lunes, 10 de septiembre de 2007

Cosas que no son y me hacen perder el tiempo y la cabeza (lunes 3 de septiembre)

Sería tan fácil disfrutar de este colchón apenas tirado en esta pequeña habitación. Sería tan fácil disfrutar de este colchón y sus sábanas rojas.

Sería tan fácil haber disfrutado de este largo fin de semana en Chicago. Pasear por las tranquilas calles arboladas de Wicker Park. Ver anochecer entre los rascacielos.

Sería tan fácil disfrutar yendo a hacer la compra, en estos grandes centros comerciales más transitados que las mismas calles.

Sería tan fácil disfrutar yendo a comer a establecimientos de comida rápida. A mediocres restaurantes mejicanos. Vulgares restaurantes de 24 horas. Sería tan fácil disfrutar yendo a cenar a bohemios restaurantes con terraza.

Sería tan fácil disfrutar de este apartamento aún sin pintar ni amueblar. Aún miserable.

Sería tan fácil disfrutar de este colchón apenas tirado ene esta habitación. Sería tan fácil disfrutar de este colchón y sus sábanas rojas.

Pero no lo es. No es fácil. Porque nada es como me gustaría. Como debiera. Y debo darme ya cuenta. Debería aceptar ya las cosas como son. Las cosas que no son y me hacen perder el tiempo y la cabeza.

La pena que llena la ausencia (domingo 2 de septiembre)

Me levanto a las 11. Me he despertado antes. Me he despertado varias veces. Y es curioso. Porque yo solía dormir de un tirón. Y sé que no es la edad. Y si me despertaba levemente y era pronto me alegraba y seguía durmiendo. Y si dormía con alguien, si todo iba bien, me aferraba un poco más y seguía durmiendo. O deseaba que se despertase.

Ahora es un poco distinto. Mando un mensaje a unos amiga para ver cómo les ha ido, a ella y un amigo de hace más de diecisiete años, en sus vacaciones. Nos mandamos varios mensajes. Decido ducharme e intentar hablar con ella través del messenger. Me siento frente al banco de la biblioteca. Y pese a la conversación. Pese a sus vacaciones aburridas. Pese a mi verano. Este verano que parece no acabar nunca. Pese a que le hablo de lo mismo, me alivia. Y echo de menos momentos con ellos, momentos pasados e imperfectos pero que ahora resultan mucho mejores que el presente: “Tienes que llenar la ausencia con la pena. Para que luego todo pase. Lo bueno se acaba, pero lo malo también. Dale una oportunidad a la vida”

Como en el Holywood Grill. Hablo con mi familia. Regreso. Hago la colada. Me tumbo. Leo algo el Chicago Reader. La sección de “datting”. Voy al Strack& Van Til. Compro: ocho actimeles de fresa, tres chocolatinas, cinco plátanos, dos manzanas, bollos de chocolate, jabón para las manos, una fregona estilo balleta, agua….

A vuelta veo que el restaurante mejicano donde cené hace más de una semana está muy cerca de mi apartamento. Compro patas fritas en una pequeña tienda de perritos calientes. Dos mujeres de más de cincuenta años, algunos kilos de más y ropa fea y grasienta lo atienden sin ninguna emoción. Las entiendo.

Chicago anocheciendo (sábado 1 de septiembre)



Hoy es 1 de septiembre. El tiempo pasa muy despacio. Este verano que deseo que se acabe.

A las seis de la tarde el Loop de Chicago está casi desierto. Parece una ciudad abandonada. Intento encontrar un sitio para comer, ya que aún no he comido. Encuentro un sitio parece que especializado en “steaks”, cando la bici en una papelera y entro. Pido un “t-bone” con costillas. La maldita salsa de barbacoa hace que no pruebe las costillas.

La chica negra del 7-eleven donde intento comprar algo dulce como postre coloca una silla en la puerta giratoria y me indica que en dos minutos vuelve a abrir. El chico negro que espera en la calle me aclara que v a al servicio. Compro un “muffin” de chocolate. El chico está dentro hablando con ella. Parece su novio.

A las siete de la tarde las calles del Loop de Chicago se van, poco a poco, repoblando. El sol se pone tras sus rascacielos. Pienso en hacer algunas fotos pero no encuentro las fuerzas (luego me arrepentiré) para pararme. Es fácil sentirse solo en un atardecer entre los rascacielos de Chicago. Entiendo a Lorca cuando caminó por Nueva York. Es hermoso ver cómo la naturaleza nos ha permitido realizar construcciones tan bellas. Edificios que dibujan el cielo. Termiteros de personas más altos y elaborados. Pero sólo eso. Y sin embargo, resulta hermoso. Y es tal vez más fácil percatarse estando sólo. O apreciarlo en su total levedad. En su totalidad.

Poco a poco se hace de noche. Las luces y las personas invaden la ciudad. Veo un letrero y decido encontrar el Museo de Arte Contemporáneo. Está en Chicago Avenue. Pregunto varias veces. La última indicación me la da un hombre que junto a otro advierte a los transeúntes del peligro que tienen los “jesuitas” y me dan un panfleto muy divertido titulado “The Jesuits: Vatican Assasains”, en el que los jesuitas tienen la culpa de la inquisición (algo de cierto hay en esto), las guerras feudales japonesas, la guerra civil norteamericana, el comunismo (con Stanlin y Castro educados por jesuitas), Bill Clinton… En el MCA hay una exposición sobre arte mejicano. En la entrada hay un coche con su caravana incrustados contra el pavimento. Esto sí que es arte contemporáneo. El presente de este país. América.

Regreso por Chicago Avenue hasta Milwaukee. Un ciclista al que pregunto me dice que le encanta mi bici. Paro en un Wallgreen’s. Compro dos cartones de limonada, pegamento, cuatro botellas de pepsi. Dos paquetes de cincuenta velas. Casi las mismas personas toman copas en los bares y terrazas de Milwaukee.

La carretera 41 (viernes 31 de agosto)

Es de nuevo de noche cuando salgo de casa. Cojo de nuevo el tren. Estoy cansado. En clase, decido que sentaré a los alumnos de los diferentes cursos por parejas, intentando que haya uno que hablé más o menos bien inglés y con un libro en español y otro en inglés por pareja. A l@s alumn@s de 7º y 8º les explico los significados de “polis”, “político” e “idiota”. Con los de 8º m tengo que poner un poco serio y echar a varios de clase. Pero veo cómo, poco a poco, les voy infundiendo respeto. Más tarde llegará el tiempo de que vean que he venido sólo para ayudarles.

Salgo de la escuela. José, el otro hombre mejicano del concesionario, me indica un lugar donde puedo hacerme un seguro para el coche. Hago el seguro. Paro en un jwell. Compro crema hidratante.

Después de preguntar, cojo la 41 dirección a Chicago. Llevo las dos ventanillas delanteras bajadas. Mi coche no tiene aire acondicionado y hace mucho calor. Tengo sueño. Es fácil conducir en Estados Unidos. Los coches, como los perros, se parecen a los dueños. Coches ostentosos. Coches que necesitan ir al taller pero no hay dinero para ellos. Deportivos. Grandes Buicks y todoterrenos. Coches con golpes. Mi humilde Geo se conduce, de momento, con facilidad. Parece no querer complicarme más, más allá de no tener aire acondicionado, la vida y la estancia. Lo acabaré cogiendo cariño.

Como me dijeron, un viaje que debería ser de 45 minutos se convierte en uno de casi dos horas. Unas 20 millas antes de Chicago el atasco se hace presente. Felicito a mi hermano con un mensaje desde el coche. Los rascacielos se perfilan en el horizonte a cámara lenta.

Hace una bonita tarde de verano en Wicker Park cuando llego. Este verano que parece no acabarse nunca. Es fácil conducir por sus calles arboladas. Aparcar junto a mi apartamento.
A ratos, con pausas, sólo consigo dormir. Leo por encima la guía de Lonely Planet de Estados Unidos que compré antes de venir y que no he leído. Leo cómo mi barrio ya se estaba poniendo de moda hace un año. Hace un año... Cómo los dos bares que recomiendan están junto a mi casa. Cómo el alcalde de Chicago, demócrata, es el hijo del anterior, que gobernó Chicago durante 21 años. El nombre de la escultura con forma de gota de mercurio. La fuente formada por pantallas. Cómo el verano es la mejor época en Chicago. Este verano que no se acaba nunca.

Carretera a Wisconsin (jueves 30 de agosto)

A la salida de clase pregunto a mi compañera española si sabe dónde está un restaurante tipo bufé al que nos llevó el profesor español (al parecer su compañero). Me contesta que por Garnee, aunque no me lo sabe decir muy concretamente. Cree que junto al mall. Como ya tengo coche decido intentarlo.

Llegar hasta Garnee es fácil. Pero allí no estoy tan seguro. Pregunto varias veces. Giro hacia una carretera. Al poco me doy cuenta de que estoy en una nacional (si es que en este país existe este concepto), me doy cuenta que de peaje, camino a Wisconsin. En el peaje (de momento sólo un dólar y medio) pregunto al hombre blanco, con barriga, camiseta sudorosa y algo que no sabría descifrar en la boca cómo puedo volver. Me responde, descifro, que más adelante.

Más adelante consigo darme la vuelta y regreso por una carretera paralela, yo diría que en mejor estado, y sin peaje. Campos verdes. Casas señoriales. Árboles. Señales de que pueden cruzar carros con caballos. Al poco llego a una urbanización donde pregunto a varios de los hispanos que arreglan sus calles y jardines. Cuando les pregunto en inglés me dicen que no entienden. Casi me responden con agradecimiento cuando les hablo en español.

En el mall de Garnee no está, pero es tarde y como lo que en España llamaríamos churrasco en una tienda de comida rápida atendida por asiáticos. Es un “mall” (qué gran nombre) enorme. Tiendas de Gap, H&M, de ordenadores, de compañías de telecomunicaciones… La mayor parte de los jóvenes que andan por sus grandes corredores son blancos y rubios.

A la vuelta un amable hombre norteamericano me señala la palanca bajo el asiento para abrir el depósito de la gasolina de mi Geo Prizm.

Aparco en la estación de trenes de Waukegan. Regreso a Chicago. Cuando llego, por supuesto, nadie ha pintado ninguna habitación de mi apartamento.

Magia y Destino (miércoles 29)


Hoy he dormido mal. Cerré los ojos unos minutos a las 11 y me quedé dormido. A las 2:30 de la mañana me levanto con los ojos semicerrados, bebo un poco de zumo, apago las luces del apartamento y me acuesto. Duermo mal. Miro el reloj del móvil y son las 4:15. Bueno, me quedan 45 minutos. La próxima vez que los miro son las 05:15. Ya no me da tiempo a coger el tren de las 05:48. Y no tengo, en verdad, conciencia de haber apagado la alarma. Al ser un modelo de concha hay que abrir el teléfono y pulsar una tecla. Aunque abandonar mi racionalidad tiene la culpa de mi tristeza y de mi absurdo e inestable último año y medio, tengo un pequeño sentimiento de optimista irracionalidad y quiero pensar que es una sutil decisión del destino y que será para algo positivo (y no para que se den cuenta de que llego una hora tarde y me echen del trabajo).

Efectivamente, la señal del destino ha sido para comprobar que a mis compañeros de “team” les encanta el sistema y la burocracia. Han notado mi ausencia a la hora debida y me recuerdan que somos un “team” y que es necesario que trabajemos bien como “team”. Luego debaten cómo señalar las ausencias (por segunda vez, ya que tenemos que hacerlo otra vez en otro formulario) y cómo poner las notas en nuestra agenda. Sería divertido si yo estuviera en otro momento de mi vida, ver su rivalidad por ser “team leader” y por dar mejores respuestas a los trámites burocráticos.

En clase, una vez más me tengo que poner serio y mando a los tres cursos que para el día siguiente busquen las definiciones de “duties and rights” (derechos y deberes) y “coherente” (coherencia), para ciencias sociales, y los lugares donde se puede reciclar papel, vidrio y plástico, etc. en Waukegan (yo no he visto ninguno de momento). Para finalizar nos piden llevarlos al gimnasio para que algunos profesores hagan una especie de representación en la escuela para recordarles las normas: “dress code” (yo todavía no sé el curriculum que tengo que enseñarles, pero mis alumnos no pueden llevar cinturón marrón), cómo comportarse en la cafetería a la hora de la comida (las pocas veces que me he pasado daba cierta idea de campo de concentración).

Más tarde, llevaré el coche al concesionario para que me cambien la luna delantera, hablaré con mi familia y acabaré en este restaurante mejicano para comer una carne no especialmente buena y unos camarones criados (como casi todos los que se venden en este país), en Tailandia.

Educación para la ciudadanía en Waukegan (martes 28 de agosto)

Estoy en un pequeño restaurante mejicano de baldosas blancas y negras, con grandes ventiladores en el techo, en el que la camarera y el cocinero juegan a los dados mientras yo trato de escoger sin muchas ganas los pequeños trozos de carne revueltos entre verdura de lo que yo creí que sería un simple “steack” normal y corriente. Nachos, cocacola y tortas de maíz con cierto sabor amargo.

Hoy ha sido otro día más. Casi se podría decir que el primer día de clase. Me levanto a las 5 de la mañana y cuando llego en punto a la parada del tren veo cómo se aleja sobre mi cabeza. Espero una hora al siguiente mientras amanece en Chicago. En la estación voy por primera vez a mi escuela en mi nuevo coche esperando que nadie se de cuenta de que llego una hora más tarde (lo que se hace más fácil al tener libre esos periodos). Nadie lo ha notado. La simpática profesora de “ELP” de marido italiano me ofrece unos carteles para mi clase y unas hojas y me señala dónde puedo coger el material escolar que me corresponde (clips, un cuaderno, tijeras rotuladores…)

Casi todos mis alumnos de sexto y séptimo grado sitúan España en África en el mapa. También en Autralia, Groenlandia. En clase de octavo grado, al escuchar algunas gracias sobre un chico relativas a su supuesta homosexualidad, imparto mayormente una clase de “Educación para la ciudadanía” (el Gobierno Español debería darme un suplemento): les explico como en la película Troya, el primo de Aquiles (Brad Pitt) era en realidad su amante, cómo eran homosexuales (o bisexuales) Julio César, Alejandro Magno… Y las diferencias entre xenofobia y racismo, lo que es la homofobia, el machismo… y cómo en mi clase no están permitidas ninguna de ellas. Me preguntan por dios, por la virgen, por la Gioconda, por Da Vinci: les explico las teorías que hay y lo que yo pienso sinceramente. A veces tengo que subir un poco el tono y ponerme serio, pero no parecen malos chicos. Algunos acaban de llegar de Méjico y no hablan nada de inglés. Les explico cómo yo estoy aquí para ayudarles, para intentar que aprendamos inglés entre todos, para que aprendan cosas y, si puede ser, vayan al “college”, a la universidad y, cuando tengan mi edad, ganen como mínimo lo mismo que yo, tengan trabajo como los de los "güeritos": directores, abogados… En esos momentos me prestan más atención… Les pido que para el día siguiente me traigan datos generales sobre lo qué fue la Guerra de Troya: Where, when, Why, Who… Les explico que es una guerra por amor, sexo y dinero.

En la reunión con mi equipo de “bilingual” (la profesora española y el profesor hispano), mientras deciden si damos estrellitas a los alumnos que se esfuercen más, tengo la mente donde hace tiempo que no debería tenerla. Recuerdo imágenes y momentos que debería recordarlos sin sentirlos.

Después de clase voy al “Licoln Center” para firmar mi contrato. Primero no está, luego sí. Tengo que corregir que soy Máster+45 y nivel 7 y no Máster+30 y nivel 6. Voy rápidamente con el coche a la estación. Lo aparco. Me monto en el tren.

Al llegar a mi apartamento veo que hoy tampoco han venido a pintar. Me echo un rato. Luego voy a la biblioteca. Busco un sitio para cenar algo. No entro en los restaurantes y cafeterías de “Wicker Park”, demasiado pilonguis y caros para cenar solo. Subo por “North Avenue”, después “Fullerton”, zonas residenciales arboladas y con casas de piedra, paso junto a la Universidad de De Paul, hasta acabar en este pequeño restaurante.

Después, de noche en Chicago con la mente perdida, no es difícil perderse. Preguntaré a varias personas y me darán las mismas indicaciones confusas y contradictorias. O no sabrán responderme. Recorreré de nuevo, nuevamente perdido, Chicago en bicicleta de noche. Llegaré a mi apartamento cansado. Recogeré la ropa del tendedero. Beberé un zumo, agua. Intentaré recuperar, actualizar este blog. Me iré a la cama.

Primer coche y día de escuela (27 de agosto)


Hoy es el primer día en la escuela. Aunque será un día breve. Cada periodo durará la mitad, sólo 20 minutos. De mis ochos periodos, los dos primeros los tengo libres (se supone que para “planning” o “lunch”, pero a esas horas…). Aunque, por contrato, debo estar allí. Conociéndome, sospecho que me va a venir bien no tener clase los dos primeros periodos. El penúltimo es para el “team meeting”.

En veinte minutos apenas da tiempo a presentarme, pasar lista, saber de dónde son… La mayor parte vienen de Méjico, algunos son puertorriqueños, uno viene de Cuba, varios de Honduras… Muchos, la mayor parte, no hablan inglés. Sólo uno ha nacido en los Estados Unidos. Los pocos que hablan inglés, prefieren que demos las lecciones en inglés. El resto no entendería nada. A las 10, más o menos, se han acabado las clases.

La “principal”nos reúne en la cafetería. Hablan de algunos procedimientos. De una especie de club social que se montará para los profesores, creo que para jugar a los bolos. Preguntas varias. Aplausos. Risas. Tengo la cabeza en otro sitio. En una especie de laguna desecada que no termina de secarse.

He llamado hace antes de la reunión a Joe Pérez, del concesionario, y me dice que ya está el Pontiac. Y que está libre. Por lo que nada más terminar la reunión, camino hasta allá. Antes de entrar al concesionario, veo el Pontiac aparcado. Tiene un golpe en el parachoques, a la derecha, pero si me lo dan por menos de 3000$, es mío. Es un deportivo muy chulo de color verde metalizado.
La realidad una vez más. El vendedor lo daba como parte de una Mazda que compraba. Al final pidió más por el Pontiac. Me lo dejan por 6000$. Imposible. Joe me pide perdón. Yo le comento que si me lo hubiera dicho cuando lo llamé no me hubiera dado el paseo hasta el concesionario. Joe me sugiere de nuevo el Geo Prizm. Pienso que es muy caro, le pido que devuelva la señal del Pontiac, que miraré un poco más, y si me parece, ya volveré a por el Geo. Joe dice que quiere ayudarme. Me lo ofrece por 2000$ con impuestos y matriculación incluídos. Le digo que es muy caro siendo del 96 y con 1600000 millas. Que cuánto es lo máximo que pagaría. Respondo que 1500. Joe dice que me siente que va hablar con su jefe. Me siento, salvo por algunos malditos detalles, como esta semana santa en Tánger. Joe vuelve. 1700. No. 1500. De acuerdo.

Joe dice que quería ayudarme por las molestias. Porque soy un profesor español que ha venido a Waukegan. Me vuelve a recordar que lo pensaba comprar para su hijo de 16 años, pero que su madre, la abuela del chico, pensó que era demasiado joven. Mientras formalizamos los papeles, me habla de cómo creció en Chicago. De que tiene tres hijos. De cómo él también tiene muy poco tiempo porque tiene dos trabajos y ahora está de mudanza. Se va a vivir a la casa de su novia “güerita”, norteamericana, y cómo se ha pasado el domingo llevando cosas, instalando la televisión de plasma, de cómo a su novia no le ha importado retirar parte de sus cosas, de su vajilla (muy feas según él) para usar las de Joe. Se le ve, pese a los dos trabajos, contento. Me da cierta envidia. Me pregunta por mi vida. Le comento algunas cosas. Que el mundo es muy complejo. No puedo dejar de envidiarle. La facilidad en algunas cosas. En lo que debería ser fácil. Quedamos en que vuelvo el miércoles para que me cambien la luna delantera (es parte del acuerdo).

Tengo ya 30 años y este es mi primer coche. Un Geo Prizm de 96 con 160000 millas por 1500 dólares.

Aparco el coche en la estación de trenes de Waukegan. Regreso a Chicago