jueves, 20 de marzo de 2008

“Semana santa” (miércoles 19 de marzo, madrugada del 20)

Ya es “semana santa”. Este año es muy pronto. Demasiado pronto. La siento demasiado pronto en todos los sentidos. Por supuesto, hace décadas que dejó de tener un sentido religioso para mí. Más o menos hace dieciocho años, cuando dejé de ver como realista la existencia de dios. Del dios judeocristiano. Prácticamente de cualquier dios. Cualquier dios antropomórfico e inteligible. Cualquier dios que sea algo más que el devenir de años y átomos. Puedo estar equivocado. No me importaría. Pero no encuentro demasiados motivos y/o pruebas para pensar en ello.

Pese a todo, incluso después de este cambio en mi forma de ver y entender la existencia, seguí viendo con curiosidad las muestras de la herencia cultural judeocristiana en mi austera y sangrienta versión castellana, seguí y sigo disfrutando de las películas más o menos históricas, del género “peplum” y relativos… De la misma manera que me sigue interesando el mensaje de Cristo, fuera quien fuera, aunque sea en sí mismo imposible de llevar a la práctica… Y me pareció igualmente curiosa la práctica luterana en Noruega, cuando realicé el “scan-rail” durante mi estancia erasmus, ver las calles de Oslo desiertas en “jueves santo” frente al bullicio y el ir de copas católico, incluso en la austera capital de Castilla.

Pero los últimos dos años fueron distintos. Estos últimos dos años que han provocado la existencia de este blog narcisista y egocéntrico. De este blog que, de momento, vuelve a sí mismo como un boomerang idiota.

Hace dos años viví momentos de felicidad que estallaron en mi mente y mis manos. Creí y me dejé enamorar absurdamente por la imagen de la niña de las marismas. Recorrí y recorrimos más de una y de cinco veces las rotondas del éxtasis. Experimenté taquicardias humorísticas y placenteras. Me inventé o creí ver a la niña de la guerra civil, parece que ya definitivamente muerta. Y hubo, como siempre, también momentos de decepción y angustia. Momentos ridículos como sólo los humanos podemos permitirnos. Pero también momentos de felicidad que estallaron en mi mente y mis manos.

Hace un año (las fechas no son precisas, esta semana santa es demasiado pronto), ya más realista, más decepcionado, pero todavía idiota, conocí lo que es ir a Tánger como cualquier marroquí. El simpático racismo de la empresa ALSA. Cómo se puede tardar más de tres horas en cruzar el Estrecho en un ferry lento. Revivir en los ojos y la mente las escenas de los inmigrantes italianos viajando a América. Comprobar cómo España y Marruecos, cómo los españoles y los marroquíes nos parecemos más de los que le gustaría a algunos. Pero ya los momentos de decepción y angustia fueron mayores. Aunque seguí palpando una mano, creí que un corazón, un cuerpo. Seguí sintiendo la leve esperanza de una llama. Pero el vacío fue creciendo. La sensación opresiva en el pecho.

De estos dos años queda esto. Este blog. Por fortuna mis compañeros de viaje a Sanlúcar, que siguen siendo mis anfitriones. La sensación opresiva en el pecho.

Y esta semana santa se presenta muy distinta. Viene a verme a Barcelona una chica de voz dulce a la que apenas conozco más allá de su voz, más allá de sentimientos y experiencias comunes, y a la que seguramente estará bien conocer. Y sé que debería dejar de añorar los últimos dos años, que debería disfrutar de lo que la vida me ofrece. Disfrutar con esta chica/mujer de estar vivos, ser aún jóvenes. De una ciudad como es Barcelona, de este piso céntrico junto a un barrio tan interesante como es el Raval. Debería hacerlo. Y aunque mi mente sigue idiota, aunque todavía no he conseguido dejar de añorar lo que nunca fue bueno, una promesa de algo que nunca existió, lo intentaré. Veré el “Drácula” de Coppola intentando pensar sólo en el presente o incluso en el futuro. Beberé una pepsi pensando que es posible.

La felicidad según Coca-Cola (miércoles 19 de marzo)

Coca-Cola tiene razón. La felicidad, cuando es de verdad, es muy simple y sencilla. Pero ha hecho una encuesta para demostrarlo. Y ha comprobado que las personas más felices tienen pareja, empleo y entre 26 y 35 años. Claro. La felicidad no es mucho más. Ni mucho menos.

La felicidad no es mucho más que encontrar a otra persona. Tener un cuerpo aún joven y de cierta belleza. La felicidad no es mucho más que disfrutar con un trabajo. Incluso no vivir a más de 15 minutos de él. No ser rico, aunque tampoco pobre. Desear y poder tener hijos, aunque en general, tampoco demasiados. La felicidad no es mucho más. Pero tampoco mucho menos. Porque todo esto es mucho. Y no es simple ni sencillo obtenerlo. El mundo es muy complejo y la felicidad es muy simple, ése es el problema.

Muchas veces he pensado que el mejor comunismo (siempre imposible) sería aquel que nos permitiera vivir a todos como burgueses de clase media. Incluso media baja. Pareja, una casa, hijos, un árbol (tal vez un libro), un perro. La imagen simbólica y simbolista de cualquier película estadounidense. La Coca-Cola, aunque nos pese, tiene razón, ése es el problema.

Y puede haber más cosas, pero son secundarias… Matices, nombres, formas de la felicidad.

Ya he comentado otras veces que a mí las drogas, tanto las legales como las ilegales, no me hacen mucho efecto. Ni me han provocado, hasta el momento (y con un consumo muy moderado), adicción. La única a la que podría considerarme adicto es a la cafeína disuelta en un refresco de cola. Aunque siempre he preferido la Pepsi. Pero hoy la Coca-Cola, la que ocupa este bote junto a mi portátil ya de madrugada, tiene razón.