El lunes viene un amiguete músico, imprevisible y algo ciclotímico. Por fortuna está en su punto alto. Viene a ensayar una ópera. Nos invita a cenar a un curioso restaurante donde nos atiende una camarera de Tarifa. Nos invita a alguna cosa más de dudosa (o no tanto) legalidad. Acabamos en una discoteca propiedad de un conocido presentador televisivo donde nos dejan pasar por conocer a los cantantes de flamenco que están actuando. Al poco volvemos a casa porque todos, menos yo (todavía), tienen que trabajar temprano al día siguiente.
Al día siguiente me llama a las tres para comer e ir al Museo Picasso. No me da tiempo a la comida, pero quedo a las cuatro para ir al museo. El museo, sin ser (supongo), el mejor, es aceptable. Pese a riego de parecer inculto, he de reconocer que Picasso no es el pintor que más me emociona. Reconociendo su genio, me resulta un tanto excesivamente frío y matemático. Aunque es evidente que, al ver sus diferentes épocas que, a diferencia de tanto supuesto “artista contemporáneo”, podía pintar cualquier cosa de cualquiera manera. Era él el que escogía pintar cuadros en ocasiones por poco indescifrables. No era la “obras indescifrables” las que le escogían a él.
También es curioso ver cómo, cuando uno es considerado un genio, esta sociedad le permite y permitía estar durante seis meses pintando decenas de versiones de un cuadro clásico con formas imposibles y colores estridentes. Algo que de otra manera, con otra consideración, habría sido considerado obra, obras, de algo parecido a un esquizofrénico. Ahora, esas obras esquizofrénicas, valen millones.
Descubrimos en sus estudios sobre las Meninas que Mariscal encontró/ideó/copió a su Coby en/garcias a/de ellos. Que Picasso reprodujo a su teckel y no al mastín original del cuadro.
Él no deja de ver mujeres con las que le gustaría follar. Hay muchas estudiantes y jovencitas extranjeras. Va de sala en sala, de Picasso a ellas y de ellas a los órganos de la Iglesia de Santa María del Mar de manera vertiginosa e irreflexiva.
Después quedamos con la novia de uno de los compañeros de la comuna. Caminamos hasta la Barceloneta. Nos sentamos en la playa. Él se acerca a la orilla y mete los pies en el agua. Anochece. Le llama su productor. Tiene que reunirse con él. Nos deja. Regresamos al piso para encontrarnos con los demás.
Acabaremos todos tomando una última copa en un bar histórico del Raval, propiedad de un primo de nuestro compañero de comuna y su novio, donde ha rodado una escena Woody Allen para su última película. Después de haber cenado en un restaurante del Raval. Después de que nuestro amigo ciclotímico haya convencido al Chef para que nos hiciera la factura nombre de El País. “Estábamos” haciendo un artículo sobre lugares de Barcelona. El Chef se muestra muy interesado y le regala los dos platos de arroz porque considera que no estaba muy bueno.
Por momentos, a momentos, durante estos dos días, me despreocupo de todo. Hablo tanto como solía. Hago bromas y juegos de palabras. Río un poco. Esperemos que se intensifique. Que me encuentre.
miércoles, 12 de marzo de 2008
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