viernes, 31 de octubre de 2008

Alicia in Lan Kwai Fong (viernes 31 de octubre)

Como cualquier cosa en la vida, todo depende de la manera en que se vive. O se cuenta.

Cualquier otra persona contaría lo que estoy viviendo de otra manera. O no lo viviría. No se habría dado la oportunidad de vivirlo, habría escogido otras opciones, cometido otros errores.

Cualquier otra persona narraría, tal vez, de manera más positiva y optimista lo que estoy haciendo en Hong Kong: conocer otra cultura y otra ciudad. Conocer nuevas personas.

Estoy en Lan Kwai Fong. Parece que estoy en una zona de copas española repleta de británicos. Pero es Hong Kong. Música entremezclada. Gente rubia tomando cervezas y copas en las terrazas. Hermosas y jóvenes mujeres asiáticas y occidentales. Personas orientales haciéndose fotos con aparente entusiasmo junto a personas orientales disfrazadas de asesinados o asesinados de películas occidentales. Parejas y grupos de policías charlando amigablemente junto a parejas y grupos bebiendo en plena calle. Grandes pantallas planas recordando a todos que están en Hong Kong.

Une vez más he abusado de mis superpoderes. He llegado tarde a la cita en Central con la chica hispana y ya no la encuentro. Intento aprovechar que estoy fuera y mando un mensaje a la chica de Nueva Jersey que me había invitado a salir con ella y sus amigas. Cuando iba a ir a Lan Kwai Fong en metro desde Central, un británico me advierte de que estoy al lado.

Alicia es una chica negra de veinticinco años que lee “La Ceguera” de Saramago y empezó “La Plaza del Diamante”. Al verla llegar junto a la heladería Ben&Jerry’s en la que la esperaba, experimento un leve sentimiento de sorpresa. Algo típico de un españolito de Castilla, pese a que haya viajado algo, esté en Hong Kong y sepa que hay más de una raza. Algo de culpa la tiene también el cine norteamericano con sus blancos de clase y media.

Alicia es una chica agradable. En principio, bastante más que su compañera de piso inglesa y dos conocidos más, americano él e inglesa ella, con los que nos sentamos en un bar. Las chicas inglesas parecen tener el carácter que tienen algunas personas que, además de no ser agraciadas físicamente, consideran que tampoco tienen la obligación de serlo personalmente. Podría llamarse autoestima, pero yo diría que es otra cosa.

Al poco, sus conocid@s se marchan. Alicia y yo nos quedamos charlando algunas horas. Parece que fue un acierto preguntarle si había votado ya a Obama por el messenger cuando aún no la conocía.

Hablo mucho. Demasiado. Quien no me conozca de verdad o a través de este blog, pensaría que estoy realmente contento.

Tal vez ella lo piense, porque me comenta la posibilidad de volver a vernos el sábado por la tarde cuando nos despedimos en el metro.

Me veo reflejado en sus grandes mamparas con mi pantalón y camisa negros y mis zapatillas grises nuevas.

Improductividad improductiva III (jueves 30 de octubre)


El sueño y yo llegamos a un acuerdo, y nos encontramos cuando me acuesto sobre las 7 de la mañana.

A las 12 me levanto, desayuno mis comprimidos, el hipérico, un zumo de naranja y un plátano, me ducho y salgo. Aunque había pensado acercarme a Central a comprarme unos vaqueros, ya que casi toda mi ropa, con mi único par de vaqueros incluido, está en la lavandería, paso la mañana en el centro comercial de Times Square.

Me compro un breve y decorado libro de Paul Arden, antiguo creativo de Saatchi&Saatchi, sobre publicidad y por tanto, me temo que la vida, y The Mind Gym en la librería Page One. También la edición británica de Men’s Health en mi ya comentado intento de cuidar mi cuerpo y mi mente. Veo unas zapatillas Nike grises con cierres de de velcro que dejo para la tarde.

Cuando regreso a mi habitación veo me han puesto un cubrecamas y unas almohadas más bonitos que la semana anterior y que me han retirado los señalados por la Pepsi que estalló, congelada de improviso, mientras la abría desnudo y presa del insomnio frente al ordenador hace ya algunas noches.