domingo, 12 de octubre de 2008

Biblioteca Central (sábado 11 de octubre, mañana del domingo)


Para sorpresa de mi apenas existente sentido de la orientación, descubro que también vivo a varios minutos de la Biblioteca Central de Hong Kong.

La Biblioteca Central de Hong Kong resulta ser la mejor biblioteca pública que jamás haya visto. Mejor, por supuesto, que la biblioteca de Castilla y León, mejor que la biblioteca de Wicker Park en Chicago, mejor que las diferentes bibliotecas de Barcelona, que la biblioteca de Bergen en Noruega. Con la misma estructura que el centro comercial de Times Square, dispone de nueve plantas comunicadas por escaleras automáticas y tres ascensores con grandes mamparas de cristal. Todo está en chino e inglés, hay terminales de consulta táctiles cada pocos metros, amplias secciones en los dos idiomas, un centro de idiomas extranjeros y otro de arte, la mayor parte de las revistas británicas e internacionales que uno podría encontrar en un kiosco de Londres. Todos está ordenado, impoluto, hay personas de todas las edades consultando revistas y periódicos, estudiando, buscando libros, conectados a Internet. Todos están silencio. Y encuentro libros que un occidental desinformado no esperaría encontrar aquí: sobre el futuro de la democracia en China, sobre el capitalismo, de educación sexual para jóvenes, de Chomsky… Una de las vigilantes me indica amablemente que está prohibido hacer fotos.

Dentro del marasmo capitalista que resulta Hong Kong, es admirable comprobar la inversión económica que ha supuesto esta biblioteca. Una biblioteca pública. Sus respetuosos y educados usuarios.

Antes de regresar a mi apartamento, compro el “South China Morning Post” para echar una ojeada a su sección de clasificados y compruebo definitivamente lo cerca que vivo de todo esto, lo cerca que vivo también de Times Square y la dificultad que entraña perderse como habitualmente hago.

En mi habitación, consigo conectarme a una señal wifi durante unas horas, chateo con un conocido que trabaja en Chile, subo algunas entradas del blog, me quedo dormido sobre la cama, leo el librito sobre la biografía y obra de Munch, me acuerdo de mi estancia en Noruega, leo sobre la relación de Munch con Tulla, desayuno leche neozelandesa (espero que sin melanina) con cereales filipinos Nestlé válidos para musulmanes, redacto esta entrada.

Alrededores noche (sábado 11 de octubre)


Paso gran parte del día en mi habitación.

Por la noche me quedé dormido sobre la cama durante unas horas. Hablé de madrugada con mi madre. Leí varios capítulos de la biografía de Freud. Me acosté de nuevo al amanecer.

A las seis de la tarde, después de que el hombre filipino me haya vuelto a recordar que olvidé la llave fuera y me haya vuelto a asegurar que tendré internet al día siguiente, salgo a dar una vuelta. Está anocheciendo.

Caminando por los alrededores de mi apartamento, descubro que, en dirección contraria al centro comercial de Causeway, vivo a cinco minutos del estadio de Hong Kong y del St. Pauls Hospital.

Como por unos 4 euros un muy aceptable filete de ternera y una cocacola (dejando sin tocar el plato de arroz con sus salsa) en un establecimiento de una cadena de comida rápida china de luminosos colores naranjas. Una de sus empleadas me indica que no puedo hacer fotos

Por momentos, me siento, si no feliz, sí menos triste. Pienso que no ha sido mala idea venir a Hong Kong. Que, busque lo que busque, encuentre lo que encuentre, es mejor que, mientras, en el camino, aunque la felicidad aún no me habite, hasta que la felicidad me habite conocer lugares nuevos, otras formas de la realidad y la existencia.

Y no dejo de lamentar, aún, que esté siendo como está siendo, cuando podría haber sido de tantas otras y mejores maneras. Cuando mi soledad y otras soledades podrían haberse encontrado y viajado juntas. Pero mi corazón empieza a comprender ya, meses y años después de que lo comprendiera mi cabeza, que quien ha tenido oportunidad de estar aquí, ahora, conmigo, y no lo ha hecho, no debe estar aquí, ahora, conmigo, y que no por ello, más allá de la ausencia de la felicidad total y la perfección, debo dejar de hacer este camino. Debo rendirme. Aunque en mi minúscula habitación la cama resulte tan grande.

I am lost in Hong Kong (viernes 10 de octubre)


A las nueve y media de la mañana llama a mi puerta la pareja de filipinos. Me he olvidado las llaves fuera.

Desayuno. Leo. Me ducho. Y decido intentar orientarme un poco en esta ciudad de una maldita vez.

No sé cómo vuelvo a estar en Wan Chai. Atravieso una avenida llena de ferreterías. Entro en el “Computer Center”, un edificio de tres plantas en las que pequeños cubículos hacen de tiendas de ordenadores, material electrónico, programas y películas piratas. En una esquina, un hombre me llama para entrar en una tienda con las ventanas tapadas y discretas pero visibles fotos de mujeres en ropa interior.

Cruzo un mercado de carne, pescado y verduras. No puedo evitar ponerme triste al ver latir el corazón de un pez cortado longitudinalmente. Las gambas saltan de las cajas llenas de miedo y vacías de aire. Hay cabezas de peces separadas de sus cuerpos que aún respiran.

Después de recorrer las 9 plantas de los almacenes japoneses Sogo, que hacen que el Corte Inglés sea un establecimiento pobre y desclasado, regreso a mi apartamento atravesando un mercadillo de tiendas de ropa. Mi ya casi compañero de piso filipino me acepta una Pepsi. Después de algunas horas de intentarlo, me comenta que tendré internet al día siguiente.

Opto por intentar conectarme a alguna red en la calle. Recorro las calles sin éxito. Me siento en las poyatas de piedra de los grandes edificios de oficinas. Y hay docenas de redes, pero las que están abiertas tampoco me permiten navegar.

Descubro que en Hong Kong no hay bancos para sentarse. Que no está permitido sentarse en poyatas o escaleras. Las decenas, los cientos de personas, van y vienen del trabajo. Van y vienen de compras. Se sientan en restaurantes y bares. Pero no es fácil sentarse sencillamente y de manera gratuita en la calle.

Cuando he pensado rendirme ya en varias ocasiones, después de haber gastado ya la mitad de la batería de mi portátil y ponerme un poco triste y ver a parejas caminar de la mano, consigo conectarme sentado en la poyata y oculto tras la columna del “Regal Hotel”.

Veo como el capitalismo aparenta hundirse. Consigo subir algunas entradas de este blog.

En el mercadillo de ropa he visto una camiseta con un letrero que decía: “I am lost in Hong kong”.

¿Qué es Occidente? II (jueves 9 de octubre)


Pero Occidente, sí, y Oriente, también son esto.

Una vez más vuelvo a perderme en mi regreso.

Entro en una pequeña tienda de discos. Venden por el equivalente a 3 euros películas recién estrenadas en España en formato video cd. Extrañas versiones de grupos y cantantes occidentales con sus dos o tres últimos discos por otros 3 o 4 euros. Películas pornográficas orientales con portadas escalofriantes.

No sé bien cómo, vuelvo a estar en “Wan Chai”, junto a “Admiralty”. Las calles están ocupadas por nightclubs y chicas muy jóvenes sentadas a sus puertas. Una mujer de mediana edad me invita a entrar en uno. Hombres occidentales caminan entre ellos y hablan con grandes sonrisas con ellas. Al pasar frente a uno de estos nightclubs escucho a dos personas cantar desafinadamente “My Way”.

Regreso a mi zona en autobús. Una vez allí, a la media hora, vuelvo a preguntar. Dos inspectores de autobús me hacen un pequeño plano después de hablar diez minutos entre ellos en chino.

Ceno leche con Cadbury y cereales con chocolate de Nestlé, hechos en Filipinas, y con el sello halal. Me vuelvo a duchar. Leo un poco de la biografía de Freud. Intento dormir. Pasadas una o dos horas me quedo dormido.

¿Qué es Occidente? (Jueves 9 de octubre)


Hermès, Salvatore Ferragno, Chanel, Rolex. Todas las marcas de lujo occidentales rodean mi calle. Devoran las calles de Hong Kong.

Mercedes, Bentley, Porche, Ferrari. Ahora, cuando el capitalismo parece enfermar o derrumbarse una vez más, Hong Kong parece ajena a todo ello. A las 9 de la noche una multitud camina por sus calles. Todos parecen estar saliendo del trabajo, yendo a cenar a sus innumerables restaurantes, comprando.

Miu Miu, Louis Vuitton. Hong Kong parece mucho más viva y poderosa que Chicago. Frente a sus zonas deprimidas, la inmigración hispana que va tomando poco a poco, desde sus estamentos más bajos, el poder, Hong Kong, China, los chinos, parecen haberse apropiado del capitalismo.

Paul Smith, Camper, Vivienne Westood. Apenas llevo un día aquí. Nunca he sabido lo que es exactamente occidente. Pero caminando por la calles de Hong Kong siento que la sociedad capitalista occidental está más presente aquí que en ningún sitio.

Swarovski, Omega, The Body Shop. Caminando entre las calles y tiendas de Hong Kong llego al ”Times Square Center”. En mi escaso conocer del mundo, sin haber estado nunca en Nueva York, nunca he visto antes un centro comercial como éste. James Bond mira seriamente desde un imponente cartel. Elisabeth Hurley habla sobre su piel en una gigantesca pantalla. Tres ascensores suben y bajan dentro de sus cilindros de cristal. Jóvenes vestidas de princesas occidentales caminan por las nueve plantas del centro con sus bolsas, sus bolsos y sus novios.

No estoy en mi momento más estético ni mental ni físicamente, y la maravillosa compañía de vuelos baratos irlandesa no ha ayudado, pero me resultaría muy difícil ser más “cool” que los visitantes de este “Times Square Center” de mármol y metacrilato.

Gucci, Zara, chicos con gafas de montura negra, chicas con largas melenas y minifaldas, televisores planos de 12000 euros.