viernes, 31 de agosto de 2007

Sindicatos y el futuro de los Estados Unidos de América (miércoles 22 de agosto)


Me levanto a las 8. Y un poco tonto. Un poco triste. Después de ducharme me doy cuenta de que tendré que correr para coger el tren a Waukegan. No tengo ganas. Así que dejo de hacer todo a toda prisa. Pese a todo llego, llego a la biblioteca un poco antes de que abran. Aún no son las nueve. Miro mi correo electrónico y algunas cosas más. Ninguna novedad de relevancia en mi vida. En Francia Sarkozy pide la castración química para los pederastas. En Rusia una mujer al pene del exmarido con el que convivía. En España, Gallardón sigue queriendo hacerse ver sin que lo odien el resto de los “líderes” del Partido Popular.

No hay remedio. Soy idiota. Sigo sin poder expulsar ciertas cosas de mi cabeza. Cosas que no fueron como debían. Cosas que nunca deberían haber sido. Y que, sin embargo, sigo echando de menos. Mi inteligencia emocional, siempre escasa, parece haberse perdido en las carreteras de Estados Unidos.

Buscar apartamento, dormir en un colchón sobre el suelo, caminar durante horas por carreteras secundarias, esperar autobuses que no pasan. Ir al consulado. No saber exactamente qué clase tengo. No tener aún contrato. Todo cosas predecibles. Esperables. Nada que ver con la situación de los inmigrantes africanos en España. Nada que ver con los mejicanos que cruzan el río. Y pese a todo cansado. Un poco estresado. Con ampollas en los pies de caminar. Sudoroso por el calor húmedo de Chicago. Y lamentando sentir que esto hubiera sido más fácil después de otro verano, sintiéndome acompañado en la distancia. Qué decir si estuviera acompañado en presencia.

Intento entrar en una tienda de bicicletas que aún no ha abierto. Camino por las calles. Compro una botella de limonada. Como un plátano. Regreso a la tienda. Pregunto precios. Todas pasan de 400$. Me dirijo a la estación a coger el tren de las 10:43. De camino hablo con mi madre.

Al llegar a Waukegan se bajan de mi mismo tren tres compañeras españolas. Cogemos un taxi para ir al restaurante donde es la comida del sindicato. Al llegar nos dan una bolsa. Nos ubican por escuelas y/o en mesas redondas. Apenas tres muy breves “speechs”. No conviene criticar personalmente a nadie en internet. (espero que este ¿discreto? y pseudoanónimo blog no me cueste el trabajo), hay que tener cuidado con los niños ¿?, van a negociar los salarios, podemos hacer una donación anual voluntaria a mayores de cómo mínimo 10$ para el futuro de los posibles profesores… ¿La comida? Ensalada, té, limonada, ensalada, pollo asado, helado, una chocolatina. Acostumbrado a los sindicatos españoles se me hace extraña la brevedad de las intervenciones (siempre mejor que largas) y agradezco la sobriedad de la comida. Lo único peculiarmente curioso es que, aunque uno no se afilie al único sindicato que hay, el distrito te quita la parte correspondiente de tu salario. Todavía no sé adónde va a parar. No hay sobremesa.

Rebeca y Mauricio me llevan en el coche de ella al Licoln Center. Les hablo un poco de cómo no tengo ni clase asignada, ni contrato, y hablamos de la desorganización del distrito. Son una pareja muy agradable. Inmigrante mejicano nacionalizado él; norteamericana de nacimiento, rubia y de piel clara (güerita) ella, parecen, son seguramente un ejemplo, un buen y agradable ejemplo del presente y el futuro de este país.

Como no está la directora de recursos humanos les digo que no me esperen más (pensaban llevarme luego a la escuela, la misma de Rebeca). Mientras Rebeca entrega unos papeles, le comento a Mauricio como en otros distritos, como Sanburg, pagan mucho más y son todos norteamericanos rubitos. Se queja levemente de nuestro sueldo, pero me dice que aquí conoceré la América real. Estoy de acuerdo con él. Preferiría que estuviese más cerca de Chicago, pero aquí podré entrever mejor el futuro de los Estados Unidos de América.

En Human Resources tengo la mala suerte de encontrarme a todo el grupo de españolas firmando/reclamando sus contratos. Espero. La directora, una mujer negra, es amable conmigo. Parece que si le llevo un curso de 15 horas más, seré Master+45 (lo que no sé que sueldo supone).

Regreso a Chicago. Voy al Target a comprarme por fin una bicicleta. Por 80$ más impuestos compro una bicicleta, estilo chopper, muy aceptable visualmente.



Compro zumo y pescado rebozado en su bandeja de poliuretano. Cuando llego a mi apartamento me espera mi casero. Ve las pinturas que he comprado y me indica las chicas solteras de los diferentes apartamentos y cómo las que tienen parejas, según él, no valen nada, y los mantienen. Que ponga cara de seriote. Esto último no lo veo tan difícil, pero no sé si tengo ahora la cabeza para pensar en posibles parejas en el edificio.

Ceno. Me voy a la cama.

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