sábado, 31 de enero de 2009

Dioses cayéndose sobre sí mismos en la nada. Google se cae (sábado 31 de enero)

images

   Cuando regreso de Gijón mi viejo perro de 14 años me mira somnoliento desde su vieja cuna desvencijada.

   Leo en la versiones en internet de Público, El País y El Mundo que Google ha dado mensajes de error durante casi una hora. Todo el mundo desorientado por una empresa, por un buscador, por Google.

   Bajo la noticia de Público hay tres anuncios de Google:

   El tercero es de Greenpeace y dice: Yo soy Antinuclear.

   El segundo es de un blog que informa  sobre la situación en Gaza.

   El primero es de Google y dice:

   Google Mini:

   Busque en su Sitio Web Público y su Intranet con Google Mini.

Google.es/Mini

   Sí, el mundo es muy complejo.

   Y, por instantes, pese a mí mismo, pese a Gaza, pese a la energía nuclear, hasta divertido.

Dos hermanos buscando en Gijón (sábado 31 de enero)

P1300356

   Acompaño de manera casi obligada a mi hermano a Gijón.

   Mi hermano y yo nunca hemos tenido una relación especialmente estrecha. Supongo que somos demasiado diferentes. Tal vez hemos huido, huimos de lo mismo de diferente manera. Desde que me perdí un poco más él intento acercarse sin saber él tampoco aún cómo encontrarme, cómo en encontrarnos.

   Su novia participa en un campeonato de natación. Él hubiera participado también si no fuera por algún problemilla en el cuello. Las personas nadan en grupos y esperan horas. El ambiente esta cargado de una humedad clorada. Él se hubiera aburrido solo. Mi madre desea que yo salga más y, a la vez, que mi hermano y yo nos encontremos, que mi hermano me ayude un poco en mi interminable desorientación.

   Llegamos a Gijón el viernes al mediodía (su puesto de funcionario le da más días libres que si fuera reponedor en un supermercado, mi excesiva actividad mental e inactividad física me deja más días libres que si fuera reponedor en un supermercado). Comemos.  Recorremos su paseo marítimo. Hablamos un poco de todo. La crisis. La posibilidad de que se compre un piso con su novia si el precio de los pisos baja un poco más hasta donde debería haber bajado (o desde donde nunca debería haber subido) hace años. Hablamos un poco de todo sin especial profundidad.

   Vemos nada a su novia durante unos minutos. Ninguna marca en especial. Pero parece disfrutar haciéndolo. Les envidio el disfrutar tanto de hacer algo tan poco extraordinario, tan natural, como nadar con otras personas que tampoco son extraordinarias. Les envidio la aparente cotidiana felicidad de sus vidas.

   Yo ya no creo en la normalidad. En su paradigma. Tampoco estoy seguro de lo que es estar sano. De si es posible estar sano de una manera absoluta. En cualquier sentido. Uno solo. En compañía. Pero la relación de mi hermano con su novia me parece de la más sanas que conozco o haya conocido.

   Tanta sanidad sintiéndome solo en compañía me pone inevitablemente  triste cuando me invitan a cenar y el trankimazin no vale para nada.

    Llevamos a la novia de mi hermano al hotel donde se hospeda el equipo.

   Dejo que mi hermano vaya a ver nadar a su novia de nuevo unos minutos al amanecer. En este maldito hotel Try Rey Pelayo sólo dan La Razón, el ABC, La Vanguardia y la Voz de Asturias. Me compro El País y una coca-cola en el kiosco de al lado.

   Mi hermano regresa. Desayunamos. Caminamos de nuevo por El paseo marítimo. Hablamos. Llegamos tarde para ver de nuevo a su novia nadar unos minutos.

   Comemos. Seguimos hablando. Pero ha pasado ya un día. Me habla de su primera novia y de sus errores. Yo le hablo de los míos. Regresamos hablando mientras atravesamos la Cordillera Cantábrica por un puerto de Pajares nevado.

   No, por supuesto, aún no he encontrado lo que estoy buscando, aún no me he encontrado, pero tal vez este viaje me haya venido bien. Tal vez mi hermano y yo nos conozcamos más. Tal vez estemos un poco más cerca.

   Algo siempre es algo.