martes, 28 de agosto de 2007

Chicago y Wicker Park 2 (15 de agosto)


El miércoles me levanto a las 9 para ir de nuevo a Chicago. Haber vuelto a instalar el Windows no parece haber servido de nada. Se sigue reiniciando cuando ejecuto un antivirus. Y ahora ni siquiera consigo que se conecte a la red del hotel.

Me ducho y me visto. Mis compañeras esperan los coches alquilados para comenzar su pequeña mudanza. Cruzo la carretera y me compro un zumo de naranja y un donut en el Dunkin' Donuts donde todos sus dependientes son jóvenes de origen mejicano que hablan en español. Cojo el autobús de las once menos veinte. Como se me había olvidado mirar el horario de trenes, veo que no hay uno hasta las doce y diez. Falta algo más de una hora. Espero bajo la marquesina en un día lluvioso. A mi lado un chico latino y un hombre de origen anglosajón. Una mujer latina, embarazada, poco cuidada y sin atisbo de felicidad en su cara y el que parece su pareja, un hombre negro, junto a tres niños y una niña que no me atrevería a decir si sólo de él de los dos. Cuando cruzan al otro andén, veo a lo lejos como la mujer latina pega a la niña.

Ha llegado más gente a la estación. Cojo finalmente el tren. Me duermo. Va con restraso. Los revisores, una vez más, son negros. Al llegar a la estación de Clybourn y preguntar a un joven rubio que ha venido conmigo en el tren, me indica la dirección de la misma agencia en la que estuve en Evanston y me comenta que él va un trecho para allá. Me hace las preguntar de cortesía: de que dónde soy, que a qué he venido. Al parecer tiene un amigo que viene en unos días que también es español. Al comentarle que seré profesor en Waukegan vuelven a salir los comentarios sobre su seguridad, su riqueza y la hiperestesia que produce su belleza. Acabamos hablando de inmigración. Reconoce que es difícil pararla, pero es partidario de regularla para que perviva esta "cultura". Yo, para arreglarlo, le comento la teoría del "Imperio" y como de verdad me recuerda lo que estoy viendo la los últimos momentos del Imperio Romano. Pese a todo, parece simpático. Nos despedimos.

Sigo caminando. Compro pollo rebozado, unas patatas y un refresco en un McDonald's. Antes de llegar a la agencia veo otra: "Chicago Apartments Finders". Entro. Una chica joven de origen asiático me acompaña para cumplimentar la "aplication form" en un ordenador. Me pide que espere hasta que un agente me pueda atender. Espero comiendo una galleta de chocolate y ojeando el último número de "Details". Reconozco a varios en su publicidad y veo cómo, pese a mí, los modelos españoles triunfan en el mundo. También leo un artículo sobre los nuevos "mandingos", jóvenes (generalmente siempre menores de cuarenta años) negros, generalmente universitarios, que trabajan como chaperos para las mujeres entradas en años de varones blancos. Generalmente ellos observan o participan mientras follan.

Un chico gay de origen asiático con un piercing en una oreja viene a buscarme. La verdad es que no parece excesivamente informado. Nunca ha estado en Wicker Park. No encuentra nada. Descubro al ver que se apellida "González" que el origen asiático es muy primario. Salgo, sigo caminando, me conecto unos minutos a internet en una tienda. Compruebo que allí este blog funciona, aunque no puedo ni quiero (allí) actualizarlo.

Llego por fin a la sede de "Apartment People" en Chicago. Relleno de nuevo una "Aplication Form". Espero en un sofá junto a una televisión en la que se ve la película Dreamgirls con Beyoncé y Edddie Murphy. Ojeo los dos últimos números de la revista "Enquire". Me llaman. Subo al piso de arriba, donde puedo ver unos treinta agentes atendiendo a unos treinta clientes. Busca en el ordenador algo que se ajuste a mis deseos. No aparecen muchas cosas. Aparece un apartamento en Wicker Park por 650$. Parece demasiado barato. Llama a otro agente (el que me ha atendido parece tener algún cargo). Éste habla algo de español, me dice que acaba de tener una novia colombiana. Me dice que están locas. Opino parecido, ampliando el listado a todas las latinoamercianas, las españolas y las italianas. Mientras busca en el ordenador canta algunas estrofas de "Dos gardenias para ti". Es simpático y parece conocer la ciudad. Vamos a por su coche para ver el apartamento en Wicker Park y dos más en otras zonas que él dice que también están cerca de la estación de trenes y que a él le gustan. En el viaje me cuenta cómo ha estado en 14 países el último año. Me habla de Chicago. De mujeres. De cómo le gusta la agresividad de las mujeres del este (que te ahorra esfuerzos, según él)... Finalmente llegamos al apartamento de Wicker Park. Le cuesta encontrar la puerta correcta, cree que es un sótano. Pero no, es la planta baja de una casa de madera. Es y está viejo, pero es aceptablemente espacioso. Tiene una cocina decente (aunque sin ventanas a su lado, sino que va a dar a un salón abierto), un baño con la antigua bañera sobre el suelo y una alacachofa fija en lo alto. Una habitación. Armarios. Sobre el salón cruzan las grandes tuberías del agua y la calefacción. No está muy limpio. Pero me gusta. 650$ en el centro de Wicker Park y a diez minutos andando de la estación de trenes para Waukegan. Con una buena limpieza y algunos retoques puede tener un muy simpático aire bohemio. Perfecto para mí en estos momentos. Tal vez lo que todo progre desea, ayudar a las clases desfavorecidas mientras se vive entre la clase media bohemia. Intentaremos hacerlo todo decentemente.

Como hoy es mi última noche de hotel pagada decido quedármelo. Volvemos a la oficina para formalizar los papeles y pagar el depósito. El dueño del apartamento tiene que dar su visto bueno, pero, aunque aún no tengo número de la seguridad social ni historial alguno de crédito, con la carta de las "Waukegan Public Schools" que le enviaré por fax no cree que haya problemas. Me ofrece, si espero un segundo a que atienda a otro cliente con el que irá en la misma dirección, a llevarme a la estación de vuelta. Acepto. En la vuelta hablamos ya los tres, él nos comenta cómo corrió en el los "San Fermines". También me ofrece una cama de su piso para mi apartamento e informarme de dónde comprar muebles y como alquilar por 30$ una camión para hacer la mudanza. Después de no saber dónde viviría parece que mejora el día.

En el tren veo al primer revisor blanco. Es de Waukegan, se sienta frente a los viajeros y habla con ellos. Lleva una bandera americana (no consigo ver si tiene algún símbolo relativo al partido republicano). No le entiendo mucho. Creo que comenta que es del 42 y que lleva 40 años trabajando y que tiene familia de y en Japón. No parece hacerle especial ilusión que vaya a enseñar español (me parece entenderle una gracia sobre que hay ya demasiada gente hablando en español, aunque no podría jurarlo).

En Waukegan cojo el autobús para ir al hotel. Salvo el conductor y yo (si es que no soy latino), todos son latinos y negros. Entro en el restaurante de 24 horas. El dueño, un griego llamado Costa de misma edad y que ya me saluda y se me acerca cuando llego se sienta un poco conmigo a hablar en lo que me sirven. Ceno. Hablo por teléfono con una de mis compañeras. Mañana empezamos el curso de orientación y debo llevar algunos papeles. Vuelvo al hotel. Nada más llegar, mientras estoy en el baño orinando llaman a la puerta. Es Costa, el dueño del restaurante. Ha venido a traerme el móvil que se me había olvidado.

Escribo estas dos entradas que añadiré vete a saber cuándo. Mientras, continúo borrando archivos del ordenador. Es ya la una y cuarto. Me tengo que levantar a las seis para empezar el curso de orientación a las siete y cuarto. Debería irme a la cama. Espero hacerlo, dormirme pronto y profundamente y no soñar nada que mi inteligencia no aprobara.

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