viernes, 10 de octubre de 2008

Buscando el cielo con personas amables entre tiendas y centros comerciales (miércoles 8 de octubre).

Después de que la bonita chica/china me acompañe a sacar el dinero de un cajero y yo a ella a su oficina en un lujoso rascacielos para firmar el contrato y que me dieran una copia de las llaves, decido ir a hacer la primera visita y comprar algunas cosas.

Compruebo cómo incluso en no excesivamente grandes supermercados y tiendas de cosmética hay, aunque con diferentes envases, los mismo productos de las mismas compañías occidentales, más algunos otros chinos y japoneses. Y cómo, además de los típicos remedios y productos chinos, tienen aún más variedad de productos de homeoterapia, con una infinidad de marcas y modelos de comprimidos de vitaminas, creatina, adegazantes, ácidos grasos… Compro un champú que parece estupendo hecho en el Instituto Tecnológico de Hong Kong y un gel y un jabón para la cara hechos a base, entre otras cosas, de carbón vegetal. También cuatro plátanos, dos manzanas y media sandía.

Y, una vez más, mi sentido de la orientación vuelve a delatarme. Sabía que tardaría un poco encontrar el camino de regreso (y aunque no he andado mucho), pero después de buscar mi calle con varios kilos de peso durante más de un a hora, estoy ya un poco harto. Las personas a las que pregunto no parecen entenderme o saber dónde está mi calle.

Opto por entrar, como siempre que estoy perdido y tengo hambre en un país extranjero, donde nunca entraría en mi propio país, en un Mcdonalds. Allí el mánager que me atiende tampoco conoce o entiende mi calle. Un chico amable, grande y lento me lleva mi patética bandeja a una mesa libre.

Al poco, un joven china con traje de falda y chaqueta, me pregunta si puede sentarse. Le digo que por su puesto y, de paso, aprovecho para preguntarle si sabe dónde está mi calle. Me contesta que no es de la zona, pero que o mirará y teclea el nombre con sus largas y cuidadas uñas en la pantalla táctil de su móvil Htc. Lo intenta también con caracteres chinos. Pero tampoco hay suerte. Curiosamente no parece encontrar “Heaven”, mi calle.

La chica es muy agradable y no se da por vencida. Me dice que llamará a una persona. Le digo que no pasa nada, que cene, que se le quedará la comida fría. Sonríe y llama. La persona con la que habla en chino tampoco parece saber dónde está mi calle. Finalmente, compruebo cómo está escrito el nombre en mis llaves. Es “Haven”, no “Heaven”. Así es mi vida. Su conocido/a ya sí la encuentra. La chica me dice que ya no estoy en “Causeway Bay”, sino en “Waichan”, a unos veinte minutos andando, que lo más sencillo es que coja un taxi y me escribe la dirección en inglés y en chino en una tarjeta de su trabajo. Es “Business Manager” para “Prudential”, una aseguradora británica. Me dice que, si necesito algo en Hong Kong, ya tengo su teléfono.

La chica es muy amable y hablamos un poco. Se llama “Tang Wai Yin Joey”. El último es su nombre inglés. De niños escogen uno a su elección en esa lengua. Me comenta divertida que sabe que también puede ser un nombre masculino y que en Australia se usa para los cachorros de canguro. Me pregunta que de dónde soy y el motivo de mi viaje. Cuando le respondo que tal vez busque un trabajo como profesor de español, me habla de un australiano que es profesor de inglés y vino con simplemente como turista con su pasaporte como yo. Me detalla que lo conoció en su “iglesia”, y me pregunta por mi religión. Creo que la decepciono un poco cuando le comento que me temo que de ninguna. Ella es cristiana desde hace dos años, aunque no me sabe especificar de qué clase más allá de que es de la Iglesia Cristiana de China.

Salimos juntos del Mcdonald's. Me pide un taxi y se despide sonriente de mí.

Al llegar por fin a mi “apartamento” todo parece terminado. El aire acondicionado está demasiado fuerte y lo bajo un poco. Después de tres días de viaje me quedo dormido vestido y con la luz encendida en cuanto me echo sobre la cama.

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