Estoy en un pequeño restaurante mejicano de baldosas blancas y negras, con grandes ventiladores en el techo, en el que la camarera y el cocinero juegan a los dados mientras yo trato de escoger sin muchas ganas los pequeños trozos de carne revueltos entre verdura de lo que yo creí que sería un simple “steack” normal y corriente. Nachos, cocacola y tortas de maíz con cierto sabor amargo.
Hoy ha sido otro día más. Casi se podría decir que el primer día de clase. Me levanto a las 5 de la mañana y cuando llego en punto a la parada del tren veo cómo se aleja sobre mi cabeza. Espero una hora al siguiente mientras amanece en Chicago. En la estación voy por primera vez a mi escuela en mi nuevo coche esperando que nadie se de cuenta de que llego una hora más tarde (lo que se hace más fácil al tener libre esos periodos). Nadie lo ha notado. La simpática profesora de “ELP” de marido italiano me ofrece unos carteles para mi clase y unas hojas y me señala dónde puedo coger el material escolar que me corresponde (clips, un cuaderno, tijeras rotuladores…)
Casi todos mis alumnos de sexto y séptimo grado sitúan España en África en el mapa. También en Autralia, Groenlandia. En clase de octavo grado, al escuchar algunas gracias sobre un chico relativas a su supuesta homosexualidad, imparto mayormente una clase de “Educación para la ciudadanía” (el Gobierno Español debería darme un suplemento): les explico como en la película Troya, el primo de Aquiles (Brad Pitt) era en realidad su amante, cómo eran homosexuales (o bisexuales) Julio César, Alejandro Magno… Y las diferencias entre xenofobia y racismo, lo que es la homofobia, el machismo… y cómo en mi clase no están permitidas ninguna de ellas. Me preguntan por dios, por la virgen, por la Gioconda, por Da Vinci: les explico las teorías que hay y lo que yo pienso sinceramente. A veces tengo que subir un poco el tono y ponerme serio, pero no parecen malos chicos. Algunos acaban de llegar de Méjico y no hablan nada de inglés. Les explico cómo yo estoy aquí para ayudarles, para intentar que aprendamos inglés entre todos, para que aprendan cosas y, si puede ser, vayan al “college”, a la universidad y, cuando tengan mi edad, ganen como mínimo lo mismo que yo, tengan trabajo como los de los "güeritos": directores, abogados… En esos momentos me prestan más atención… Les pido que para el día siguiente me traigan datos generales sobre lo qué fue la Guerra de Troya: Where, when, Why, Who… Les explico que es una guerra por amor, sexo y dinero.
En la reunión con mi equipo de “bilingual” (la profesora española y el profesor hispano), mientras deciden si damos estrellitas a los alumnos que se esfuercen más, tengo la mente donde hace tiempo que no debería tenerla. Recuerdo imágenes y momentos que debería recordarlos sin sentirlos.
Después de clase voy al “Licoln Center” para firmar mi contrato. Primero no está, luego sí. Tengo que corregir que soy Máster+45 y nivel 7 y no Máster+30 y nivel 6. Voy rápidamente con el coche a la estación. Lo aparco. Me monto en el tren.
Al llegar a mi apartamento veo que hoy tampoco han venido a pintar. Me echo un rato. Luego voy a la biblioteca. Busco un sitio para cenar algo. No entro en los restaurantes y cafeterías de “Wicker Park”, demasiado pilonguis y caros para cenar solo. Subo por “North Avenue”, después “Fullerton”, zonas residenciales arboladas y con casas de piedra, paso junto a la Universidad de De Paul, hasta acabar en este pequeño restaurante.
Después, de noche en Chicago con la mente perdida, no es difícil perderse. Preguntaré a varias personas y me darán las mismas indicaciones confusas y contradictorias. O no sabrán responderme. Recorreré de nuevo, nuevamente perdido, Chicago en bicicleta de noche. Llegaré a mi apartamento cansado. Recogeré la ropa del tendedero. Beberé un zumo, agua. Intentaré recuperar, actualizar este blog. Me iré a la cama.
lunes, 10 de septiembre de 2007
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