miércoles, 15 de octubre de 2008

Carrera nocturna (martes 14 de octubre, madrugada del miércoles)


Al llegar del cine me siento con las fuerzas necesarias para ir a correr por primera vez en Hong Kong. Las calles junto al estadio están casi desiertas, pero pese a ello parecen, o me parecen, seguras.

Corro alrededor del Estadio de Hong Kong en obras. Corro alrededor del “Recreative Indian Center. Corro junto al hospital público “Tung Wah Eastern Hospital”, junto a canchas de tenis y campos de fútbol, junto al hospital privado “St. Paul’s Hospital”.

Corro escuchando “The origin of symmetry”. Los rascacielos parecen mirarme extrañados desde las colinas de Hong Kong.

Painted Skin (martes 14 de octubre)


Como ya casi era de esperar, de nuevo o ya de viejo, compruebo que no tengo internet una vez más. Me echo sobre la cama. Aunque mientras cenaba en el maxim's se me habían ocurrido algunos versos no tengo ganas de intentar nada ni puedo evitar ponerme un poco triste pensando un poco en lo de siempre.

Pese a todo, consigo al menos volver a vestirme e intentar ver una película. Pero como todo parece venir de la mano, y mi cabeza no facilita nada, me confundo de hora y la película que había pensado ver ha empezado hace 20 minutos en los cines de Times Square. Venga, sigamos intentándolo. Y aunque mi orientación tampoco acompaña, consigo encontrar los JP Cinema sobre el Wellcome 24 horas. Y quizás, como pequeño regalo por mi perseverancia, empieza en quince minutos. Hago tiempo comprando unas gominotas en el Wellcome y haciéndome invitar a un refresco (en este caso un Lucozade de frutas de verano, de sabor un poco espantoso, pero con guaraná, ginseng y cafeína), como últimamente hago, pagando las gominolas mientras me lo bebo con cara de occidental despreocupado.

La sala de cine es bastante amplia, aunque la pantalla resulte tal vez demasiado grande. Antes de la película echan algunos trailers de películas norteamericanas. El último musical juvenil de la Disney parece devolverle su perdida y últimamente recobrada capacidad de provocar miedo.

Painted Skin es una película supuestamente basada en un cuento popular chino del S. XVIII, en la que saltan a lo “Tigre y Dragón”, con demonios con forma humana y algún efecto especial. Además de un aire involuntariamente “camp” y una dirección y montaje un tanto “naïve”, siendo benévolos. El final es un poco a lo Romeo y Julieta, aunque resucitando todos, salvo, claro, la pareja de demonios.

Pese a todo, es fácil reconocer, más allá de Propp, algunos paralelismos con los libros de caballería europeos en sus personajes y figuras, aunque encuentro que la gente se ríe en supuestos momentos cómicos de manera desconcertante.

También resulta curiosa la imagen, supongo que contenida en el cuento, de la bella mujer demonio que, para mantener joven su piel humana, debe devorar corazones, mientras intenta mantener una ambigua y siempre complicada imagen de mujer socialmente encantadora y seductora. En fin, la vida y el mundo son muy complejos, en España y en China, ahora y hace 400 años.

Zhou Xun, la actriz demonio/protagonista, realmente bella.

Chinos y chinas (martes 14 de octubre)

El día se presenta algo absurdo. Parece que dispongo de Internet durante algunas horas, pero luego se pierde la conexión. Fuera, en el pasillo, está sentada la que desde el lunes parece mi nueva y “simpática” compañera de piso/habitación, esperando a que el filipino consiga conectarla. No sé exactamente de qué nacionalidad es, aunque habla en inglés mucho mejor que yo. Oculta su pelo negro occidental bajo el tono oxigenado de una Madonna años ochenta. Decido ducharme y salir a la calle.

Tengo el ánimo un poco bajo. Poco a poco, sigo en mi tarea de reconocimiento de Causeway Bay. Atravesando su mercadillo de ropa me fijo en una chica realmente bonita que camina delante de mí.

Compruebo que entre los chinos y las chinas, en comparación con Europa, y mucho más con los Estados Unidos, apenas hay obesidad. Ellos apenas tienen vello corporal y pienso que, siguiendo las reglas del márketing, para diferenciarme, seguiré con barba. Intentaré “posicionarme” como “occidental con vello facial”. Como prototipo latino lo veo más complicado. También tienen el pelo muy liso y, muchos de los jóvenes, lo llevan un poco “estilo manga”, con flequillos lisos formados por dos o tres mechones. Ahí también voy a ser occidental. Y si algún investigador no lo remedia, cada día de manera menos discreta.

En cualquier caso, habiendo, como en todas partes, todo tipo de personas, en Hong Kongveo china realmente bonitas con unos cuerpos estupendos, largas melenas lisas, faldas cortas y botas de caña.

Ceno sobre las siete de la tarde un set de entrecot, pollo frito a la vietnamita, algunos vegetales y patatas fritas y un sprite, por apenas 4,5 euros, sentado frente a la gran ventana de un maxim's.

Como no hay ninguna película china que empiece en esos momentos en los “UA Cinemas” de Times Square, regreso a mi apartamento.

Central (lunes 13 de octubre)


El centro financiero de de Hong Kong surge ante mis ojos desde la parada de metro de Central. Está anocheciendo. Los rascacielos y las luces de neón se yerguen ante mis ojos. Decenas de personas caminan de un lado a otro.

En Central viejos edificios y rascacielos de arquitectura imposible se mezclan con modernos rascacielos que rozan el cielo y ocultan el reflejo de la ciudad en sus grandes y opacos ventanales.

En el centro de Hong Kong hay más occidentales. A las 6 de la tarde salen del trabajo o toman cervezas en las barras de los bares aparentemente occidentales de Hong Kong.

Envejecidas escaleras de piedra, escasos testigos de su pasado colonial, desembocan y surgen de las avenidas principales. Empedradas calles invadidas por pequeños puestos se entremezclan con grandes avenidas poseídas por grandes centros comerciales.

El centro de Hong Kong parece lleno de una extraña y contradictoria vida.

El metro (lunes 13 de octubre)


El metro de Hong Kong es el mejor que he conocido. Decenas de personas se sumergen en sus túneles, suben y bajan sus escaleras mecánicas, acercan sus carteras al lector de la entrada para que lea automáticamente a través de la piel y la distancia su tarjeta Octopus, las acercan de nuevo a la salida para que calcule el trayecto y el precio a cobrar.

El metro de Hong Kong parece el metro del futuro de Chicago. Recorre sus islas y permite hacer gran parte de sus trayectos por apenas 0,4€. Avisa de las estaciones en dos idiomas. Te acaricia la cara con su aire acondicionado.

El metro de Hong Kong pinta los pasillos y túneles de sus estaciones de colores: naranja, morado, verde… cada estación tiene cuatro o cinco salidas que están rodeadas de tiendas infinitas, que van a dar a gigantescos centros comerciales.

El metro de Hong Kong llega cada minuto o dos minutos. Grandes mamparas de cristal protegen sus vías. En el metro de Hong Kong es muy difícil suicidarse.

Miro las caras, ropas, peinados y móviles de decenas de hongkoneses mientras viajo en el metro de Hong Kong.

La luna entre los rascacielos en domingo (domingo 12 de octubre)


Es domingo y aún no tengo internet. Me levanto tarde. Desayuno. Leo el librito con la biografía y obra de Gauguin y, aunque su obra me gusta, no me acaba de caer bien como persona. Creo que hay aparentemente más verdad en su obra que en sus palabras o su vida. Y no sé que verdad es ésa. Creo que, entonces, hay menos verdad en su obra.

Cuando salgo a la calle está de nuevo anocheciendo. Decido probar a comer/cenar en un pequeño restaurante local, pero es un error. Lo que creía que era un pescado a la brasa son unas duras, secas y frías rodajas de pescado en una salsa que no sé si es de soja que le da cierto sabor a castaña pilonga. Intento parecer educado y le pido que me de un envase para llevármelo.

Tras tirar, lamentando tirar parte de lo que fue un ser vivo, mi cena en una papelera, camino hasta Wan Chai. Allí me compro dos pinchos de pollo a la brasa en un puesto callejero donde me atiende en inglés un joven muy simpático y con mucha pluma.

Mi sentido arácnido de orientación me lleva involuntariamente hasta Fortress Hill. Todo son grandes avenidas, supermercados y galerías comerciales.

Apunto una vez más la tristeza en mi agenda de los últimos dos o cuatro años al ver la luna entre las nubes y los rascacielos.

Decido volver a mi apartamento.