Ayer estuve por primera vez en Chicago. Fui con el gineceo de compañeras que han venido a trabajar también como profesoras a Waukegan. Nos habían invitado una pareja de profesores españoles que llegó el año pasado. Se suponía que había una especie de fiesta en su calle en la que se sacan mesas con comida y bebida. Fuimos en el Metra (el tren de cercanías de aquí). Se tarda una hora y cuarto más o menos. Por supuesto, a la estación de tren de Waukegan, salvo si tienes suerte y consigues coger uno de los escasos autobuses, hay que ir en coche o en taxi. Fuimos nueve personas en el taxi con una persona de color (¿se dice así?, ¿debería mencionarlo?) al que apenas entendíamos y que nos llevó dos estaciones más allá y nos cobró 45$ por el viaje.
La pareja de profesores vive en Wicker Park, una especie de barrio a las afueras de Chicago que se ha convertido en una especie de parte bohemia con gente joven y supuestamente intelectual (en apenas unas horas allí no me atrevo a opinar mucho) y familias de clase media. Es un sitio agradable. Con sus diferencias, y por mi experiencia biográfica y vital (qué le voy a hacer, no me sé transmutar ni recuerdo reencarnaciones), algunas partes me recuerdan a Marchmont o Morningside en Edimburgo. Otras son, evidentemente, más particularmente estadounidenses.
No hubo suerte y un apartamento que se alquilaba de una habitación en la última planta de un edificio por 700$ se había alquilado el jueves. Intentaré buscar algún otro. A las pocas horas mis compañeras se dividieron en grupos para ver la zona y ver posibles lugares para alquilar o para ir a Evanston (una ciudad universitaria junto a Chicago, moderna, “elitista”, “cultural”, con aceras, que tal vez no sea mal lugar, si hay suerte y un apartamento para vivir) Yo, ya, preferí estar un poco solo por primera vez desde que llegué (como el apartamento alquilado, también el jueves) sin que fuera para dormir y me fui a conocer un poco la zona.
El mundo es muy complejo. La vida es muy absurda y es curioso ver los rascacielos de Chicago tras un Wendy’s. Anochecer en este barrio tranquilo. Las tiendas cool de la zona. Llamar a citibank para conseguir sacar dinero. Comprar un adaptador para el portátil. Gente guapa y bien cenando en las terrazas. Recordar otros tiempos no sé si mejores o sólo aparentemente en otros lugares con otras personas. Ver pasar grandes autobuses frente a fachadas de edificios con rostros de ilustres personas. Comprobar cómo mi sentido de la orientación sigue siendo el mismo (poco o ninguno). Cómo las personas nos saben dónde están los lugares. Conseguir llegar a la estación de tren. Volver en un tren repleto aunque con poca gente blanca (¿se dice así?, ¿debería mencionarlo?), con un revisor de color haciendo bromas a un grupito de niños de color (¿se dice así?...).
Al llegar a Waukegan mis compañeras habían venido en otro vagón del mismo tren. Me hablan de Evanston (donde debería ir hoy). Se van agotadas a la cama. Como apenas he comido me voy al restaurante de 24 horas de enfrente del hotel. La mayoría son blancos de clase baja e hispanos. Como tilapia (creo que perca) a la plancha y unas patatas fritas que apenas han sido peladas. Un donut del Donki’n Donuts de enfrente tras cruzar la carretera. Vuelvo a mi habitación. Consigo reparar el Windows. Me encuentro a una amiga reciente en el messenger que no puede dormir (aquí es la una de la mañana, allí las nueve). Charlamos un rato de, en algunas cuestiones semejantes en lo absurdo, nuestras vidas. Había pensado en comenzar este blog. Pero son las cuatro. Como en tantas otras cosas de mi vida, como tantas otras veces, lo dejo para mañana. Mañana es hoy. Ya llevo un rato frente al ordenador. Es la una y media de la tarde. Voy a ver si me ducho y voy a comer algo. Ver si está abierto el Auto Dealer de al lado. Ir a conocer Evanston. Más tarde intentaré añadir fotos y rematar las entradas de hoy. No siempre serán tantas. No siempre serán tan largas. No sé. Supongo.
La pareja de profesores vive en Wicker Park, una especie de barrio a las afueras de Chicago que se ha convertido en una especie de parte bohemia con gente joven y supuestamente intelectual (en apenas unas horas allí no me atrevo a opinar mucho) y familias de clase media. Es un sitio agradable. Con sus diferencias, y por mi experiencia biográfica y vital (qué le voy a hacer, no me sé transmutar ni recuerdo reencarnaciones), algunas partes me recuerdan a Marchmont o Morningside en Edimburgo. Otras son, evidentemente, más particularmente estadounidenses.
No hubo suerte y un apartamento que se alquilaba de una habitación en la última planta de un edificio por 700$ se había alquilado el jueves. Intentaré buscar algún otro. A las pocas horas mis compañeras se dividieron en grupos para ver la zona y ver posibles lugares para alquilar o para ir a Evanston (una ciudad universitaria junto a Chicago, moderna, “elitista”, “cultural”, con aceras, que tal vez no sea mal lugar, si hay suerte y un apartamento para vivir) Yo, ya, preferí estar un poco solo por primera vez desde que llegué (como el apartamento alquilado, también el jueves) sin que fuera para dormir y me fui a conocer un poco la zona.
El mundo es muy complejo. La vida es muy absurda y es curioso ver los rascacielos de Chicago tras un Wendy’s. Anochecer en este barrio tranquilo. Las tiendas cool de la zona. Llamar a citibank para conseguir sacar dinero. Comprar un adaptador para el portátil. Gente guapa y bien cenando en las terrazas. Recordar otros tiempos no sé si mejores o sólo aparentemente en otros lugares con otras personas. Ver pasar grandes autobuses frente a fachadas de edificios con rostros de ilustres personas. Comprobar cómo mi sentido de la orientación sigue siendo el mismo (poco o ninguno). Cómo las personas nos saben dónde están los lugares. Conseguir llegar a la estación de tren. Volver en un tren repleto aunque con poca gente blanca (¿se dice así?, ¿debería mencionarlo?), con un revisor de color haciendo bromas a un grupito de niños de color (¿se dice así?...).
Al llegar a Waukegan mis compañeras habían venido en otro vagón del mismo tren. Me hablan de Evanston (donde debería ir hoy). Se van agotadas a la cama. Como apenas he comido me voy al restaurante de 24 horas de enfrente del hotel. La mayoría son blancos de clase baja e hispanos. Como tilapia (creo que perca) a la plancha y unas patatas fritas que apenas han sido peladas. Un donut del Donki’n Donuts de enfrente tras cruzar la carretera. Vuelvo a mi habitación. Consigo reparar el Windows. Me encuentro a una amiga reciente en el messenger que no puede dormir (aquí es la una de la mañana, allí las nueve). Charlamos un rato de, en algunas cuestiones semejantes en lo absurdo, nuestras vidas. Había pensado en comenzar este blog. Pero son las cuatro. Como en tantas otras cosas de mi vida, como tantas otras veces, lo dejo para mañana. Mañana es hoy. Ya llevo un rato frente al ordenador. Es la una y media de la tarde. Voy a ver si me ducho y voy a comer algo. Ver si está abierto el Auto Dealer de al lado. Ir a conocer Evanston. Más tarde intentaré añadir fotos y rematar las entradas de hoy. No siempre serán tantas. No siempre serán tan largas. No sé. Supongo.
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