sábado, 13 de octubre de 2007

Segundo día en la Oficina de la Seguridad Social (miércoles 10 de octubre)

Me levanto con sueño. Apenas he dormido dos horas. Cojo el tren a Waukegan. Ya empieza a hacer frío. Llevo hasta la escuela a una compañera negra de unos 50 años y clase baja (se levanta a la 3 de la mañana para venir a trabajar, no la admitieron en distritos más cercanos a Chicago) y a la que no me atrevo a preguntarle sus estudios.

Conduzco bajo las ramas de los árboles en un día que aún no ha amanecido del todo.

Decido preguntarle a mi mentora por el tema de los seguros. Aún no tengo número de la seguridad social, pero lo necesito ya... Quiero ir al médico y que me recete algo. El mundo es sólo química, y si no puedo tener la química de las palabras, la química de los sentimientos, la química de los cuerpos, al menos necesito la química de las drogas, en este caso legales. No quiero seguir estando triste. No quiero que mi absurdo pasado me pese tanto. Quiero esforzarme, pero tampoco me importa que me ayude la química... Una parte más de este mundo complejo y nuestra vidas.

Por desgracia, después de escaparme de la escuela a las 10:40 (hoy las clases terminaban antes porque tenemos "training day", día de dinámicas de grupos y aburdos varios...) para ir al Lincoln Center y a la Oficina de la Seguridad Social, allí, después de dos meses, no tienen ningún dato mío. Me piden que regrese el jueves con el papel de registro que me entregaron.

Regreso a Chicago. Acabo el pollo que trajeron a la fiesta. Hablo con una amiga. Con mi madre. Me acuesto.

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