lunes, 26 de enero de 2009

Revolutionary Road, Real Road, Future Road (domingo 25 de enero, madrugada del lunes)

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   Camino por Isabel la Católica a un grado bajo cero, con El País bajo el brazo y escuchando Ulysses de Franz Ferdinand en mi Ipod.

   Hoy me he puesto el colorido jersey que me regaló mi hermano en navidades intentando evitar los colores oscuros y neutros que llevan cubriendo mi piel los últimos meses y años.

   Hoy he decidido aceptar la invitación de una amiga, llamémosla Capitana Abogada, de ir al cine con ella y un amigo suyo a ver Revolutionary Road.

   Llego unos minutos tarde y mientras emiten los tráileres y los busco pienso si hay alguna promoción que diga algo así como: “ No deje de ir al cine en sus últimos días”; viendo la media de edad de los espectadores.

   Soy un  miembro de la sociedad de principios del S. XXI y no he leído la novela de Richard Yates, no. Y en Valladolid es imposible ver una película en versión original. Pero pese a todo comprendo la angustia de los protagonistas al darse cuenta de llevar una vida contraria a la que hubiesen deseado, a sentirse o querer sentirse especiales y no serlo, saber que no lo son. A darse cuenta que lo que llamaron amor tal vez no fue más que huída y narcisismo.

   Mendes siempre ha sabido retratar la vida de la clase media estadounidense y todos los demonios que oculta en los desvanes de sus casas con jardín. Y Kate Winslet, su mujer,  siempre me ha parecido una actriz estupenda e inteligentísima. Incluso aprecio la interpretación de DiCaprio, actor del que nunca he sido especial defensor.

   Y comprendo que el “loco” de la película sea el único que se atreva a decir lo que piensa. El único que dice “la verdad”, sea lo que sea “la verdad”. El único que ya no tienen nada que perder, el único que no quiere o no puede ya jugar un papel en ese para algunos tan divertido juego de representaciones que es la sociedad.

   Y recuerdo lo que es coger un tren repleto de trabajadores que perderán una hora de sus vidas yendo a un trabajo que no les gusta, y que perderán ocho horas en ese trabajo, y otra hora más para encerrarse con sus demonios en su casa con jardín.

   Y aquí estoy yo, también, con mis 31 años, con mi parte de locura aunque sin saber matemáticas, sabiendo que éste no era el destino que esperaba ni deseaba para mis 31 años.

   Pero sabiendo también que  el lugar: Valladolid, Chicago, Barcelona, Hong Kong, París… No importan.

   Importa uno, importan los otros, importan dos. Y en mi caso sin miedo a alienarme en otro, pero sí a destruirme en otro,  a representar un papel sólo para que continúe la función.

   Pienso en esto tras dejar a la Capitana Abogada, mientras camino a un grado bajo cero con El País bajo el brazo y escuchando Ulysses  de Franz Ferdinand en mi Ipod.

   Un Ulises sin Ítaca  ni Penélope que lo esperen y que sólo tiene fuerzas para pensar cuándo encontrará su Revolutionary Road, cuando dejara su Real Road, cuándo llegará a su Future Road.


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