lunes, 10 de noviembre de 2008

El significado del tiempo. El significado de las personas. El significado de las pieles (amanecer del lunes 10 de noviembre)


En las últimas 32 horas me he alimentado con dos pepsis, agua, vitaminas, zumo de naranja y media taza de leche con cereales.

En las últimas 32 horas no he salido de mi habitación.

En las últimas 32 horas he estado casi todo el tiempo dormido. En duermevela. Sin llegar a estar verdaderamente dormido.


En mi vida nunca pensé excesivamente en el pasado. Sabía de ciertos errores cometidos. Sentía también cierta melancolía por algunos momentos: ver el Mar del Norte desde el Acuario de Bergen, nevar sobre sus calles desde ventanas iluminadas por las velas… Recordaba en algunos momentos a la matriarca cántabra de mi familia, a mi desperdiciado y absurdamente falangista abuelo del que había sido su nieto favorito…

Pero tenía la impresión de que, pese a ciertos errores, pese a cierta inmovilidad, mi vida se proyectaba hacia el futuro. Un futuro al que, si no mi trabajo y energía, destinaba mis esperanzas.

Y sí, por supuesto, también añoraba otras cosas. También deseaba desear, deseaba que aparecieran la persona, la piel, la piel de la persona. Y sí, por supuesto, eso produce, eso producía una leve sensación de ausencia, un leve dolor. Pero un dolor mitigado, un leve dolor que auguraba su final en el futuro.

Era un pequeño hueco que mantenía cerrado, que curaba a diario para que no se abriera, que evitaba racionalmente que se llenara o fuera curado por quien no sentía profundamente que estuviera allí para llenarlo o curarlo, que disimulaba sin dificultades a diario.

Hasta que algo, como un sacacorchos, se introdujo lentamente en él, sin darme cuenta, sin poder evitarlo. Y cuando estuvo dentro, cuando había llegado hasta lo más profundo de mí sin saber exactamente la razón, cuando lo necesitaba dentro para que la herida no se abriera, la mano que lo sostenía empezó a moverlo con fuerza, empezó a ensanchar el hueco, agrandar la herida, ensangrentarlo todo.

Hasta que la mano que había entrado en mi pecho saco la herramienta con fuerza y de un tajo dejó un hueco enorme, una herida que, desde entonces no puedo cerrar ni curar con mis manos.

Y, desde entonces, este cuerpo y esta mente proyectados al futuro viven sin vivir del pasado, de las imágenes, de una piel, de recordar el momento en que el hueco era casi insignificante, la herida no sangraba.

Desde entonces, como si se tratara de un eclipse, soy incapaz de ver realmente nada.

De no dejar de sentir lo mismo

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