viernes, 31 de agosto de 2007

Lluvia, presentaciones, ramas y taburetes (jueves 23 de agosto)

Estoy sentado en un taburete azul, apoyado en un mostrador rosa, viendo caer la lluvia en North Avenue. Cuatro pasos después de haber bajado del tren de Waukegan estaba ya empapado. Las carreteras que circunvalan Wicker Park están anegadas de agua. Después de hundirme en el primer charco he dejado de evitarlos. Y, una vez más, desorientado en este mi barrio, he entrado en este establecimiento de comida rápida atendido por mejicanos. Estoy comiendo un “English style Fish&chips” y bebiendo una cocacola. Todo está en recipientes de poliuretano. Si los chinos imitan a los norteamericanos levemente al mundo le quedan siete días.

Ciertas imágenes, ciertos pensamientos no logran salir de mi cabeza. Me siento un tanto vacío, sintiendo que he intentado dar algunas cosas que sólo se me han caído de las manos. Ahora me siento pobre, torpe y estúpido. Y sigo echando de menos algunas cosas, olores, formas. Hace un año estaba en Edimburgo trabajando en el festival. Como los seis años anteriores. Pero el año pasado acompañado. Sé que doy más importancia al pasado de la que tiene. Más de la que los otros participantes le han dado nunca. Pero la racionalidad está, desde hace meses, casi años, perdiendo la batalla contra algunos incompresibles y estúpidos sentimientos.
Y el caso es que, en este establecimiento de comida rápida, sentado en este taburete azul, apoyado sobre este mostrador rosa, viendo caer la lluvia, pensando mientras en todas estas cosas, no dejo de ser el protagonista, una vez más, de un imperfecto e hiperrealista “sueño americano”.

Estoy sentado en un taburete negro, apoyado en una mesa blanca, viendo caer la lluvia en el concesionario Mazda y autodealer Rosen&Rosen en Green Bay Road, Waukegan. Mientras espero a que un vendedor me atienda veo caer la lluvia sobre carreteras secundarias. Me atiende Joe Pérez, un vendedor hijo de mejicanos, nieto de españoles, que se empeña en que me lleve por 2200$ un Geo Prizm (un Chevrolet con motor Toyota) del 95 con 159000 millas (255000 Km.). Yo había venido buscando un Pontiac del 2000 con 90000 millas. Como el Pontiac no está y el Geo no me convence, dejo una señal de 200$ para estar el segundo en la lista de espera para el primero. Después, camino, Washington St. abajo hasta una parada de autobús. Son las 16:40. Ya no hay tiempo ni ganas para ir a Human Resources y firmar el contrato. Prefiero volver a Chicago.

Estoy caminando, después de haber cenado “English style fish&chips”, intentando encontrar mi calle. Los charcos me tapan los tobillos. En casi todas las calles hay ramas caídas en las aceras. Pregunto a una chica. Entra en el bar de al lado y pregunta a una amiga. Aunque no me orienta muy bien se empeña en que me lleve su paraguas. “Don’t worry. It’s too late for me”, frase que espero que no sea profética. “I can’t give it to you back”. El paraguas parece bueno y huele a nuevo. He de reconocer que, en estos no mis mejores días, estoy encontrando casi siempre a un norteamericano que los mitiga con un gesto amable.
Cuando llego a mi calle está cortada por las ramas caídas. En mi apartamento, mi casero, una mujer y sus dos hijas están terminando de pintar el salón y algunas tuberías con la pintura roja y azul que compré. Él está hablador y bromista como acostumbra, aunque no le guste cómo ha quedado el salón.

Estoy sentado en el teatro de Waukegan. Hemos venido en autobuses escolares desde las diferentes escuelas. Es la presentación del año escolar. Primero ha tocado una banda infantil. Después tres cadetes, la bandera, los discursos de los representantes educativos, sindicales, del superintendente. Se menciona a todas las escuelas, las que han obtenido mejores resultados, de una manera u otra todos hemos aplaudido o sido aplaudidos, también los profesores españoles… Si tuviera la cabeza más despejada disfrutaría más del acto. Si, pese al sueño, no pensara siempre en lo mismo…
Y para finalizar dos charlas. La más interesante la de un profesor de Harvard, hijo de puertorriqueña y afroamericano que ha nacido en Harlem. Expresa unas cuantas verdades/realidades y pone énfasis en la importancia de que los inmigrantes aprendan inglés.

Estoy caminando al concesionario Mazda y autodealer Rosen&Rosen. Parece que la escuela es definitiva. Ya he estado en mi clase. Junto a la mía estará una profesora española que llegó el año pasado. Me vendrá bien como ayuda. Hemos hablado de Waukegan, de las “peculiaridades” del sistema. Debería adornar la clase. Pero me acaban de abrir la puerta y debería comprar un coche y firmar el contrato. Decido ir al concesionario Mazda para ver el Pontiac del que me hablaron la última vez.

Estoy tumbado en mi colchón, sobre mis sábanas rojas, escribiendo esta entrada en un cuaderno. El piso entero huele a pintura. El colchón, aunque pequeño, se me sigue haciendo grande. La sensación de estafa y pérdida de tiempo del último año y medio no termina de irse. Y, pese a todo, por ello mismo, no termino de entender algunos sentimientos. Mañana tengo un curso de tres horas a las 8 en Greyslake. Podría ir hasta Waukegan y que me llevaran, pero voy a intentar llegar directamente en tren y levantarme una hora más tarde. Después debería ordenar un poco mi clase (no creo que pueda decorarla mucho) y firmar el contrato. Si hay suerte, tal vez el sábado pueda traer los muebles de los amigos de mi “agente”. Tengo que hacer que ciertos pensamientos e ideas salgan por fin de mi cabeza. Que los recuerdos sean sólo recuerdos y no hieran. Intentar vivir, disfrutar y aprovechar este mi pequeño, imperfecto y tan real “sueño americano”.

Estoy caminado por las calles en tinieblas de Chicago. Hoy es la presentación oficial del curso escolar y a las 8 de la mañana debemos estar en el teatro de Waukegan. Primero hay desayuno en las escuelas. En la parada del tren me encuentro con la pareja gay de españoles. Parece que mi portátil aún no se ha dejado ser arreglar.

Estoy volviendo en tren con una compañera a Chicago. Llueve. Un poco antes de Evanston nos anuncian por megafonía que el tren se parará un rato por las ramas caídas en la vía. Frente a nosotros una señora de unos setenta años nos pregunta que en qué lengua hablamos y por nuestra presencia en Estados Unidos. Lleva un pañuelo en la cabeza y el pantalón hasta casi los pechos. Nos dice que es uno de los pocos países de Europa donde no ha estado. Que será el siguiente. Se baja junto a mi compañera en Evanston.

Son las 12:15. Me tengo que levantar a las 6 y ver si hay suerte y no me pierdo. Me levanto para lavarme la boca y echarme a dormir.

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