor forma. Me voy a casa.

Palabras (Sábado 25 de agosto)

Cuando regreso a mi apartamento tengo una llamada perdida a mi móvil norteamericano de alguien que no me conoce y un mensaje de mi madre en mi móvil español.

“Intenta descansar y relajarte todo tiene que cambiar te quiero muchisimo no se que haria por ayudarte cuenta conmigo para todo un beso y hasta mañana”

Sé por mi experiencia, y más por la más reciente, que a veces, muchas veces, las palabras no significan nada. No son ciertas. Son sólo engañosas y bonitas formas de expresión. Una forma de conseguir algo. De disimular algo. Pero en este caso, por ser de una madre, por ser de mi madre, sé que son ciertas. Y pese a mi estupidez actual, mis treinta años, me hacen valorarlas en lo que valen.

Your better tomorrow starts today (sábado 25 de agosto)


Estoy en el Target. Busco algo con lo que poder decorar mi clase, unos candados para sus taquillas y un tendedero. Estoy triste. A mí siempre me han gustado los supermercados. Antes incluso me gustaba comprar ropa. Ahora me estresa algo más. Ver lo difícil que es comprar algo más o menos elegante, informal y discreto sin tener que llevar el enorme logotipo de su supuesto creador en el pecho. Pero me siguen gustando los supermercados. Aún recuerdo las botellas blancas de leche fresca, entera y orgánica de Edimburgo al mismo precio el litro que un tetra-brick estándar de España. Me gusta ver los precios. El precio por litro o kilo (aún no me he acostumbrado a las libras y onzas norteamericanas). Ver los diferentes champúes. La carne. El pescado. Los dulces.

Debe de ser esa supuesta cualidad transgenérica que poseo. Que he encontrado las cualidades poéticas de los supermercados. Que el capitalismo me ha vencido (¿A quién no ha vencido? Me conformo con ser consciente y en momentos, instantes, poder ejercer una cierta, mínima, resistencia) y me ha convencido/me convence de sus supuestas cualidades poéticas.

Pero hoy estoy triste. Porque me gustan los supermercados. Pero me gustan más si voy con un amigo. Una amiga. Con una supuesta pareja. Ver qué queremos. Qué nos falta. Qué buscamos. Decidirlo juntos. Llegar a un simple y sencillo acuerdo. Los supermercados son la metáfora de tantas cosas.

Por eso, hoy, en este Target ubicado más allá de las carreteras que circunvalan mi barrio, en esta gran superficie que esta zona de apariencia suburbial, rodeada de otras grandes superficies, tiendas de comida rápida, unas salas de cine, en esta noche de sábado, no puedo evitar sentirme solo. Mientras camino sin prestar mucha atención a sus productos, entre sus estantes, sintiendo la tenue marca de la ansiedad mientras voy y vengo por sus distintos pasillos haciendo caso a sus empleados negros y latinos, supongo que temporales, buscando un tendedero. Rodeado de familias y parejas.

Más tarde cruzo al supermercado de enfrente a por comida. Vuelvo en bici por la Western. Llevo casi diez litros de zumo de naranja y limonada en los extremos del manillar. Ocho actimeles de fresa. Cuatro candados para las taquillas de mi clase. Seis plátanos. Sobre el manillar, un tendedero. Pasa un metro aéreo sobre mi cabeza. Una ambulancia enciende sus sirenas. En el cielo, la luna aparece casi llena. Se perciben la silueta de un avión y sus luces rojas levemente. Hay un cartel del “Fifth Third Bank”: “Your better tomorrow starts today”.

Chicago en Bicicleta (sábado 25 de agosto)


Me levanto aún un poco cansado a las 10 de la mañana. Me rasuro la cara. Me ducho con gel exfoliante. Me afeito. Desayuno zumo de naranja, unas galletas y un actimel de fresa.

Devlin me ha contestado que tal vez podamos traer los muebles de sus amigos el domingo, así que parece que tengo el día libre. Cojo mi bici y decido recorrer con ella Chicago.

Empiezo en la biblioteca. Reservo una hora. Tengo que esperar 25 minutos. Mientras espero, ojeo el “Chicago Reader”, uno de los periódicos culturales más importantes, gratuito y de tirada semanal. Compruebo cómo, cuando esté ya más ubicado, hay una gran cantidad de cines, obras de teatro, museos, exposiciones, restaurantes, conciertos… Ya veremos, cada día estoy menos supuestamente cultural y más centrado (bueno, este adjetivo no parece el más idóneo) en encontrar verdaderas formas de expresión de algo, signifique lo que signifique esto (tampoco hay que tener miedo a ser consciente de las propias muestras de grandilocuencia). En internet tampoco veo ni tengo ninguna noticia que me sorprenda especialmente. Salgo y sigo a través de North Avenue. Paro a comer en el “Holywood Grill”. Después continúo por North Avenue.

Chicago parece una ciudad agradable, al menos en esta calurosa tarde de sábado de finales de verano. Por unos momentos, por el paseo en bicicleta, por el sol, por Chicago, me siento un poco más contento.

Giro a la izquierda, por La Salle y, como un campeón, decido internarme en el Loop (el centro de rascaelos y vías de metro elevadas de Chicago) con mi bicicleta. La verdad es que, esperaba más circulación, tal vez sea por ser sábado. Entro en la estación de trenes para comprar un bono de diez. En ella, me encuentro con una de mis compañeras de Canarias que ha venido por la mañana para conocer Chicago e ir de compras. Un chico norteamericano de clase media se acerca y mira mi bici con cierta envidia. Le comento que sólo me ha costado 80$+taxes.: “It’s cool”, responde. Le comento que también tiene una hendidura muy útil para la próstata. Ahí, la conversación entre él, su amiga y yo, parece tergiversarse levemente.

Dejo a mi compañera y cojo Sheridan Road, una carretera que va desde el centro de Chicago hasta mi barrio y, siguiendo hacia el norte, hasta el mismo Waukegan. Desde Sheridan giro hasta Western, donde me paro en varios autodealers a ver coches. En uno, Miguel, me ofrece un Saturn ranchera (no recuerdo la forma moderna y “cool” de llamarlos) del 99 y cuatro cilindros (lo que significa menos consumo), y con 140000 millas por 2200$, impuestos incluídos. Antes, prefiero ver si hay opciones con el Pontiac, pero si no hay suerte, ésta tampoco parece una opción horrible (y en este tipo de coches sin garantía la suerte es la única garantía).

Regreso a mi apartamento, a mi colchón, mis sábanas rojas, mi maleta sin deshacer y mis dos sillas. Hablo con mi madre y, aunque sé que son los típicos problemas de joven (aún lo soy, ¿no?) europeo de clase media, no puedo evitar mostrarle mal humor y tristeza. Y no es sólo por mi apartamento a medio pintar, mi colchón, mis sábanas rojas, mi maleta sin deshacer y mis dos sillas, sino también por tener que andar todos los días una media de entre dos y tres horas para llegar a cualquier sitio. Por no saber todavía el curriculum que tendré que dar a mis alumnos y parecer que lo más importante es cómo decoraré mi clase con carteles rosas, pegatinas y frases del tipo “Be positive”, “Attitude is everything” y, sobre todo, “Learn is funny”, por sentirme aquí solo, por qué no decirlo y, aunque es todo un poco más complejo y absurdo, abandonado, y sintiendo que todo es y debería haber sido diferente. Que no debería haber sido.

Preguntas 2 (viernes 24 de agosto)

¿Qué es?
¿Qué tiene la belleza?
¿Por qué algunas veces resulta asfixiante?
¿Qué formas tiene?
¿Cómo llega a nuestras mentes?
¿Cómo curarse de esta droga?
¿Cómo darse cuenta de que, muchas veces, no hay nada detrás, es irreal, subjetiva, manipuladora, contaminante?
¿Qué es?
¿Cómo librarse de ella?
¿Cómo encontrar la verdadera?
¿Cómo respirar tranquilo?
¿Cómo no asfixiarse?

Suburbios junto a la belleza y más carreteras secundarias (viernes 24 de agosto)


Me levanto a las 6 de la mañana para intentar coger el tren que me lleve directo a Grayslake, donde es el curso de tres horas para los profesores. Tengo que preguntar repetidas veces a repetidas personas para que me den algunos indicios de dónde está la parada conveniente. A un hombre le tengo que corregir varias veces hasta que deja de darme indicaciones erróneas (que hace unos días/semanas hubiera seguido ingenuamente). Camino por las Western, como su propio nombre indica, hacia el oeste. Chicago está, una vez más, amaneciendo. La Western se extiende sobre zonas no especialmente ricas, de apariencia suburbial, tiendas hispanas, autodealers hispanos, lavanderías chinas.

La parada se encuentra en una zona poligonal y deprimida. Hombres y mujeres hispanos trabajan cargando bultos y paquetes. Bajo el puente de la misma parada, dos hombres negros duermen junto a dos carritos.

Una vez más en Chicago, una vez más en mi vida, una vez más en América, junto a la belleza, para hacerse más visible, no sé si de manera inevitable, lo feo, la pobreza. No lejos de Wicker Park. En personas con un extraño influjo. En lugares sospechosamente insospechados. En personas inconscientemente sospechosas. Como la parte ineludible de la parte deseada. Como la mitad de la naranja podrida junto a la mitad inmaculada. Yin y yang cotidianos y reales

El tren avanza hacia Grayslake. Polígonos industriales y comerciales. Casas de madera ajardinadas. Maizales. Junto a una plantación de maíz verde y humedecida por la lluvia, una industria química.

Una vez más, como de costumbre, estoy en ninguna parte. Los pocos viajeros que llegan conmigo hasta “Grayslake” desaparecen en la estación en segundos. Varios coches desaparecen en el horizonte. Una vez más, comienzo a caminar. Pregunto en una enorme ferretería con grandes máquinas de jardinería. Una vez más me preguntan si pienso ir andando. Una vez más me dicen que está a unos “six blocks”, a unas “three milles”. Una vez más camino durante horas por carreteras secundarias.

He llegado a las 9. A las 10 estoy perdido en una urbanización de clase alta. Casas con jardín y caminos circulares y privados. Un desierto de hierba húmeda, coches japoneses y europeos y banderas. La urbanización parece deshabitada.

Por momentos me pregunto cómo este país ha llegado a ser una potencia. Este país de suburbios, polígonos comerciales y casas desperdigadas. Este país de enormes coches y coches sin parachoques. De barrios elegantes junto a autopistas y puentes bajo los que siempre duerme alguien.

Son casi las 11, cuando debería acabar el curso y aún no he llegado. Si no encuentro nadie que me baje, después de haber andado dos horas volveré a estar en ninguna parte. Entro en el college de Grayslake. Es un edificio moderno con sus pasillos llenos de estudiantes, blancos y rubios en su mayoría. Me informan de que allí no es, sino en el edifico de la universidad.

Son ya las 11 cuando lo veo a lo lejos la universidad, llamo a una compañera española para ver si siguen allí. Ya se están yendo. Por fortuna consigo reconocer a una compañera de mi escuela. Le pregunto que si me puede llevar. Me contesta que por supuesto. Es hija de padre puertorriqueño y madre de Hong Kong (lugar donde no sé si debería estar en estos momentos, lugar donde no estoy, lugar donde no sé si llegaré a estar). Es simpática y habladora. Me dice que, si quiero, paramos en algún lugar para comprar algo para comer, porque luego no hay nada cerca de la Jefferson. Ha venido a trabajar a Waukegan acompañando a su novio.

Al llegar a mi escuela aún no tengo llave, por lo que decido ir al Licoln Center a firmar el contrato. No veo autobuses. Voy andando. Tardo unos 45 minutos. Gracias a un curso absurdo de mi universidad de “Introducción a la Lengua Neerlandesa” de 20 horas consigo llegar a Máster+45. Parece que cobraré unos 37000$ brutos. Menos que en los demás distritos, pero más de lo que me esperaba.

En 45 minutos más estoy de nuevo en la Jefferson. Me abren la clase. Saco algunos libros de matemáticas. Coloco algunos míos. Decido volver a Chicago.

En Chicago entro en el Clyos a cenar. Hay grandes pantallas con partidos de fútbol y vídeos musicales. Hay gente joven cenando y tomando copas. Ceno Fish&Chips. Regreso a mi apartamento. Me duermo sobre la cama.