Estoy en el aparcamiento del Ikea de Schaumburg. Son las diez y media de la noche. Sólo estamos yo, un hispano limpiando el aparcamiento con un vehículo de limpieza, el carro con las cosas que he comprado... y mi coche. Llevo aproximadamente dos horas intentando abrirlo... Solo, con ayuda (unos mejicanos, una mujer con una camiseta de Harley Davidson...), con una percha de metal, con un alambre. No tengo batería en el móvil.
Me levanto sobre las 11. Acabo de recibir un mensaje de mi compañero catalán indicándome como llegar al Ikea de Schaumburg. Desayuno, me conecto un poco a internet (mi portátil, después de unos días dignos, lleva toda un semana fallando, y después de haber conseguido formatearlo al quinto intento y perdiendo más de la mitad de la música que tenía, sigue fallando), me ducho, me visto, salgo. Paso por dos tiendas de electrónica en el polígono junto a la 90 para ver lo que me costará cambiar el disco duro y ya de paso añadir más memoria. Me dirijo a Diversey para visitar la tienda de segunda mano que me recomendó mi conocido judío. Me llama mi madre.En la tienda de Diversey no encuentro nada que me interese.
Sobre las cuatro de la tarde, después de haber cogido la 90 al oeste y un hora de atascos y viaje,llego al Ikea de Schaumburg. Nada más bajar del coche me doy cuenta de que me he olvidado, por segunda vez, las llaves dentro. Intento no angustiarme. Entraré al Ikea. Compraré muebles, y ya lo solucionaré a la salida.
Como las tiendas de H&M, como las tiendas de Zara, creo que las tiendas de Ikea son iguales en todo el mundo. La primera y última vez que estuve en un Ikea fue en Madrid hace más de un año... No fue una visita feliz, y sin embargo ahora la añoro... La añoro cuando me siento agobiado entre sus pasillos infinitos, sus cajas de cartón, sus palés, sus número de referencia, sus pequeños lápices de madera, sus bolsas azules y amarillas, sus grandes carros metálicos, sus instrucciones de montaje...
Qué gran idea la del fundador de Ikea, seleccionar las pulsiones más gremiales del ser humano, sus deseos de tener una guarida, de fundar una familia, de tener descendencia, y meterlo todo en una caja, decir que eso puede ser fácil, barato, de diseño.
Qué gran idea la del fundador sueco de Ikea, que descubrió que dando café gratis a sus camioneros trabajan mejor y más deprisa... Que invirtió su fortuna en un fundación en Holanda para pagar menos impuestos...
Cada pieza, cada caja, cada cosa, entre miles, en su lugar...
Y no puedo evitar ponerme triste. Viendo a las familias comprando el interior de sus casas, el exterior de sus vidas, en esta tarde de domingo. Viendo a jóvenes parejas juguetear sobre camas... No puedo evitar sentirme saturado por las miles de referencias, los miles de muebles, objetos, accesorios, ordenados de manera tan perfecta que, estando solo, buscando sin encontrar, te das cuenta de que lo que está descolocado eres tú. Y no puedo evitar recordar otro Ikea, otro país, otro año, junio... y por momentos que se me nuble levemente la vista, y seguir caminando.
Estoy en una BP Petrol Station junto al Ikea de Schaumburg. El limpiador hispano me ha recomedado que llame a la tripe AAA (que en sudamérica tuvieron una misión mucho menos digna), que ellos me abrirán el coche gratis. Pero no tengo batería en el móvil. Dos hispanos que pararon su coche a una señal mía y me prestaron su móvil para llamar a esta triple AAA tampoco pueden ayudarme. Finalmente me acercan a la BP Petrol Station para llamar a una empresa para que me lo abra.
No encuentro casi nada. Estoy perdido. Veo un tablero de mesa rojo que me gusta, pero está agotado. La mesilla que me gusta también. Compro una cajonera, una pequeña alfombra, tazones y platos. Una pequeña mesa blanca. Una caja de herramientas. Dos lámparas
A la salida parece que hoy no va a haber suerte. La policía de Schaumburg sólo abre coches si tienes un niño o un animal dentro. Tampoco lo consigo yo con la ayuda de una percha, con ayuda de gente... Parece que voy a tener que llamar a una empresa...
Estoy en la BP Petrol Station cerca del Ikea de Schaumburg. Entra un policía bajito de pelo y bigote rojizos. Me acerco a él pensando que, viéndome en esta situación, me hará el favor de abrir el coche. Me contesta que ellos no abren coches. Sólo si hay un animal o un niño dentro. Le digo que es un coche antiguo, que sólo se cierra con el pestillo... Me contesta que a él no le pasan esas cosas, que le pasaban de niño y le pasan a sus hijos... Ya, enfadado (aunque con cierto control, sin carné de conducir norteamericano, sin haber traído el pasaporte y con un policía estadounidense, no conviene exagerar), le comento, lo que es más o menos cierto según las equivalencias de aquí, que tengo dos carreras y que no creo que sea una cuestión de edad... No me hace ni caso, compra algo y se va. La dependienta de la tienda de la gasolinera, una mulata muy agradable, me da el teléfono de la empresa...
Al rato, una joven grande, blanca, y parece que de clase baja, se me acerca a mí en la gasolinera. Me pregunta si soy el del coche. Monto en su todoterreno. Le cuento un poco lo que me ha pasado. Me dice que la gente y la policía de Schaumburg son muy "snooby". Al poco me asusto al oír una voz tras de mí. Hay un hombre mayor sentado en la parte de atrás. Es su padre. Llegamos a mi coche. Después de media hora abre mi coche. Me acerca a un cajero a sacar dinero (no aceptan tarjetas ni cheques).Volvemos.
Estoy en la 90 regresando a Chicago. Son las 12 de la noche. Me tengo que levantar en cuatro horas y media. Un día más en Chicago.
domingo, 7 de octubre de 2007
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