viernes, 5 de junio de 2009

Precuelas, versiones y secuelas de un día gris (jueves 5 de junio, madrugada del viernes)

   Hoy ha hecho un nublado, húmedo y caluroso día de bochorno en Valladolid.

   El inspector del Distrito 5 de la policía municipal se disculpa por el calor y porque no haya aire acondicionado en su despacho. El inspector del distrito 5  es un hombre bajito y formal, que me escucha educadamente y me remite al día del juicio y la decisión del juez, antes de acompañarme personalmente hasta la calle. Posiblemente, y aunque no me solucione nada, sea buena persona. Por unos instantes pienso en qué hacer.

   El cielo gris roza las ramas de los árboles que llegan hasta el suelo verde sobre el que destacan la lengua rosa de Argos,  sus viejos y desgatados dientes amarillentos, su pelo blanco y negro.

   El cielo gris se proyecta sobre el tanatorio y sobre la gente que habla a la entrada y sobre mí mismo mientras voy en bicicleta a los cines UGC de Zaratán. Por el arcén camina el mismo perro abandonado, marrón y negro, de la semana pasada. Por unos instantes me quedo mirándolo, pienso en qué hacer, dudo en detenerme y sigo pedaleando en dirección a los cines UGC de Zaratán.

   Supongo que siguen siendo grises las nubes que me observan mientras compro un bono de 5 entradas que pretendo que me rinda el doble.

   Veo una precuela de una saga galáctica a la que nunca he encontrado sentido y que era absurda y naif y un tanto ridícula hace ya décadas. En las sala hay tres hombres solitarios. Somos cuatro. Antes, un tráiler de la secuela de una película basada en unos robots de juguete.

    Cuando acaba voy al servicio, compro palomitas y agua y entro despreocupadamente en la sala donde proyectarán lo que parece una relamida biografía de la reina Victoria. Estoy solo en la sala. Diez minutos después de la supuesta hora del comienzo las luces en la sala siguen encendidas y la música no se detiene en sus altavoces. Pienso que en el programa informático no figurará ninguna entrada vendida y que es posible que no la proyecten e incluso que alguien se sorprenda de verme allí sentado. Salgo de la misma manera despreocupada que entré y me meto en una sala donde proyectan la versión norteamericana de una película coreana de terror. En la enorme sala hay tres parejas que no dejarán de hablar durante toda la película. A la salida habrán colgado unos carteles de una precuela de una saga sobre humanos y robots.

   Regreso a casa en una nublada, húmeda y calurosa noche de bochorno.

   Supongo que todos los policías municipales y todos los jueces y todos los perros abandonados y todos los muertos en los tanatorios y todos los productores de precuelas y todas las parejas que hablan y todos los directores de versiones y todos los internautas que navegan y preguntan y todas los hombres solitarios y  todos los guionistas de secuelas dormirán también bajo un cielo gris.