Parece que hoy por fin puedo ir por primera vez a Waukegan en mi coche. A la salida de mi barrio, junto a la autopista, pregunto, pero ni me oriento ni me indican bien. Me veo yendo al norte a través de los barrios de Chicago. Veo amanecer junto al lago Míchigan en Evanston. En otro momento,en otra situación, con otra mente, resultaría idílico, pero no era hoy el objetivo. Por fin consigo entrar en la autopista.
Nada más llegar a mi escuela, al bajar los pestillos de mi coche (único sistema de cierre), compruebo que me he dejado las llaves dentro. Las llaves del apartamento, del candado de la bici, de mi clase, de mismo coche. Pregunto al personal de seguridad, a un profesor, me dicen que con una percha podrían pero que no tienen, que llamarán a la policía. Al rato viene la policía. Es un policía amable. Saca lo que serían las herramientas de un buen ladrón. Mete una varilla a través del hueco de la venta del coche. Sube el pestillo. Hablamos de la policía, de cómo mi padre también lo es en España, de cómo aquí, en Estados Unidos, con todo el mundo pudiendo llevar armas es todo un poco más complicado.
Según llego a Chicago recibo un mensaje de "mi agente" diciendo que lo de mis muebles le está volviendo loco porque en la empresa de alquiler de camiones han perdido la reserva. Le constesto diciendo que él verá, que yo puedo cualquier día a partir de estas horas, pero que no quiero que se estrese por mis muebles. No sé nada de él desde entonces...
Al menos, compruebo al llegar al apartamento que el haber llamado a mi casero y haberle visto y volvérselo a recordar ha servido de algo y ya han pintado algunas molduras en la casa.
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