jueves, 6 de septiembre de 2007

Tercer Domingo (Domingo 26 de agosto)


Me levanto a las 9 de la mañana del domingo para intentar coger el primer tren a Waukegan. Se supone que abren la escuela de 9:00 a 13:00 para que podamos preparar/rematar las clases. Yo llego inevitablemente a las 12. Pego algún pequeño cartel que me han dejado para tapar algunos desconchones. Termino de quitar los libros de matemáticas que había en mis armarios. Meto los míos de ciencias y ciencias sociales. Es curioso cómo les preocupa que las clases parezcan de Ágatha Ruiz de la Prada mientras aún no sé que curriculum tengo que enseñar a mis alumnos, en qué idioma o con qué libros.

Una vez que la clase está como mínimo aseada, me dirijo a coger el autobús para ir a la estación de tren y, de allí, a Chicago. Devlin me ha llamado par decirme que cree que podemos hacer la mudanza el Miércoles. La pareja de chicos españoles me ha mandado un mensaje diciéndome que, aunque el Dvd no graba, el resto del ordenador parece arreglado.

Cuando llego a Wicker Park me cruzo con una “Garage Sale”, los inquilinos de un apartamento se mudan e intentan venderlo todo. Me quedo un televisor por 20$ y dos cojines por 4,5. Pregunto por unos cuadros que pinta uno de ellos. Sus precios van de los 50 a los 250$. Tal vez podrían quedar bien en mi apartamento y no son caros, pero no tengo allí dinero y no puedo cargar con ellos y el televisor. Hablamos de ello. Levemente de nuestras vidas. Me indican que en el barrio hay muchas chicas solteras.

En Wicker Park hace una bonita tarde de domingo. Hay puestos de manualidades, comida y artesanía en las calles. Una banda de música tocando junto a un cantante un tanto “indie” y “moderno”. Niños latinos bañándose la piscina pública.

Antes de ir a buscar mi ordenador a casa de la pareja de chicos españoles paro a comer pollo asado en un establecimiento de comida rápida regentado y atendido por mejicanos. Junto a mí, en los taburetes de colores brillantes fijados sobre el suelo brillante, comen un hombre y una mujer policías. Por mi manía de preguntar no consigo hacerles una foto.

Paso por el apartamento de la pareja de chicos españoles. Charlamos un rato. Recojo el ordenador. Me despido.

Después de pasar por casa voy a la “Charleston Tavern”, a tres minutos andando de casa, para intentar actualizar el blog. Subo alguna entrada. Intento ponerle fotos. Toca una banda de música. Es ya casi la una y mañana tendré que levantarme a las 5 para mi primer día de clase. Mañana intentaré darle mejor forma. Me voy a casa.

Palabras (Sábado 25 de agosto)

Cuando regreso a mi apartamento tengo una llamada perdida a mi móvil norteamericano de alguien que no me conoce y un mensaje de mi madre en mi móvil español.

“Intenta descansar y relajarte todo tiene que cambiar te quiero muchisimo no se que haria por ayudarte cuenta conmigo para todo un beso y hasta mañana”

Sé por mi experiencia, y más por la más reciente, que a veces, muchas veces, las palabras no significan nada. No son ciertas. Son sólo engañosas y bonitas formas de expresión. Una forma de conseguir algo. De disimular algo. Pero en este caso, por ser de una madre, por ser de mi madre, sé que son ciertas. Y pese a mi estupidez actual, mis treinta años, me hacen valorarlas en lo que valen.

Your better tomorrow starts today (sábado 25 de agosto)


Estoy en el Target. Busco algo con lo que poder decorar mi clase, unos candados para sus taquillas y un tendedero. Estoy triste. A mí siempre me han gustado los supermercados. Antes incluso me gustaba comprar ropa. Ahora me estresa algo más. Ver lo difícil que es comprar algo más o menos elegante, informal y discreto sin tener que llevar el enorme logotipo de su supuesto creador en el pecho. Pero me siguen gustando los supermercados. Aún recuerdo las botellas blancas de leche fresca, entera y orgánica de Edimburgo al mismo precio el litro que un tetra-brick estándar de España. Me gusta ver los precios. El precio por litro o kilo (aún no me he acostumbrado a las libras y onzas norteamericanas). Ver los diferentes champúes. La carne. El pescado. Los dulces.

Debe de ser esa supuesta cualidad transgenérica que poseo. Que he encontrado las cualidades poéticas de los supermercados. Que el capitalismo me ha vencido (¿A quién no ha vencido? Me conformo con ser consciente y en momentos, instantes, poder ejercer una cierta, mínima, resistencia) y me ha convencido/me convence de sus supuestas cualidades poéticas.

Pero hoy estoy triste. Porque me gustan los supermercados. Pero me gustan más si voy con un amigo. Una amiga. Con una supuesta pareja. Ver qué queremos. Qué nos falta. Qué buscamos. Decidirlo juntos. Llegar a un simple y sencillo acuerdo. Los supermercados son la metáfora de tantas cosas.

Por eso, hoy, en este Target ubicado más allá de las carreteras que circunvalan mi barrio, en esta gran superficie que esta zona de apariencia suburbial, rodeada de otras grandes superficies, tiendas de comida rápida, unas salas de cine, en esta noche de sábado, no puedo evitar sentirme solo. Mientras camino sin prestar mucha atención a sus productos, entre sus estantes, sintiendo la tenue marca de la ansiedad mientras voy y vengo por sus distintos pasillos haciendo caso a sus empleados negros y latinos, supongo que temporales, buscando un tendedero. Rodeado de familias y parejas.

Más tarde cruzo al supermercado de enfrente a por comida. Vuelvo en bici por la Western. Llevo casi diez litros de zumo de naranja y limonada en los extremos del manillar. Ocho actimeles de fresa. Cuatro candados para las taquillas de mi clase. Seis plátanos. Sobre el manillar, un tendedero. Pasa un metro aéreo sobre mi cabeza. Una ambulancia enciende sus sirenas. En el cielo, la luna aparece casi llena. Se perciben la silueta de un avión y sus luces rojas levemente. Hay un cartel del “Fifth Third Bank”: “Your better tomorrow starts today”.

Chicago en Bicicleta (sábado 25 de agosto)


Me levanto aún un poco cansado a las 10 de la mañana. Me rasuro la cara. Me ducho con gel exfoliante. Me afeito. Desayuno zumo de naranja, unas galletas y un actimel de fresa.

Devlin me ha contestado que tal vez podamos traer los muebles de sus amigos el domingo, así que parece que tengo el día libre. Cojo mi bici y decido recorrer con ella Chicago.

Empiezo en la biblioteca. Reservo una hora. Tengo que esperar 25 minutos. Mientras espero, ojeo el “Chicago Reader”, uno de los periódicos culturales más importantes, gratuito y de tirada semanal. Compruebo cómo, cuando esté ya más ubicado, hay una gran cantidad de cines, obras de teatro, museos, exposiciones, restaurantes, conciertos… Ya veremos, cada día estoy menos supuestamente cultural y más centrado (bueno, este adjetivo no parece el más idóneo) en encontrar verdaderas formas de expresión de algo, signifique lo que signifique esto (tampoco hay que tener miedo a ser consciente de las propias muestras de grandilocuencia). En internet tampoco veo ni tengo ninguna noticia que me sorprenda especialmente. Salgo y sigo a través de North Avenue. Paro a comer en el “Holywood Grill”. Después continúo por North Avenue.

Chicago parece una ciudad agradable, al menos en esta calurosa tarde de sábado de finales de verano. Por unos momentos, por el paseo en bicicleta, por el sol, por Chicago, me siento un poco más contento.

Giro a la izquierda, por La Salle y, como un campeón, decido internarme en el Loop (el centro de rascaelos y vías de metro elevadas de Chicago) con mi bicicleta. La verdad es que, esperaba más circulación, tal vez sea por ser sábado. Entro en la estación de trenes para comprar un bono de diez. En ella, me encuentro con una de mis compañeras de Canarias que ha venido por la mañana para conocer Chicago e ir de compras. Un chico norteamericano de clase media se acerca y mira mi bici con cierta envidia. Le comento que sólo me ha costado 80$+taxes.: “It’s cool”, responde. Le comento que también tiene una hendidura muy útil para la próstata. Ahí, la conversación entre él, su amiga y yo, parece tergiversarse levemente.

Dejo a mi compañera y cojo Sheridan Road, una carretera que va desde el centro de Chicago hasta mi barrio y, siguiendo hacia el norte, hasta el mismo Waukegan. Desde Sheridan giro hasta Western, donde me paro en varios autodealers a ver coches. En uno, Miguel, me ofrece un Saturn ranchera (no recuerdo la forma moderna y “cool” de llamarlos) del 99 y cuatro cilindros (lo que significa menos consumo), y con 140000 millas por 2200$, impuestos incluídos. Antes, prefiero ver si hay opciones con el Pontiac, pero si no hay suerte, ésta tampoco parece una opción horrible (y en este tipo de coches sin garantía la suerte es la única garantía).

Regreso a mi apartamento, a mi colchón, mis sábanas rojas, mi maleta sin deshacer y mis dos sillas. Hablo con mi madre y, aunque sé que son los típicos problemas de joven (aún lo soy, ¿no?) europeo de clase media, no puedo evitar mostrarle mal humor y tristeza. Y no es sólo por mi apartamento a medio pintar, mi colchón, mis sábanas rojas, mi maleta sin deshacer y mis dos sillas, sino también por tener que andar todos los días una media de entre dos y tres horas para llegar a cualquier sitio. Por no saber todavía el curriculum que tendré que dar a mis alumnos y parecer que lo más importante es cómo decoraré mi clase con carteles rosas, pegatinas y frases del tipo “Be positive”, “Attitude is everything” y, sobre todo, “Learn is funny”, por sentirme aquí solo, por qué no decirlo y, aunque es todo un poco más complejo y absurdo, abandonado, y sintiendo que todo es y debería haber sido diferente. Que no debería haber sido.

Preguntas 2 (viernes 24 de agosto)

¿Qué es?
¿Qué tiene la belleza?
¿Por qué algunas veces resulta asfixiante?
¿Qué formas tiene?
¿Cómo llega a nuestras mentes?
¿Cómo curarse de esta droga?
¿Cómo darse cuenta de que, muchas veces, no hay nada detrás, es irreal, subjetiva, manipuladora, contaminante?
¿Qué es?
¿Cómo librarse de ella?
¿Cómo encontrar la verdadera?
¿Cómo respirar tranquilo?
¿Cómo no asfixiarse?

Suburbios junto a la belleza y más carreteras secundarias (viernes 24 de agosto)


Me levanto a las 6 de la mañana para intentar coger el tren que me lleve directo a Grayslake, donde es el curso de tres horas para los profesores. Tengo que preguntar repetidas veces a repetidas personas para que me den algunos indicios de dónde está la parada conveniente. A un hombre le tengo que corregir varias veces hasta que deja de darme indicaciones erróneas (que hace unos días/semanas hubiera seguido ingenuamente). Camino por las Western, como su propio nombre indica, hacia el oeste. Chicago está, una vez más, amaneciendo. La Western se extiende sobre zonas no especialmente ricas, de apariencia suburbial, tiendas hispanas, autodealers hispanos, lavanderías chinas.

La parada se encuentra en una zona poligonal y deprimida. Hombres y mujeres hispanos trabajan cargando bultos y paquetes. Bajo el puente de la misma parada, dos hombres negros duermen junto a dos carritos.

Una vez más en Chicago, una vez más en mi vida, una vez más en América, junto a la belleza, para hacerse más visible, no sé si de manera inevitable, lo feo, la pobreza. No lejos de Wicker Park. En personas con un extraño influjo. En lugares sospechosamente insospechados. En personas inconscientemente sospechosas. Como la parte ineludible de la parte deseada. Como la mitad de la naranja podrida junto a la mitad inmaculada. Yin y yang cotidianos y reales

El tren avanza hacia Grayslake. Polígonos industriales y comerciales. Casas de madera ajardinadas. Maizales. Junto a una plantación de maíz verde y humedecida por la lluvia, una industria química.

Una vez más, como de costumbre, estoy en ninguna parte. Los pocos viajeros que llegan conmigo hasta “Grayslake” desaparecen en la estación en segundos. Varios coches desaparecen en el horizonte. Una vez más, comienzo a caminar. Pregunto en una enorme ferretería con grandes máquinas de jardinería. Una vez más me preguntan si pienso ir andando. Una vez más me dicen que está a unos “six blocks”, a unas “three milles”. Una vez más camino durante horas por carreteras secundarias.

He llegado a las 9. A las 10 estoy perdido en una urbanización de clase alta. Casas con jardín y caminos circulares y privados. Un desierto de hierba húmeda, coches japoneses y europeos y banderas. La urbanización parece deshabitada.

Por momentos me pregunto cómo este país ha llegado a ser una potencia. Este país de suburbios, polígonos comerciales y casas desperdigadas. Este país de enormes coches y coches sin parachoques. De barrios elegantes junto a autopistas y puentes bajo los que siempre duerme alguien.

Son casi las 11, cuando debería acabar el curso y aún no he llegado. Si no encuentro nadie que me baje, después de haber andado dos horas volveré a estar en ninguna parte. Entro en el college de Grayslake. Es un edificio moderno con sus pasillos llenos de estudiantes, blancos y rubios en su mayoría. Me informan de que allí no es, sino en el edifico de la universidad.

Son ya las 11 cuando lo veo a lo lejos la universidad, llamo a una compañera española para ver si siguen allí. Ya se están yendo. Por fortuna consigo reconocer a una compañera de mi escuela. Le pregunto que si me puede llevar. Me contesta que por supuesto. Es hija de padre puertorriqueño y madre de Hong Kong (lugar donde no sé si debería estar en estos momentos, lugar donde no estoy, lugar donde no sé si llegaré a estar). Es simpática y habladora. Me dice que, si quiero, paramos en algún lugar para comprar algo para comer, porque luego no hay nada cerca de la Jefferson. Ha venido a trabajar a Waukegan acompañando a su novio.

Al llegar a mi escuela aún no tengo llave, por lo que decido ir al Licoln Center a firmar el contrato. No veo autobuses. Voy andando. Tardo unos 45 minutos. Gracias a un curso absurdo de mi universidad de “Introducción a la Lengua Neerlandesa” de 20 horas consigo llegar a Máster+45. Parece que cobraré unos 37000$ brutos. Menos que en los demás distritos, pero más de lo que me esperaba.

En 45 minutos más estoy de nuevo en la Jefferson. Me abren la clase. Saco algunos libros de matemáticas. Coloco algunos míos. Decido volver a Chicago.

En Chicago entro en el Clyos a cenar. Hay grandes pantallas con partidos de fútbol y vídeos musicales. Hay gente joven cenando y tomando copas. Ceno Fish&Chips. Regreso a mi apartamento. Me duermo sobre la cama.