viernes, 10 de octubre de 2008

Aterrizando (miércoles 8 de octubre)

Todo parece nuevo, minimalista y ultramoderno en el aeropuerto de Hong Kong. Lo que no está recién construido parece estar construyéndose en ese mismo momento. Hay anuncios de ropa con jóvenes y modernos chinos como protagonistas. También de seguros con fotos de niños occidentales. Durante el recorrido por sus pasillos no deja de sonar el tono de mensaje recibido de Nokia.

Un metro vertiginoso y bilingüe nos lleva de un extremo al otro del aeropuerto. Un amable y serio agente de aduanas me sella el pasaporte rápidamente y sin preguntas. Un grupo de militares me mira también serio al verme traspasar con mi gran maleta la salida para pasajeros sin nada que declarar sin decirme tampoco nada.

En el enorme hall del aeropuerto puedo ver ya anuncios de compañías occidentales, sevenelevens, un Burguer-King, una tienda de prensa de Relay, algunas tiendas de lo que parecen cadenas chinas muy bien aprendidas. En ellas hay productos chinos, aunque casi más occidentales, con unos precios, en general, sólo un poco menores que en España y supongo que inalcanzables para la mayor parte de los chinos continentales.

Saco dólares hongkoneses de un cajero y compro una tarjeta telefónica china para el móvil. Dejo sin especial miedo el carrito con la maleta y el portátil a la entrada de la terraza del Burguer-King donde desayuno rodeado de personas unas patatas fritas y unos aros de cebolla con una cocacola. Consigo hablar con una persona de la agencia de “service apartments” y concierto una cita con ella en un lugar que no entiendo bien y que creo que está en Wan Chai.

Antes de montarme en el autobús A11 me compro una tarjeta monedero “Octopus”, con la que, he leído, se puede viajar en todo el transporte público y pagar en unos cuantos comercios.

La geografía hasta la isla de Hong Kong es una sucesión de vegetación tropical, autopistas, puentes y fábricas. A la salida del aeropuerto me reciben dos grandes carteles de Lâncome y Estée Lauder con Juliette Binoche y Elisabeth Hurley. A la llegada a Hong Kong veo un centro comercial en construcción con un gran cartel con una niña que dice “More shops, more fun”. Me resulta difícil de decir en qué se diferencia de Europa y Estados Unidos esta China comunista.

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