Consigo levantarme antes de las 11 de la mañana. Desayuno, me ducho, hago la cama, me visto, me pongo el abrigo y la bufanda y llamo a mi perro.
Mi perro tiene ya 14 años. Mi perro tiene cataratas. Ya no salta el metro y medio que saltaba antes hasta la cuesta del Canal de Castilla de enfrente de mi casa. Ya no da brincos y busca la pelota y bebe agua cuando comprueba que salimos a dar un paseo.
Quiero hacerme de nuevo el carné de la biblioteca que he perdido o ha desaparecido como tantas otras cosas.
Quiero comprar también algunos libros.
Argos, mi perro, atraviesa lentamente la puerta con las orejas gachas.
Desde que volví de Hong Kong no he vuelto a pasear por el centro de la ciudad con mi perro. Me gusta el centro de las ciudades. Las personas que caminan con bolsas. Las calles peatonales, las restos de su historia, incluso en Valladolid, donde debería haber tantos y hay tan pocos. Sí, incluso me gusto el centro de Valladolid, pese a la estética que le ha impregnado nuestro impresentable alcalde del PP.
Pero aún no he recuperado mi ciudad. Valladolid sigue sin ser mía. Aún prefiero no encontrarme a la mayor parte de las personas que conozco, aún no me siento cómodo con el resto de las personas.
Y, Argos, mi perro con cataratas, mi perro de 14 años, parece adivinarlo. Y también se pierde, no como cuando paseaba como quien pasea con un amigo, y lo veía buscándome, o tenía que llamarlo o esperarlo.
Pese a todo me espera sin ladrar a la puerta de Margen. Llama la atención del joven que coloca las estanterías de la librería Sandoval. Despierta las sonrisas de la cajera y el encargado de Oletum que me dice que le podía haber dejado entrar, que se puede entrar con el perro.
En Oletum encuentro por fin “Todo lleva Carne” de Peio H. Riaño. Y compro también “¿Amar o depender?” de Walter Riso, para intentar comprender y solucionar lo que llevo intentando comprender y solucionar hace ya tres años.
Argos y yo evitamos Fuente Dorada.
En la biblioteca descubro que están en proceso de renovación de carnés y me dan uno nuevo y verde tamaño tarjeta de crédito que, sin embargo, no estará activo hasta el día 23.
Cuando regreso a casa con El País y dos bolsas repletas de latas de pepsi, flanes de huevo y arroz con leche para mi padre y una especie de actimeles de fresa supuestamente buenos para la piel, profiteroles y helados de marca blanca, Argos parece regresar contento como hacía mucho que no lo hacía y corre al trote hasta su comedero.
sábado, 17 de enero de 2009
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