jueves, 30 de agosto de 2007

Caseros y parejas (19 de agosto)

No duermo bien. A las 11 de la mañana llaman a la puerta. Es mi casero mejicano. Me trae, como había prometido, una tapa nueva para la taza del váter y una cortina para la bañera. Es muy hablador. Me habla de cuando vino, de cuando era joven en Méjico. Cuenta chistes sobre los que cruzan la frontera y lo que se esperan encontrar. Cuando le comento la posibilidad de pintar el apartamento me contesta que él me lo pinta. Como sólo tiene el mismo color crema que tiene ahora el apartamento me ofrezco a comprar yo algunos colores. Está de acuerdo.

Más tarde, pese a que no me gustan nada este tipo de superficies, descubro que un Aldi es el supermercado más cercano. Un amigo mío estaría encantado viendo cómo compro un paquete de casi un kilo de regalices rojos (decir de fresa me resulta exagerado) por sólo 1,25$. También compro chocolatinas y bollos de chocolate.

Como pollo asado con su bandeja, cubiertos y vaso de plástico y poliuretano en un pequeño asador atendido y regentado por mejicanos. Llamo a la pareja de chicos españoles para que me den algunas indicaciones sobre la zona. Me invitan a su apartamento. Un apartamento agradable decorado con muebles de Ikea.

Me hablan de Waukegan. De su peculiar organización educativa. De cómo aprovechan el programa bilíngüe para obtener fondos, pero cómo luego no se atiende tanto a sus supuestos beneficiarios. Ellos llevan aquí dos años. Antes vivieron en Irlanda. Me dan envidia. Si en el “Foro de la Familia” fueran más inteligentes serían un inmejorable ejemplo. Viajando y trabajando juntos por el mundo. Aunque las primeras apariencias y la imagen exterior pueden ser engañosas, y muchas veces no se corresponden con la realidad, no puedo evitar envidiar su relación teniendo en cuenta que hay personas que desperdician, rompen y pierden supuestas relaciones por un viaje a la India.

Uno de ellos se ofrece a intentar reparar mi portátil. Les invito a cenar en el Clyos, el restaurante/bar de copas de enfrente. Se ofrecen a llevarme el día siguiente a Waukegan. Se lo agradezco, pero tengo que estar más temprano. Nos despedimos. Voy a mi apartamento. Al día siguiente me tengo que levantar a las cinco de la mañana.

Reunión en el consulado (18 de agosto)

Me levanto a las nueve de la cama. A las 11 tenemos reunión con el funcionario del consulado. Sé que llegaré tarde. No me importa.

Me ducho, me afeito y me arreglo tranquilamente. Desayuno un vaso de zumo. Saldo de casa. Mientras camino encuentro la biblioteca pública de Wicker Park. Entro. Consulto un poco internet. Pregunto a una de las bibliotecarias cómo llegar al Thompson Center. Me compro un muffin de chocolate. Después de preguntar a varias personas, encuentro fácilmente la para de metro que me había indicado la bibliotecaria. Bajo unas escalera para comprar el billete. Subo unas escaleras para coger el metro elevado. En mi vagón viaja un padre con una adolescente preciosa.

El Loop parece de un gris marmóreo bajo un cielo nublado. Supero la gincana que han preparado en el consulado para encontrar el edificio (cruza al edificio de enfrente, vete al edificio de la esquina…) Cuando entro por fin en el edificio debido me recibe un agradable guardia de seguridad. El edificio parece sacado de un cómic norteamericano. Llego una hora tarde.

Como suponía no me he perdido nada. El papeleo de siempre. Las preguntas de siempre. Las respuestas de siempre. Compruebo también como ya suponía que Waukegan, nuestro distrito, es el más deprimido, el más desorganizado, el que menos paga. Un compañero catalán algo mayor que yo al que conocí en Madrid se queja porque en su distrito son todos pijos rubitos y “sólo” le pagarán 49000$ brutos al año. Creo que en Waukegan pagan como 35000$

Después, comemos juntos en la planta baja de unos grandes almacenes de un rascacielos. Visitamos el parque junto al Loop donde hay una escultura gigante con forma de gota de mercurio. Un gran bloque de granito en el que proyectan rostros de personas mientras mana agua de su superficie. Como a los niños que corrían bajo la fuente, la lluvia de este sábado también nos dispersa. Cada pequeño grupo vuelve a su distrito.

Cojo el metro para volver a mi apartamento. Me detengo a medio camino. Camino bajo la lluvia. Compro un adaptador para poder cargar la batería del móvil español, la batería de la cámara de fotos. En un supermercado compro ocho actimeles de fresa, plátanos, detergente (el viernes por error había comprado suavizante). Ya en Wicker Park veo cenando y bebiendo casi a las mismas personas. Vuelvo a pensar en el verano que es. El que pudo ser. El que no fue. En lo que seguramente nunca estuvo.

Más tarde caminaré de nuevo de noche por los polígonos circundantes. Comprobaré que como mínimo me cobrarán 200$ por repararme el portátil tardando un mes. Me volveré a perder. Volveré a pasar por la zona de copas. Volveré a ver casi a las mismas personas. Volveré a pensar en el verano que es. En el que pudo ser. En el que no fue. En lo que nunca estuvo. Después de sentir que se me hará grande nuevo, me iré de nuevo a la cama.

The capital of America. Instalación en Wicker Park (17 de agosto)

Llego a la estación de Clybourn con mi maleta, la bolsa del trabajo, una con ropa, el portátil… bajo con esfuerzo las escaleras. Pregunto. Camino con estos, más o menos, 50 kilos bajo el sol.

Acabo metiéndome en el Holywood Grill a comer. Es un lugar con baldosas y azulejos blancos y rosas. Grandes ventiladores en el techo. La camarera, que parece hispana, me pregunta que de dónde soy. Si en España se habla español. Si no es portugués. Que qué se habla en Brasil. Se cerciora con un chico de unos 35 años que come tras de mí. Es de Denver. Me dice que se mudo como hace año y medio a Chicago y que le encanta. Que en los Estados Unidos hay una frase que dice “New York is the capital of the world and Chicago the capital of America”. Que es como es o debería ser una ciudad en América. Me previene del frío en invierno. Me pregunta por España, por su gobierno, por su economía. Se declara progresista. Terminamos de comer. Nos despedimos. Pago. A los 50 minutos de caminar con mis 50 kilos y seguir indicaciones confusas y contradictorias en lo que debería ser un paseo de 20 minutos para llegar a mi apartamento, cojo un taxi.

Llego a mi apartamento. Miro a mi alrededor. Sí, no está mal, aunque necesita algunos arreglos. El casero me ha traído un sofá, dos sillas y un colchón. Salgo para conocer un poco la zona y comprar algo.

Camino más allá de las carreteras que circunvalan Wicker Park. En la zona de polígonos comerciales (en este país hay una tras cada barrio, cruce de carreteras, barrio, pueblo) entro en un Khol’s. Compro una almohada y unas sábanas rojas. Sigo caminando. Llego hasta Milkwaukee, North Avenue, la zona más activa y comercial del barrio: hay bares y restaurantes de moda, tiendas de G-Star Raw, American Appareal, Levi’s, Akira. Son ya las nueve y hay gente cenando y tomando copas en sus terrazas. Por un momento pienso en Edimburgo. En el último verano. En un verano que pudo ser y no fue. Que ni siquiera pudo. Y me invade un poco ese sentimiento occidental y de clase media llamado melancolía. Me invade un poco la tristeza.

Entro en un Wallgreen’s. En los estantes hay grandes secciones con lubricantes y cajas de preservativos de 36 unidades. Teniendo en cuenta mi situación actual y mi vida en general, la alegría no me invade. Compro zumo, desengrasante, detergente, papel higiénico, amoniaco, dos vasos, dos esponjas, toallitas desinfectantes, dos estropajos, un candado. El dependiente no sabe exactamente cómo llegar a mi calle. A la salida un ¿joven? algo mayor que yo se ofrece a llevarme un trecho en su coche. Va con un chico y una chica más jóvenes. Me dejan en mi calle. Camino otros 25 minutos. Llego a mi apartamento. He comprado una almohada, sábanas rojas, zumo, desengrasante, detergente, papel higiénico, amoniaco, dos vasos, dos esponjas, toallitas desinfectantes, dos estropajos, un candado.

Limpio el baño. Me voy a la cama.

"Cuando pierdes el móvil pierdes parte de tu cerebro" (17 de agosto)

Me levanto a las 06:30, me ducho, hago la maleta como puedo, bajo a recepción, tomo un poco de zumo, pregunto si pueden llevarme a un taxi. Me recoge un taxista negro, que me lleva a Juárez Middle School. El curso ya ha empezado, aunque no parece que me haya perdido nada. Dejo mis cosas en administración, incluso me hacen el favor de llamarme al taxi para que me traiga la carpeta que se me ha olvidado.

Al poco de sentarme de nuevo en el gimnasio, nos llevan a la sala de ordenadores para explicarnos los recursos que tenemos/tendremos en internet. También nos proyectan una presentación muy interesante de cómo utilizar las nuevas tecnologías para llamar la atención de los alumnos y como recursos educativo. Hay una frase de un alumno japonés que me encanta: "Cuando pierdes el móvil pierdes parte de tu cerebro". Entre estas frases y otras y una música que me parece identificar como de Michael Nyman no puede evitar ponerme triste. Y pensar de nuevo en lo que pudo ser y no fue, en lo que fue, en lo que no fue, imágenes, pieles, persona/s. Cómo podría vivir de otra manera. Vivir esto de otra manera. Contarlo.

Cuando nos cambian de clase y nos dan una charla de cómo organizar y desarrollar las clases, no puedo evitar estar distraído pensando en otras cosas, haciendo que tal vez no viva, disfrute y experimente lo que debería vivir, disfrutar y experimentar como lo que es: venir a ser profesor para la minoría inmigrante (cada vez más mayoría) hispana de Estados Unidos en una localidad a una hora de Chicago. Conocer otro país, otra sociedad, otra cultura, decenas de personas nuevas, Chicago... Pero la vida y yo somos así, y a ratos no puedo evitar estar triste.

Nos dan una última charla explicándonos qué nos vamos e encontrar en nuestra middle school: inmigrantes de clase baja, de familias sin recursos y muchas veces desestructuradas, con las hormonas un poco embravecidas. Y la profesora entusiástica nos intenta convencer de lo que puede suponer la influencia de un buen profesor en est@s chic@s. Incluso nos pone su ejemplo: cómo ella está casada con el hijo de unos inmigrantes mejicanos al que conoció en la high school y que, gracias a una profesora, acabó siendo un graduado que ha comprado una casa a sus padres. El sueño americano, supongo. Pero cada vez me apetece más ir a una middle school (high school también estaría bien) y más a la que estoy destinado, la Daniel Webster, con su 90% de hispanos y su 93% de bajos ingresos (y a cuyos compañeros estoy empezando a conocer y apreciar).

Por desgracia, en el brunch una compañera española me comenta que cree que me han cambiado de escuela. Se lo digo a la entusiástica profesora, que me pone en contacto con "Alejandra", del "bilingual despartment" y descubro que es verdad, que seguramente me manden a una escuela de primaria, la "Lyon". Al colgar le indico a la profesora norteamericana que yo estaré encantado en cualquier lugar, pero que preferiría una middle o una high school. Me dice que si alguien quiere ir a una "middle school" es porque ha nacido para ello, que mirará qué puede hacer.

Pese a los muy posibles cambios, como se va a visitar las escuelas me voy con Mauricio y Óscar, primera generación en los Estados Unidos de inmigrantes puertorriqueños (de hecho, al principio, por cómo lo pronunciaba, no entendí que se llamaba Óscar) a ver la Webster. Nos recibe la "principal" (directora), una mujer que al verla el primer día en la recepción me produjo un deja vú, una sensación de ya haberla visto antes en mi vida que me pareció una señal y parece que sólo indicaba que me iban a cambiar de escuela. Compruebo de su boca y de manera fehaciente que me han cambiado de escuela. Pese a todo la visito con ellos. Es una escuela muy grande, tal vez demasiado. Tengo también una pequeña sensación de melancolía y tristeza cuando vemos en la penumbra el supuesto escenario para las posibles obras de teatro en el gimnasio, cuando nos señala el marcador apagado para los partidos, para el que están esperando la generosidad de un benefactor. Hay un cartel que te sugiere que esperes a tener sexo cuando ya estés casado con un chico de apariencia latina vestido de graduado. Descubro que, el año pasado, una siete niñas de doce años se quedaron embarazadas en esta escuela. No sé si el cartel es un buen sistema o ha servido de mucho.

Oscar se ofrece a llevarme al Licoln Center, donde se ubica la administración educativa para ver en qué situación estoy. Al llegar veo a la entusiástica profesora que me recibe gritando mi nombre: "We have a middle school for you!". Allí conozco también a Alejandra. Me destinan a la Jefferson, una escuela de la que echaron a varios profesores españoles el año pasado, con una fama como escuela muy relativa, pero en la que parece que han cambiado al principal. Para estas cosas soy medianamente optimista. Casi veo más problema en que voy a ser profesor de ciencias y ciencias sociales, y para las sociales bien, pero ya veremos qué pasa con las ciencia. Y que me niego a esa absurda tradición de abrir ranas.

Óscar me lleva la "Juárez Middle School" y de ahí a la estación. La verdad es que las personas de este país me están resultando, por lo general, amables. Las que suelen serlo menos, personas de color o latinas, es porque suelen encontrarse en los peores trabajos. Y, a veces, hasta allí lo son. Y desde luego me están resultando mucho más amables y generosas que muchas de las compañeras españolas que han venido conmigo o de algunas personas que dejé en España.