Estoy en el Target. Busco algo con lo que poder decorar mi clase, unos candados para sus taquillas y un tendedero. Estoy triste. A mí siempre me han gustado los supermercados. Antes incluso me gustaba comprar ropa. Ahora me estresa algo más. Ver lo difícil que es comprar algo más o menos elegante, informal y discreto sin tener que llevar el enorme logotipo de su supuesto creador en el pecho. Pero me siguen gustando los supermercados. Aún recuerdo las botellas blancas de leche fresca, entera y orgánica de Edimburgo al mismo precio el litro que un tetra-brick estándar de España. Me gusta ver los precios. El precio por litro o kilo (aún no me he acostumbrado a las libras y onzas norteamericanas). Ver los diferentes champúes. La carne. El pescado. Los dulces.
Debe de ser esa supuesta cualidad transgenérica que poseo. Que he encontrado las cualidades poéticas de los supermercados. Que el capitalismo me ha vencido (¿A quién no ha vencido? Me conformo con ser consciente y en momentos, instantes, poder ejercer una cierta, mínima, resistencia) y me ha convencido/me convence de sus supuestas cualidades poéticas.
Pero hoy estoy triste. Porque me gustan los supermercados. Pero me gustan más si voy con un amigo. Una amiga. Con una supuesta pareja. Ver qué queremos. Qué nos falta. Qué buscamos. Decidirlo juntos. Llegar a un simple y sencillo acuerdo. Los supermercados son la metáfora de tantas cosas.
Por eso, hoy, en este Target ubicado más allá de las carreteras que circunvalan mi barrio, en esta gran superficie que esta zona de apariencia suburbial, rodeada de otras grandes superficies, tiendas de comida rápida, unas salas de cine, en esta noche de sábado, no puedo evitar sentirme solo. Mientras camino sin prestar mucha atención a sus productos, entre sus estantes, sintiendo la tenue marca de la ansiedad mientras voy y vengo por sus distintos pasillos haciendo caso a sus empleados negros y latinos, supongo que temporales, buscando un tendedero. Rodeado de familias y parejas.
Más tarde cruzo al supermercado de enfrente a por comida. Vuelvo en bici por la Western. Llevo casi diez litros de zumo de naranja y limonada en los extremos del manillar. Ocho actimeles de fresa. Cuatro candados para las taquillas de mi clase. Seis plátanos. Sobre el manillar, un tendedero. Pasa un metro aéreo sobre mi cabeza. Una ambulancia enciende sus sirenas. En el cielo, la luna aparece casi llena. Se perciben la silueta de un avión y sus luces rojas levemente. Hay un cartel del “Fifth Third Bank”: “Your better tomorrow starts today”.
Debe de ser esa supuesta cualidad transgenérica que poseo. Que he encontrado las cualidades poéticas de los supermercados. Que el capitalismo me ha vencido (¿A quién no ha vencido? Me conformo con ser consciente y en momentos, instantes, poder ejercer una cierta, mínima, resistencia) y me ha convencido/me convence de sus supuestas cualidades poéticas.
Pero hoy estoy triste. Porque me gustan los supermercados. Pero me gustan más si voy con un amigo. Una amiga. Con una supuesta pareja. Ver qué queremos. Qué nos falta. Qué buscamos. Decidirlo juntos. Llegar a un simple y sencillo acuerdo. Los supermercados son la metáfora de tantas cosas.
Por eso, hoy, en este Target ubicado más allá de las carreteras que circunvalan mi barrio, en esta gran superficie que esta zona de apariencia suburbial, rodeada de otras grandes superficies, tiendas de comida rápida, unas salas de cine, en esta noche de sábado, no puedo evitar sentirme solo. Mientras camino sin prestar mucha atención a sus productos, entre sus estantes, sintiendo la tenue marca de la ansiedad mientras voy y vengo por sus distintos pasillos haciendo caso a sus empleados negros y latinos, supongo que temporales, buscando un tendedero. Rodeado de familias y parejas.
Más tarde cruzo al supermercado de enfrente a por comida. Vuelvo en bici por la Western. Llevo casi diez litros de zumo de naranja y limonada en los extremos del manillar. Ocho actimeles de fresa. Cuatro candados para las taquillas de mi clase. Seis plátanos. Sobre el manillar, un tendedero. Pasa un metro aéreo sobre mi cabeza. Una ambulancia enciende sus sirenas. En el cielo, la luna aparece casi llena. Se perciben la silueta de un avión y sus luces rojas levemente. Hay un cartel del “Fifth Third Bank”: “Your better tomorrow starts today”.
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