Aquí estoy. De vuelta de Chicago. De vuelta de ninguna parte. Actualizando por fin este blog que parecía muerto. Resucitando levemente, tal vez, yo mismo.
Diciembre ha sido un diciembre muy distinto. Distinto a los diciembres de mi niñez y adolescencia. Distinto al dichoso, falso y esperanzador diciembre de hace dos años. Distinto al ambivalente, absurdo, patético, engañoso y a la vez profético diciembre del año pasado. Distinto.
A los pocos días de escribir la última entrada decidí, si es que estoy decidiendo en verdad últimamente algo, que Chicago no era, no estaba siendo un lugar para mí. No estaba siendo lugar para nada. Acepté la invitación de mi amiga de intentarlo en Barcelona. Con ella, la Capitana Golfa (que no encuentra sus superpoderes), con él, el Capitán Honestidad (que tal vez, tal vez afortunadamente, los está perdiendo), quizás con algunas personas más…
Y lentamente, casi inerte, con inercia, empecé a preparar mi vuelta…
Conseguí comprar algo de comida en el supermercado mejicano mientras escuchaba villancicos desde sus altavoces estropeados. Conseguí alimentarme.
Vi por última vez (quién sabe) a mis amigos judíos.
Volví a quedarme varias veces sin batería. Volví a dejarme las llaves dentro del coche. Recorrí la Western de autodealer en autodealer. Conseguí vender el coche por 450 dólares.
Regalé la bicicleta, el alcohol sobrante de la supuesta fiesta que organicé y todo lo que pudimos llevar el más amistoso de los chicos gays de Wicker Park y yo a su casa.
Pasé la última noche en vela. Chateando. Mandando un mensaje intentando explicar algo a mi directora. Mandando un mensaje informándole de mi marcha al representante de la embajada. Esperando que el tiempo pasara. Haciendo tarde la maleta. Vistiéndome tarde.
Volví en tren a Waukegan. Llegué tarde a Waukegan. Tuve que ir al Lincoln Center para nada. Caminé por las carreteras de Waukegan entre los coches y la nieve sucia. Cogí tarde el tren de vuelta
Llegué a Chicago. Rematé la maleta. Dejé las llaves sobre una mesilla. Cogí el metro al aeropuerto. Llegué tarde. No hay ninguna señal de Virgin Airlines para los que llegan en metro.
Era cierto, pero el argumento no sirvió de mucho. El representante de Virgin Airlines me respondió que lleva meses intentando que haya alguna señalización, pero ya sabía que había mucha corrupción en Chicago… El siguiente vuelo era al día siguiente…
Pasé 24 horas en el aeropuerto. Comprobé que lo que pensaba que era el cargador de mi móvil norteamericano era el cargador del colchón hinchable. La niebla hizo que se retrasara 4 horas la conexión desde Londres. Tardé casí dos días en viajar desde Chicago a España.
Y luego las navidades. La familia, tan atenta y que me ha podido ayudar, contra su voluntad tan poco. Salir varias veces con los amigos (el Capitán Honestidad, la Capitana Golfa…) Ver dos películas malas. Ver como el cajero de citibank de mi ciudad me comía en apenas 20 segundos mi tarjeta americana. Leer un poco. Pasarme en la cama nochebuena, navidad, nochevieja, año nuevo, reyes… llorar (tal vez) un poco.
Ir a la consulta privada de un médico muy amable (que la compatibiliza amablemente con el sistema público) para intentar adelantar algo las tres semanas de espera y que me hagan algo de efecto las drogas cuya dosis me doblé sin efecto.
Actualizar este blog.
En fin…
¿Os he hablado del Capitán Idiota?
jueves, 10 de enero de 2008
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