Me levanto a las 06:30, me ducho, hago la maleta como puedo, bajo a recepción, tomo un poco de zumo, pregunto si pueden llevarme a un taxi. Me recoge un taxista negro, que me lleva a Juárez Middle School. El curso ya ha empezado, aunque no parece que me haya perdido nada. Dejo mis cosas en administración, incluso me hacen el favor de llamarme al taxi para que me traiga la carpeta que se me ha olvidado.
Al poco de sentarme de nuevo en el gimnasio, nos llevan a la sala de ordenadores para explicarnos los recursos que tenemos/tendremos en internet. También nos proyectan una presentación muy interesante de cómo utilizar las nuevas tecnologías para llamar la atención de los alumnos y como recursos educativo. Hay una frase de un alumno japonés que me encanta: "Cuando pierdes el móvil pierdes parte de tu cerebro". Entre estas frases y otras y una música que me parece identificar como de Michael Nyman no puede evitar ponerme triste. Y pensar de nuevo en lo que pudo ser y no fue, en lo que fue, en lo que no fue, imágenes, pieles, persona/s. Cómo podría vivir de otra manera. Vivir esto de otra manera. Contarlo.
Cuando nos cambian de clase y nos dan una charla de cómo organizar y desarrollar las clases, no puedo evitar estar distraído pensando en otras cosas, haciendo que tal vez no viva, disfrute y experimente lo que debería vivir, disfrutar y experimentar como lo que es: venir a ser profesor para la minoría inmigrante (cada vez más mayoría) hispana de Estados Unidos en una localidad a una hora de Chicago. Conocer otro país, otra sociedad, otra cultura, decenas de personas nuevas, Chicago... Pero la vida y yo somos así, y a ratos no puedo evitar estar triste.
Nos dan una última charla explicándonos qué nos vamos e encontrar en nuestra middle school: inmigrantes de clase baja, de familias sin recursos y muchas veces desestructuradas, con las hormonas un poco embravecidas. Y la profesora entusiástica nos intenta convencer de lo que puede suponer la influencia de un buen profesor en est@s chic@s. Incluso nos pone su ejemplo: cómo ella está casada con el hijo de unos inmigrantes mejicanos al que conoció en la high school y que, gracias a una profesora, acabó siendo un graduado que ha comprado una casa a sus padres. El sueño americano, supongo. Pero cada vez me apetece más ir a una middle school (high school también estaría bien) y más a la que estoy destinado, la Daniel Webster, con su 90% de hispanos y su 93% de bajos ingresos (y a cuyos compañeros estoy empezando a conocer y apreciar).
Por desgracia, en el brunch una compañera española me comenta que cree que me han cambiado de escuela. Se lo digo a la entusiástica profesora, que me pone en contacto con "Alejandra", del "bilingual despartment" y descubro que es verdad, que seguramente me manden a una escuela de primaria, la "Lyon". Al colgar le indico a la profesora norteamericana que yo estaré encantado en cualquier lugar, pero que preferiría una middle o una high school. Me dice que si alguien quiere ir a una "middle school" es porque ha nacido para ello, que mirará qué puede hacer.
Pese a los muy posibles cambios, como se va a visitar las escuelas me voy con Mauricio y Óscar, primera generación en los Estados Unidos de inmigrantes puertorriqueños (de hecho, al principio, por cómo lo pronunciaba, no entendí que se llamaba Óscar) a ver la Webster. Nos recibe la "principal" (directora), una mujer que al verla el primer día en la recepción me produjo un deja vú, una sensación de ya haberla visto antes en mi vida que me pareció una señal y parece que sólo indicaba que me iban a cambiar de escuela. Compruebo de su boca y de manera fehaciente que me han cambiado de escuela. Pese a todo la visito con ellos. Es una escuela muy grande, tal vez demasiado. Tengo también una pequeña sensación de melancolía y tristeza cuando vemos en la penumbra el supuesto escenario para las posibles obras de teatro en el gimnasio, cuando nos señala el marcador apagado para los partidos, para el que están esperando la generosidad de un benefactor. Hay un cartel que te sugiere que esperes a tener sexo cuando ya estés casado con un chico de apariencia latina vestido de graduado. Descubro que, el año pasado, una siete niñas de doce años se quedaron embarazadas en esta escuela. No sé si el cartel es un buen sistema o ha servido de mucho.
Oscar se ofrece a llevarme al Licoln Center, donde se ubica la administración educativa para ver en qué situación estoy. Al llegar veo a la entusiástica profesora que me recibe gritando mi nombre: "We have a middle school for you!". Allí conozco también a Alejandra. Me destinan a la Jefferson, una escuela de la que echaron a varios profesores españoles el año pasado, con una fama como escuela muy relativa, pero en la que parece que han cambiado al principal. Para estas cosas soy medianamente optimista. Casi veo más problema en que voy a ser profesor de ciencias y ciencias sociales, y para las sociales bien, pero ya veremos qué pasa con las ciencia. Y que me niego a esa absurda tradición de abrir ranas.
Óscar me lleva la "Juárez Middle School" y de ahí a la estación. La verdad es que las personas de este país me están resultando, por lo general, amables. Las que suelen serlo menos, personas de color o latinas, es porque suelen encontrarse en los peores trabajos. Y, a veces, hasta allí lo son. Y desde luego me están resultando mucho más amables y generosas que muchas de las compañeras españolas que han venido conmigo o de algunas personas que dejé en España.
jueves, 30 de agosto de 2007
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