Sí. Un año más. Un año más en mi vida. Aunque un año especialmente distinto. El anterior que fue una montaña rusa emocional. Éste, en el que el carrusel fue parando hasta encontrarse en lo alto de una cima que no parecía tan alta, pero que estaba al borde de un abismo, al que caí y del que empecé a salir poco a poco, despacio, hasta este presente en el que me encuentro, aún abajo, pero subiendo, creo, y al menos sin ángulos rectos.
Después de volver Valladolid, no especialmente contento, intenté organizar una pseudofiesta de cumpleaños, como siempre mal y en el último momento. Como se podía imaginar, no vino toda la gente que hubiera deseado. Apenas nadie de Valladolid. Tampoco mi amigo escocés o mi amigo norirlandés a los que avisé apenas un par de días antes. Sí vino la Chica Dulce. También estuvieron la Capitana Golfa y el Capitán honestidad, claro. Y una pareja de amig@s más a los que aún debo poner nombre.
Y lo que podría haber estado muy bien no estuvo mal. Lo que podría haber estado mal, sólo lleno de recuerdos, recordando lo olvidable y deseando lo indeseable, estuvo bien. Y la presencia de la Chica Dulce ayudó.
Ayudó empañar los cristales de la habitación. Comer apenas nada en cafeterías modernistas con menúes absurdos. Ayudaron las llamadas telefónicas desde Valladolid, desde Chile. Ayudó ver cómo la Chica Dulce se transformaba en la Escolapia del Infierno (un nombre mucho más idóneo para su mascota, la Perrita Cancerígena) por culpa de las hormonas y las enzimas. Ayudó reírse con ello. Disfrutar con ello. Tranquilo. Sin ansiedad. Sin miedos. Incluso no viendo en ocasiones El Club de la Lucha a la hora que tampoco fue de la siesta. Hasta la hora en que tocó que se marchara.
Ahora comienza un nuevo año en mi vida. Seamos optimistas por momentos.
miércoles, 14 de mayo de 2008
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