martes, 25 de noviembre de 2008

Expiación (martes 25 de noviembre, madrugada del miércoles)

Atonement

Hace tiempo que perdí la serenidad y la confianza. La autoconfianza. La seguridad en mí mismo y en algunas cosas que tuve algún día. La supuesta virilidad que nunca tuve.

Compré la novela de Ian McEwan en una edición barata, creo recordar, el día de la noche de reyes de este mismo año. En una fría mañana de enero de un invierno y una navidad que parecían no terminar nunca y que aún no han terminado, que parecen no comenzar nunca.

Compré la novela de McEwan en una edición barata que no llegué a leer, que regalé, que no sé si leeré ya algún día. Que tal vez no lea ya jamás.

Así que, después de pasar todo el día de lunes sin salir de mi habitación, vuelvo a salir cuando ya es de noche, vuelvo a comer o cenar en un Macdonald’s, camino por Wan Chai viendo a americanos hablar y reírse a voces en las puertas de bares de alterne donde chicas muy jóvenes están excesivamente maquilladas, compro un cortapelo en Sogo, pago la cena que mi tarjeta de débito no dejó que pagara el domingo, me afeito la cabeza y la barba, me froto la cabeza con sal, me ducho y veo Expiación, Atonement, en la cama de nuevo, de nuevo con el portátil sobre mi regazo, en una versión con unos subtítulos latinoamericanos plagados de errores de una página web que se atreven a publicitar, en esta mi habitación y residencia en Hong Kong de 11 m2.

Oí diferentes opiniones sobre la película hace meses. Tal vez debí haberla visto hace meses en Barcelona. Tal vez.

Pero yo, hoy, aquí, ahora, no puedo decir nada negativo de la película de Joe Wright, más allá de los subtítulos plagados de errores, más allá de verla en un portátil sobre mi regazo, solo en esta habitación de 11 m2 en Hong Kong.

Y me enamoro una vez más de Keira Knightley, pero también me dejo convencer por James McAvoy, el actor protagonista o por los grandes ojos azules de la hermana narcisista en sus diferentes actrices y edades, o seducir tristemente por las palabras últimas de Vanessa Redgrave. Y las imágenes y el montaje son ajustados y hermosos. La banda sonora de  Darío Marianelli es hermosa .

Sólo, que me hace pensar en cuáles fueron los actos que me llevaron a esta raquítica y risible expiación personal que estoy viviendo.

Sólo, que hace tiempo que perdí la serenidad y la confianza. La autoconfianza. La seguridad en mí mismo y en algunas cosas que tuve algún día. Y que cuando veo las últimas escenas de la falsa e inventada felicidad de los protagonistas en la playa, en este invierno que parece no terminar ni comenzar nunca, muestro, una vez más, la ausencia de una supuesta virilidad que nunca tuve.