sábado, 4 de octubre de 2008

Comenzando. Una vez más (jueves 2 de octubre, madrugada del viernes)


Leo un artículo de Francisco Mora, en un Cultural de noviembre de 2005, de entre toda las prensa que he conservado estos casi tres años en una clase de intelectualoide Síndrome de Diógenes.

Este catedrático en fisiología afirma que el proceso de envejecimiento comienza alrededor de los treinta años. Dice que es “la edad a la que la sociedad, la familia, los amigos ubican definitivamente al individuo en el papel que va a tener en el futuro. Es la edad, además, en la que se orienta ya una reproducción realizada, el cuidado de los hijos y el mantenimiento, en progresión si se quiere, de posiciones sociales o de otro tipo ya alcanzadas o inmediatamente por alcanzar. Y es ahí cuando comienza el proceso de envejecimiento del individuo humano, en particular de su cerebro…”

Y aquí estoy yo. A cuatro días de irme a Hong Kong. Sin poseer nada de lo mencionado. Y no por un prurito de moderno, radical o bohemio. No. No me importaría saber dónde estoy. Estar en algún sitio. No me importaría poder hablar de una “reproducción realizada”. Haber encontrado la persona con quien realizarla.

Y tampoco me voy ya como aquel que era con apenas veinte años cuando fui un verano a trabajar en lo que saliera en Inglaterra, con mi inglés de enseñanza obligatoria española (que es una bonita forma de llamar a la falta de conocimiento en idiomas), ni cuando apenas a un mes de mi vuelta me fui como tantos jóvenes europeos de clase media (en mi caso más bien media-baja) a estudiar o lo que fuera a una universidad del norte de Europa.

No. Me voy aún más perdido. Triste. Estos días estoy un tanto triste (lo que no favorece nada a mi familia, y menos con mi madre recién operada). El lento veneno del rencor, la melancolía y la tristeza aún duermen en mi cabeza y se despiertan a gritos para sustituírse en la vigilia. Mi vigilia.

A ratos veo un poco de porno y me pongo un poco más triste.

Aunque también voy más aprendido. Sé lo que no he tenido y no tengo.

Borro varias decenas de contactos, hace tiempo inactivos, de la agenda de mi móvil. Vodafone me anima cambiar de número y compañía cuando intenta chantajearme para liberar mi teléfono para usarlo en Hong Kong por haber seguido una secuencia 1-2 y no 2-1 siguiendo sus consejos. Pero creo que un nuevo número tampoco me vendrá mal.

Nuevo número de teléfono. Nuevo destino. Nuevo intento.

Hay algo que debe despertarse en mí. Busco el llamado “estado de flujo”. Busco, desde luego, mentes y cuerpos. Mi mente y mi cuerpo. Mentes que se ajusten recíprocamente a mi mente. Un cuerpo y una mente que me complementen.

Me voy con lo puesto. Un billete de ida y vuelta para que me dejen entrar. Unos dos mil euros entre misérrimas inversiones malvendidas y préstamos familiares (que hará que mi deuda familiar crezca a más de 7000 euros). Libros. Música. Pastillas. Geles, cremas y champúes para intentar cuidar mi mente y mi cuerpo hasta que se quieran a sí mismos, hasta que se encuentren.
Pero no voy a trabajar en cualquier cosa. Es tal vez el último intento. Un último intento para ver quién soy, de lo que soy capaz, lo que me merezco o me reserva el futuro. No quiero dedicar un tercio de las horas de mi vida a producir materia desechable, a materializar productos redundantes. No.

Veremos si valgo, si soy capaz, si he nacido con el talento y puedo realizar el esfuerzo de comunicarme de una forma más profunda y concreta que este difuso y egocéntrico blog. Si soy capaz de encender, de mostrar pequeñas y débiles luces, hacer que crezcan y que sean vistas y recogidas por pequeñas personas desesperanzadas con esperanzas, grandes personas con más fuerzas de las que en estos momentos tengo yo.

Mientras, hasta entonces, hasta dentro de apenas unos días, leo artículos de hace tres años, paseo con mi perro, compro revistas de tendencias por un euro donde las innumerables fotos, los infinitos anuncios y los breves textos parecen hechos por ordenador….

… veo apagada la luz del balcón que aún despierta mi tristeza y me impele a un nuevo comienzo.

Valladolid-Londres-Mumbai-Hong Kong… la vida sigue siendo tan absurda e irónica.

No creo que pueda actualizar este blog hasta entonces. Hasta que sea de nuevo un expatriado para intentar, de nuevo, dejar de ser un expatriado de mí mismo.

Hasta entonces pues.