sábado, 31 de enero de 2009

Dioses cayéndose sobre sí mismos en la nada. Google se cae (sábado 31 de enero)

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   Cuando regreso de Gijón mi viejo perro de 14 años me mira somnoliento desde su vieja cuna desvencijada.

   Leo en la versiones en internet de Público, El País y El Mundo que Google ha dado mensajes de error durante casi una hora. Todo el mundo desorientado por una empresa, por un buscador, por Google.

   Bajo la noticia de Público hay tres anuncios de Google:

   El tercero es de Greenpeace y dice: Yo soy Antinuclear.

   El segundo es de un blog que informa  sobre la situación en Gaza.

   El primero es de Google y dice:

   Google Mini:

   Busque en su Sitio Web Público y su Intranet con Google Mini.

Google.es/Mini

   Sí, el mundo es muy complejo.

   Y, por instantes, pese a mí mismo, pese a Gaza, pese a la energía nuclear, hasta divertido.

Dos hermanos buscando en Gijón (sábado 31 de enero)

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   Acompaño de manera casi obligada a mi hermano a Gijón.

   Mi hermano y yo nunca hemos tenido una relación especialmente estrecha. Supongo que somos demasiado diferentes. Tal vez hemos huido, huimos de lo mismo de diferente manera. Desde que me perdí un poco más él intento acercarse sin saber él tampoco aún cómo encontrarme, cómo en encontrarnos.

   Su novia participa en un campeonato de natación. Él hubiera participado también si no fuera por algún problemilla en el cuello. Las personas nadan en grupos y esperan horas. El ambiente esta cargado de una humedad clorada. Él se hubiera aburrido solo. Mi madre desea que yo salga más y, a la vez, que mi hermano y yo nos encontremos, que mi hermano me ayude un poco en mi interminable desorientación.

   Llegamos a Gijón el viernes al mediodía (su puesto de funcionario le da más días libres que si fuera reponedor en un supermercado, mi excesiva actividad mental e inactividad física me deja más días libres que si fuera reponedor en un supermercado). Comemos.  Recorremos su paseo marítimo. Hablamos un poco de todo. La crisis. La posibilidad de que se compre un piso con su novia si el precio de los pisos baja un poco más hasta donde debería haber bajado (o desde donde nunca debería haber subido) hace años. Hablamos un poco de todo sin especial profundidad.

   Vemos nada a su novia durante unos minutos. Ninguna marca en especial. Pero parece disfrutar haciéndolo. Les envidio el disfrutar tanto de hacer algo tan poco extraordinario, tan natural, como nadar con otras personas que tampoco son extraordinarias. Les envidio la aparente cotidiana felicidad de sus vidas.

   Yo ya no creo en la normalidad. En su paradigma. Tampoco estoy seguro de lo que es estar sano. De si es posible estar sano de una manera absoluta. En cualquier sentido. Uno solo. En compañía. Pero la relación de mi hermano con su novia me parece de la más sanas que conozco o haya conocido.

   Tanta sanidad sintiéndome solo en compañía me pone inevitablemente  triste cuando me invitan a cenar y el trankimazin no vale para nada.

    Llevamos a la novia de mi hermano al hotel donde se hospeda el equipo.

   Dejo que mi hermano vaya a ver nadar a su novia de nuevo unos minutos al amanecer. En este maldito hotel Try Rey Pelayo sólo dan La Razón, el ABC, La Vanguardia y la Voz de Asturias. Me compro El País y una coca-cola en el kiosco de al lado.

   Mi hermano regresa. Desayunamos. Caminamos de nuevo por El paseo marítimo. Hablamos. Llegamos tarde para ver de nuevo a su novia nadar unos minutos.

   Comemos. Seguimos hablando. Pero ha pasado ya un día. Me habla de su primera novia y de sus errores. Yo le hablo de los míos. Regresamos hablando mientras atravesamos la Cordillera Cantábrica por un puerto de Pajares nevado.

   No, por supuesto, aún no he encontrado lo que estoy buscando, aún no me he encontrado, pero tal vez este viaje me haya venido bien. Tal vez mi hermano y yo nos conozcamos más. Tal vez estemos un poco más cerca.

   Algo siempre es algo.

jueves, 29 de enero de 2009

Jenna the Astrologer y tantas vidas en tránsito… (miércoles 28 de enero, madrugada del 29)

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   Creo que no llegué a contarlo.

    A finales de octubre de 2007 en Chicago tuve la brillante  idea de invertir no recuerdo bien si 50$ en una vidente. Hacía tiempo que lo había pensado. Había un cartel de luces de neón junto a la parada de metro de la Western. Era un cartel con cierto encanto junto a un autodealer, enfrente de un MacDonald’s, en un edificio destartalado.

   Era sábado. Venía de conocer a una chica que no había resultado ser nada interesante. Se me había pinchado la rueda trasera de la bicicleta. Volvía en metro con la bicicleta a cuestas. No era mi mejor día. No estaba en mi mejor momento. No lo hice por un sentido lúdico.

         La “vidente” era una mujer mayor, de más de 60 años. Parecía hispana pero no parecía hablar español. Después de una breve negociación quedamos en que por 50$ me leía la mano y las cartas.

   Según ella, la  mujer en la que aún estaba pensando ya estaba con otro hombre. Conocería a una mujer en el abril próximo con la que habría una gran conexión, y si sabía aprovecharla tendría, me parece recordar, dos hijas con ella. Acabaría viviendo en la costa, en un lugar cálido, con ella y mis dos hijas.

   Me dijo que alguien había intentado hacer daño a mi familia hace años y no sé bien qué relación de todo ello conmigo.

   Chicago no sería mi lugar.

   El éxito profesional también estaba al alcance de mi mano. Debería dedicarme con todas mis fuerzas a algo que había deseado desde niño.

   Me pidió 10$ más para poner una vela por mí en una iglesia a no sé qué santos. Me pidió que volviera en una semana

   ¿Acertó en algo? Sí. ¿Lo descubrió en las cartas o en mi mano? No. ¿Volví? Tampoco. ¿Puede que suceda o que sucediera algo de lo que vaticinó? Puede.

  Porque sí, el mundo es muy complejo, y absurdo, y si tuviera mejor humor me reiría de todo ello en estos momentos.

   Pero no tiene, no hay soluciones sencillas. Las soluciones sencillas no suelen ser buenas soluciones.

   Compruebo como gran parte de las visitas a este blog, y más concretamente las provenientes de Latinoamérica se deben a esta maravillosa mujer, a esta maravillosa creación, a la entrada que escribí sobre  Jenna the Astrologer.

   No busquen más. No lo piensen más. No existe. La anterior entrada pretendía hablar precisamente de ello: hablar de cómo es de absurdo y complejo el mundo y de cómo no hay soluciones sencillas.

   Espero que se entendiera la alusión a Jenna the Astrologer. Pretendía basarse en la ironía..

    No busquen más.No hay soluciones sencillas.

   En este chocar de átomos que los es todo, en este chocar de átomos que nos forma, tal vez se haya dado una combinación que conozca como chocará el resto. Incluso una combinación de átomos con alguna personalidad que nos haya creado al resto. Pero hay pocas pruebas. O ninguna. Y, desde luego, no lo hará por correo electrónico dándole sólo cuatro datos.

   El mundo es un poco más complejo que eso.

   Lo átomos son un poco más imprevisibles.

   El pensamiento mágico tiene más de mágico que de pensamiento.

    Hace unos años descubrieron un decimotercer signo astrológico: Octopus.  Pensaron que no valía la pena decir que todo lo dicho hasta ese momento era un error. Era mentira. No dejaron al pobre Octopus desordenar el absurdo y asentado orden astrológico, No obtuvo su lugar en el horóscopo.

   También tuve una amiga que leía las cartas. A veces era divertido que te las leyera con dos copas.  Tampoco recuerdo que acertara nunca.

martes, 27 de enero de 2009

AdSense en El Mundo es muy Complejo (martes 27 de enero)

AdSense

   Decido seguir jugando a esto de los blogs.

   Decido añadir publicidad de Google con AdSense.  Y no porque crea que me vaya a significar ningún ingreso (y no porque no desee obtener ingresos, después de más de un año sin obtenerlos, viviendo de préstamos con 31 años en casa de mis padres, aunque sólo fuera para sufragar los 70€ semanales de psicoanálisis). Sólo por jugar. Por experimentar lo que es internet en un mundo complejo y en El Mundo es muy Complejo.

   Y aparece un anuncio de promoción de Revolutionary Road junto a su entrada, y no está mal. Queda hasta estético.

   Y aparecen anuncios relacionados con Valladolid. Lo que tiene algún sentido.

   Y aparecen anuncios sobre el sueño, la depresión, antidepresivos. Y, por desgracia, también tiene sentido.

   Y aparece un anuncio para gays de Parship. Aunque yo nunca haya confesado nada. Pero tampoco me parece mal.

   Y hay un anuncio animado para descargarse gratis (no me molesto en comprobarlo) el “villancico+loco” que queda un poco triste y desfasado.

   Y algunos otros anuncios para descargarse cosas absurdas para el móvil.

   Y no sé si es por AdSense, pero se desdibujan los dibujos para agregar a los marcadores sociales.

   Y descubro que no te permiten poner más de un número determinado de anuncios por página (estos de Google no son tontos).

   Y en dos días  he ingresado 60 centavos de dólar.

   Y todo es muy absurdo.  

   Y realmente el mundo es muy complejo.

lunes, 26 de enero de 2009

Franz Ferdinand in The Assembly Rooms (lunes 26 de enero)

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   (Una fotografía de una fotografía… Una fotografía de una canción)

   Recordaba Take me Out de los descansos de Americana Absurdum, quizás porque fue la obra (sus dos partes) que más me gustó de todas las que vi en los siete años que trabajé en The Assembly Rooms, en Edimburgo. Pero no puede ser, porque veo que la canción es del 2004 y Americana Absurdum la vi en mi primer año trabajando en el festival, en el año 2000. Tal vez sea una de esas conexiones que haces cuando algo te gusta. Si no entrara en pormenores, quién sabe, quizás en un futuro todavía quedara algún registro de este también, una vez más, absurdo blog, y alguien dudase. Quién sabe.

   En cualquier caso, debí de ser uno de los primeros en escucharla, allí en Escocia, en Edimburgo, junto a la industrial Glasgow donde se formaron. Podría haberme sentido uno de los primeros “modernillos”, aunque nunca me he sentido ni le he visto especial gracia a eso de ser “modernillo”. Y aunque no sea ningún fan fatal de Franz Ferdinad. Pero me gustó, me gusta Take Me Out. Y valoro su sentido de lo lúdico, cómo hacen de lo lúdico algo tan elegante, vagamente cultural e infantilmente cool.

   También lo conecto con Kate, una de mis compañeras en el teatro, no especialmente guapa (porque las hubo y las había y supongo que aún las habrá realmente guapas), pero sí muy agradable, una chica realmente agradable. Pero tampoco puede ser. Porque conocí a Kate en el 2005. Y con Kate, y con mis demás compañeras guapas, y las que tampoco lo eran, incluso con algún compañero (los chicos siempre fuimos escasos) nos poníamos de pie frente a la puerta, entre las columnas de The Assembly Rooms, e indicábamos dónde estaban los servicios (creo que me sé casi todos los sinónimos en inglés), o cuándo acababa la obra, o cuando empezaba la obra, o en qué sala era la obra o subíamos a la disciplinada fila que esperaba en George Street hasta The Ballroom cuando empezaba la obra, o en The Drawing Room, o nos cambiábamos con los compañeros, más bien compañeras, de The Music Hall, para no ver siempre la misma obra, para ver el mayor número de obras posibles. Y hablábamos entre obra y obra. Y nos íbamos al break y recogíamos los vasos de plástico que habían quedado en la sala.

   En el año 2000 viendo Americana Absurdum. En el 2004 escuchando en los intermedios de alguna obra que no recuerdo Take me Out. En el Edimburgo en que anochece tan pronto, hasta en verano. Cuando era aún tan pronto para todo o ya parecía tarde. Entre decenas de compañeras, algún compañero y los managers, generalmente homosexuales o lesbianas. Y yo debía ser el exótico, que diría Aznar, español que intentaba chapurrear ese inglés que mejoraba durante el festival para olvidarlo hasta el festival del siguiente año.

   Más tarde, en el 2006, grabé su primer disco y el segundo, You Could Have It So much Better para una fiesta en un piso del centro de Valladolid. Una fiesta con amigos que desaparecieron, con amigos que no lo eran y pedantes gestores culturales. Sintiendo algo que patológicamente podría llamar amor. Tal vez me creí el Take Me Out, aunque hubiera funcionado mejor You Could Have It So Much Better.

   Más tarde, en el 2006, fui acompañado a Edimburgo. Y en algún momento se desmoronó todo. En algún momento todo se había venido abajo. Mi soledad protegida. Las breves tardes de Edimburgo. Aunque hubo momentos de extraña, falsa y cegadora felicidad. Las guapas compañeras. Aunque lo pasamos bien con los chicos del grupo Yllana, su 666, su “sketch” de las rayas de coca en la barra del bar de Blade Runner que sólo reíamos los españoles… y las dificultades reales para encontrar buenas drogas en Edimburgo de su técnico canario. Ver a Pete y a su novia italiana (como imágenes repetidas en personas y lugares diferentes, de un modo u otro). No ver a Finn. Ver a japoneses jugando con espadas. Y conocer lo que es la ansiedad. Lo que es ir a fiestas a las que debería, ya, no haber ido, pese al “He’s a beautiful man” del gran técnico neozelandés. Ver el futuro desmoronándose.

   Algo se había roto ya. Algo que aún no se ha reparado. 5 años. 9 años. Tanto tiempo en que ha pasado tanto y tan poco. 9 años en los que se me ha caído la vida un poco entre los dedos. Y, sí, tal vez ahora me venga mejor Ulysses, aunque yo aún no haya encontrado la forma, aunque aún no conozca el camino. Aunque yo también sepa que no existen Ulises o simplemente yo no lo sea. Aunque ahora me falte el sentido de lo lúdico. Incluso de la elegancia. Aunque yo prefiera, aunque yo hubiera preferido Take Me Out.

   De otra manera, claro.


Revolutionary Road, Real Road, Future Road (domingo 25 de enero, madrugada del lunes)

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   Camino por Isabel la Católica a un grado bajo cero, con El País bajo el brazo y escuchando Ulysses de Franz Ferdinand en mi Ipod.

   Hoy me he puesto el colorido jersey que me regaló mi hermano en navidades intentando evitar los colores oscuros y neutros que llevan cubriendo mi piel los últimos meses y años.

   Hoy he decidido aceptar la invitación de una amiga, llamémosla Capitana Abogada, de ir al cine con ella y un amigo suyo a ver Revolutionary Road.

   Llego unos minutos tarde y mientras emiten los tráileres y los busco pienso si hay alguna promoción que diga algo así como: “ No deje de ir al cine en sus últimos días”; viendo la media de edad de los espectadores.

   Soy un  miembro de la sociedad de principios del S. XXI y no he leído la novela de Richard Yates, no. Y en Valladolid es imposible ver una película en versión original. Pero pese a todo comprendo la angustia de los protagonistas al darse cuenta de llevar una vida contraria a la que hubiesen deseado, a sentirse o querer sentirse especiales y no serlo, saber que no lo son. A darse cuenta que lo que llamaron amor tal vez no fue más que huída y narcisismo.

   Mendes siempre ha sabido retratar la vida de la clase media estadounidense y todos los demonios que oculta en los desvanes de sus casas con jardín. Y Kate Winslet, su mujer,  siempre me ha parecido una actriz estupenda e inteligentísima. Incluso aprecio la interpretación de DiCaprio, actor del que nunca he sido especial defensor.

   Y comprendo que el “loco” de la película sea el único que se atreva a decir lo que piensa. El único que dice “la verdad”, sea lo que sea “la verdad”. El único que ya no tienen nada que perder, el único que no quiere o no puede ya jugar un papel en ese para algunos tan divertido juego de representaciones que es la sociedad.

   Y recuerdo lo que es coger un tren repleto de trabajadores que perderán una hora de sus vidas yendo a un trabajo que no les gusta, y que perderán ocho horas en ese trabajo, y otra hora más para encerrarse con sus demonios en su casa con jardín.

   Y aquí estoy yo, también, con mis 31 años, con mi parte de locura aunque sin saber matemáticas, sabiendo que éste no era el destino que esperaba ni deseaba para mis 31 años.

   Pero sabiendo también que  el lugar: Valladolid, Chicago, Barcelona, Hong Kong, París… No importan.

   Importa uno, importan los otros, importan dos. Y en mi caso sin miedo a alienarme en otro, pero sí a destruirme en otro,  a representar un papel sólo para que continúe la función.

   Pienso en esto tras dejar a la Capitana Abogada, mientras camino a un grado bajo cero con El País bajo el brazo y escuchando Ulysses  de Franz Ferdinand en mi Ipod.

   Un Ulises sin Ítaca  ni Penélope que lo esperen y que sólo tiene fuerzas para pensar cuándo encontrará su Revolutionary Road, cuando dejara su Real Road, cuándo llegará a su Future Road.


domingo, 25 de enero de 2009

Jugando a “Change Air Blade” mientras escucho a Schubert ( sábado 24 de enero, madrugada del domingo)

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   Sammy es una empresa creada en 1975 y centrada, fundamentalmente, en la fabricación de una especie de maquinas tragaperras al estilo nipón. También ha fabricado algún videojuego. De hecho, hace poco se unió a la mítica Sega, que después de los últimos intentos con la Saturn o la Dream Cast, no pudo hacer nada contra Sony y sus Playstations o Nintendo.

   Y cuál es el sentido de  este somero resumen del mundo del videojuego japonés.

   Ninguno. O casi ninguno.   Sólo que, lo queramos o no, el mundo es muy complejo. Y en esta solitaria noche de sábado, en la que una vez más no he salido (y son ya tantas) pese a la invitación de una amiga, me he pasado algunas horas jugando a un juego de 1999 de Sammy, el “ Change Air Blade”,  intentando destruir desde mi portátil los aviones rivales mientras escuchaba a Schubert.

    Mientras notaba que 5 mg de Lorezapan y 100mg de Atarax me hacían poco efecto. Más bien ninguno.

   Mientras pensaba en que debería hacer  decenas de cosas más importantes. Cosas que me hicieran realmente feliz. Pero el problema consiste en saber cuáles. En el esfuerzo que puede costar alcanzarlas. En saber sí podré alcanzarlas. Si dependerán exclusivamente de mí.

   Mientras pensaba en lo que estarían haciendo en esos mismos momentos decenas de personas. Conocerse, hablarse, acariciarse.

   Y así, después de que  un grupo de japoneses diseñara un nuevo y olvidable videojuego de aviones y disparos, y cientos de personas colaborasen años después para que ése y el resto de los videojuegos del pasado puedan ser jugados gracias a programas emuladores como el “MAME”, un absurdo y absorto y ya no tan joven español pasa parte de la tarde  intentando eliminar  el avión rival, intentando olvidar el pasado reciente, intentando que el juego en sí, el juego de luces y sonidos, las piezas que se unen en la pantalla, coloquen y sitúen algunas partes de su cerebro, que se coloquen para el futuro.

   Sin conseguirlo del todo, no. Perdiendo el tiempo, sí. Escuchando mientras, tal vez sólo oyendo, el disco de Schubert que le han regalado con el periódico.

   Inevitablemente, el mundo es muy complejo.

sábado, 24 de enero de 2009

Días de Trankimazin (viernes 23 de enero, madrugada del sábado)

Despacio. El tiempo con trankimazin pasa despacio. Con un 1 mg ni se da cuenta. Con 2 mg comienza a ralentizarse, aunque no demasiado. También mi cuerpo se ralentiza. También mi mente.

Y camino despacio, aunque no demasiado, con 1 mg de trankimazin, cuando paseo con mi perro, cuando voy a la biblioteca.

El sueño. Con 3 mg de trankimazin me vence el sueño. Y con 5. También puede influir el que haya doblado primero y luego triplicado la dosis de lantanón (30, 60, 90 mg). Puede ser. Y por eso no me da tiempo a leer todos los periódicos que compro, todos los libros que compro o cojo en la biblioteca.

Despacio. Los días con trankimazin pasan despacio. Aunque sólo aparentemente. Fuera de mí, en mi mismo cuerpo, siguen chocando millones de átomos, la gente sigue tomando copas en los bares, hay hombres negros que llegan a ser presidentes de los Estados Unidos, y cuerpos que se abrazan y personas que viven lo que más tarde serán recuerdos.

Porque sí. Despacio. Los recuerdos con trankimazin chocan en mi cabeza despacio, el presente, fugazmente, para ser pasado despacio, el dolor sabes que está ahí pero sólo puede moverse despacio.

Hasta escribo esta misma entrada sin ganas, lentamente, despacio.

Porque sí, los días de trankimazin son días que pasan despacio hasta que son acunados dulcemente por el zolpidem y se duermen sin darse cuenta, también despacio.

sábado, 17 de enero de 2009

Paseo con perro II ( sábado 17 de enero)

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   Argos, mi perro, es un chucho, un perro apropiado para mí.

   Hijo de una camada de más de 10 cachorros, lo tengo desde que tenía dos semanas, dándole de mamar, como suelo decir, leche en polvo en los descansos del instituto, hace ya más de 14 años.

   La madre de Argos era una Fox Terrier. Estuve meses esperando a que se le rizara el pelo. Supongo que su padre sería un Pointer o similar.

   Argos es mi primer perro. Aprendió a hacer sus necesidades en un día. Pero para otras cosas, supongo que como su dueño, ha sido más torpe.

   Siempre me ha gustado pasear con él por la ciudad llevándolo suelto, sin correa. No es legal. Tal vez no debiera haberlo hecho. Tal vez eso le hubiera evitado dos atropellos seguidos. O dormir un fin de semana en la perrera municipal cundo se perdió una Noche de San Juan. Pero aquí está. Con más de 14 años.

    Pese a todo, el tiempo no pasa en balde. Y 14 años son muchos años para un perro, incluso para mí. Ahora, Argos, mi perro, tiene cataratas. En navidades es realmente difícil sacarlo a pasear por los cohetes y petardos. De hecho, a diferencia de cuando era joven, muchas veces parece salir pasear porque no hay más remedio.

   Y, pese todo, pese a todo lo que he contado,  Argos parece comprender algo. Aunque su cerebro no es el que era, quién sabe si incluso tiene algo de Alzheimer, Argos parece comprender, parece sentir.

   Siempre se ha dejado seducir por el carácter dulce de mi tía más dulce, por el carácter dulce de la novia de mi hermano. Argos se mantuvo distante al principio de quien siempre me hubiera debido mantener a distancia.

   También manifestaba cierto resquemor de algunos detalles de mi carácter.

   Y desde hace tiempo, durante mi estancia en Chicago, Barcelona o Hong Kong, desde mi vuelta, Argos parece comprender, parece sentir.

   Duerme y se esconde en la alfombra, bajo la mesa del salón.  Se niega a salir de paseo. Me evita. Atraviesa lentamente la puerta con las orejas gachas.

   En otros momentos se acerca lentamente a  mí. Me intenta ver atravesando las cataratas de sus ojos.

   Sé que el mundo lo forman millones de personas. Sé  que no somos más que miles de millones de átomos chocando entre sí. Pero últimamente desconfío un poco de todo. Desconfío de las personas. Y mi perro desconfía de mí.

   Y tras una tarde  de  viernes intentando leer todos los periódicos y suplementos culturales y de tendencias, leyendo lo que es amar y lo que es depender según un señor que ha escrito un libro, hablar con mis padres, hablar con mi padre como tal vez nunca había hablado, y ponerme, pese a ello, por ello mismo, triste, y tardar en dormir con dos comprimidos de zolpidem en mi estómago, y saber que el  mundo es algo mucho más grande, mucho más que yo y mis problemas de desamor y la fragilidad de mi carácter, millones de átomos y decenas de bombas estallando en esta tarde de sábado en la que ha habido una manifestación a favor del pueblo palestino a la que debería haber ido, a la que, en otros tiempos, hubiera ido sin duda, tal vez con mi perro,  tal vez perdiéndolo cuando él decidiera irse y encontrándolo a la puerta de casa, tal vez por todo esto, después de pasear con él por un parque minado inofensiva y occidentalmente  de hojas otoñales, y paseado con el hasta el Puente Condesa Eylo, y dudado de la crisis económica mientras hacia cola para comprar dos kilos de patatas en el Mercadona, e intentado leer todos los periódicos y suplementos femeninos y del corazón, El Mundo, El País, Público mientras oía de fondo la novena sinfonía de Beethoven que regalaba, no sé, tal vez por todo ello, escribo esta absurda entrada sobre mí y mi viejo perro.

    Argos, mi viejo perro con cataratas de 14 años. Argos, que parece comprender. Que parece sentir.

Paseo con perro. Mi ciudad aún no mía (viernes 16 de enero)

Consigo levantarme antes de las 11 de la mañana. Desayuno, me ducho, hago la cama, me visto, me pongo el abrigo y la bufanda y llamo a mi perro.

Mi perro tiene ya 14 años. Mi perro tiene cataratas. Ya no salta el metro y medio que saltaba antes hasta la cuesta del Canal de Castilla de enfrente de mi casa. Ya no da brincos y busca la pelota y bebe agua cuando comprueba que salimos a dar un paseo.

Quiero hacerme de nuevo el carné de la biblioteca que he perdido o ha desaparecido como tantas otras cosas.

Quiero comprar también algunos libros.

Argos, mi perro, atraviesa lentamente la puerta con las orejas gachas.

Desde que volví de Hong Kong no he vuelto a pasear por el centro de la ciudad con mi perro. Me gusta el centro de las ciudades. Las personas que caminan con bolsas. Las calles peatonales, las restos de su historia, incluso en Valladolid, donde debería haber tantos y hay tan pocos. Sí, incluso me gusto el centro de Valladolid, pese a la estética que le ha impregnado nuestro impresentable alcalde del PP.

Pero aún no he recuperado mi ciudad. Valladolid sigue sin ser mía. Aún prefiero no encontrarme a la mayor parte de las personas que conozco, aún no me siento cómodo con el resto de las personas.

Y, Argos, mi perro con cataratas, mi perro de 14 años, parece adivinarlo. Y también se pierde, no como cuando paseaba como quien pasea con un amigo, y lo veía buscándome, o tenía que llamarlo o esperarlo.

Pese a todo me espera sin ladrar a la puerta de Margen. Llama la atención del joven que coloca las estanterías de la librería Sandoval. Despierta las sonrisas de la cajera y el encargado de Oletum que me dice que le podía haber dejado entrar, que se puede entrar con el perro.

En Oletum encuentro por fin “Todo lleva Carne” de Peio H. Riaño. Y compro también “¿Amar o depender?” de Walter Riso, para intentar comprender y solucionar lo que llevo intentando comprender y solucionar hace ya tres años.

Argos y yo evitamos Fuente Dorada.

En la biblioteca descubro que están en proceso de renovación de carnés y me dan uno nuevo y verde tamaño tarjeta de crédito que, sin embargo, no estará activo hasta el día 23.

Cuando regreso a casa con El País y dos bolsas repletas de latas de pepsi, flanes de huevo y arroz con leche para mi padre y una especie de actimeles de fresa supuestamente buenos para la piel, profiteroles y helados de marca blanca, Argos parece regresar contento como hacía mucho que no lo hacía y corre al trote hasta su comedero.

lunes, 12 de enero de 2009

Nieve, zolpidem y bombardeos (domingo 11 de enero, madrugada del lunes)

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   Sí, hace tiempo que no actualizo este blog.

   Hay poco que contar. O mejor dicho, tengo poco que contar.

   Mi rutina se reduce a comer, leer o intentar leer los múltiples periódicos que como rutina estúpida e involuntaria  me impongo a diario y dormir.

   Mi nuevo psiquiatra/psicoanalista se extraña de mi supuestamente extraña inmunidad a los medicamentos. A que, algunas noches, necesite hasta tres zolpidem para dormirme.

   A veces, tras dos o tres comprimidos, noto como mi mente, antes de dormirme, consigue ser libre por unos momentos. Todo parece evitable, modificable, tener sentido. Hasta este blog. Instantes en que mi mente vuela sobre mi cuerpo. Pero son sólo instantes.

    Cuando por fin me duermo, sueño que salgo de marchas con amigos inexistentes por México DF. Tal vez es una extraña relación con la visitas involuntarias desde Méjico a este blog. Tal vez. Sueño también relaciones con una mujer que no conozco y nunca he conocido en una habitación y una cama mugrientos de un hostal mugriento. Cómo elevo sus glúteos con mis manos hasta tener sus piernas a ambos ambos de mi cabeza. Cómo, en una pequeña nevera, hay botes de pepsi.

   Otras simplemente sueño sobre amigos que ya no son. Sobre amigos que fueron. Sobre parejas que no sé si fueron algún día.

    Mi nuevo psiquiatra/psicoanalista dice que no me preocupe. Que no existe la depresión crónica. Woolf y Sexton y tantos otros lo saben.

   Desde el balcón del piso de mis padres, desde este Valladolid gélido y nevado, desde esta España en una crisis que no impide que sigamos todos vivos, a veces pienso en la poca importancia de todo. Células uniéndose y separándose, no sé si dueñas de su destino.

   En Gaza  no tienen tiene para pensar en todo esto. En Gaza la palabra crisis tiene otro significado. En Gaza, como en tantos otros lugares del mundo, no tiene zolpidem que alivie su insomnio ni sus sueños

viernes, 2 de enero de 2009

Recuerdos de un extraterrestre en año nuevo (viernes 2 de enero)

Hay conexiones que dudaste eternas y un millón de cortocircuitos acabaron con ellas en un año y medio que pareció un instante; y amistades que habían crecido durante décadas y finalizaron con un turbio silencio en apenas meses.

Puedes recorrer el mundo durante meses y no moverte de un mismo momento, de un mismo sitio.

Porque también hay sitios que nunca fueron tuyos y dejaron de serlo. Felices actos rutinarios que hoy parecen el recuerdo de premios que por lo vulgar y cotidiano no lo parecían.

El sexo siempre parece mejor visto, narrado o soñado. Aunque también recuerdas momentos de calidez, el olor de pieles, flujos vaginales y esperma.

Hay momentos en que parece que un ser humano usurpó tu cuerpo: habló con seres humanos supuestamente especialistas para comprenderlos y comprenderse, viajó por el mundo en aviones en clase turista, intentó sonreír, creyó en los otros, rió, dio la mano, abrazó caderas, sujetó cinturas, dudó sobre si la felicidad pudiera ser eso, se levantó de una cama compartida y ocupada.

Hasta que te ves de nuevo ajeno a todo y a todos, pero ahora ya con errores en tu programa, no entendiendo qué ha sucedido cuando creíste seguir un manual de comportamiento correcto, honesto, intentando reparar decenas de conexiones chamuscadas con un manual de instrucciones, evidentemente, erróneo y equivocado.