Estoy en ninguna parte a las afueras de Barcelona. Estoy a la salida del metro. Es la 1 de la mañana.
He quedado con una antigua conocida de tiempos de Alternativa. Una chica anarquista y pizpireta. Ya profesora de universidad en Tarragona. Nos conocimos hace años, en uno de esos encuentros de asociaciones universitarias tan divertidos y tan destartalados. Vino a uno organizado por nosotros en Valladolid. Tuvo una relación que no me atrevo a describir con uno de mis compañeros. Luego nos volvimos a ver en un Foro en Málaga. Nos reímos de los tópicos (ideológicos y humanos) progresistas. Aunque su opinión sobre la prostitución y la pornografía quizás lo sean, en parte, un poco. O sobre el aborto. Tal vez lo sean mis opiniones. En cualquier caso siempre agradable. Siempre sonriente ante mis ocurrencias (lo que supongo que siempre nos acaricia la autoestima a los hombres). Nos mantuvimos en contacto con leves destellos de messenger. Estuve en su penúltimo piso hace dos veranos. Acompañado. Antes de ir a Edimburgo. Nos invitó a comer. Ha pasado tanto tiempo y tan poco.
Desde que he llegado a Barcelona no hemos conseguido vernos. Finalmente vengo a Hospitalet. Salen de un concierto al que he sido invitado, pero Rosendo no es para mí.
Sigue igual de simpática, igual de acogedora, igual de hospitalaria. Hablamos un poco de nuestras vidas en una especie de discoteca. De mi vida. De la suya (aunque calla tanto). De psicología. De Reich y Lowen, yo, de Fromm y El Arte de Amar, ella. De problemas semejantes. Todavía tiene juicios con un antiguo novio. Pero se muestra tenaz. Siempre hiperactiva. Ahora se la ve feliz con un novio callado y amable. Me informará de todos los planes que tenga su gran grupo. Los invito a comer un domingo que puedan.
Vuelvo en el metro. Me conecto a internet. Tomo leche con colacao y mis infantiles galletas con cereales de Cuétara.
viernes, 16 de mayo de 2008
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